Introducción
El
concepto de recuperación ha ganado creciente centralidad en el
campo de la Salud Mental, trascendiendo los límites del
consumo problemático de sustancias y las adicciones para pasar
a enmarcar o guiar la rehabilitación y el tratamiento de
personas con una diversidad de padecimientos mentales. El presente
escrito describe el desarrollo de la conceptualización de la
perspectiva de la recuperación a nivel internacional y plantea
las particularidades de su aplicación en Argentina (y en
América Latina, en general).
La
recuperación en el campo de la Salud Mental es un concepto de
larga tradición, especialmente en el terreno de las adicciones
y el consumo problemático de sustancias, que ha tenido un
florecimiento algo más reciente (desde finales de la década
del ’80), cuando comenzó a ser empleado de modo más
general por (y para) personas con padecimientos mentales severos.
Desde esta “nueva perspectiva”, la recuperación es
considerada la experiencia vivida de la rehabilitación
que realizan las personas con trastornos mentales (Deegan, 1988); si
la rehabilitación corresponde a los servicios provistos para
promover la recuperación, la recuperación es la que
realizan las personas (en conexión o con independencia de
estos servicios). Se trata de un proceso (más que un
estado o meta a alcanzar); involucra una modificación en las
actitudes, valores, sentimientos, metas, habilidades y roles en el
camino hacia el desarrollo de un nuevo significado y propósito
en la vida. Es una manera de poder vivir satisfactoriamente, con
esperanza y con capacidad de contribuir a la sociedad a pesar de las
limitaciones causadas por la persistencia de una enfermedad mental
(Anthony, 1993; Ralph & Corrigan, 2005). La recuperación
puede (o no) parecerse a la curación o a la mejoría
sintomática, tal como suelen definirla los profesionales de la
salud mental (Agrest y Druetta, 2011).
A
diferencia de otros conceptos del campo de la Salud Mental, el
concepto de recuperación ha sido impulsado por las propias
personas con padecimiento mental, quienes han elegido autodenominarse
“usuarios de servicios de salud mental”, “ex
usuarios de servicios de salud mental” y, en algunos casos,
“sobrevivientes de la psiquiatría (y/o de los servicios
de salud mental)”. Su desarrollo se ha manifestado por medio de
narrativas en primera persona que han testimoniado la experiencia
personal de la recuperación (Cohen, 2008). También por
la defensa colectiva de derechos (que abarca desde el derecho a
recibir una atención de calidad hasta el derecho a la no
atención y la reivindicación de la locura) (Cea-Madrid,
2015), la gestión de servicios por y para personas con
experiencia vivida de padecimiento mental (Mowbray et al, 1997) y la
producción de investigación científica guiada
por el saber experto de las personas usuarias y ex usuarias (Rose,
2011). El empleo del concepto de recuperación por parte de las
personas usuarias es, por lo tanto, amplio y diverso.
Análogamente,
es posible distinguir un espectro de posturas de los profesionales de
la salud mental frente a este concepto y a su desarrollo por parte de
los usuarios. Mientras que algunos profesionales han acompañado,
complementado, potenciado, compartido y aprendido de estos
desarrollos, otros tantos profesionales han discutido esta visión,
la han combatido o negado. En este sentido, el concepto de
recuperación puede ser comprendido como un espacio de
frontera, intercambio, debate o lucha entre las teorizaciones
profesionales y la comprensión experiencial de las personas
con padecimiento mental. Por un lado, existen numerosas experiencias
de profesionales que se han sumado al debate por la definición
y conceptualización de la recuperación. Ellos han
participado conjuntamente de la reivindicación de los
derechos, han propiciado la inclusión en los servicios de
Salud Mental de personas con experiencia vivida en calidad de “pares
que brindan apoyo intencional” (Mead, 2005) y que han procurado
orientar los servicios por el principio de la recuperación
(Borg & Kristiansen, 2004; Davidson et al., 2012; Minoletti et
al., 2012). Por otro lado, algunos profesionales han enfatizado las
limitaciones y los riesgos de una conceptualización guiada por
el saber de las personas usuarias, o han insistido con una visión
más tradicional de los trastornos mentales incluso si no
dejaron de utilizar el concepto de recuperación (Gabay y
Fernández Bruno, 2017). Desde esta última perspectiva
profesional, la recuperación conlleva un fuerte componente de
"mejoría sintomática" y otro de "mejoría
de la funcionalidad". En su versión más extrema,
contradiciendo estudios longitudinales de larga data (Harding et al,
1987), la posibilidad de recuperación ha sido negada como algo
posible para personas con determinados diagnósticos (por
ejemplo, la esquizofrenia) (Bellack, 2006). En cambio, desde la
perspectiva de las personas con padecimiento mental el componente
central suele estar dado por aspectos existenciales o formas de
transcurrir la vida con mayor optimismo, esperanza y sentimientos de
pertenencia y aceptación por parte de la sociedad (Elcoro y
Agrest, 2017).
Entre
los marcos teóricos más aceptados para comprender y
estudiar la recuperación a nivel internacional se destaca
aquel que hace énfasis en la importancia de la Conexión,
la Esperanza, la Identidad, el Sentido y el Empoderamiento
(sintetizado con el acrónimo CHIME, según la versión
en inglés de estos términos) (Slade et al, 2012). La
conexión se refiere tanto a las relaciones con otras personas
como también a las relaciones con la comunidad y la sociedad
en su conjunto. La esperanza alude a la importancia de que las
personas confíen en que pueden sentirse mejor ya que esto
suele dar lugar a una mayor motivación para realizar acciones
tendientes a tal fin. La esperanza sería también
importante para los profesionales en el sentido de confiar en que la
recuperación es posible y, así, promover situaciones
que la faciliten. La identidad forma parte de un cambio profundo en
las personas en recuperación, en oposición a un simple
cambio de rutinas o conductas. Es frecuente que la experiencia de
recibir un diagnóstico, tomar medicación o atravesar
situaciones de internación por motivos de salud mental, si
bien pueden ser necesarias y ofrecer oportunidades valiosas,
contribuyan a una visión negativa de sí mismas y
atenten contra la propia identidad por la vía de la
internalización del estigma (Geffner y Agrest, 2021; Link,
1987; Lysacker et al, 2007). Por este motivo, la identidad, separada
de una etiqueta diagnóstica y alejada de las imposibilidades
que suelen rodear a las crisis de salud mental, ha sido señalada
como uno de los pilares de la recuperación. El encontrar un
sentido en la propia vida hace referencia a algo que es personal,
aunque también debe poder ser compartido con y por otros. El
poder conferir un sentido a las experiencias de padecimiento, la
elaboración de dichas situaciones y el lograr extraer de ellas
algún tipo de aprendizaje (que muchas veces puede ser de
enorme valor para la recuperación de otras personas) son
inherentes al encuentro de un sentido. Por último, el
empoderamiento alude a lograr cierto nivel de control sobre la propia
vida y sobre las acciones necesarias para sentirse mejor al tiempo
que se despliega la responsabilidad por las decisiones tomadas y las
consecuencias que se pudieran derivar. La misma se conecta
fuertemente con el sentimiento de identidad y el sentido de la propia
vida en tanto todos ellos permitan el despliegue de aquellas cosas
que son las más valoradas por la cultura en donde viva esa
persona (Yang et al, 2014). En algunas culturas eso es formar una
familia, aunque en otras puede ser tener un trabajo, participar
activamente en la defensa de derechos o hacer deportes con pericia
(Mascayano et al, 2016, Rosales et al, 2018). En este sentido, estos
componentes de la recuperación adquieren un carácter
eminentemente cultural.
Las
conceptualizaciones de la recuperación se desarrollan, en
buena medida, al amparo de la vida en comunidad de personas con
trastornos mentales severos, lo cual marca una diferencia importante
con otras conceptualizaciones más tradicionales de la
Psiquiatría que se basaron en la observación
sistemática de personas durante sus internaciones o en los
momentos más agudos de sus padecimientos. Por consiguiente,
tanto por el lado del contexto de producción del conocimiento
(internación vs vida en comunidad) como por el lado de los
sujetos que llevaron a cabo las conceptualizaciones (profesionales vs
usuarios) se presentan diferencias que impactan en sus resultados. Si
bien existen diferentes vertientes en los desarrollos sobre la
recuperación, sobresale la visión más optimista
acerca de las posibilidades que tendrían las personas con
trastornos mentales severos de poder incluirse en la comunidad y,
consecuentemente, de recuperarse.
La
conceptualización de la recuperación en Argentina y en
América Latina
El
estudio de la recuperación, su conceptualización y
consideración para las prácticas en el
campo de la Salud Mental, están pendientes en Argentina y, en
buena medida, también en
el resto de América Latina. El origen más reciente del
concepto proviene de países anglosajones, con especial
participación de los Estados Unidos, Australia, Canadá,
Inglaterra, Escocia y Nueva Zelanda. Es razonable la duda acerca de
los obstáculos para que este concepto prospere en culturas no
sajonas o donde las metas individuales son menos valoradas que las
metas colectivas (como en Japón y China, o en América
Latina) (Chiba et al, 2010; Agrest et al, 2021).
Con
respecto a su desarrollo en los últimos años a nivel
regional, Brasil organizó en 2017 un número especial de
la revista Cadernos Brasileiros de Saúde Mental
especialmente dedicado al tema de la recuperación luego de
sucesivas conferencias organizadas por Rosana Onocko Campos y Tania
Grigolo (Ferreira de Oliveira et al, 2017). Algo similar
sucedió en el mismo año con VERTEX, Revista
Argentina de Psiquiatría, dando cuenta de un reciente
interés por el tema en ambos países. La Revista
Iberoamericana de Psicología (de Colombia) se asoció
a un programa de la Universidad de Yale, en los Estados Unidos, para
publicar un número especial sobre recuperación en 2021.
El más reciente plan nacional de Salud Mental de Chile
menciona a la recuperación explícitamente entre sus
principios y propone la adopción del “enfoque de la
recuperación” (Ministerio de Salud de Chile, 2017,
p.34). Las propuestas teóricas, académicas y prácticas
que le otorgan un lugar a la recuperación se han multiplicado
en la región en los últimos años.
A
pesar de estos avances, la primera reacción local al escuchar
sobre este concepto es que se trata de "algo ya conocido, lo que
siempre se hizo", "perteneciente al campo de las
adicciones", "es lo mismo que la rehabilitación",
"una moda pasajera", "una cuestión voluntarista
que no contempla lo inconsciente", "el desconocimiento de
la psicopatología", o "la pérdida del
pensamiento clínico". Si bien el concepto de recuperación
no presupone una adscripción u oposición a ningún
modelo o teoría clínica psicológica en
particular, su convivencia pacífica con el psicoanálisis,
el cognitivismo, la teoría sistémica, el diálogo
abierto y otros modelos integrativos, también ha sido
cuestionado por su limitada profundidad o su escaso énfasis
para garantizar la atención (Gabay y Fernández Bruno,
2017). El respeto irrestricto por la autodeterminación de las
personas con padecimiento mental, inherente a las posiciones más
radicales de los sostenedores del concepto de recuperación, ha
sido cuestionado en la literatura profesional como “abandono
del paciente” o “pesimismo” a la hora de asegurar
la continuidad de determinados tratamientos (León, 2017).
Algo
diferencial de este incipiente movimiento guiado por la recuperación
en América Latina
es su aún mayor aproximación al campo de los derechos
humanos respecto de estos
mismos movimientos en otras regiones del mundo. En los países
de altos ingresos per
cápita, el concepto de recuperación se difundió
de la mano del movimiento de personas
usuarias, con significativa autonomía respecto de los
profesionales y relativo énfasis en los derechos, y fue
incorporado por los sistemas de salud/salud mental como herramienta
fundamental para transformar las prácticas. En América
Latina, en cambio, han sido los profesionales quienes mayor énfasis
han dado a este concepto y, principalmente, lo han hecho de forma
ligada a los derechos humanos sin mayor incidencia en los servicios.
Son aún incipientes las transformaciones de los servicios de
salud mental guiados por la recuperación y es todavía
incierta la posibilidad de que se vayan a transformar en el futuro en
esta dirección. Los propulsores de esta visión muchas
veces no tienen inserción en los servicios de salud mental y
son resistidos por trabajadores de los hospitales psiquiátricos
con el (cuestionable) argumento de que quienes apoyan la perspectiva
de la recuperación desconocen la tragedia de la enfermedad
mental y atribuyen a las instituciones los problemas que son, en
realidad, inherentes al trastorno mental severo.
En
los países en donde este concepto tomó mayor volumen,
la noción de recuperación ha reorganizado los servicios
e iluminado el universo de situaciones y acontecimientos que hacen a
la vida de las personas por fuera de los servicios de salud mental,
tendiendo a desarrollar las intervenciones en la comunidad y no "en
una realidad paralela" o "protegida" (por ejemplo, en
salas de internación u hospitales de día cerrados sobre
sí mismos) (Salzer, 2017). De este modo, el concepto de
recuperación ha tendido a acotar la injerencia profesional en
las actividades de la vida diaria que promueven la recuperación
(por ejemplo, la búsqueda de trabajo, el acceso a una vivienda
digna, el contacto con otros, el uso del tiempo libre, la conexión
con ámbitos culturales o con diferentes instancias de la
comunidad). Si bien es aceptado que las personas usuarias pueden
requerir apoyos transitorios, se han privilegiado para esta instancia
de recuperación en la comunidad a los grupos de ayuda mutua,
los pares especializados o, en momentos de crisis, los centros de
acogida. De todos modos, se acepta que los servicios de Salud Mental
tienen la fundamental tarea de colaborar y brindar soporte de
múltiples formas. En América Latina, con un mayor
énfasis en el psicoanálisis (especialmente en Argentina
y en Brasil), la ayuda profesional sigue siendo la más
valorada y promovida (por los profesionales) para apoyar los procesos
de recuperación (Le et al., 2021). A esta particularidad cabe
sumarle que las limitaciones de los Estados para garantizar la
vivienda digna, el acceso a la comida y al trabajo, así como
un fuerte componente de estigmatización del padecimiento
mental, generan un panorama que complejiza la recuperación.
En
síntesis, este concepto, fuertemente impulsado en sus orígenes
por las mismas personas a quienes va destinado, cuenta con el
potencial para contribuir a una transformación de los
servicios de Salud Mental y reformular el horizonte de la vida en
comunidad de personas con trastornos mentales severos. Sin embargo,
antes deberá sortear una serie de obstáculos que
amenazan su desarrollo regional. En primero lugar, aspectos
culturales diferentes a aquellos en donde el concepto se desarrolló;
en segundo término, la adopción del concepto en la
región por parte de algunos profesionales más que por
personas usuarias y ex usuarias de servicios de Salud Mental;
tercero, una tendencia a pensar la recuperación al interior de
los servicios de salud y, en función de ello, en cuarto lugar,
el privilegio de aspectos clínicos y funcionales antes que los
existenciales. Todas ellas son barreras fundamentales que deberá
sortear el concepto de recuperación para que las personas con
padecimiento mental tengan a su disposición servicios más
respetuosos de sus derechos y mayores oportunidades para contribuir a
la sociedad a pesar de las dificultades propias de su padecimiento
que pudieran seguir experimentando.
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