Una
mirada 360 de la enfermedad
En
la conferencia anual de salud global celebrada en Londres en Abril de
2019 (Nugent & Fottrell, 2019), se solicitó que las
enfermedades físicas crónicas denominadas por la OMS
enfermedades no transmisibles (ENT), se consideraran una emergencia
global y se comparó la propagación de ENT con el cambio
climático, una emergencia global de una proporción sin
precedentes. Esto no es una hipérbole: hay una amplia razón
para esa afirmación. Las ENT presentan una amenaza abrumadora
y generalizada para las poblaciones de todo el mundo y causan más
del 70% de las muertes mundiales. Se considera a las ENT un ejemplo
de una sindemia,
una sinergia de epidemias que ocurren conjuntamente en el tiempo y el
lugar, interactúan para producir secuelas complejas y
comparten factores sociales comunes subyacentes.
En
general la reducción de la exposición a riesgos para la
salud durante las últimas tres décadas ha sido pobre,
aun cuando los estudios del período 2010 a 2019 indicaron
algunas mejoras estrechamente relacionados con el desarrollo social y
económico. Las disminuciones se registraron en la
contaminación del aire en los hogares, el agua potable,
saneamiento y lavado de manos, así como en descensos mundiales
en el tabaquismo y la exposición al plomo, a través de
políticas regulatorias. No obstante, estos avances se
acompañaron de un aumento en otros riesgos. Los mayores
aumentos se registran en la contaminación ambiental, el
consumo de drogas, la presión arterial sistólica alta,
la glucosa plasmática en ayunas alta y el índice de
masa corporal alto (Murray et. al., 2020).
Siguiendo
estas consideraciones, para comprender y ayudar psicológicamente
a las que personas que padecen una enfermedad física crónica,
es necesario concebirla como un fenómeno de origen
bio-psico-social y ambiental, que a su vez afecta al individuo en
todas las áreas de su funcionamiento, aunque de manera diversa
según el tipo de enfermedad y las características
personales de su portador. Por lo tanto los diseños de
intervención deberán tener en cuenta el equilibrio
relativo de los distintos factores.
La
adaptación a la enfermedad supone su integración al
cauce vital, de manera que pueda sostenerse un plan de vida
satisfactorio. Este proceso consiste en una adaptación
psicosocial al cambio fisiológico, que puede describirse como
una reconfiguración («remapping») del cuerpo. El
tratamiento es irreductiblemente un proceso psíquico, físico
y social, cuyo abordaje requiere la adopción de una
perspectiva encarnada y contextuada que devuelva 'la mente al
cuerpo, el cuerpo a la sociedad y la sociedad al cuerpo"
(Williams & Bendelow, 1998, Wainwright, Donovan, Kavadas, Cramer,
& Blazeby, 2007).
Impacto
de la enfermedad en la vida
Los
seres humanos están sometidos a una incesante tarea
constructiva con miras a organizar la dinámica realidad en que
les toca vivir y las circunstancias con que se enfrentan a lo largo
de su evolución vital (Fernández-Alvarez y
Fernández-Alvarez, 2017). El nivel de satisfacción
estará dado por el balance entre el nivel de gratificación
corporal, de participación en la distribución del poder
y el enfrentamiento de la propia muerte (Fernández-Alvarez,
1992). La enfermedad crea una discontinuidad en la historia personal,
amenaza el guion que consiste en un proyecto vital. Las ENT ponen en
riesgo la trama esperada en la medida en que suelen producir un
cambio brusco en el escenario o en las condiciones para actuar del
individuo. Este proceso de "desprendimiento del mundo sano"
suele tener un efecto disruptivo, tanto en los supuestos cotidianos
que "se dan por sentado", en los sistemas explicativos
que involucran el auto-concepto, como en la relación con el
contexto que involucra la movilización de recursos (Bury,
1982). Se trata de un proceso que suele tener alcances traumáticos.
Abarca
molestias y limitaciones físicas, estudios, tratamientos y
rutinas inevitables, a menudo intensamente desagradables junto con
efectos secundarios. También comprende todo lo que implica ser
tratado y percibido como un paciente en el mundo social.
Todo eso puede
producir emociones fuertes que incluyen ansiedad
(p.
ej., al esperar los resultados de los estudios o la anticipación
de nuevos tratamientos), ira (por ej. por sentirse discriminado o
impotente para hacer ciertas tareas) y culpa
(p. ej. por sentirse una carga para los seres queridos o por hacer
que los seres queridos sientan angustia). Confronta al paciente con
una gama de pérdidas, que incluye muchas veces el bienestar
físico, la energía, la movilidad y aspectos valorados
de la imagen corporal, así como el desempeño de roles
cotidianos.
También
puede generar sentimientos de vulnerabilidad y una sensación
de impotencia. Por otra parte, posicionarse
como 'paciente médico" significa ser el receptor de
servicios médicos, a menudo con información limitada y
pocas oportunidades para organizar la vida alrededor de los cuidados
necesarios sin una fuerte dosis de tensión. Este escenario
trae consigo una sensación de pérdida de control sobre
el propio cuerpo y sobre la vida en general. El proceso requiere por
lo tanto la puesta en marcha de estrategias de afrontamiento para
lograr un equilibrio entre los efectos perturbadores y la capacidad
de auto-sostén personal, que permita a la persona estar más
preparada para mantener la continuidad de la vida diaria (Reeve,
Lloyd-Williams, Payne, & Dowrick, 2009). Cuando no se encuentra
este equilibrio el paciente es propenso a desarrollar un agotamiento
físico y mental, que puede dar lugar a una amenaza de ruptura
o una fractura del guion asociada con un trastorno emocional (Gómez
y Mazzulla, 2008, Reeve et al., 2009). Es aquí donde a
intervención psicoterapéutica se vuelve necesaria.
Modelo
Cognitivo Integrativo de psicoterapia
El
Modelo Cognitivo Integrativo (Fernández-Álvarez, 1992,
Fernández-Álvarez, & Fernández-Álvarez,
2017) articula aportes conceptuales y procedimientos de las
perspectivas psicodinámica, cognitivo-conductual, humanístico-
existencial y sistémica para una comprensión abarcativa
y multinivel de las manifestaciones disfuncionales sobre las que
opera la psicoterapia (Fernández-Alvarez y Fernández-Alvarez,
2017).
Este
enfoque integrativo se basa en tres pilares interrelacionados: a) una
definición bio-psicosocial de los fenómenos clínicos
y de la resiliencia, que sustentan la manera de entender el origen de
las disfunciones y las fortalezas, incluido cómo operar con un
menú que tiene en cuenta la combinación de
intervenciones psicológicas, farmacológicos y
sociocomunitarias, b) una selección sistemática de las
estrategias y técnicas que demostraron ser efectivas y c) la
promoción de una actitud flexible entre los psicoterapeutas
para diseñar el tratamiento y aplicar los procedimiento
correspondientes con criterios amplios y adaptables
(Fernández-Álvarez, Consoli, & Gómez, 2016).
Evaluación
de la disfuncionalidad
El
primer paso consiste en una exploración que permita
identificar la disfuncionalidad que da lugar a la consulta y el marco
contextual en que tiene lugar el pedido de ayuda. Los trastornos
emocionales son los que alcanzan mayor prevalencia en porcentajes que
varían según el tipo de enfermedad. En todos los casos
las manifestaciones disfuncionales (síntomas, problemas de
comunicación, dificultades en la performance, etc.) están
siempre ancladas en patrones básicos de la organización
personal. Estudiar en todos los pacientes la organización de
su personalidad es un elemento integrador fundamental para disponer
de una evaluación totalizadora de los fenómenos
clínicos y para construir diseños de intervención
terapéuticos que atiendan a la complejidad de la experiencia.
Los estilos de personalidad (funcionales o disfuncionales) son
decisivos para ajustar el abordaje de la patología
identificada (Fernández-Alvarez & Fernández-Alvarez,
2019)
La
evaluación se lleva a cabo a través de entrevistas y de
la administración de pruebas diagnósticas que evalúan
de manera general el estado psicológico del paciente y en
particular las dimensiones ligadas a su problema de salud físico
y su calidad de vida. Los resultados arrojan un mapa de las
dificultades y fortalezas personales para hacer frente a una
enfermedad física crónica.
Pasos
de la intervención psicoterapéutica
El
tratamiento se diseña de acuerdo a las necesidades y
posibilidades del paciente, contemplando las características
de la enfermedad: tipo (enfermedad cardiovascular gastrointestinal,
renal, metabólica, oncológica, autoinmunitaria, etc,),
el curso esperable (progresiva, constante, episódica (con
recaídas) , la severidad sintomática, el estado
pre-mórbido, la fase de la enfermedad (aguda, crónica o
terminal), el grado de amenaza para la integridad y/o la
supervivencia y las características de la persona: momento
evolutivo, situación vital, recursos personales y sociales.
Las
fases del tratamiento involucran: la evaluación inicial,
psicoeducación e intervenciones terapéuticas. La
evaluación permite determinar la incorporación de otros
abordajes, tales como psicofarmacológico, técnicas de
meditación o corporales, grupos para el cuidado de la salud o
intervenciones a nivel vincular y familiar. Por otra parte se evalúa
la necesidad de tomar contacto con el equipo médico tratante.
El
tratamiento se diseña de manera secuencial (p. ej., diferentes
objetivos de tratamiento durante diferentes fases de tratamiento, en
función de la evaluación inicial) y personalizado (por
ej., módulos de tratamiento específicos adaptados a la
condición médica y al estrés psicológico
y recursos del paciente), considerando también el contexto
(internación hospitalaria, internación domiciliaria,
lugar en que tiene lugar el tratamiento, por ej. diálisis,
quimioterapia) o ambulatorio. La frecuencia de las sesiones y su
duración se adaptan a las necesidades en cada momento (por ej.
frente a una intervención quirúrgica pueden ser útiles
los encuentros más asiduos, o en momento de mucha fatiga,
puede ser necesario tener entrevistas más breves). De acuerdo
con la evaluación clínica, se incluirán
intervenciones a nivel vincular y familiar. Los efectos de la
situación del paciente y sus formas de afrontamiento en la
familia y de la reacción familiar sobre el enfermo conforman
un ciclo recursivo que puede convertirse en fuente de ayuda o de
agravamiento de las dificultades a cada momento.
El
trabajo con la prevención de recaídas tiene ciertas
particularidades entre los enfermos físicos crónicos.
Una variedad de factores como el empeoramiento de la condición,
el dolor crónico, el deterioro funcional o el aislamiento
social, que agotan los recursos del paciente, están asociados
con posibles recaídas, por lo que es importante considerar la
posible evolución de la enfermedad al finalizar el tratamiento
para trabajar en la prevención.
Objetivos
generales de la psicoterapia
Los
objetivos generales consisten en contribuir a la adherencia a
prescripciones médicas y hábitos de vida saludables,
disminuir el impacto traumático y sostener la continuidad del
guion en las tareas cotidianas y los proyectos futuros, favoreciendo
los ajustes necesarios.
Por
otra parte, con cada paciente se acuerdan objetivos ligados a su
motivo de consulta particular y a lo que espera lograr con el
tratamiento.
La
Alianza Terapéutica
Como
en todo tratamiento terapéutico, el establecimiento de una
buena alianza terapéutica (AT) es crucial. En el caso de
personas con enfermedades físicas, es fundamental que las
metas y medios se ajusten a los procesos cambiantes la enfermedad. En
ese sentido, es fundamental adecuar los procedimientos a la fase de
la enfermedad que cursa el paciente, al ámbito en que tiene
lugar la consulta (consultorio, domicilio particular, internación
hospitalaria) y a los recursos con que cuenta el paciente. Una buena
alianza depende de un alto grado de flexibilidad (encuentros o
llamados intersesión, menú variado de técnicas
para ajustar las intervenciones a las posibilidades, atendiendo a las
dificultades físicas o sociales por las que pueda atravesar
(por ej. aislamiento, dolor, inmovilización).
Dentro
de la AT, el componente de la relación terapéutica se
constituye como un agente de cambio importante. Las recientes
revisiones convergen en la idea que la empatía terapéutica
se compone al menos de tres componentes principales: 1) cognitivo
(reconocer con precisión la experiencia del paciente), 2)
afectivo (resonancia con los sentimientos del paciente) y 3)
conductual (expresar empatía hacia el cliente) (Schnur &
Montgomery, 2010).
Por
parte del terapeuta, ha probado ser muy importante su responsividad,
que se genera cuando el comportamiento se ve afectado por el contexto
emergente, incluido el comportamiento de los demás (Stiles,
Honos‐Webb,
& Surko, 1998). Terapeutas y pacientes, así como la gente
en general, responden unos a otros y a las circunstancias cambiantes.
Así por ejemplo, los terapeutas actúan responsivamente
cuando indican tareas teniendo en cuenta las habilidades actuales del
paciente, reformulan una intervención cuando la persona parece
no entender o ajustan su tono de voz a mitad de la oración
frente a un cambio de expresión facial del paciente. Los
terapeutas optimizan las intervenciones cuando atienden y responden a
las señales de mejoría o deterioro, como cambios en el
estado emocional de los clientes, en sus relaciones o en el desempeño
de sus ocupaciones, y utilizan dicha información para ajustar
sus intervenciones, sesión a sesión y minuto a minuto
(Kramer & Stiles, 2015).
Por
otra parte es aplicable a todo el campo de trabajo con pacientes
físicamente enfermos el aporte de Lederberg y Holland (2011)
con pacientes oncológicos, cuando señalan que el
terapeuta tiene que poder reconocer cuándo un paciente lo toca
más profundamente y ponerse en alerta acerca de la
sobreinvolucración o sobreidentificación, que afecta su
juicio y su propio bienestar. Los autores sugieren que el profesional
aprenda a involucrarse lo suficiente para ser auténtico con
los pacientes, pero no tanto como para dejarse invadir en su vida
personal.
Respecto
del paciente, su participación en el trabajo terapéutico
se ha evaluado a través de una variedad de factores que
incluyen, entre otros, la cooperación, su nivel de
resistencia, el cumplimiento de tareas intersesión, los
estilos defensivos y su involucración en el rol (Tryon &
Winograd, 2002).
Psicoeducación
Involucra
una comprensión clara de su enfermedad, los factores
etiopatogénicos y los agentes de mantenimiento de factores
psicológicos que inciden en la enfermedad y el estado anímico
del paciente. Es posible que los pacientes tengan dudas
potencialmente erróneas sobre sus causas y las posibles
consecuencias, que impiden la recuperación del funcionamiento
normal. Se utilizan estrategias cognitivo-conductuales para mejorar
las habilidades de autogestión, autoeficacia y autocontrol de
la enfermedad (McGillion, Watt-Watson, Stevens, LeFort, Coyte, &
Graham, 2008).
Involucra
al paciente de manera activa y busca que un especialista le brinde
información pertinente, clara y comprensiva. Esto permite la
generación de cambios a nivel de creencias y mitos sobre la
enfermedad, plantea sugerencias para el afrontamiento de situaciones
cotidianas y para el manejo del impacto de la enfermedad en la vida
del paciente. Además, facilita la aceptación del
diagnóstico y la comprensión de los cambios debidos a
la enfermedad. La psicoeducación debe tener continuidad y
transversalidad, para facilitar los cambios necesarios en los
comportamientos del paciente (Cudney &Weinert, 2012).
En
la familia, la provisión de información sobre la
enfermedad parece disminuir la ansiedad que genere en sus integrantes
y aumentar la comprensión y la tolerancia hacia el paciente.
Así como en el caso de patologías mentales severas, la
información tiende a disminuir el conflicto entre los miembros
de la familia con respecto a las capacidades del paciente y promueve
formas adaptativas de responder, que favorecen el dominio y la
agencia personal de la persona enferma, mientras recibe al mismo
tiempo la provisión de cuidados y de apoyo necesaria
(Anderson, Hogarty & Reiss, 1980).
Principios
de intervención para afrontar la enfermedad
A
continuación se presentan principios que guían las
intervenciones y se ejemplifican procedimientos para cada uno de
ellos. Estos principios se aplican a los largo del tratamiento
articulados entre sí, con énfasis en cada uno en
función de la evaluación clínica a cada momento
y en función del estilo personal del paciente.
Validar
la experiencia
La
validación es fundamental para que el paciente pueda explorar
en profundidad sus ideas y emociones. Las personas esperan encontrar
un interlocutor que sin dejar de promover esperanza, sea capaz de
validar sus sentimientos dolorosos sin ofrecer un tranqulizamiento
prematuro. La validación puede tomar la forma de normalizar
sentimientos difíciles que son esperables frente a la
situación que viven. Pero también se trata de validar
los aspectos disfuncionales de la experiencia comprendiendo la
función que cumplen en el esfuerzo por organizarla. Así
por ejemplo una persona que se retrae del contacto con otras
personas, puede necesitar reunir fuerzas para presentarse ante otros
en esta nueva condición.
Promover
la autoestima
La
autoestima se ve fuertemente afectada en estas condiciones.
Particularmente los modos de significar la autoimagen, tanto la
presencia física como la potencia definen en gran medida la
sensación que tiene el paciente frente a una enfermedad física
crónica. Una evaluación negativa conduce la
depreciación de la autoestima y por lo tanto a sentimientos
dolorosos para la persona (Fernández-Alvarez, 2005). La
presencia o apariencia refiere al aspecto estético, por
ejemplo escoriaciones en la piel, calvicie, amputaciones, pérdida
pronunciada de peso. La potencia también puede verse alterada
de múltiples maneras tales como: limitaciones motrices,
fatiga, debilidad, mareos, afectación de órganos
sensoriales.
La
ayuda se encamina a revisar los juicios de valor que acompañan
la experiencia. La tarea central se dirige a detectar estas
evaluaciones y generar visiones alternativas por ejemplo al enfocar
los aspectos más significativos para cada persona y encontrar
dentro de estas áreas focos positivos hacia los cuales dirigir
la atención o a través de la percepción de otros
que ayuden a reevaluar desde perspectivas diferentes la situación.
Promover
la sensación de dominio
La
sensación de dominio está dada por el control percibido
sobre el auto- manejo de la enfermedad. Las percepciones de un
individuo con respecto a la 'capacidad de cambio o control'
a través de su comportamiento son fundamentales para poner en
marcha las tareas que requiere la enfermedad y el sostén de
las actividades cotidianas (Jerant, Moore, Lorig, & Franks,
2008).
La
sensación de dominio se sostiene sobre la percepción de
autoeficacia que expresa la ponderación del rendimiento
potencial que cada persona proyecta para sus comportamientos
genéricos. Se refiere a las creencias de las personas en su
capacidad para influir en los eventos que afectan sus vidas. Esta
creencia fundamental es la base de la motivación humana, el
desempeño, los logros y el bienestar emocional (Bandura,
1997).
Un
procedimiento útil para promover al auto eficacia es la de
resolución de problemas (RP).Los objetivos específicos
de RP son aumentar la comprensión de los pacientes sobre la
conexión entre el malestar emocional y los problemas
cotidianos, aumentar la capacidad de definir de forma clara y precisa
los problemas, enseñar a los pacientes un método
específico de resolución de problemas para permitir un
conjunto de habilidades más estructurado para abordar los
problemas crear experiencias más positivas a través de
la mejoría en sus habilidades para resolverlos (Mynors-Wallis,
2005).
Regular
la emociones
La
regulación emocional es un término que abarca los
variados estilos conscientes e inconscientes de experimentar y
procesar las emociones. Cuando predominan las emociones negativas
las personas pueden presentar dos formas disfuncionales de
procesamiento: la inhibición o la descarga descontrolada. La
terapia ayuda a encontrar el balance adecuado entre la capacidad de
expresarlas y el autocontrol para no verse sobrepasado por ellas. Se
orienta a que los pacientes logren identificar mejor, experimentar,
explicar, dar sentido, transformar y manejar flexiblemente sus
emociones (Greenberg, Elliott & Pos, 2009).
Se
han identificado distintos procedimientos orientado a contrarrestar
emociones negativas. Así por ejemplo la activación
conductual enfatiza los intentos estructurados por aumentar los
comportamientos que tengan probabilidad de incrementar el contacto
con fuentes de gratificación que generen emociones positivas
(Hopko, Lejuez, Ruggiero y Eifert, 2003).
Son
efectivas en este sentido las actividades como la relajación y
el ejercicio físico (Campos, Iraurgui, Páez y Velasco,
2004). Las
guías 2020 de la Organización Mundial de la Salud a
nivel mundial, proporcionan recomendaciones específicas para
personas que viven con enfermedades crónicas y el
reconocimiento
de los beneficios para la salud de la actividad física aun
cuando solo pueda ser de breve duración (Ding,
Mutrie, Bauman, Pratt, Hallal & Powell, 2020).
También
puede ser útil la imaginería positiva, que consiste en
ayudar al paciente a imaginarse en situaciones incompatibles con la
sensación displacentera y promover sensaciones de bienestar.
En
este sentido, han adquirido un importante desarrollo los sistemas de
realidad virtual diseñados para inducir emociones positivas y
promover la motivación y la activación conductual en
pacientes con enfermedad física (Baños et al., 2013,
Herrero, Castilla, Vizcaíno, Molinari, García-Palacios
& Botella, 2013; Molinari, Vizcaíno, Herrero, Palacios, &
Arbona, 2011).
Promover
el apoyo social
El
apoyo social comprende los procesos a través de los cuales las
relaciones interpersonales promueven bienestar psicológico,
particularmente cuando enfrentan circunstancias estresantes. Para
cada persona es fundamental identificar la cantidad de apoyo que le
es útil recibir para lograr un equilibrio entre el sentimiento
de protección y cuidado y la sobreprotección, que
favorece sentimientos de debilidad e inseguridad. Pero además
es muy importante ayudar a los pacientes a distinguir en su red
familiar y social cuál es el tipo de sostén que puede
recibir de sus allegados (Gómez, 2011). En circunstancias
críticas el apoyo necesario puede ser de diversa índole:
a) instrumental, para poder llevar a cabo las tareas ligadas a la
enfermedad y a la vida en general y ayuda material, b) intelectual
para buscar información apropiada, aumentar la comprensión
de las circunstancias y resolver problemas y c) emocional, que
consiste en recibir una respuesta afectiva y compartir las emociones
y generar momentos placenteros con otras personas (Cukor, Cohen,
Peterson, & Kimmel, 2007).
Al
mismo tiempo es importante que el apoyo atienda a las necesidades
cambiantes del paciente en las distintas etapas de la enfermedad
sosteniendo lo máximo posible su agencia personal.
Promover
la aceptación
La
aceptación de la enfermedad supone un "acuerdo
paciente-enfermedad" por el cual la persona se prepara para
hacer frente a las restricciones y los cambios en la vida cotidiana
que le impone. Para muchos esto puede ser un gran problema y como
consecuencias desarrollan conductas de negación, dando lugar
por ejemplo al incumplimiento de las prescripciones médicas
(Zalewska, Miniszewska, Chodkiewicz, & Narbutt, (2007).
La
aceptación no solo se refiere a la enfermedad en general sino
a las diversas circunstancias que implica (estudios, espera de
resultados, tratamientos y sus efectos secundarios, indicación
de reposo, limitaciones en la actividad, salas de espera,
internaciones, rehabilitación, cambios de hábitos y de
tareas cotidianas, trato con el sistema de salud, con el equipo
médico y con cuidadores u con otras personas del entorno) y a
las ideas y emociones que las acompañan. En cada caso, el
paciente hace un balance entre intentar modificar esas circunstancias
y acomodarse a ellas. En ese camino, aceptar puede significar una
transformación positiva no solo para atravesar las situaciones
sino para incorporar una nueva experiencia ligada al ejercicio de la
paciencia y la tolerancia.
Para
promover la aceptación han probado ser efectivas las técnicas
basadas en la meditación como Mindfulness, que consiste en
prestar atención de manera intencionada, en el momento
presente, y sin juzgar (Kabat-Zinn (1990). Mindfulness tiene un
amplio desarrollo en el campo de la salud física, se asocia a
menos emociones negativas, autocontrol emocional, menores niveles de
fatiga y de dolor (Griffiths, Camic & Hutton, 2009, Pagnini et
al., 2019; Shennan, Payne & Fenlon, 2011).
Conclusión
Todas
las formas de intervención dejan abiertos los caminos para la
esperanza, como factor que subtiende todo el trabajo con pacientes
afectados por una enfermedad.
Como
señala Fernández-Alvarez (1999), cuando la psicoterapia
es capaz de alimentar un sentimiento esperanzado, la condición
del paciente no es vista sólo como un hecho disfuncional y su
vida no es sinónimo de su padecimiento. Constituye más
bien la manifestación de una circunstancia abierta que admite
todavía múltiples transformaciones. Aún en
condicione extremas, la experiencia puede verse como una realidad que
está en vías de reconstrucción. En este sentido,
la psicoterapia es un puente de diálogo para ensayar
alternativas y construir colaborativamente ideas prácticas
sobre qué hacer y cómo actuar para aliviar.
Referencias
Anderson,
C. M., Hogarty, G. E., & Reiss, D. J. (1980). Family treatment of
adult schizophrenic patients: a psycho-educational
approach. Schizophrenia
Bulletin, 6,
490.
Bandura,
A. (1987). Pensamiento
y acción: fundamentos sociales.
Barcelona: Martínez Roca.
Baños,
R. M., Espinoza, M., García-Palacios, A., Cervera, J. M.,
Esquerdo, G., Barrajón, E., & Botella, C. (2013). A
positive psychological intervention using virtual reality for
patients with advanced cancer in a hospital setting: a pilot study to
assess feasibility. Supportive
Care in Cancer,
21,
263-270.
Bury,
M. (1982). Chronic illness as biographical disruption. Sociology
of health & illness, 4,
167-182.
Campos,
M., Iraurgui, J., Páez, D. y Velasco, C. (2007).
Afrontamiento y regulación emocional de hechos estresantes: Un
meta-análisis de 13 estudios. Boletín
de Psicología,
82,
25-44.
Cudney,
S. & Weinert, C. (2012). An online approach to providing chronic
illness self-management information. CIN:
Computers, Informatics, Nursing,
30,
110-117. doi:10.1097/NCN.0b013e31822b899a.
Cukor,
D., Cohen, S. D., Peterson, R. A., & Kimmel, P. L. (2007).
Psychosocial aspects of chronic disease: ESRD as a paradigmatic
illness. Journal
of the American Society of Nephrology, 18,
3042-3055.
Ding,
D., Mutrie, N., Bauman, A., Pratt, M., Hallal, P. R., & Powell,
K. E. (2020). Physical activity guidelines 2020: comprehensive and
inclusive recommendations to activate populations. Lancet
(London, England),
S0140-6736.
Fernández-Alvarez,
H. (1992). Fundamentos
de un modelo integrativo en psicoterapia.
Buenos Aires: Paidós.
Fernández-Álvarez,
H. (1999). El factor esperanza en los grupos terapéuticos. En
H. Mesones Arroyo. (Comp.), Praxis
de las psicoterapias
(pp. 45-58). Buenos Aires: Ananké.
Fernández-Alvarez
, H. (2005). La autoestima en las enfermedades crónicas.
Segunda
Jornada de Psicosalud Pública. Facultad
de Medicina, Universidad de Buenos Aires.
Fernández-Álvarez,
H., Consoli, A. J., & Gómez, B. (2016). Integration
in psychotherapy: Reasons and challenges.
American
Psychologist, 71,
820.
Fernández-Álvarez,
H., & Fernández-Álvarez, J. (2017). Terapia
cognitivo conductual integrativa. Revista
de Psicopatología y Psicología Clínica, 22,
157-169.
Fernández-Álvarez,
H., & Fernández-Álvarez, J. (2019). Commentary:
Why Cognitive Behavioral Therapy Is the Current Gold Standard of
Psychotherapy.
Frontiers in Psychiatry, 10,
123.
Gómez,
B. (2011).
Abordaje
de perturbaciones asociadas a enfermedades físicas crónicas.
En:
H.
Fernández-Álvarez (comp.).Paisajes
de la Psicoterapia. Modelos, aplicaciones y procedimientos, 239-266.
Buenos
Aires: Polemos.
Gómez,
B. y Mazzulla, M. (2008). Enfermedad Física y trastorno de
Personalidad. En H. Fernández-Álvarez (comp.)
Integración
y Salud Mental. El proyecto Aigle 1977-2008,
387- 422.Bilbao: Desclée de Brouwer.
Greenberg,
L. S., Elliott, R., & Pos, A. (2009). La
terapia focalizada en las emociones: una visión de
conjunto. Boletín
Científico, 142.
Griffiths,
K., Camic, P. M., & Hutton, J. M. (2009). Participant experiences
of a mindfulness-based cognitive therapy group for cardiac
rehabilitation. Journal
of Health Psychology,
14,
675-681.
Herrero,
R., Castilla, D., Vizcaíno, Y., Molinari, G., García-Palacios,
A., & Botella, C. (2013). Avances en el tratamiento psicológico
de la fibromialgia: el uso de la realidad virtual para la inducción
de emociones positivas y la promoción de la activación
comportamental. Un estudio piloto. Revista
Argentina de Clínica Psicológica,
22,
111-120.
Hopko,
D. R., Lejuez, C. W., Ruggiero, K. J., & Eifert, G. H. (2003).
Contemporary
behavioral activation treatments for depression: Procedures,
principles, and progress. Clinical
psychology review,
23,
699-71.
Jerant,
A., Moore, M., Lorig, K., & Franks, P. (2008). Perceived control
moderated the self-efficacy-enhancing effects of a chronic illness
self-management intervention. Chronic
Illness, 4, 173-182.
Kabat-Zinn,
J. (1990). Full
catastrophe living: Using the wisdom of your body and mind to face
stress, pain, and illness.
New York, NY: Delacorte.
Kramer,
U., & Stiles, W. B. (2015). The responsiveness problem in
psychotherapy: A review of proposed solutions. Clinical
Psychology: Science and Practice, 22,
277-295.
Lederberg,
M. S., & Holland, J. C. (2011). Supportive psychotherapy in
cancer care: an essential ingredient of all therapy. In M. Watson, &
D. W. Kissane (Ed.), Handbook
of psychotherapy in cancer care, (pp.
3-14). Hoboken: Wiley- Blackwell.
McGillion,
M. H., Watt-Watson, J., Stevens, B., LeFort, S. M., Coyte, P., &
Graham, A. (2008). Randomized controlled trial of a psychoeducation
program for the self-management of chronic cardiac pain. Journal
of pain and symptom management, 36,
126-140.
Molinari,
G., Vizcaíno, Y., Herrero, R., Palacios, A. G., & Arbona,
C. B. (2011). Inducción de Emociones Positivas Utilizando TIC
como Complemento para la Regulación de la Actividad en el
Tratamiento de la Fibromialgia. RevistaeSalud.
com, 7,
29-3.
Murray,
C. J., Aravkin, A. Y., Zheng, P., Abbafati, C., Abbas, K. M.,
Abbasi-Kangevari, M., ... &
Abegaz, K. H. (2020). Global burden of 87 risk factors in 204
countries and territories, 1990–2019: a systematic analysis for
the Global Burden of Disease Study 2019. The
Lancet,
396
(10258),
1223-1249.
Mynors-Wallis,
L. (2005). Problem-solving
treatment for anxiety and depression: A practical guide. OUP
Oxford.
Nugent,
R., & Fottrell, E. (2019). Non-communicable diseases and climate
change: linked global emergencies. The
Lancet,
394(10199),
622-623.
Pagnini,
F., Cavalera, C., Rovaris, M., Mendozzi, L., Molinari, E., Phillips,
D., & Langer, E. (2019). Longitudinal associations between
mindfulness and well-being in people with multiple sclerosis.
International
Journal of Clinical and Health Psychology, 19,
22-30.
Reeve,
J., Lloyd-Williams, M., Payne, S., & Dowrick, C. (2009). Towards
a re-conceptualisation of the management of distress in palliative
care patients: the Self-Integrity Model. Progress
in Palliative Care, 17,
51-60.
Schnur,
J. B., & Montgomery, G. H. (2010). A systematic review of
therapeutic alliance, group cohesion, empathy, and goal
consensus/collaboration in psychotherapeutic interventions in cancer:
Uncommon factors? Clinical
Psychology Review, 30, 2,
238-247.
Shennan,
C., Payne, S., & Fenlon, D. (2011). What is the evidence for the
use of mindfulness‐based
interventions in cancer care? A review. Psycho‐oncology,
20,
681-697.
Stiles,
W. B., Honos‐Webb,
L., & Surko, M. (1998). Responsiveness in psychotherapy. Clinical
psychology: Science and practice, 5,
439-458.
Tryon,
G.S., & Winograd, G. (2002). Goal consensus and collaboration.
In: J.C. Norcross (Ed.) editor. Psychotherapy
relationships that work: Therapist contributions and responsiveness
to patients, (pp.
109–125). New York, NY: Oxford University Press; 2002.
Wainwright,
D., Donovan, J. L., Kavadas, V., Cramer, H., & Blazeby, J. M.
(2007). Remapping the body: learning to eat again after surgery for
esophageal cancer. Qualitative
health research, 17,
759-771.
Williams,
S., & Bendelow, G. (1998). In search of the 'missing
body'. Modernity,
medicine and health,
125.
Zalewska,
A., Miniszewska, J., Chodkiewicz, J., & Narbutt, J. (2007).
Acceptance of chronic illness in psoriasis vulgaris patients. Journal
of the European Academy of Dermatology and Venereology, 21(2),
235-242.