El Bienestar desde una perspectiva psicosocial
La
Organización Mundial de la Salud (1948) define a la salud, no
sólo como el estado completo de bienestar físico y
mental, sino también social. Alude a la eficacia funcional
tanto a nivel celular como social, incorporando la necesidad de
armonía con el medio ambiente (en Fernández,
Muratori y Zubieta, 2013).
Keyes
(1998) se preguntaba acerca de si la salud mental incluía
criterios y desafíos sociales, invitando a superar la división
entre metas de la esfera pública y de la esfera privada.
Debate sobre la naturaleza social de la vida y sus desafíos
porque justamente esos desafíos son criterios que los
individuos utilizan para evaluar la calidad de sus vidas. Por lo que
propuso un modelo social de Bienestar que reflejara una salud social
positiva.
Una
clasificación conocida en el área de los estudios de
Bienestar es la propuesta por Ryan y Deci (2001) quienes dan cuenta
de una línea relacionada con la felicidad –bienestar
hedónico- y otra con el desarrollo del potencial humano
–bienestar eudaemónico. En función de la
naturaleza de los objetivos vitales que las personas se propongan, es
decir, si tienen una orientación hacia el placer o si exhiben
una orientación hacia una vida con significado, resultará
en un bienestar hedónico o eudaemónico.
Para Aristóteles, el
fin o bien último que los individuos persiguen es la
eudaimonía, la felicidad entendida como plenitud de ser
(Ferrater Mora, 1999; en Fernández, Muratori y Zubieta, 2013).
Como
sostienen Blanco y Díaz (2005), en el Bienestar Psicosocial se
integran la
dimensión individual y la social, sorteando la mirada
reduccionista de un sujeto aislado del medio cuya felicidad o
crecimiento se producen al margen del contexto en el que se inserta.
Esta
línea se ha desarrollado a través de las
investigaciones de Ryff (1989) sobre el Bienestar Psicológico
y de Keyes (1998) sobre el Bienestar Social, centrándose en el
desarrollo personal, en las formas de afrontar los retos vitales y en
el esfuerzo de las personas por conseguir sus metas así como
también en las valoraciones que ellas hacen de sus
circunstancias y de su funcionamiento en la sociedad. Incluye la
percepción de uno mismo, la capacidad de manejar el medio y la
propia vida de forma efectiva, la calidad de los vínculos, la
creencia de que la vida tiene sentido y significado a través
del proyecto vital.
Para Ryff (1989), los
abordajes clásicos sobre satisfacción consideran el
bienestar psicológico como la ausencia de malestar o de
trastornos psicológicos sin incluir aspectos como la
auto-realización, el ciclo vital, el funcionamiento mental
óptimo y el significado vital. Desde este planteo lo definió
en una estructura que integra seis factores: a) Auto-aceptación
o el intento de
las personas por
sentirse bien con
ellas mismas, siendo conscientes de sus propias limitaciones; b)
Relaciones
positivas con otras personas, o
la necesidad de las personas de
mantener
relaciones sociales estables y tener amigos en los que pueda
confiar; c)
Autonomía,
o la necesidad de
las personas de sostener la individualidad en contextos sociales
diversos, de tener autodeterminación y mantener su
independencia y autoridad personal. La autonomía se asocia a
la resistencia a la presión social y a la autorregulación
del
comportamiento;
d) Dominio del
entorno en tanto
la habilidad
para elegir o crear entornos favorables para satisfacer los deseos y
necesidades propias. Se relaciona con la sensación de control
sobre el mundo y de influencia sobre el
contexto; e)
Propósito
en la vida, en
tanto sostener metas y objetivos que doten de sentido y significado a
la vida; y f) Crecimiento
personal, que
remite al interés de las personas en desarrollar sus
potencialidades, crecer y llevar al máximo las propias
capacidades
(Ryff, 1989; Ryff & Keyes, 1995).
Por su parte, en el
Bienestar Social Keyes (1998) integra aspectos interpersonales de la
salud mental: a) Integración
social o la
evaluación
de la calidad de las relaciones que las personas mantienen con la
sociedad y con la comunidad. Un alto bienestar social indica que el
individuo se siente parte de la sociedad, que tienen un sentimiento
de pertenencia y lazos sociales con la familia, amigos, vecinos,
entre otros; b) Aceptación
social o la
confianza,
aceptación y actitudes positivas hacia otros, así como
la aceptación de los aspectos positivos y negativos de nuestra
propia
vida; c)
Contribución
social, en tanto
sentimiento de
que se es un miembro vital de la sociedad o comunidad, que se tiene
algo útil que ofrecer al bien
común;
d) Actualización
social, entendida
como la medida en que la sociedad y las instituciones se mueven en
una dirección que permiten el logro de metas y objetivos que
benefician a las personas -confianza en el progreso y en el cambio
social-. Confianza en el futuro de la sociedad, en su potencial de
crecimiento y de desarrollo, en su capacidad para producir
bienestar y;
e) Coherencia
social, en
términos de la percepción de las personas respecto de
la calidad, organización y funcionamiento del mundo social.
Integra la preocupación por enterarse de lo que ocurre en el
mundo, asociada a la sensación de que se es capaz
de comprender
lo que sucede alrededor.
Para
Keyes (2005), la satisfacción con la vida, la balanza de
afectos, el bienestar psicológico y el bienestar social
conforman criterios de diagnósticos de la salud mental. Se
trata de un proceso bien asentado en las cinco dimensiones propuestas
pero que se apoya de manera especial en la integración y en la
actualización social (Bilbao, 2008). Los estudios muestran que
el bienestar social se relaciona positivamente con el asociacionismo
cívico, el comportamiento pro-social, la salud cívica y
el capital social; y que las sub-dimensiones de integración y
contribución son altas entre los adultos que trabajan con
otros vecinos para resolver problemas (Zubieta, Muratori, Fernández,
2012).
En
el campo de la psicología social local, hace más de una
década que se vienen desarrollando estudios orientados a dar
cuenta de las percepciones que los individuos tienen de sus
transacciones
con el medio, abordando el bienestar desde distintas aristas, y
enfatizando sus correlatos en términos de creencias, valores y
expectativas {ver nota de autor}.
Dentro de estas múltiples dimensiones,
y que cooperan al bienestar, está el Control Psicológico,
es decir las percepciones de las personas respecto de si tienen o no
injerencia en el devenir de los acontecimientos cotidianos. No
sorprende que en el Bienestar Psicológico se incluya
directamente una dimensión que alude al dominio del entorno, y
que la Coherencia y la Actualización del Bienestar Social
refieran al entorno como proveedor de una dirección grupal y
de una comprensión respecto de la dinámica social. Dada
la relevancia de estos aspectos, en este texto se ponen en relación
algunos indicadores del bienestar psicosocial con el Control
Psicológico. Se intenta contribuir, como plantea Páez
(2007), a la comprensión de las relaciones que las
personas establecen on su medio, y de cómo éste les
provee bienestar, ofreciéndoles las posibilidades para
satisfacer sus necesidades.
Control Psicológico
Para
Blanco y Díaz (2007), el ser humano acumula información
imprescindible para adaptarse y para actuar dentro de su ambiente.
Junto a esta necesidad de información está también
la necesidad de cognición, de comprender y hacer comprensibles
las experiencias del entorno, de buscar nuevos datos que resulten
útiles para estructurar las situaciones en que viven. Junto a
la necesidad de certidumbre, aparece la de control. Y el control
implica varias cosas: poder,
confianza en sí mismo, dominio del entorno y libertad, por
ello la importancia de su estudio.
A
las creencias de las personas respecto de su capacidad y posibilidad
de intervenir en el resultado de los eventos se las denomina Control
Psicológico.
Distintos
autores enfocados en el estudio y comprensión del control
plantean que las personas y los grupos tienden a desarrollar
distintas
expectativas
acerca de lo que pueden controlar y lo que no en relación a
los eventos, y que aquellas se basan en experiencias que se
generalizan, y que se aplican a posteriori a las nuevas situaciones.
Si un individuo experimenta un evento como incontrolable, es probable
que tienda a pensar que ocurrirá lo mismo ante una futura
situación similar. Lo mismo puede ocurrir en una situación
opuesta de control del evento.
Las
teorías sobre el control se orientan en función de si
el énfasis se pone en aquello que ocurre cuando un individuo
percibe que no tiene control sobre un resultado, o en las diferencias
individuales en las creencias del control personal. En la primera
perspectiva se encuentran la Teoría
de la Reactancia Psicológica
(Brehm, 1966) y la Teoría
de la Indefensión Aprendida
(Seligman, 1975) que plantean predicciones opuestas, mientras una da
cuenta del aumento de la motivación, la otra refiere a la
disminución de la capacidad para responder. En la segunda
perspectiva se ubica la Teoría
del Locus de Control
(LOC) propuesta por Rotter (1966).
La
formulación del Locus
de Control
(LOC) derivó de la teoría de Rotter (1954) sobre
aprendizaje social
en
la que se considera que la conducta en una situación dada es
en función de la expectativa y del valor de reforzamiento en
esa situación. Rotter define a la expectativa
como la "probabilidad asignada por el individuo de que un
reforzamiento particular ocurrirá en función de una
conducta específica en una determinada situación"
(1954, p.57).
Quienes
creen que controlan su destino han desarrollado un locus
de control interno,
mientras que aquellos que creen que las fuerzas externas o los otros
controlan su destino han desarrollado un locus
de control externo.
Los primeros, a diferencia de los segundos, suponen una relación
causal entre sus acciones y los resultados obtenidos. La preeminencia
de uno u otro tipo de creencias sobre el control dependerá de
las experiencias previas ya que las personas cuyos esfuerzos han sido
recompensados sistemáticamente tenderán a desarrollar
un locus de control interno mientras que aquellos que no han logrado
lo que se propusieron a pesar de sus esfuerzos tenderán a
desarrollar un locus de control externo.
Los
individuos con locus
de control interno alto
perciben que el refuerzo es contingente a su acción o a sus
características permanentes. Aquellos con locus
de control externo alto no
perciben al reforzamiento como contingente a su propia acción
sino como resultado de la propia suerte, el azar, a la dificultad en
la tarea, a el destino o bien como impredecible dada la complejidad
de la situación (Fernández, 1994).
Los
individuos con locus
de control interno
tienen un mejor control de sus comportamientos y muestran una mayor
capacidad para influenciar a otras personas. Están más
dispuestos a pensar que sus esfuerzos serán exitosos y son más
activos en la búsqueda de información y conocimiento en
relación a su situación en comparación con los
individuos con locus de control externo. Atribuyen los
acontecimientos a su propia capacidad y su esfuerzo. En ambos casos
tiene que ver tanto para cuestiones positivas o negativas, tanto
virtudes como fortalezas, habilidades y al propia estilo de
personalidad del sujeto.
Rotter
(1954) explica que cuando la percepción de control incrementa
la motivación es esperable que las personas que se manejen con
un locus interno se sientan más implicadas, y que se
comporten de manera más activa porque perciben que eso surgió
a partir de su esfuerzo, de su habilidad, etc. En cambio las personas
que se manejan con un locus más externo, como piensan que las
consecuencias de su conducta no van a depender de ellas mismas sino
del destino, o de otras personas, entonces no reconocen la
posibilidad de que se pueda alterar el evento a partir de su control,
y de esta manera no cambian su comportamiento. Las
creencias sobre el control del medio en el que viven permiten a la
personas percibir el entorno como más previsible y menos
amenazante; mientras que la percepción de falta de control
genera incertidumbre e inseguridad incrementando la perturbación
emocional, cognitiva y conductual.
Examinando
la forma en que las personas perciben y explican el mundo social,
Páez y Zubieta (2004) indican cierta asociación entre
el sesgo de optimismo
ilusorio
y de ilusión
de vulnerabilidad
con el LOC. El optimismo ilusorio es la tendencia de las personas a
percibir que tienen más probabilidades que la persona "media"
de que les sucedan acontecimientos positivos mientras que la ilusión
de invulnerabilidad es la tendencia de las personas a percibir que
tienen menos probabilidades que la persona "media" de que
le ocurran acontecimientos negativos. Uno de los procesos que explica
la ilusión de invulnerabilidad podría ser la percepción
de control en relación a las enfermedades que se percibe
dependen fuertemente del estilo de vida y de las conductas saludables
(p.e. infarto de miocardio) mientras que no ocurre lo mismo con
enfermedades percibidas como menos controlables, como el cáncer.
Es
importante destacar el llamado de atención que hace Oros
(2005) respecto de una lectura ligera que dé una impresión
errónea acerca de que toda atribución interna es
benéfica y que toda atribución externa es nociva. La
interpretación debe ser holística e incluir una
multiplicidad de factores. De hecho, el mismo planteo unidimensional
de Rotter (1966) de internalidad y externalidad se fue complejizando,
sumándosele la propuesta de distinguir el locus de control
asociado a resultados de éxito
o de fracaso, mientras
que Gurin, Gurin, Lao y Beattie (1969) observaron que tanto la
internalidad como la externalidad podían dividirse en dos
modalidades que llamaron control
personal
y control
ideológico.
La primera hace referencia a la cantidad de control que un individuo
cree que posee individualmente. La segunda hace referencia a la
cantidad de control que un individuo cree que posee mucha gente en la
sociedad.
Por
su parte, Mirels (1970) planteó que se podía extraer
dos factores de la escala de Rotter (1966), uno sobre el dominio
de la persona y
otro sobre el dominio
que se percibe en relación a las instituciones políticas
(Milgram & Milgram, 1975).
Bienestar psicosocial y creencias sobre el control
Los
hallazgos de los distintos estudios realizados durante más de
una década en el ámbito local {ver nota de autor}
corroboran la asociación positiva entre las dimensiones del
Bienestar Psicológico y el Social, a la vez que arrojan
tendencias medias que dan cuenta de buenos niveles de Bienestar
Psicológico y de mayores déficits en el Bienestar
Social. Cuando cobra mayor incidencia la valoración del
contexto social en la percepción del bienestar, la
positividad se reduce exhibiendo débiles sentimientos de
pertenencia y
lazos sociales.
En
su esfera personal, y entorno más inmediato, las personas se
sienten bien con ellas mismas, expresan poder establecer relaciones
sociales estables, mantener la independencia y autonomía,
crear entornos favorables para el logro de sus necesidades y sostener
metas que den sentido a la vida, así como desarrollar sus
potencialidades.
A
la hora de hacer intervenir el contexto social en las apreciaciones,
las personas manifiestan una baja calidad en las relaciones, no
sentirse miembros vitales o útiles para el bien común,
baja confianza en el futuro de la sociedad y en su capacidad para
producir
bienestar,
y dificultades para comprender lo que sucede alrededor. Se estacan la
baja confianza y las pocas actitudes positivas hacia otros.
Así
como el bienestar, su percepción, varía en función
de su referencia al contexto inmediato o al contexto social más
amplio, también lo hace en función del género de
las personas. Las mujeres perciben mejor que los hombres su relación
con el entorno social en tanto facilitador de tener metas y
propósitos en la vida, manifiestan tener mejores relaciones
sociales, sentirse más útiles y confiar más en
el futuro de la sociedad. Se sienten más capaces de
potencializar sus posibilidades, reportan una mejor relación
con los otros en comparación con sus pares masculinos
mostrando tener más satisfecha la necesidad de estabilidad y
confianza en el plano relacional. Por su parte, los hombres se
sienten mejor en autonomía, es decir, en la posibilidad de
resistirse a la presión social y a la autorregulación
del comportamiento.
Respecto
del bienestar social, las puntuaciones son más bajas en
general comparándolas con el plano más psicológico
en coherencia con hallazgos previos (Fernández, Muratori &
Zubieta, 2013; Muratori et. al, 2015; Zubieta, Fernández y
Sosa, 2012) y las diferencias entre hombres y mujeres aparecen en
aquellas sub-dimensiones consideradas como las más críticas
en relación al equilibrio de los individuos en su interacción
con el entorno o de éste como favorecedor de salud mental:
integración y contribución. Las mujeres participantes
del estudio evalúan mejor que los hombres la calidad de las
relaciones que mantienen con la sociedad o sus grupos de pertenencia
a la vez que se sienten más útiles, que pueden sacar
más provecho del entorno y que aportan a un bien
común.
Trabajos anteriores (Zubieta & Delfino, 2010; Zubieta, Muratori y
Fernández, 2012) ya indicaban que las mujeres, aún con
importantes desigualdades de inserción y consideración
respecto de los hombres, perciben que han logrado más que sus
pares hombres y se muestran optimistas respecto de sus posibilidades
de crecimiento personal.
Se argumenta que estos hallazgos probablemente reflejan la mejora que
las mujeres experimentan en lo que hace a un mayor reconocimiento en
cuestiones de la esfera pública que aportan a un buen
funcionamiento psicológico relacionado con el locus de control
interno, a la alta auto-eficacia y a la motivación para actuar
y desarrollarse (Zubieta, 2016). Sin embargo, los
hombres reportan mayor autonomía para resistirse a la presión
social, su bienestar
es de bajo contexto, más independiente, centrado en la persona
e instrumental, mientras que
las mujeres
exhiben un bienestar más dependiente del contexto, de mayor
ajuste social y expresivo-comunal. Estas diferencias se ratifican con
el hecho de que si bien a nivel general, en
lo que hace a la percepción de control se detecta un
equilibrio salugénico de nivel medio entre control interno y
externo, las diferencias surgen a la hora de comparar por el género.
Al igual que los hallazgos de Brenlla (2010) en relación al
ámbito local, hay una mayor orientación externa en las
mujeres, es decir, una mayor tendencia a adjudicar las consecuencias
de los hechos a factores como el azar, la suerte o el destino. Esto
indica que las mujeres perciben en mayor medida que los hombres que
los sucesos no corresponden
a sus propias acciones, adjudicándole el resultado a factores
como la suerte, el azar, el destino, otras personas poderosas, o la
vivencia como impredecible dada la complejidad de la situación.
Los hombres al exhibir un
mejor control de sus comportamientos muestran una mayor capacidad
para influenciar a otras personas por lo que perciben a sus acciones
como más eficaces. Esta tendencia va en línea con el
hecho de que en bienestar psicológico los hombres ratifican a
la autonomía como la dimensión que los sigue
diferenciando de las mujeres mientras que éstas sobresalen en
crecimiento, propósito en la vida y relaciones positivas con
otros, pero no hay diferencias en el dominio del entorno. Estas
diferencias en el dominio del entorno del bienestar psicológico,
en un estudio actualmente en curso no solo no se corroboran o
rectifican sino que la dimensión desaparece al validar el
instrumento al contexto local.
De
manera esperable, todas
las dimensiones del bienestar psicológico y social se asocian
de manera significativa y negativa con el locus de control externo.
Notas
de autor
1.
Bienestar psicosocial: de la supervivencia a la autoexpresión.
El cambio en valores y creencias como componente cultural clave.
Universidad de Buenos Aires, Secretaría de Ciencia y
Tecnología, Proyectos UBACyT. Programación 2018-2020.
Directora: Dra. Elena Zubieta.
2.
Proyectos de Investigación UBACyT financiados desde 2008,
Universidad de Buenos Aires, Secretaría de Ciencia y
Tecnología.
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