ISSN 2618-5628
 
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Bienestar  
Eudaemonía, Género  
     

 
Bienestar psicosocial, género y percepción de control
 
Zubieta, Elena M.
Universidad de Buenos Aires (UBA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
 

 

El Bienestar desde una perspectiva psicosocial

La Organización Mundial de la Salud (1948) define a la salud, no sólo como el estado completo de bienestar físico y mental, sino también social. Alude a la eficacia funcional tanto a nivel celular como social, incorporando la necesidad de armonía con el medio ambiente (en Fernández, Muratori y Zubieta, 2013).

Keyes (1998) se preguntaba acerca de si la salud mental incluía criterios y desafíos sociales, invitando a superar la división entre metas de la esfera pública y de la esfera privada. Debate sobre la naturaleza social de la vida y sus desafíos porque justamente esos desafíos son criterios que los individuos utilizan para evaluar la calidad de sus vidas. Por lo que propuso un modelo social de Bienestar que reflejara una salud social positiva.

Una clasificación conocida en el área de los estudios de Bienestar es la propuesta por Ryan y Deci (2001) quienes dan cuenta de una línea relacionada con la felicidad –bienestar hedónico- y otra con el desarrollo del potencial humano –bienestar eudaemónico. En función de la naturaleza de los objetivos vitales que las personas se propongan, es decir, si tienen una orientación hacia el placer o si exhiben una orientación hacia una vida con significado, resultará en un bienestar hedónico o eudaemónico.

Para Aristóteles, el fin o bien último que los individuos persiguen es la eudaimonía, la felicidad entendida como plenitud de ser (Ferrater Mora, 1999; en Fernández, Muratori y Zubieta, 2013).

Como sostienen Blanco y Díaz (2005), en el Bienestar Psicosocial se integran la dimensión individual y la social, sorteando la mirada reduccionista de un sujeto aislado del medio cuya felicidad o crecimiento se producen al margen del contexto en el que se inserta.

Esta línea se ha desarrollado a través de las investigaciones de Ryff (1989) sobre el Bienestar Psicológico y de Keyes (1998) sobre el Bienestar Social, centrándose en el desarrollo personal, en las formas de afrontar los retos vitales y en el esfuerzo de las personas por conseguir sus metas así como también en las valoraciones que ellas hacen de sus circunstancias y de su funcionamiento en la sociedad. Incluye la percepción de uno mismo, la capacidad de manejar el medio y la propia vida de forma efectiva, la calidad de los vínculos, la creencia de que la vida tiene sentido y significado a través del proyecto vital.

Para Ryff (1989), los abordajes clásicos sobre satisfacción consideran el bienestar psicológico como la ausencia de malestar o de trastornos psicológicos sin incluir aspectos como la auto-realización, el ciclo vital, el funcionamiento mental óptimo y el significado vital. Desde este planteo lo definió en una estructura que integra seis factores: a) Auto-aceptación o el intento de las personas por sentirse bien con ellas mismas, siendo conscientes de sus propias limitaciones; b) Relaciones positivas con otras personas, o la necesidad de las personas de mantener relaciones sociales estables y tener amigos en los que pueda confiar; c) Autonomía, o la necesidad de las personas de sostener la individualidad en contextos sociales diversos, de tener autodeterminación y mantener su independencia y autoridad personal. La autonomía se asocia a la resistencia a la presión social y a la autorregulación del comportamiento; d) Dominio del entorno en tanto la habilidad para elegir o crear entornos favorables para satisfacer los deseos y necesidades propias. Se relaciona con la sensación de control sobre el mundo y de influencia sobre el contexto; e) Propósito en la vida, en tanto sostener metas y objetivos que doten de sentido y significado a la vida; y f) Crecimiento personal, que remite al interés de las personas en desarrollar sus potencialidades, crecer y llevar al máximo las propias capacidades (Ryff, 1989; Ryff & Keyes, 1995).

Por su parte, en el Bienestar Social Keyes (1998) integra aspectos interpersonales de la salud mental: a) Integración social o la evaluación de la calidad de las relaciones que las personas mantienen con la sociedad y con la comunidad. Un alto bienestar social indica que el individuo se siente parte de la sociedad, que tienen un sentimiento de pertenencia y lazos sociales con la familia, amigos, vecinos, entre otros; b) Aceptación social o la confianza, aceptación y actitudes positivas hacia otros, así como la aceptación de los aspectos positivos y negativos de nuestra propia vida; c) Contribución social, en tanto sentimiento de que se es un miembro vital de la sociedad o comunidad, que se tiene algo útil que ofrecer al bien común; d) Actualización social, entendida como la medida en que la sociedad y las instituciones se mueven en una dirección que permiten el logro de metas y objetivos que benefician a las personas -confianza en el progreso y en el cambio social-. Confianza en el futuro de la sociedad, en su potencial de crecimiento y de desarrollo, en su capacidad para producir bienestar y; e) Coherencia social, en términos de la percepción de las personas respecto de la calidad, organización y funcionamiento del mundo social. Integra la preocupación por enterarse de lo que ocurre en el mundo, asociada a la sensación de que se es capaz de comprender lo que sucede alrededor.

Para Keyes (2005), la satisfacción con la vida, la balanza de afectos, el bienestar psicológico y el bienestar social conforman criterios de diagnósticos de la salud mental. Se trata de un proceso bien asentado en las cinco dimensiones propuestas pero que se apoya de manera especial en la integración y en la actualización social (Bilbao, 2008). Los estudios muestran que el bienestar social se relaciona positivamente con el asociacionismo cívico, el comportamiento pro-social, la salud cívica y el capital social; y que las sub-dimensiones de integración y contribución son altas entre los adultos que trabajan con otros vecinos para resolver problemas (Zubieta, Muratori, Fernández, 2012).

En el campo de la psicología social local, hace más de una década que se vienen desarrollando estudios orientados a dar cuenta de las percepciones que los individuos tienen de sus transacciones con el medio, abordando el bienestar desde distintas aristas, y enfatizando sus correlatos en términos de creencias, valores y expectativas {ver nota de autor}. Dentro de estas múltiples dimensiones, y que cooperan al bienestar, está el Control Psicológico, es decir las percepciones de las personas respecto de si tienen o no injerencia en el devenir de los acontecimientos cotidianos. No sorprende que en el Bienestar Psicológico se incluya directamente una dimensión que alude al dominio del entorno, y que la Coherencia y la Actualización del Bienestar Social refieran al entorno como proveedor de una dirección grupal y de una comprensión respecto de la dinámica social. Dada la relevancia de estos aspectos, en este texto se ponen en relación algunos indicadores del bienestar psicosocial con el Control Psicológico. Se intenta contribuir, como plantea Páez (2007), a la comprensión de las relaciones que las personas establecen on su medio, y de cómo éste les provee bienestar, ofreciéndoles las posibilidades para satisfacer sus necesidades.

 

Control Psicológico

Para Blanco y Díaz (2007), el ser humano acumula información imprescindible para adaptarse y para actuar dentro de su ambiente. Junto a esta necesidad de información está también la necesidad de cognición, de comprender y hacer comprensibles las experiencias del entorno, de buscar nuevos datos que resulten útiles para estructurar las situaciones en que viven. Junto a la necesidad de certidumbre, aparece la de control. Y el control implica varias cosas: poder, confianza en sí mismo, dominio del entorno y libertad, por ello la importancia de su estudio.

A las creencias de las personas respecto de su capacidad y posibilidad de intervenir en el resultado de los eventos se las denomina Control Psicológico.

Distintos autores enfocados en el estudio y comprensión del control plantean que las personas y los grupos tienden a desarrollar distintas expectativas acerca de lo que pueden controlar y lo que no en relación a los eventos, y que aquellas se basan en experiencias que se generalizan, y que se aplican a posteriori a las nuevas situaciones. Si un individuo experimenta un evento como incontrolable, es probable que tienda a pensar que ocurrirá lo mismo ante una futura situación similar. Lo mismo puede ocurrir en una situación opuesta de control del evento.

Las teorías sobre el control se orientan en función de si el énfasis se pone en aquello que ocurre cuando un individuo percibe que no tiene control sobre un resultado, o en las diferencias individuales en las creencias del control personal. En la primera perspectiva se encuentran la Teoría de la Reactancia Psicológica (Brehm, 1966) y la Teoría de la Indefensión Aprendida (Seligman, 1975) que plantean predicciones opuestas, mientras una da cuenta del aumento de la motivación, la otra refiere a la disminución de la capacidad para responder. En la segunda perspectiva se ubica la Teoría del Locus de Control (LOC) propuesta por Rotter (1966).

La formulación del Locus de Control (LOC) derivó de la teoría de Rotter (1954) sobre aprendizaje social en la que se considera que la conducta en una situación dada es en función de la expectativa y del valor de reforzamiento en esa situación. Rotter define a la expectativa como la "probabilidad asignada por el individuo de que un reforzamiento particular ocurrirá en función de una conducta específica en una determinada situación" (1954, p.57).

Quienes creen que controlan su destino han desarrollado un locus de control interno, mientras que aquellos que creen que las fuerzas externas o los otros controlan su destino han desarrollado un locus de control externo. Los primeros, a diferencia de los segundos, suponen una relación causal entre sus acciones y los resultados obtenidos. La preeminencia de uno u otro tipo de creencias sobre el control dependerá de las experiencias previas ya que las personas cuyos esfuerzos han sido recompensados sistemáticamente tenderán a desarrollar un locus de control interno mientras que aquellos que no han logrado lo que se propusieron a pesar de sus esfuerzos tenderán a desarrollar un locus de control externo.

Los individuos con locus de control interno alto perciben que el refuerzo es contingente a su acción o a sus características permanentes. Aquellos con locus de control externo alto no perciben al reforzamiento como contingente a su propia acción sino como resultado de la propia suerte, el azar, a la dificultad en la tarea, a el destino o bien como impredecible dada la complejidad de la situación (Fernández, 1994).

Los individuos con locus de control interno tienen un mejor control de sus comportamientos y muestran una mayor capacidad para influenciar a otras personas. Están más dispuestos a pensar que sus esfuerzos serán exitosos y son más activos en la búsqueda de información y conocimiento en relación a su situación en comparación con los individuos con locus de control externo. Atribuyen los acontecimientos a su propia capacidad y su esfuerzo. En ambos casos tiene que ver tanto para cuestiones positivas o negativas, tanto virtudes como fortalezas, habilidades y al propia estilo de personalidad del sujeto.

Rotter (1954) explica que cuando la percepción de control incrementa la motivación es esperable que las personas que se manejen con un locus interno se sientan más implicadas, y que se comporten de manera más activa porque perciben que eso surgió a partir de su esfuerzo, de su habilidad, etc. En cambio las personas que se manejan con un locus más externo, como piensan que las consecuencias de su conducta no van a depender de ellas mismas sino del destino, o de otras personas, entonces no reconocen la posibilidad de que se pueda alterar el evento a partir de su control, y de esta manera no cambian su comportamiento. Las creencias sobre el control del medio en el que viven permiten a la personas percibir el entorno como más previsible y menos amenazante; mientras que la percepción de falta de control genera incertidumbre e inseguridad incrementando la perturbación emocional, cognitiva y conductual.

Examinando la forma en que las personas perciben y explican el mundo social, Páez y Zubieta (2004) indican cierta asociación entre el sesgo de optimismo ilusorio y de ilusión de vulnerabilidad con el LOC. El optimismo ilusorio es la tendencia de las personas a percibir que tienen más probabilidades que la persona "media" de que les sucedan acontecimientos positivos mientras que la ilusión de invulnerabilidad es la tendencia de las personas a percibir que tienen menos probabilidades que la persona "media" de que le ocurran acontecimientos negativos. Uno de los procesos que explica la ilusión de invulnerabilidad podría ser la percepción de control en relación a las enfermedades que se percibe dependen fuertemente del estilo de vida y de las conductas saludables (p.e. infarto de miocardio) mientras que no ocurre lo mismo con enfermedades percibidas como menos controlables, como el cáncer.

Es importante destacar el llamado de atención que hace Oros (2005) respecto de una lectura ligera que dé una impresión errónea acerca de que toda atribución interna es benéfica y que toda atribución externa es nociva. La interpretación debe ser holística e incluir una multiplicidad de factores. De hecho, el mismo planteo unidimensional de Rotter (1966) de internalidad y externalidad se fue complejizando, sumándosele la propuesta de distinguir el locus de control asociado a resultados de éxito o de fracaso, mientras que Gurin, Gurin, Lao y Beattie (1969) observaron que tanto la internalidad como la externalidad podían dividirse en dos modalidades que llamaron control personal y control ideológico. La primera hace referencia a la cantidad de control que un individuo cree que posee individualmente. La segunda hace referencia a la cantidad de control que un individuo cree que posee mucha gente en la sociedad.

Por su parte, Mirels (1970) planteó que se podía extraer dos factores de la escala de Rotter (1966), uno sobre el dominio de la persona y otro sobre el dominio que se percibe en relación a las instituciones políticas (Milgram & Milgram, 1975).

 

Bienestar psicosocial y creencias sobre el control

Los hallazgos de los distintos estudios realizados durante más de una década en el ámbito local {ver nota de autor} corroboran la asociación positiva entre las dimensiones del Bienestar Psicológico y el Social, a la vez que arrojan tendencias medias que dan cuenta de buenos niveles de Bienestar Psicológico y de mayores déficits en el Bienestar Social. Cuando cobra mayor incidencia la valoración del contexto social en la percepción del bienestar, la positividad se reduce exhibiendo débiles sentimientos de pertenencia y lazos sociales.

En su esfera personal, y entorno más inmediato, las personas se sienten bien con ellas mismas, expresan poder establecer relaciones sociales estables, mantener la independencia y autonomía, crear entornos favorables para el logro de sus necesidades y sostener metas que den sentido a la vida, así como desarrollar sus potencialidades.

A la hora de hacer intervenir el contexto social en las apreciaciones, las personas manifiestan una baja calidad en las relaciones, no sentirse miembros vitales o útiles para el bien común, baja confianza en el futuro de la sociedad y en su capacidad para producir bienestar, y dificultades para comprender lo que sucede alrededor. Se estacan la baja confianza y las pocas actitudes positivas hacia otros.

Así como el bienestar, su percepción, varía en función de su referencia al contexto inmediato o al contexto social más amplio, también lo hace en función del género de las personas. Las mujeres perciben mejor que los hombres su relación con el entorno social en tanto facilitador de tener metas y propósitos en la vida, manifiestan tener mejores relaciones sociales, sentirse más útiles y confiar más en el futuro de la sociedad. Se sienten más capaces de potencializar sus posibilidades, reportan una mejor relación con los otros en comparación con sus pares masculinos mostrando tener más satisfecha la necesidad de estabilidad y confianza en el plano relacional. Por su parte, los hombres se sienten mejor en autonomía, es decir, en la posibilidad de resistirse a la presión social y a la autorregulación del comportamiento.

Respecto del bienestar social, las puntuaciones son más bajas en general comparándolas con el plano más psicológico en coherencia con hallazgos previos (Fernández, Muratori & Zubieta, 2013; Muratori et. al, 2015; Zubieta, Fernández y Sosa, 2012) y las diferencias entre hombres y mujeres aparecen en aquellas sub-dimensiones consideradas como las más críticas en relación al equilibrio de los individuos en su interacción con el entorno o de éste como favorecedor de salud mental: integración y contribución. Las mujeres participantes del estudio evalúan mejor que los hombres la calidad de las relaciones que mantienen con la sociedad o sus grupos de pertenencia a la vez que se sienten más útiles, que pueden sacar más provecho del entorno y que aportan a un bien común. Trabajos anteriores (Zubieta & Delfino, 2010; Zubieta, Muratori y Fernández, 2012) ya indicaban que las mujeres, aún con importantes desigualdades de inserción y consideración respecto de los hombres, perciben que han logrado más que sus pares hombres y se muestran optimistas respecto de sus posibilidades de crecimiento personal. Se argumenta que estos hallazgos probablemente reflejan la mejora que las mujeres experimentan en lo que hace a un mayor reconocimiento en cuestiones de la esfera pública que aportan a un buen funcionamiento psicológico relacionado con el locus de control interno, a la alta auto-eficacia y a la motivación para actuar y desarrollarse (Zubieta, 2016). Sin embargo, los hombres reportan mayor autonomía para resistirse a la presión social, su bienestar es de bajo contexto, más independiente, centrado en la persona e instrumental, mientras que las mujeres exhiben un bienestar más dependiente del contexto, de mayor ajuste social y expresivo-comunal. Estas diferencias se ratifican con el hecho de que si bien a nivel general, en lo que hace a la percepción de control se detecta un equilibrio salugénico de nivel medio entre control interno y externo, las diferencias surgen a la hora de comparar por el género. Al igual que los hallazgos de Brenlla (2010) en relación al ámbito local, hay una mayor orientación externa en las mujeres, es decir, una mayor tendencia a adjudicar las consecuencias de los hechos a factores como el azar, la suerte o el destino. Esto indica que las mujeres perciben en mayor medida que los hombres que los sucesos no corresponden a sus propias acciones, adjudicándole el resultado a factores como la suerte, el azar, el destino, otras personas poderosas, o la vivencia como impredecible dada la complejidad de la situación. Los hombres al exhibir un mejor control de sus comportamientos muestran una mayor capacidad para influenciar a otras personas por lo que perciben a sus acciones como más eficaces. Esta tendencia va en línea con el hecho de que en bienestar psicológico los hombres ratifican a la autonomía como la dimensión que los sigue diferenciando de las mujeres mientras que éstas sobresalen en crecimiento, propósito en la vida y relaciones positivas con otros, pero no hay diferencias en el dominio del entorno. Estas diferencias en el dominio del entorno del bienestar psicológico, en un estudio actualmente en curso no solo no se corroboran o rectifican sino que la dimensión desaparece al validar el instrumento al contexto local.

De manera esperable, todas las dimensiones del bienestar psicológico y social se asocian de manera significativa y negativa con el locus de control externo.

 

Notas de autor

1. Bienestar psicosocial: de la supervivencia a la autoexpresión. El cambio en valores y creencias como componente cultural clave. Universidad de Buenos Aires, Secretaría de Ciencia y Tecnología, Proyectos UBACyT. Programación 2018-2020. Directora: Dra. Elena Zubieta.

2. Proyectos de Investigación UBACyT financiados desde 2008, Universidad de Buenos Aires, Secretaría de Ciencia y Tecnología.

 

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