Introducción
Las
ansiedades infantiles son problemas frecuentes en la clínica
infantil –alrededor del 18% de las consultas refieren a ellos
en nuestra experiencia institucional privada, y entre el 8 al 12% en
la población mundial (Muris, et al., 2002).Craske expresa:
"los desórdenes de ansiedad constituyen el grupo mayor
dentro de los desórdenes mentales en la mayoría de las
sociedades occidentales y son una de las causas que lideran las
discapacidades" (Craske, 2017, pag.1). Por su parte la
Organización Panamericana de la Salud (2017) ha estimado un
aumento
de 14,9% desde el 2005 a la actualidad en la población general
(niños y adultos), mencionando
a las ansiedades como una de las epidemias que se pronostican para
este nuevo siglo, y sugiriendo profundizar su investigación.
Los
datos mencionados justifican "per se" el análisis
del tema, desde diversas aproximaciones teóricas y prácticas
para su comprensión y tratamiento, ya que sabido es hoy, que
se trata de un tema complejo, y por lo tanto ningún modelo ni
teoría puede abordarlo de manera absolutamente comprensiva o
excluyente.
El
estudio de las ansiedades infantiles -descritos en el DSM-V bajo la
clase de "trastornos de ansiedad", y sus diferentes
sub-tipos- tiene una larga historia a partir del vastamente conocido
caso Hans, de S. Freud, que recorrió el mundo de la
psicopatología de niños durante más de 50 años,
bajo el título de "Análisis de la fobia de un
niño de 5 años" (Freud, 1943), como paradigma
del trastorno de ansiedad infantil.
Con
el correr del tiempo, diferentes conceptos tales como miedo, fobia,
angustia, ansiedad, y pánico, se han ido incluyendo, y
especificándose sub-tipos de ansiedades infantiles en los
diversos DSM; de modo similar en los CIE. Tratándose de
conductas de niños, se percibe mayor o menor aceptación
de dicha especificación por parte de clínicos e
investigadores, ya que resulta muy difícil encontrar cuadros
"puros" en la infancia, y tanto más difícil
cuanto menor es el niño: su integridad bio-psico-social se
expresa fácilmente de manera totalizadora, y puede modificarse
de un tipo de ansiedad a otra con relativa rapidez, tal como sugería
Ajuriaguerra (1977) en el siglo pasado. Este planteamiento es
coincidente con los modelos transdiagnósticos de David Barlow
y Michelle Craske (Barlow, 2002; Craske et al., 2009), que – al
decir de Tortella-Felliú- tratan de dar cuenta de las
comunalidades que se observan entre los diversos trastornos de
ansiedad, y se puede reconocer la vulnerabilidad compartida entre
ellos y su elevada comorbiidad (Tortella-Felliú, 2014).
Por
lo tanto, las distinciones propuestas para los años
infantiles, resultan más conceptuales que pertenecientes a la
práctica clínica.
A
pesar de ello, y básicamente a los fines de mantener el
diálogo entre los especialistas del mundo científico,
la clasificación del DSM se mantiene vigente, y se
han ido desarrollando e investigando en su confiabilidad y validez
nuevos tests y cuestionarios, con el objetivo de evaluar los
distintos sub-tipos de ansiedad en los infantes (Muris, et al.,
2002). No obstante, es de destacar que
el actual DSM V - como sostiene Tortella-Felliú
(2014)
- ha mostrado un avance en relación a sus anteriores
versiones, al considerar
la existencia de factores
de riesgo compartidos de orden temperamental, ambiental, y genético,
en todos los trastornos de ansiedad.
Otra
arista difícil de definir en el tema cuando se trata de niños,
refiere a cuándo un temor es simplemente evolutivo o "normal",
y cuándo considerarlo un desorden o trastorno psicopatológico.
Varios autores han
afirmado que los miedos forman parte de la vida común a todo
niño, de hecho tienen valor protector, e incluso se han
descrito los temores más típicos de cada edad
(Gullone, 2000; Vasta, Haith, y Miller, 2001; Warren y Sroufe, 2004;
Craske, et al., 2017). Pero, a la vez, se ha advertido que probado
está que los
temores intensos que aparecen en la infancia sin detección ni
tratamiento, tienden a permanecer crónicamente y a asociarse a
otros trastornos de personalidad, convirtiéndose -al decir de
Craske- en causas de impedimentos para el ejercicio del rol en la
vida, desde leves hasta discapacidades severas para el desarrollo de
la persona (por ejemplo, la imposibilidad de salir de la casa).
Esta
diferenciación, por lo tanto, va más allá de una
encrucijada teórica o conceptual. Al respecto se vuelve
importante considerar también cómo los cambios
socio-culturales sucedidos a través del tiempo, han habilitado
la aparición de nuevos estímulos y situaciones
amenazantes, que se han ido sumando a los "tradicionales":
miedo intenso a personajes o juegos cibernéticos, a verse
expuesto a la violencia conyugal/doméstica, al abuso sexual, a
ciertas enfermedades como el SIDA, a ser víctima de secuestro,
robo o asalto, al bullying escolar o barrial, al "grooming"
(Muris, et al., 2002;
Mellon, Koliadis y Paraskevopoulos, 2004; Casabianca, 2014).
Pero,
sin lugar a dudas, el gran interrogante que ha despertado la
curiosidad de tantos clínicos e investigadores, y mantiene la
llama de la investigación encendida, es: ¿cómo
es que en algunos casos los temores (miedos, fobias y ansiedades)
desaparecen por sí solos con el correr del tiempo, mientras
que en otros permanecen, interfiriendo una o más áreas
de la vida infantil, convirtiéndose en "trastornos"
o problemas para consulta? En
consecuencia, ¿con
qué tratamientos
se
puede ayudar a aliviar o resolver las distintas ansiedades?
Las
respuestas a estas preguntas se han intentado buscar a través
de varios enfoques, entre los que se destacan la Psicología
del Desarrollo, la Teoría del Apego, la Psiquiatría y
Psicopatología Infantil, las Neurociencias, y la Investigación
empírica realizada desde distintos modelos teóricos y
psicoterapéuticos: el psicoanálisis, el conductismo, la
sistémica y la cognitiva. Ninguna explicación ni método
desarrollado a partir de sus propios supuestos, ha logrado dar
respuestas contundentes ni exhaustivas al problema de las ansiedades.
Más aún, se podría afirmar que, a pesar del
énfasis y preocupación que las organizaciones relativas
a salud mental expresan cuando refieren a las ansiedades infantiles,
tampoco se dedican esfuerzos o recursos suficientes para la detección
y tratamiento de esos trastornos (Craske et al., 2017).
Personalmente,
la curiosidad asentada sobre aspectos desconocidos del problema,
estimuló una investigación publicada en todo su
desarrollo en 2012 (Casabianca, 2012), realizada desde
un paradigma científico sistémico/circular.
Estudios posteriores de posible efectividad terapéutica desde
el mencionado marco conceptual se adicionaron (Casabianca, 2014a), y
recientemente, nuevos casos clínicos posibilitaron una
actualización estadística respecto a variables
consideradas significativas en los análisis anteriores, que
serán expuestos en el presente artículo.
Los
títulos siguientes desarrollan sintéticamente algunos
conceptos teórico/explicativos y psicoterapéuticos
relevantes, investigados desde diferentes ópticas y modelos, y
los resultados de la investigación realizada –y
actualizada en algunas variables- cuyas conclusiones inspiraron el
título general de este trabajo.
Conceptos
referidos a miedos, fobias y ansiedades infantiles desde diversos
enfoques
A
lo largo del siglo XX y la actual centuria, las ansiedades infantiles
han sido enfocadas y analizadas desde diversas epistemologías,
teorías, y modelos. Cada uno de ellos enfatiza distintos
componentes o variables intervinientes en este tipo de problemas, con
el fin de explicar sus orígenes o permanencia. En coherencia
con ellos, los modelos del campo psicoterapéutico,
desarrollaron metodologías a los fines de solucionar el
problema, que es sin lugar a dudas, uno de los más complejos
del campo de las conductas.
Efectuando
una descripción sucinta de los aportes más
significativos, mencionaré que el modelo
psicoanalítico
(Freud, 1936) propuso que la ansiedad neurótica resulta de la
percepción de un peligro interno, como manifestación
afectiva que ocurre cuando los impulsos inconscientes luchan por
devenir conscientes; por lo tanto la ansiedad es resultado del temor
a las consecuencias negativas si los mecanismos de defensa fallan, y
permiten a las demandas del Ello que empujen a la persona hacia
acciones instintivas e impulsivas rechazadas por el Yo.
En
consecuencia, el psicoanálisis propone la toma de consciencia
del conflicto subyacente a los síntomas de ansiedad, como
método terapéutico.
Desde
una
vertiente psiquiátrica infantil
clásica, de Ajuriaguerra (1977) menciona cuatro conceptos
relativos al tema de este trabajo:
Ansiedad:
caracterizada por un sentimiento de peligro inminente, con actitud de
espera que provoca un desorden más o menos profundo, difícil
de compartir, y a la cual se le otorga un carácter de
generalidad. No está referida por lo tanto a ningún
objeto o situación particular.
Angustia:
referida a la manifestación corporal, al "angor"
con sus manifestaciones constrictivas y neurovegetativas, que separa
su valor neurofisiológico del existencial de la ansiedad.
Especifica que en la etapa infantil no resulta justo separarlas, ya
que en el niño las emociones se manifiestan de diversas
formas, desde expresiones motoras de sobresalto hasta reacciones de
tensión corporal diversas.
Miedo
o Temor:
una reacción de defensa como respuesta de huida o
inmovilización, que tiene como objeto una situación
real y presente. Critica este concepto, especificando que "un
niño que no distingue todavía lo real de lo irreal, y
en el que la debilidad o la inexperiencia no permiten que pueda
defenderse, experimentará miedos que son muy vecinos a la
angustia (ansiedad)",
como asimismo que "pueden
ser consecuencia de insatisfacción real o perturbación
frente a los objetos evocados por la elaboración fantasmática.
El objeto fuente de peligro puede ser tanto un objeto externo como un
objeto interno" (Ajuriaguerra, 1977).
Fobias:
temores injustificados y no razonables ante objetos, seres, o
situaciones de los cuales el sujeto reconoce lo ilógico, pero
lo dominan repetidamente, y tienen como consecuencia una inhibición
en el campo de la acción y frecuentemente en el de la
representación. En este sentido, aclara el autor que: debido
a la frecuencia con que se presentan en los niños, Freud la
consideraba normal en la etapa infantil.
En
síntesis, de Ajuriaguerra (1977) sostiene que conceptualmente
habría que hacer una distinción entre las clases
mencionadas, pero que cuando se trata de niños, el dato
importante es cuánto las ansiedades de diversa clase afectan
concretamente la vida del infante.
Más
recientemente, y apoyando la posición mencionada, Greco y
Morris (2004) advierten que realizar una evaluación confiable
y válida de las ansiedades infantiles involucra dificultades
significativas, incluyendo "la alta co-morbilidad, tanto
dentro de las diversas categorías de ansiedad, como entre
ansiedad y depresión".
Desde
la
vertiente de la investigación empírica,
Muris (2007) sostiene que "miedo"
y "ansiedad"
son dos conceptos diferentes en sus manifestaciones, funciones y
sustratos biológicos. El análisis factorial de los
síntomas en jóvenes ansiosos ha logrado identificar dos
factores separados: el primero, miedo,
se caracteriza por la activación autonómica y
comportamientos de lucha-huida, que surgen cuando hay una amenaza
próxima, cierta o detectada. El segundo factor, ansiedad,
está
tipificado por tensión, aprensión y preocupación,
y puede manifestarse sin la presencia de un peligro actual, como una
estrategia cognitiva de evitación de amenazas más
distantes o futuras (Chorpita, Albano y Barlow, 1998; Barlow, 2002;
Craske, 2003). En ambas emociones negativas, hay involucrados
circuitos cerebrales diferentes: los sistemas más primitivos
subcorticales en el miedo, mientras que en la preocupación o
ansiedad, predominantemente está involucrada la activación
cortical izquierda que inhibe la actividad autónoma para
facilitar el proceso cognitivo y la planificación para lidiar
contra el peligro.
La
teoría del apego
sostiene que el nivel de ansiedad en los niños, está
afectado por la manera en que están –o han estado-
apegados a sus cuidadores (Bowlby, 1973). Cuando un niño ha
desarrollado con sus cuidadores un estilo de apego
ansioso-ambivalente, responden a la separación con gran
angustia, mezclando comportamientos de apego con expresiones de
protesta, enojo y resistencia (Ainsworth, 1978).
Así
es como las formas de apego son desarrolladas tempranamente, y poseen
alta probabilidad de mantenerse toda la vida, como un modelo mental
interno que integra creencias acerca de sí mismo, los otros, y
el mundo social en general (Ungerer, y Mc Mahon, 2005; Cherry, 2018).
Terapias desarrolladas a partir de esta teoría, tienen como
objetivo ayudar a reparar rupturas en las relaciones niño-cuidadores,
y re-instaurar un vínculo emocionalmente seguro.
Los
enfoques conductuales
por su parte, ponen el acento en que las conductas fóbicas son
aprendidas, y el temor hacia ciertos objetos o situaciones lleva
inmediatamente a una restricción de la conducta adaptativa: la
evitación del objeto o situación temida. Sutherland y
Amit (1977) sostenían que a única diferencia entre el
desarrollo de un temor normal y el de una fobia, era que en ésta
el miedo era inapropiado e irracional. Asimismo, se evolucionaba
–según sus observaciones- hacia un patrón de
evitación.
Por
lo tanto, el problema psicopatológico está focalizado
más en la reacción conductual que en la ansiedad que la
provoca, y la implementación de la exposición al
objeto/situación temidos, es la técnica que incluyen en
terapia en diversos grados y frecuencia, con el objeto de deshacerse
de los temores: se re-aprende una conducta adaptativa.
La
escuela cognitiva
supone que los estímulos de diverso orden son procesados,
interpretados o evaluados por el individuo como temibles, lo cual
elevará la ansiedad y las creencias acerca de la
vulnerabilidad o incapacidad para responder a ellos, y esto a su vez
vuelve a elevar la ansiedad y moviliza reacciones desadaptativas
frente a dichos estímulos, lo cual a su vez refuerza la noción
de déficit en el sujeto (Beck, y Emery, 1985).
De
esta manera el sistema de cognición-emoción-reacción
se entrelaza constituyendo un "esquema" o constelación
cognitiva que es necesario modificar, para convertir a las conductas
de ansiedad en adaptativas. Este tipo de terapia, basada
fundamentalmente en la re-interpretación de las situaciones
amenazantes, se combina frecuentemente con técnicas
conductistas en los tratamientos de ansiedades infantiles.
Desde
el punto de vista
sistémico-familiar
se entiende que las conductas de temor "aparecen
en relación a, y forman parte de"
ciertos patrones interaccionales del contexto significativo para un
sujeto, entre los cuales la familia representa el más estable
y permanente a lo largo de la vida (Minuchin, 1984; Haley, Hoffman,
2001; Fisch, Weakland y Segal, 1984). Es en los sistemas de
relaciones más o menos estables donde se aprenden, se
comparten y adjudican significados y valoraciones a las conductas de
sus miembros, y se reacciona mutuamente a dichas significaciones,
creencias o narrativas que mantenidas a lo largo del tiempo
estabilizan ciertos patrones de conductas interactivas, impidiendo
que se actualicen otros (Gergen, y Gergen, 1984; Anderson y
Goolishian, 1988; White y Epston, 1993; Casabianca y Hirsch, 2009).
Desde
este enfoque que abre la mirada a los contextos sociales en los
cuales los individuos están inmersos -y a la vez construyen y
transforman- cobran importancia cómo
se significa laconducta-problema de
ansiedad, y cómo
reaccionan a la misma las persona sin volucradas en dichas
significaciones,
incluyendo al niño con temores.
En
consecuencia, las terapias sistémicas tienden a la
modificación de significados y/o patrones interaccionales que
sustentan a las ansiedades.
En
los últimos años, y en coincidencia con el desarrollo
de tecnología médica específica, las
neurociencias han
adicionado saber relativo al funcionamiento cerebral de los infantes
que sufren de ansiedad, y si bien no se ha logrado aislar un gen
específico hasta nuestros días (Kendler, 1996; Marquez
Lopez-Mato, 2004), parece que es el conjunto de pequeñas
aportaciones de muchos genes de diversas áreas de los
cromosomas, el que nos hace vulnerables a la ansiedad. Diversos
autores comparten la opinión de que a nivel neurobiológico
existe activación de las vías noradrenérgicas a
partir del "locus coeruleus". No obstante, Marquez
diferencia el miedo –que activaría respuestas de lucha y
huida a través del mencionado mecanismo- de la ansiedad, que
estimula el sistema noradrenérgico y las vías
serotoninérgicas. De esta manera la reacción inicial de
lucha/huida, se suprime por acciones inhibitorias serotoninérgicas
(Vazquez y Cetkovich-Bakmas, 2004).
Ceberio
(2014), afirma que en los trastornos de los miedos se activa el mismo
eje neurobiológico del estrés, que inicia en la
amígdala y continúa en el circuito hipotalámico
– hipofisiario - suprarrenal, produciendo a su vez las mismas
neurohormonas: adrenalina, noradrenalina y cortisol. Los pacientes
con este tipo de trastornos ejercitan permanentemente la amígdala,
como órgano detector del miedo, mediante las atribuciones
cognitivas que depositan en ciertas situaciones que les detona el
pánico, calificándolos como "amigdalino
sensibles".
Según
especifican Craske et al. (2017), si bien la neurobiología de
los desórdenes de ansiedad en un individuo particular es
bastante desconocida aún, coinciden con otros autores en que
se han identificado ciertas generalidades
para la mayoría de los desórdenes, referidas a
disfunciones en el sistema límbico, disfunción en el
axis hipotalámico-pituitario-adrenal, y factores genéticos.
Asimismo sostienen que el sexo femenino y una historia familiar de
ansiedad, son factores de riesgo generales para los problemas de
ansiedad.
El
aporte de las Neurociencias está cercano al de la genética,
y su relación con las condiciones ambientales.
Al
decir de Vlassoff, "la ansiedad –al igual que varios
rasgos de personalidad y respuestas emocionales- es producto de la
interacción entre nuestro código genético y las
influencias ambientales. Nuestros genes nos hacen más
receptivos a algunos estímulos, y desempeñan un rol en
el desarrollo de resiliencia respecto a otros estímulos.
Nuestro cerebro es plástico. Por lo tanto no se puede negar el
rol de los factores ambientales en ese desarrollo y modelado"
(Vlassoff, 2017, pag 1).
Un
aporte previo –que probablemente ha funcionado como antecedente
de esta posición- surgió de la integración de
conocimientos de la Psicología y las Neurociencias referente a
una visión
"interactiva" entre genética y condiciones
socio-ambientales.
Michael
Rutter aludió a que los factores ambientales e interpersonales
juegan un rol central, algunas veces disparador, en la determinación
de los resultados de las conductas en niños con riesgo
genético. Más aún, "tanto activa como
pasivamente las influencias genéticas pueden afectar las
condiciones ambientales relativas a los problemas sociales y de
salud" (Rutter, 2000, 2005, 2013). Esta influencia mutua
observada entre natura y ambiente, llevó a acuñar el
concepto de "interacción
gene-ambiental",
que en los últimos años ha acrecentado su tendencia a
la investigación empírica respecto a cuánto y
cómo la genética se expresa directamente en conductas,
o cuánto se ve afectada por, y afecta a los contextos
sociales. Observaciones posteriores desde esta óptica genética
interactiva, apoyan ambos tipos de influencia (Rutter, Pickles,
Murray, y Eaves, 2001; Wetzer, 2004; Rolland, 2005, Sluzki, 2007).
Los mencionados descubrimientos en la interacción
gene-ambiental ayudan a comprender que la predisposición
genética puede moderar
o amplificar
el impacto de conductas de las personas cercanas significativas, pero
también y a la recíproca,
estimular
conductas en los otros que disminuyan o aumenten la probabilidad de
que aparezca en el niño con predisposición genética,
la disfuncionalidad o patología: se trataría de una
influencia diádica.
Muris,
en 2007, manifestaba que la
herencia específica necesita de más investigación
para resultados concluyentes. En concordancia con él, la
mayoría de los investigadores hoy, acuerdan en que los
factores genéticos actúan como una influencia general,
y que los factores ambientales dan cuenta de los desórdenes
específicos. En otras palabras, la
propensión general heredada a la ansiedad, necesita
interactuar con eventos adversos del ambiente para causar la
manifestación específica de un trastorno de ansiedad.
Waszczuk,
Zavos y Eley (2013),
hablan de una sensibilidad
general a la ansiedad, que
podría manifestarse en diversos síntomas o clases de
síntomas, en relación a diversas situaciones
ambientales.
Lo
que aparece como más probable - expresaban Hudson y Rappe ya
en 2005- es que el desarrollo de los trastornos de ansiedad, entre
los factores ambientales que involucra, incluye la
relación recíproca
entre la vulnerabilidad genética del niño que exhibe
altos niveles de reactividad y emotividad, y la respuesta parental al
mismo.
En
los años que corren,
el énfasis está puesto en la investigación de
esa contribución mutua en la díada padre-hijo –tanto
desde el punto de vista neurobiológico/genético como
psico-social – para lograr una comprensión más
clara acerca de la relación entre los factores de
riesgo/vulnerabilidad y la presencia actualizada de los síntomas
de ansiedad, sin evitar excluir los
"factores protectivos":
la
resiliencia, el control en el esfuerzo, el control percibido,
conceptos relativos a la auto-estima y auto-eficacia, la regulación
emocional, el afrontamiento, los mecanismos de defensa, y el apoyo
social más amplio (Muris, 2010).
Es
interesante remarcar en relación a los avances científicos
logrados, que el trabajo clínico desde una mirada extendida a
los vínculos, nos aporta permanentemente evidencia de que un
niño con temores intensos o invalidantes –más
allá de su predisposición genética o de
personalidad- afecta a sus seres cercanos, y éstos responden a
la vez con conductas que no favorecen la evolución positiva o
desaparición de los mismos, instalándose y
manteniéndose con el correr del tiempo, el problema que los
trae a consulta (Casabianca, 1995; 2001).
Estas
observaciones –y las preguntas que aún no tienen
respuesta- hacen pensar en la interacción compleja entre
variables de índole diversa que juegan en estos problemas, y
que actualmente nadie niega.
En
referencia específica al pánico y las fobias en
estudios de adultos, Ceberio (2014) sostiene que los trastornos de
las patologías asociadas al pánico y a las fobias,
podrían constituirse en un grupo sintomático que
sinergiza varios factores de índole emocional, cognitivo,
interaccional-pragmático y neuroendócrinos.
No
obstante es difícil, aún hoy, incluir en el campo de la
investigación una mirada compleja. Es difícil no sólo
modificar el paradigma científico tradicional hacia un enfoque
circular/contextual –de "mutua causalidad"- sino
también asimilar el concepto de "integración e
interacción" entre componentes descritos desde diversos
enfoques y ciencias, a la hora de comprender y tratar de resolver las
ansiedades infantiles. Creo que muchas veces, la "territorialidad
política", sesga nuestras miradas. También es
cierto que para ejercer un cambio en los problemas de índole
mental, por la integración natural del psiquismo humano, no es
necesario "atacar" y modificar todos los sustratos
implicados, salvo en algunas situaciones excepcionales. Adicionado a
otras razones, este rasgo ayuda también a entender que los
profesionales nos apeguemos más a ciertos modelos que a otros,
especialmente frente a la complejidad, como es el caso de las
ansiedades infantiles.
¿Cómo
definimos a las ansiedades infantiles?
Analizando
las diversas acepciones mencionadas para los miedos, fobias y
ansiedades, encontramos ciertas cualidades
comunes
que nos permiten caracterizarlos y definirlos en la infancia, más
allá de cuál haya sido la fuente de información
de la que proviene su conceptualización, y la clase o tipo a
que se refieran:
-
hay una anticipación
o percepción presente
de un objeto, persona o situación, internos o externos, a los
que se le adjudican cualidades temibles de diversa intensidad (desde
inquietante hasta horripilante o catastrófica),
-
siempre generan en el niño una sensación
de estar amenazado o en peligro,
él mismo o los demás,
-
el infante percibe escasa
capacidad para defenderse
o posibilidad de luchar y tener control sobre dichos estímulos
amenazantes,
-
en consecuencia se
tratan de evitar,
lo cual interfiere disminuyendo o bloqueando conductas de adaptación
a las situaciones habituales de la vida infantil, en distintas áreas,
grados y tiempos de permanencia, y
-
se
acompañan de sensaciones físicas o fisiológicas,
más o menos desagradables, según el grado de conciencia
de afectación que pueda tener el niño de ellas.
Las
cualidades mencionadas, permiten construir una meta-definición
de los miedos-fobias-ansiedades infantiles, como "conductas
de anticipación o presencia de objetos, personas o situaciones
internos o externos amenazantes o peligrosos para el sujeto que los
percibe y vivencia, frente a los cuales no se atisban desde quien las
sufre posibilidades o recursos para afrontarlos con efectividad, por
lo que siempre se acompañan de conductas consecuentes de
evitación e inhabilitación, lo que a su vez interfiere
la adaptación funcional en diversas áreas de la vida en
grados y tiempos variables, acompañadas de sensaciones físicas
o fisiológicas más o menos conscientes, y por ende, más
o menos desagradables" (Casabianca,
2012, pag. 35).
A
esta meta-definición podemos denominarla "temores
disfuncionales",
considerando
-con visión abarcativa- los constructos particulares derivados
de las diversas ópticas, las observaciones finas de clínicos
e investigadores, y el significado otorgado al término
"disfunción" por J. Wakefield: "El término
"disfunción" está anclado en la biología
de la evolución y refiere a una falla en un mecanismo interno
para llevar a cabo una de sus funciones naturales" (Cova S. F
et al., 2017, pag. 1). Los temores disfuncionales infantiles refieren
a alteraciones más o menos estables en el tiempo, que impiden
que los niños puedan poner en juego funciones, conductas y
actividades propias de su edad, limitando la adaptación no
sufriente a la vida cotidiana, y por lo tanto, obturando el natural
desarrollo del infante.
Descripción
de la investigación. Sus antecedentes y fundamentos
El
objetivo del trabajo -en su versión original, publicada en
2010 y 2012- fue investigar desde una epistemología
sistémica-circular, específicamente desde los supuestos
del Mental Research Institute de Palo Alto, California, cómo
se presentan en la clínica los arriba denominados temores
disfuncionales (categorizados
en el DSM V como "trastornos
de ansiedad" y sus diferentes sub-tipos).
Dicho
estudio exploratorio permitió obtener resultados novedosos,
respecto a variables sociales interactivas propias de los temores
disfuncionales: patrones
y creencias sostenidas entre los "Otros Significativos"
(personas que influyen sobre el problema y quien lo porta) y el niño
con temores,
en un circuito que se retroalimentaba a sí mismo y mantenía
el problema, más allá de cuál pudiera haber sido
su origen o situación disparadora.
Continuando
con el análisis de los mismos datos, se adicionó un
estudio exploratorio acerca de la posible efectividad terapéutica
de una terapia sistémico/integrativa, dirigida a modificar
específicamente el circuito de mantenimiento de los problemas
(Casabianca, 2014a). Para la actual oportunidad, se decide agregar
una muestra de 15 familias con al menos un hijo/a con temores
disfuncionales, de las mismas características demográficas
que las anteriores, a los fines de enriquecerlos datos obtenidos en
los estudios previos.
Analizar
en mayor profundidad las variables interactivas que juegan en los
temores disfuncionales, y la posible efectividad de un tratamiento
sistémico/integrativo dirigido a resolver el problema, se
vuelve nuevamente relevante a mi modo de entender por los siguientes
motivos:
-permite
validar conocimiento novedoso adquirido en relación a la
naturaleza y dinámica de los temores disfuncionales. Esto
posibilita una comprensión
de
estos problemas desde otra perspectiva científica, sin
investigación empírica previa en poblaciones
infantiles,
-el
conocimiento de las creencias compartidas y los patrones
interaccionales asociados a los temores infantiles -incluyendo así
al niño que los sufre y a su contexto social inmediato- aporta
un tipo de diagnóstico
relacional confiable,
relativamente fácil y rápido de construir,
-este
enfoque diagnóstico contextual-sistémico, posibilita a
la vez orientar al profesional interviniente hacia un tratamiento
focalizado, en plazos breves,
con la colaboración de todos o simplemente algunos de los
involucrados en el problema, con interés y capacidad para
resolverlo,
-a
partir de los conocimientos mencionados, podrían inferirse
reglas
de prevención.
El conocimiento de regularidades interaccionales disfuncionales en
relación a los temores infantiles, podría abrir
lineamientos acerca de "qué
no es conveniente hacer"
cuando un niño manifiesta temores.
Hipótesis
originales
A.
"Más
allá de otros factores intervinientes, siempre existen
creencias y patrones interaccionales típicos, retroalimentados
entre el niño que manifiesta temores disfuncionales y otros
significativamente relacionados con él"
B.
"Hay una relación significativa entre los resultados
obtenidos implementando un tratamiento sistémico/integrativo y
el mantenimiento de las soluciones a través del tiempo"
Población
analizada, Objetivos y Metodología de trabajo
En
el presente trabajo sólo se mencionan datos generales de las
investigaciones previas. Los específicos acerca de los
instrumentos implementados se encuentran detallados en las obras
citadas, publicadas en 2012 y 2014.
En
la
primera investigación,
la población analizada es tuvo compuesta por 129 familias de
clase media, que consultaron por un niño/a entre 3 y 12 años
por temores u otros tipos de problemas, en una institución
privada.
Para
la oportunidad, se dividió la población en 2 muestras
clínicas accidentales: la primera, como "grupo
experimental" (75 familias que consultaron por temores
disfuncionales), y la segunda como "grupo control" (54
familias que consultaron por otros tipos de problemas diversos
"no-temores": de disciplina, de alimentación, de
rendimiento escolar, de piel, etc.).
El
objetivo general
fue corroborar la Hipótesis enunciada: "investigar
la existencia de patrones interaccionales y creencias típicas
sostenidas entre el PI (paciente identificado) y los Otros
significativos".
La
metodología de trabajo
consistió básicamente en la comparación
estadística de ambas muestras respecto a los patrones
interaccionales que aparecieron, y las creencias asociadas a las
situaciones-problema. Unos y otras fueron clasificados por jueces
independientes. En
el grupo experimental (con temores disfuncionales) se analizaron
además otras variables
intervinientes:
tipos de temores, edad y sexo de los Pacientes identificados, y
variables demográficas de los padres y su relación con
los temores disfuncionales (Casabianca, 2010; 2012).
En
la
segunda investigación se
analizaron 45 familias tomadas al azar de la muestra experimental.
El
objetivo general fue
realizar un estudio exploratorio respecto de la posible
efectividad de una terapia sistémico/integrativa
(combinando intervenciones sistémicas, conductuales,
cognitivas y de relajación), dirigida
específicamente a la modificación de los patrones y
creencias diagnosticados como sostenedores interaccionales de los
temores
traídos a consulta.
La
metodología de trabajo
implementada consistió en analizar
estadísticamente la relación entre la mejoría
percibida en el problema por un adulto significativo -como "mejor"
(éxito) o "igual/peor" (fracaso)-en relación
al mantenimiento o no, de las soluciones que modificaran los patrones
y creencias disfuncionales. Para
la obtención de los datos se realizó un seguimiento
post-terapia entre 1 y 3 años con posterioridad a la
finalización del tratamiento, ocurrida por consenso entre
terapeuta y consultantes: "alta", u otra forma de
finalización: "salida" (Casabianca, y Hirsch,
2009).
En
la
tercera investigación,
realizada recientemente, se agregaron 15 familias a la muestra
general, también de clase media y con al menos un niño
con temores disfuncionales, entre 3 y 12 años de edad. Se
analizan en total 90 familias seleccionadas de manera accidental, con
las mismas características demográficas que las de los
estudios anteriores.
El
análisis actual se
centró solamente en los datos del llamado "grupo
experimental" (niños con temores disfuncionales),
por los siguientes motivos:
a)
El
conocimiento acerca de la naturaleza, dinámica y tratamiento
de los temores disfuncionales son el objetivo fundamental de los
diferentes estudios.
El análisis comparativo de muestras "temores-no
temores", había sido apropiado como metodología
para investigar la tipicidad de los patrones interaccionales y las
creencias asociadas a los temores.
b)
La investigación anterior ya había demostrado
estadísticamente la existencia de un patrón
interaccional y creencias típicos de los temores. Sólo
se quería evaluaren
esta oportunidad, que nuevos casos confirmaran –o no- dichos
patrones y creencias.
c)
La alta confiabilidad obtenida previamente respecto a la
realización de un diagnóstico relacional
-basado en la observación de circuitos y creencias expresadas
por los consultantes-había
sido suficientemente probada (Phi
de Cramer 0.98 para el acuerdo entre jueces independientes), y
confirmada por otros estudios realizados desde el mismo modelo,
implementado en otros tipos de problemas y poblaciones (Nardone,
1997; Sprenkle, yBlow, 2007; Carr, 2018).
d)
Se consideró interesante re-evaluar
descriptivamente algunas variables demográficas que
se habían encontrado
significativamente asociadas a
la presencia de temores disfuncionales en los estudios anteriores.
e)
Se consideró científicamente útil, re-confirmar
la efectividad terapéutica de un modelo sistémico/integrativo,
cuyas intervenciones diversas: prescripciones, sugerencias,
comentarios, relajación, re-significaciones cognitivas, se
dirigieron específicamente a modificar el circuito de
mantenimiento de los temores, incluyendo
al PI, o interviniendo solamente sobre los padres u otros miembros
significativamente ligados a él.
De
esta manera, queda claro que la presente actualización de
datos referidos a las tradicionales "ansiedades infantiles",
no se trata estrictamente de una réplica de las
investigaciones anteriores. Sus
objetivos generales han sido profundizar y enriquecer los resultados
obtenidos previamente
adicionando nuevos casos, tanto en lo referido a la
comprensión de
los temores
disfuncionales infantiles desde una óptica sistémica,
como a evaluar la posible efectividad de una forma de terapia
sistémico/integrativa para aliviarlos o resolverlos.
Metodología
de trabajo
A)
Respecto
a la comprensión de los temores disfuncionales infantiles:
1)
En la muestra actual de 90 familias, 46 varones y 44 mujeres
portadores de temores disfuncionales, se analizaron estadísticamente
los patrones
o circuitos
de soluciones ensayadas fallidas respecto al problema.
(Aclaración:los instrumentos implementados se describen en
Casabianca y Hirsch, 2009, Casabianca, 2012 y 2014a).
2)
Se analizaron las creencias
o significaciones
relativas a la conducta-problema adjudicadas por los adultos
involucrados en la misma, implementando los mismos instrumentos y
procedimientos que en la primera investigación.
3)
Se analizaron descriptivamente las variables
intervinientes,
que en la anterior investigación aparecieron como
significativas
en
relación a la presencia de temores en los niños: sexo y
edad de los PI (pacientes identificados), tipos de temores
disfuncionales en relación al sexo de los PI, ocupación
y edad de las madres.
B)
Respecto
a la efectividad terapéutica de una terapia
sistémica-integrativa en los temores disfuncionales:
1)
Se seleccionaron al azar 57 familias con al menos un miembro con
temores disfuncionales (uno o varios), y se constató
telefónicamente con un adulto el resultado terapéutico
percibido como "mejor" (equivalente a éxito)
o "igual/peor" (equivalente a fracaso)
en relación al estado del problema que se había
consensuado para ser tratado.
2)
Se averiguó si las soluciones exitosas halladas se habían
mantenido a lo largo del tiempo, entre 12 y 30 meses luego de
finalizado el tratamiento.
3)
El test de Chi-Cuadrado se aplicó para investigar si había
relación entre el resultado percibido del tratamiento y el
mantenimiento de las soluciones terapéuticas a lo largo del
tiempo.
4)
Se registró la cantidad de sesiones realizadas, y la forma de
finalización del tratamiento (por "alta": con
consenso entre terapeuta y consultantes, o "salida":
cualquier otra forma de finalización).
Resultados
obtenidos
En
relación al punto A):
patrones interaccionales, creencias/significados otorgados al
problema, y análisis descriptivo de las variables
intervinientes,
se
obtuvieron los siguientes resultados:
1)
La Figura 1 expresa los
patrones
interaccionales
que se establecen entre el PI y los OS (Otros significativos) en
relación a los temores disfuncionales, en la muestra actual
ampliada {ver figura 1}.
El
patrón interaccional típico de los temores
disfuncionales hallado previamente, denominado "PI y Otros se
sobre-involucran", se
refuerza en su frecuencia en el estudio actual: aumenta la
frecuencia de sobre-involucración entre PI-OS, y disminuye
porcentualmente la hetero o auto-descalificación entre los
OS.
El
patrón interaccional típico que se establece entre
PI-OS se describe a continuación {ver figura 2}
Lo
que podemos apreciar en el Patrón
interaccional típico de los temores disfuncionales,
es que frente a la situación disparadora (SD)del temor -como
por ejemplo concurrir a la escuela, dormir solo, quedarse en un
cumpleaños, etc.- aparece la conducta-problema: el
temor a afrontar la situación,
que es específico, según sea la situación
disparadora. Frente a los diversos temores manifestados por los PI,
los "Otros Significativos" manifiestan conductas
de protección o sobre-involucración (acompañan,
calman o explican repetidas veces, protegen). En pocos casos, el PI
intenta cambiar de foco para tranquilizarse, pero esta conducta no se
mantiene. Si se encuentra involucrado en el circuito otro de los
padres, no interviene, avalando las conductas de sobre-involucración
de él o los anteriores. A consecuencia de las conductas
jugadas por todos los participantes –incluido el niño-
los temores disminuyen transitoriamente, hasta
que vuelve a aparecer la situación disparadora y se repite el
patrón.
La
comparación estadística anterior del grupo experimental
con el grupo control, permitió definir la asociación
entre el patrón interaccional descripto y los temores
disfuncionales.
Las categorías restantes: "hétero" o
"auto-descalificación", refieren a actitudes de
crítica
o descalificación mutua entre
los Otros Significativos cuando aparece o se intensifica el temor
(entre padres, hermanos mayores, abuelos, maestros) en el primer
caso, o bien de falta
de coherencia o firmeza
en las actitudes de los OS frente a los PI que manifiestan los
diversos temores, en los casos de auto-descalificación.
Es de destacar que en
el 100% de los casos del grupo con temores, aparece la conducta de
evitación de la situación temida por parte del PI y la
convalidación de la evitación por parte de los OS
en sus intentos de solución. Esto se manifiesta de
manera directa (como
en el patrón típico) porque las figuras de autoridad le
evitan al niño el afrontamiento a la situación temida,
o secundaria
a la hetero o auto-descalificación de cualquiera de los OS,
que les impide mantener el afrontamiento ante el aumento de
intensidad de los temores y las reacciones concomitantes en el niño.
2) Con
respecto a las creencias o significaciones otorgadas
a las conductas-problema por los "Otros Significativos",
se pueden observar las siguientes categorías consensuadas
entre jueces independientes como parte de la metodología:
- Patrones de crianza
inadecuados: descritos
como falta de cuidado, capacidad, o atención por parte de los
padres o cuidadores relevantes
- Experiencias adversas de la
vida: mencionan la
separación de los padres, robos, exposición a conflicto
conyugal, catástrofes físicas
- Rasgo compartido con otro
familiar: describen
como miedosos, ansiosos o con tendencia a la sobre-involucración
a otro/s familiares cercanos (madre, padre, abuelo o tío, en
ese orden de prioridad)
- Adjudicación negativa
al PI: el niño
es percibido como necesitado de mucho afecto, contacto físico
o control, dependiente, frágil, carente de habilidades para
afrontar desafíos
- Adjudicación negativa
al entorno: el mundo
es peligroso, incomprensivo, la escuela demasiado exigente, la calle
habitada por enemigos
Combinaciones
de las categorías anteriores
A continuación se presenta
la Figura 3 con las frecuencias de las categorías
especificadas {ver figura 3}
En
la investigación anterior (Casabianca, 2012) se había
comprobado que las creencias que sobresalen en su frecuencia: la
combinación de "Adjudicación
negativa al PI y rasgo de ansiedad compartido con otro familiar",
seguida por "Experiencias
adversas de la vida"
y "Adjudicación
negativa al PI"
exclusivamente, diferían significativamente de las halladas
en otros tipos de problemas diversos, tales como de rendimiento
escolar, de disciplina, de alimentación, psoriasis, depresión,
etc. Las mencionadas categorías aparecieron en la actual
investigación con mayores
frecuencias que en la anterior,
y se re-confirman como las
creencias
típicas
de los temores disfuncionales.
3)
Variables intervinientes en los temores disfuncionales
La
figura 4 muestra la composición de la muestra según el
sexo
de los PI {ver
figura 4}.
La
muestra está integrada por 46 varones y 44 mujeres como
portadores de temores disfuncionales. La relación entre ambos
sexos se mantiene con respecto a la investigación anterior,
mostrando una leve supremacía de varones como PI en ambas
oportunidades. Este dato no coincide con otras poblaciones
analizadas, que muestran supremacía de niñas con
temores (Muris et al., 2005), pero ellas pertenecen a la clase de
"temores normales".
La
Tabla 1 muestra los tipos
de temores
presentados, y las medias
de edad
de los PI {ver tabla 1}.
Las
edades medias halladas son en su mayoría absoluta más
altas que las encontradas en otros estudios respecto a los temores
evolutivos o "normales" (Muris, 2010).
En
la Figura 5 se pueden observar las clases
de temores disfuncionales
presentados, en
relación al sexo
de los PI que los portan {ver figura 5}.
Es
de señalar que varias clases de temores se presentan con
relativa paridad entre los sexos. A la vez, resulta interesante
remarcar que las clases referidas al mundo "del afuera"
(temor a concurrir a la escuela) o "del adentro" (miedo a
la separación de adultos o familiares) manifiestan diferencias
evidentes entre varones y mujeres. Probablemente éstas tengan
relación con características de la cultura más
amplia, que favorece la competencia entre los varones –que
suele manifestarse evolutivamente en el ámbito escolar- y las
actividades hogareñas entre las mujeres, con la consiguiente
dificultad de desprendimiento.
El
próximo gráfico muestra la ocupación
de las madres,
otra variable interviniente que en la investigación anterior
(2012) se había encontrado significativamente relacionada a
los temores disfuncionales {ver figura 6}
Al
igual que en el estudio previo de 2012, la mayoría de las
madres son amas de casa, seguidas por la categoría
"profesional". Es de destacar que gran parte de las
profesionales de la muestra actual, poseen sus lugares de trabajo
formando parte de las casas donde reside la familia, o en
construcciones contiguas.
Otra
variable que se había encontrado estadísticamente
relacionada anteriormente en 2012 con los temores disfuncionales, era
la
edad de las madres.
La
figura 7 muestra las frecuencias en cada rango de edad {ver figura
7}.
La
mayoría de madres pertenecen al rango entre 30 y 39 años
(44 casos), aunque aumentó la cantidad de madres mayores a 40,
respecto al 2012: se percibe una tendencia a tener hijos a mayor
edad. No obstante, se observa aún la relación de
menor edad materna en los niños con temores que en otros tipos
diversos de problemas.
Finalizando
los resultados, un comentario respecto a las variables
intervinientes: no se hallaron significativas las relaciones
estadísticas entre la ocupación y edad de los padres y
la presencia de temores disfuncionales en los niños en ninguno
de los estudios realizados. Pareciera que la relación
hijos-madres en estos tipos de problemas –al menos en cuanto a
las variables edad y ocupación, en nuestra cultura- muestra
mayor influencia que la paterno-filial.
En
relación al punto B): efectividad de una terapia
sistémico/integrativa en este tipo de problemas
Se
muestran a continuación los resultados obtenidos en 57 casos,
analizando la relación entre el resultado terapéutico
percibido por los consultantes adultos y el mantenimiento o no de las
soluciones implementadas, luego de aplicarse un tratamiento
sistémico/integrativo dirigido a modificar las creencias y/o
patrones que se diagnostican como mantenedores de los temores
disfuncionales {ver tabla 2}.
Aplicando
la prueba Chi cuadrado se obtiene un valor de 31,43 p=0,000 gl 1, por
lo que hay
asociación entre las variables analizadas, y
por
lo tanto se puede concluir que el
resultado del tratamiento está relacionado con el
mantenimiento de las soluciones terapéuticas a lo largo del
tiempo(es
interesante observar que la mayoría absoluta de consultantes
que mantuvieron las soluciones resultaron exitosos, y
viceversa).Asimismo, este resultado nos hace pensar que una terapia
hecha desde la perspectiva sistémica del Modelo MRI,
integrando alguna de las intervenciones de otros modelos -relajación,
re-definiciones cognitivas, aproximaciones conductuales- puede
ser una alternativa de alta efectividad para este tipo de problemas
clínicos.
Resultados
similares -con una proporción levemente menor de éxito
terapéutico (83%)- había sido hallado en la
investigación anterior en una muestra de 45 casos
seleccionados al azar (Casabianca, 2014). La explicación de
este aumento en la eficacia, podría estar relacionada con que
los casos adicionados recientemente provienen en su mayoría de
terapeutas con larga experiencia profesional.
A
continuación se muestran las frecuencias y porcentajes de
sesiones realizadas en los casos con resultado terapéutico
"exitoso".
Se
puede observar que la
media
estadística de sesiones
realizadas en tratamientos exitosos es de 2,11 (prácticamente
2 sesiones).
Este no es un dato menor, ya que adiciona una cualidad de eficiencia,
que si bien no fue considerada en todos los aspectos metodológicos
en el presente estudio, el dato implica per
se un
gran aprovechamiento del tiempo y el esfuerzo compartido entre
consultantes y terapeutas, para una disminución satisfactoria
o desaparición "objetiva" de un problema, como es
la presencia de temores disfuncionales y sus consecuencias: la
evitación del afrontamiento a las situaciones temidas (García
Aguiar, 2014).
La
media de sesiones hallada en el grupo actual es levemente inferior a
la anterior de 2014, que situaba al 40% de los casos con resultado
positivo entre 1 y 3 sesiones (M= 2,8). La disminución se
explica estadísticamente, porque la adición de casos
para el análisis actual, aumentó la proporción
de tratamientos realizados en una sola sesión (de un 6%
aproximado anterior, al 21% actual).
Finalmente,
es importante considerar un dato interesante, tanto desde el punto de
vista teórico como respecto a la práctica clínica,
cuál es el hecho de que la gran mayoría de los casos
(alrededor del 70%) finalizaron el tratamiento por "salida",
esto es, sin
consenso entre terapeuta y consultantes.
El seguimiento post-terapia permitió conocer la evolución
del problema tratado, que mencionamos con alta proporción de
"éxito" en la percepción del o los adultos
consultantes, manteniendo las "verdaderas soluciones". En
otras palabras, "salida" no es sinónimo de
"fracaso".
Conclusiones
y discusión
La presente
investigación -3° en la secuencia referida al tema- nos
permite re-confirmar algunos datos obtenidos previamente, y con ello,
reconfirmar conclusiones previas.
A los fines
de hacerlas claras y debatibles, serán expuestas siguiendo el
esquema utilizado para el desarrollo del trabajo: las relativas a la
comprensión
de los temores disfuncionales desde una perspectiva sistémica,
y al análisis de la posible efectividad
de una terapia sistémico/integrativa para su alivio o
resolución.
A)
Respecto
a la comprensión desde una visión sistémica de
los "temores disfuncionales" en los niños:
1) Se
justifica el abordaje sistémico-contextual de conocimiento, ya
que se
re-confirma la
presencia de circuitos de patrones interaccionales y creencias
compartidas típicos,
asociados
a los temores infantiles.
El patrón interaccional
típico de los temores disfuncionales, denominado "PI
y Otros se sobre-involucran", se refuerza en su frecuencia en
el estudio actual: aumenta
la frecuencia de sobre-involucración entre PI-OS, y disminuye
porcentualmente la hetero o auto-descalificación entre los
OS.
Si
bien la sobre-involucración y la hétero y
auto-descalificación son patrones que aparecen en relación
a otros problemas también (no-temores), la primera se
manifiesta de modo resaltante y estadísticamente significativa
en los temores, y en
el 100% de los casos se asocia a los mismos la convalidación
de la evitación a lo temido por parte de algún Otro
Significativo.
Con
anterioridad, Hudson y Rapee (2002; 2004; 2005) habían
encontrado a las conductas de sobre-involucración/control como
patrones de riesgo de las ansiedades infantiles. Muris (2010)
advirtió posteriormente, asimismo, que las conductas por parte
de los niños permitían predecir sobreprotección
por parte de los padres.
Es
interesante resaltar cómo una mirada
circular posibilita integrar los hallazgos previos.
Asimismo,
los eslabones del circuito típico permiten deducir la
relevancia de lo expresado por tantos autores conductistas de
distintas épocas, en el sentido de no favorecer la evitación
de lo temido por parte de los niños (Mowrer, 1960; Goldstein,
2018).
Respecto a las
creencias típicas, en
la investigación anterior se había comprobado que
sobresalen en su frecuencia la combinación de "Adjudicación
negativa al PI y rasgo de ansiedad compartido con otro familiar",
seguida por "Experiencias
adversas de la vida"
y "Adjudicación
negativa al PI"
exclusivamente. Las mencionadas diferían significativamente de
las halladas en otros tipos diversos de problemas, tales como de
rendimiento escolar, de disciplina, de alimentación,
psoriasis, depresión, etc. Estas categorías aparecieron
en la actual investigación con
mayores frecuencias que en la anterior,
y se re-confirman como las
creencias típicas
de los temores disfuncionales(es
de mencionar que Nardone, en 1997, había hallado circuitos
interaccionales y creencias asociados a las ansiedades, en población
italiana adulta).
2) Los datos
precedentes confirman la naturaleza
psicosocial de los temores:
no solamente el niño portador del problema con sus propias
cualidades de personalidad y disposición congénito/familiar
aparece involucrado en la disfuncionalidad. El aporte de los Otros
Significativos instaura el juego interaccional, que por los datos
obtenidos hasta el presente, pareciera dar anclaje al problema de los
temores.
Este dato no
sólo encaja con la visión de Mowrer (1960) respecto a
la trascendencia del factor "evitación" en el
mantenimiento de estos problemas -al impedir que el niño
aprenda que lo temido no es realmente peligroso (Mowrer, 1960)- sino
que a la vez permite entender la complejidad
psicopatológica
de las ansiedades infantiles, y su continua investigación en
el mundo, a la par de que aumenta su frecuencia y se ubica entre las
epidemias del siglo XXI (Organización Panamericana de la
Salud, 2017).
Varios investigadores clínicos,
desde hace ya algunos años, habían sugerido analizar
los fenómenos diádicos en las relaciones niño-adultos
en las familias con problemas de ansiedad (Moore, Whaley, y Sigman,
2004; Gar, Hudson y Rapee, 2005). De esta manera, la
mutua influencia pasaría a ser considerada central en la
interpretación, terapéutica y prevención de
estas disfunciones.
En otras palabras, la asociación
entre "temores manifestados por el niño - respuestas
presentes de los otros significativos", hacen pensar que la
retroalimentación mutua, como estímulo interactivo de
las predisposiciones personales implícitas tanto en niños
como en adultos, es lo que explicaría que el fenómeno
de los temores disfuncionales esté presente.
Al mismo
tiempo, es de considerar, que el no haber hallado en las
investigaciones precedentes asociación entre diversos patrones
o creencias con ningún tipo de temor en particular (Casabianca
2012, 2014), llevan a pensar que una
clase amplia –tal cual la otorgada de "temores
disfuncionales"-
es un adecuado denominador para estos tipos de problemas.
3) El
conocimiento de los patrones y creencias –incluyendo desde ya a
la evitación como eslabón necesario del circuito que se
establece entre PI-OS- permite construir un diagnóstico
relacional que se ha comprobado como confiable
(en gran parte por la "objetividad" de los componentes
implicados: patrones y creencias explícitos), relativamente
fácil
de realizar.
Estas cualidades (confiabilidad y facilidad) requieren de un
interrogatorio
pertinente
acerca de las soluciones intentadas para resolver el problema y la
significación otorgada al mismo, y la re-evaluación
continua
de los efectos de las intervenciones en los consultantes, que el
terapeuta pudiera derivar del hipotético diagnóstico,
para corregirlo
si no son efectivas en el caso de consultantes colaboradores con la
dirección del terapeuta (Casabianca y Hirsch, 2009).
Es importante
recalcar que un diagnóstico contextual, no sólo permite
reconocer la naturaleza psicosocial de los temores, sino explicitar
la dinámica
interaccional
de la que ocuparse terapéuticamente (Casabianca y Hirsch,
2009).En otras palabras, nos muestra el
foco sobre el que actuar para solucionar el problema,
definir "el problema para el terapeuta" como expresáramos
con Hirsch en 2009.
4)
Considerando los resultados obtenidos respecto a las variables
intervinientes,
se puede apreciar en la muestra actual un abanico de temores
diferentes, cuyas medias
de edad
se sitúan por arriba de aquellas halladas en poblaciones
"normales" (Muris, 2007). De hecho, en general el anclaje
de los temores que los vuelve disfuncionales, habla de prolongación
en el tiempo de aparición y mantenimiento, pero también
es necesario considerar que los temores evolutivos o normales
refieren a análisis en grandes poblaciones, de composición
diversa. Asimismo, la
diferencia en los sexos a
favor de los varones que aquí encontramos, es inusual en
grandes poblaciones: las mujeres presentan "normalmente"
temores con mayor frecuencia que los varones.
La
relación que se observaba
entre
la edad y ocupación de las madres y la presencia de temores
disfuncionales,
se repite en el estudio actual, más allá de que aumentó
levemente el rango
de edad y el número de madres profesionales.
Continúan prevaleciendo las dedicadas a las tareas hogareñas
o "de media jornada", y aún las profesionales
suelen mantener sus lugares de trabajo en cercanía física
con el hogar. Podemos suponer con bastante probabilidad, que estas
conductas facilitan la aparición del patrón típico
hallado en los temores infantiles, potenciado a la vez por la
frecuencia de miedos
que presentan las madres (especialmente
a que les ocurra algo dañino a sus hijos cuando se hallan
fuera de su control). A pesar de los cambios culturales acaecidos en
los últimos años, las mujeres mantienen la ocupación
y preocupación básica acerca de los hijos en las
familias, y una mayor influencia que los padres sobre ellos, en este
tipo de problemas.
B)
Respecto
a la efectividad terapéutica de un tratamiento
sistémico/integrativo
1)
Trabajar
terapéuticamente sobre el circuito de mantenimiento del
problema para resolver los problemas traídos a consulta, es un
principio sustentado hace más de 50 años por los
maestros del Mental Research Institute de Palo Alto,
pero es necesario "examinar y validar las asunciones de los
modelos teóricos y psicoterapéuticos", como bien
expresaron Clark, Beck y Alford (1999).
El estudio
acerca de la efectividad de un tratamiento sistémico centrado
específicamente en el cambio del circuito de mantenimiento
(creencias e intentos de solución al problema), ha sido
transmitido con anterioridad implícitamente por Sprenkle y
Blowen 2007, al que denominan como uno de los "factores
comunes" de las terapias sistémicas, y explícitamente
por Carr, en sucesivos meta-análisis, revisiones sistemáticas
y ensayos controlados, entre 2000 y 2018. Este autor expresa que las
intervenciones sistémicas incluyen no sólo aquellas
derivadas de la terapia familiar, sino también aquellos
abordajes con implementarios de programas conductistas, y que son
eficazmente aplicables a diversos tipos de problemas mentales en la
infancia y adolescencia en conjunción con las tradicionales
sistémicas (Carr, 2018).
2) Los
resultados obtenidos en el presente estudio –si bien hacen
necesario ser cautelosos en su consideración por el tamaño
y característica accidental de la muestra- ubican
a esta modalidad de tratamiento entre los más
breves,
en comparación con otros tipos de tratamientos: farmacológico,
cognitivo, comportamental, según Norton (2009), y con
un alto porcentaje de mejoría obtenible en los temores
disfuncionales: 1/5
de familias asistieron a una sola sesión, y discontinuaron la
relación personal con el terapeuta, modificando por ellos
mismos el circuito de mantenimiento del problema de manera inmediata
o con el correr del tiempo (alrededor del 88%). Esto nos llevaría
a validar otro de los enunciados del modelo MRI, referido al concepto
de "economía": el mínimo cambio posible
para el máximo rendimiento, claramente relacionado con la
reverberación del efecto positivo de una pequeña
mejoría, o en otros términos, con la implementación
de la capacidad de aprendizaje y recursos de los consultantes para un
cambio específico.
Si bien no ha
sido objeto del presente estudio realizar una comparación
estricta acerca de la efectividad entre distintos modelos
psicoterapéuticos, vale la pena desde mi punto de vista,
considerar esta cualidad en un contexto amplio socio-económico,
con recursos progresivamente acotados en diversos aspectos, como
sucede en nuestro territorio argentino.
Al mismo
tiempo, se hace necesario considerar que el seguimiento del resultado
post-terapia ocurrió entre 12 y 30 meses luego de la última
sesión. No sabemos a ciencia cierta en qué momento del
proceso de aprendizaje posterior a la última –o única-
sesión, ocurrió el cambio. De todos modos consideramos
significativo el resultado,
pues confirma lo que tantas veces se supone tempranamente en el campo
de las terapias breves y estratégicas, acerca de que los
recursos para la solución de los problemas están en los
consultantes, y es responsabilidad del terapeuta ayudar a percibirlos
y movilizarlos para ponerlos en acto: en respuesta, algunos
consultantes lo hacen con mayor prontitud que otros, pero lo más
importante, es su mantenimiento
a través del tiempo,
como lo muestra el seguimiento.
3) En el
presente estudio no se indagó respecto a modificaciones
positivas que pudieran producirse en otras conductas, más allá
del problema pactado para la terapia, tanto en los PI como en otros
miembros relacionados. No obstante, vale la pena comentar que en
la investigación anterior de 2014, se advirtieron cambios
adicionales que
reverberaron luego de 1 año posterior a la finalización
de los tratamientos.
En los niños,
además de la disminución significativa o desaparición
del temor y la evitación en los casos de "éxito
terapéutico", los adultos informantes señalaron
que el 36,5% de ellos mostraron mejor rendimiento en la escuela y
expandieron sus redes sociales, y un 28,41% reforzó las
habilidades sociales en general, su autonomía y auto-estima
(Casabianca, 2014).
En los adultos
significativamente relacionados con el PI –en su mayoría
familiares- se advirtió que un 10,53% requirió terapia
de pareja posteriormente, y el 5,4% superó sus propios
temores.
Los datos
mencionados hablan de la profundidad
del cambio producido
en el sistema de relaciones y los individuos que lo componen, a
partir del disparado por el específico en el temor, en
contra de un mito divulgado con relativa frecuencia acerca de "la
superficialidad terapéutica de un tratamiento centrado en la
resolución de un problema específico".
Por
todo lo mencionado creo consecuente preguntar, si las
tradicionalmente llamadas ansiedades infantiles –propuestas
aquí como "temores disfuncionales"- podrían
ser entendidas como eslabones
de circuitos interaccionales, que se perciben cuando la mirada se
amplía del portador del problema a su contexto social
significativo.
Así
parece. De todos modos, es necesario continuar la investigación
futura del tema en poblaciones más amplias y diversas.
Agradecimiento:
Dra. Evangelina Regner por su colaboración en el presente
trabajo.
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