La
idea de la continuidad sindrómica entre psicopatología
y personalidad normal no es nueva. Estas propuestas consideran que la
línea divisoria entre salud y enfermedad es relativa, y tanto
psicopatología como normalidad deberían ser vistas como
puntos arbitrarios en el continuo salud-enfermedad (e.g., Leary,
1957; Millon y Everly, 1994; Millon, 1996; Offer y Sabshin, 1991;
Strack y Lorr, 1994). En línea con esta noción de
continuo Millon (2011), en uno de sus últimos textos, postuló
la existencia de 15 espectros de personalidad en un intento de
integrar los aspectos normales y patológicos de la
personalidad dentro de un continuo. Con el correr de los años
se ha incrementado el reconocimiento de que las concepciones sobre
normalidad y patología deberían estar organizadas en un
único marco conceptual. Sin embargo, a la fecha no contamos
con una clasificación integrada de psicopatología y
normalidad, de amplia aceptación entre teóricos y
clínicos.
Clasificaciones,
personalidad y psicopatología
Por
el lado de las clasificaciones de psicopatologías, y en el
caso particular de los trastornos de personalidad, desde los años
'80 -fecha en la que oficialmente se ubicaron estos cuadros en un
capítulo aparte dentro del manual diagnóstico- la Task
Force del DSM ha encontrado grandes dificultades para consensuar una
nosología que sea ampliamente aceptada (American Psychiatric
Association, 1980). Desde el inicio estos trastornos se configuraron
en un eje aparte a los entonces cuadros sintomáticos del Eje
I, y su sistema de diagnóstico ha sido desde siempre de índole
categorial. Este enfoque categorial ha generado una serie de
polémicas y discusiones frente a las modificaciones propuestas
para el DSM-5 lanzado finalmente en el 2013 (e.g., Widiger,
Sirovatka, Regier y Simonsen, 2006). Los puntos más fuertes de
la discusión se ubicaron en la limitación de las
aproximaciones categoriales para poder representar grados de
comorbilidad entre los trastornos y la ausencia de los grados de
severidad entre las diferentes patologías de la personalidad
(Clark, Livesley, y Morey, 1997; Cloninger, 2000; Trull y Durrett,
2005; Widiger y Samuel, 2005).
Tanto
clínicos como teóricos no alcanzaron un acuerdo hacia
el cierre del DSM-5 sobre la polémica categorías versus
dimensiones, dejando vigente el sistema categorial de la versión
previa (DSM-IV-TR; American Psychiatric Association 2002), para el
diagnóstico de los trastornos de personalidad (American
Psychiatric Association, 2013). No obstante, en la sección III
del manual se presentó un modelo dimensional cuyo propósito
a futuro será el de reemplazar la clasificación
categorial por un abordaje dimensional que resultaría más
cercano a la realidad y contaría con un mayor soporte empírico
(Hopwood et al., 2013). Mediante este novedoso modelo los trastornos
de personalidad se diagnostican mediante la valoración de dos
características básicas: a) el grado de deficiencia en
el funcionamiento de la personalidad, tomando en cuenta tanto el
sí-mismo como las relaciones interpersonales; y b) los rasgos
de personalidad patológicos entendidos como dimensiones no
excluyentes –es decir, valorados en un gradiente y con
posibilidad de co-existencia–. En estos rasgos se pueden ver
reflejadas las ideas contenidas en el modelo de los cinco grandes de
la personalidad o Five-Factor Model (FFM; Costa y McCrae, 1985),
modelo histórica y enfáticamente rechazado para el
diagnóstico de los trastornos personológicos (Krueger,
Derringer, Markon, Watson, & Skodol 2013; Millon, 1996).
Para
su evaluación, los autores diseñaron el Personality
Inventory for DSM-5 (PID-5; Krueger et al., 2013), un instrumento
incluido en el mismo manual, que permite evaluar desde una
perspectiva empírica y dimensional los rasgos patológicos
de la personalidad. Este instrumento evalúa cinco dimensiones
de personalidad que fueron ideadas como las versiones patológicas
de las dimensiones del mencionado FFM (Costa y McCrae, 1985). Las
cinco dimensiones del PID-5 –denominadas dominios– son:
Afectividad Negativa, Indiferencia, Antogonismo, Deshinbición
y Psicoticismo. Cada una de ellas está representada por tres
facetas principales que evalúan sus subaspectos fundamentales
y, además, existen diez facetas secundarias que se asume
complementan algunas de las características de los dominios y
deberían ser utilizadas para realizar diagnósticos de
trastornos de la personalidad. En el DSM-5 se presentan estos rasgos
patológicos como los polos opuestos de los rasgos clásicos
de la personalidad no patológicos sin aportarse mayores
especificaciones al respecto (American Psychiatric Association,
2013). Al momento, este modelo de rasgos patológicos ha sido
investigado en un amplio abanico de trabajo científicos (e.g.
Anderson, Sellbom & Salekin, 2020; Sellbom, Solomon-Krakus, Bach
& Bagby, 2020; Stover, Castro Solano & Fernández
Liporace, 2019).
Psicología
Positiva, fortalezas y rasgos positivos
Durante
una parte importante del siglo XX, la psicología ha hecho
progresos significativos en el diagnóstico y tratamiento de
los trastornos psicopatológicos y se ha ocupado de que las
personas sufran menos poniendo un mayor énfasis en los
componentes patológicos que en los salugénicos
(Seligman, 1995; Seligman y Csikzentmihalyi, 2000). El modelo médico
por el cual la salud coincidiría con la ausencia de la
patología ha fijado el rumbo de la labor en el ámbito
psicológico (Millon, 1996). Sin embargo, hoy en día se
ha postulado que el hecho de que una persona no tenga síntomas
o trastornos no es garantía de un funcionamiento óptimo
en la vida ni tampoco de una buena calidad de vida (Seligman y
Csikzentmihalyi, 2014).
Tal
como se ejemplificó con los debates acerca de la clasificación
idónea para diagnosticar trastornos de personalidad, a lo
largo de todo el siglo XX se pueden vislumbrar los esfuerzos por
arribar a una categoría consensuada de psicopatología
(Seligman y Csikzentmihalyi, 2000). A pesar de haber aún
algunos disensos, en términos generales contamos con una idea
bastante acabada de aquello que las personas no deben ser/hacer. Muy
por el contrario, aún no tenemos un mapa claro y consensuado
de cómo deben ser las personas sanas (Leising, 2008; Leising,
Rogers y Ostner, 2009; Sadler y Fulford, 2006; Wakefield, 1992). Es
decir, no contamos con un manual de uso común que englobe
aquellos signos representativos de las sanidades. Si retomamos la
idea de un marco conceptual común para la psicopatología
y la salud, una propuesta de esta índole idealmente debería
ser el 'reverso' de cada uno de los síntomas
patológicos enumerados en los DSM.
En
principio debe decirse que idear un manual de sanidades nos llevaría
necesariamente a recurrir a criterios valorativos e introducir una
dimensión valórica en la personalidad (Leising et al.,
2009; Schwartz, 1992). Originalmente los rasgos de personalidad
oficiaban como fuente primaria para la detección de
diferencias individuales, tenían una connotación
neutral y describían solamente como las personas eran
(Nicholson, 1998). Las taxonomías vigentes de rasgos
personológicos, si bien son muy útiles, no incluyen una
connotación valorativa que sirva al propósito
comentado.
La
psicología ha ignorado durante largo tiempo el estudio de los
aspectos valorativos de la personalidad (e.g. carácter,
virtudes, fortalezas, rasgos positivos). Los autores han preferido
utilizar una terminología más neutral y menos
valorativa para caracterizar las diferencias individuales entre las
personas. No es sino de modo reciente que ha habido un creciente
interés por parte de teóricos e investigadores en
recuperar los conceptos vinculados con los rasgos psicológicos
positivos (e. g., Morales-Vives, De Raad y Vigil-Colet, 2014; Park y
Peterson, 2009; Seligman, Steen, Park y Peterson, 2005).
Clasificaciones
theory-driven vs. data-driven
Aunque
no de tan amplia trayectoria como los debates entorno al DSM, pueden
identificarse dos grandes enfoques empíricos al intentar
estudiar y categorizar las características humanas positivas
(Chow, 2002): (a) enfoques guiados por las teorías
(theory-driven), y (b) enfoques guiados por los datos (data-driven).
Los
enfoques guiados por teorías se caracterizan por ser
aproximaciones teórico-racionales que parten de un modelo
teórico en particular y que posteriormente se intentan
corroborar de modo empírico. Peterson y Seligman (2004)
construyeron una clasificación de fortalezas y virtudes
humanas denominada Values in Action (VIA) partiendo del consenso de
expertos. En relación a ella, Dahlsgaard, Peterson, y Seligman
(2005) señalaron que se podían delimitar 6 virtudes que
aparecían implícita o explícitamente mencionadas
en algunos textos tradicionales filosóficos y religiosos de
oriente (e. g., hinduismo) y occidente (e. g., filosofía
ateniense). Luego de análisis y debates académicos, los
expertos propusieron un listado de 24 fortalezas del carácter
que se correspondían con esas virtudes. Esta clasificación
de 6 virtudes y 24 fortalezas ha tenido un uso extendido dentro de
los autores de la psicología positiva (e.g., Castro Solano,
2014; Castro Solano y Cosentino, 2016; Cosentino, 2014). A la fecha
existe un importante volumen de investigaciones que relacionan las
fortalezas derivadas de esta clasificación con otros
resultados como el incremento de la felicidad y baja en los síntomas
depresivos (Proyer, Gander, Wellenzohn y Ruch, 2015), la
productividad en el trabajo (Lavy y Littman-Ovadia, 2017), la mejora
del afrontamiento del estrés laboral (Harzer y Ruch, 2015), el
rendimiento académico (Wagner y Ruch, 2015), entre muchos
otros (Via Institute Character, 2017).
A
pesar de la amplia difusión y uso tanto por clínicos
como por investigadores, este modelo presenta algunos problemas.
Entre los más importantes se debe mencionar el hecho de no
contar con suficiente evidencia empírica y que la mayoría
de los estudios transculturales no verifican la agrupación
teórica propuesta (e. g., Brdar y Kashdan, 2010; Cosentino,
2011; Duan et al., 2012; McGrath, 2014; Otake et al., 2005; Peterson
y Seligman, 2004; Ruch et al., 2010; Shryack, Steger, Krueger y
Kallie, 2010; Singh y Choubisa, 2010). Sumado a ello, si bien esta
clasificación aborda el estudio de los rasgos positivos de la
personalidad, no está en conexión con los modelos de
rasgos normales ni patológicos vigentes.
Dentro
de los modelos derivados de la teoría o los expertos se puede
destacar también el trabajo de Leising et al. (2009), los
autores formularon criterios invertidos de cada uno de los criterios
utilizados para el diagnóstico de trastornos de personalidad
del DSM-IV-TR. De su estudio pudieron identificar 10 clusters de
aspectos valorados como sanos o normales implícitos en el DSM.
Para ello, tomaron los 79 criterios incluidos en los diagnósticos
de trastornos de la personalidad tal como figuraban en el DSM-IV-TR y
crearon afirmaciones que expresaban su opuesto semántico. Los
autores encontraron ciertas dificultades en encontrar los opuestos ya
que en muchos de ellos no alcanzaba simplemente con quitar la
formulación negativa. Para esos casos debieron idear términos
positivos. Recurrieron a 28 jueces que los agruparon de acuerdo a su
similitud. Luego de un análisis jerárquico concluyeron
que una agrupación de 10 clusters –que a la vez incluían
27 subclusters- era la más apropiada. Estos eran: (1)
Autosuficiencia e independencia (2) Seguro de Si-mismo de modo
realista, (3) Llevarse bien con los demás, (4) Tolerar la
incertidumbre y la imperfección, (5) Apreciar lo bueno en los
demás, (6) Ser convencional, (7) Tener autocontrol, (8)
Conectarse con los demás emocionalmente y tratar a los otros
de manera justa, (9) Disfrutar de las relaciones personales y de las
actividades cotidianas y (10) Ser confiable.
Por
otra parte, Huppert y So (2013) buscaron generar una nueva medida de
bienestar que denominaron flourishing. Para ello identificaron los
opuestos a dos trastornos mentales comunes de acuerdo al DSM-IV-TR
(American Psychiatric Association, 2002): trastorno de ansiedad
generalizada y trastorno depresivo mayor. Enumeraron todos los
síntomas de esos trastornos y buscaron redactar los enunciados
de forma positiva. Es decir, un enunciado que no solo hablara de la
versión neutral del síntoma –de su ausencia-,
sino que se refiriera a un aspecto positivo ubicado más allá
de ese punto neutral. Luego de encontrar los enunciados opuestos, los
agruparon en diez características positivas que combinaran
tanto los aspectos relativos al sentirse bien y al funcionar
eficazmente. Si bien esta aproximación es muy reciente y
novedosa no tomó en cuenta las variantes personológicas.
Las
nosologías derivadas desde un enfoque psicoléxico, por
el contrario, son modelos data-driven. Consisten generalmente de
estudios inductivos que intentan identificar agrupaciones de
elementos -características ó rasgos positivos- con el
propósito de encontrar una generalización adecuada de
los datos en poblaciones más amplias. Esta perspectiva
considera que las diferencias individuales en los rasgos positivos
están codificadas en el lenguaje natural de las personas,
especialmente en las concepciones implícitas que tienen las
personas acerca de una persona altamente valorada (Walker &
Pitts, 1998).
Dentro
de ellos, uno de los pioneros fue el estudio de Walker y Pitts (1998)
en el que se analizaron las concepciones naturalísticas de la
excelencia moral de las personas Los autores hallaron seis clusters:
idealista basado en principios, confiable y leal, integro, bondadoso,
justo y confidente. Por otra parte, utilizando la misma metodología,
Cawley, Martin y Johnson (2000) partieron de la identificación
de 140 términos del diccionario inglés que se
correspondían con las virtudes morales. Como resultado,
propusieron un modelo de 4 dimensiones de virtudes: empatía,
orden, ingenioso y sereno. Morales-Vives, De Raad y Vigil-Colet
(2014), por su parte, propusieron un modelo de 7 factores
-autoconfianza, rectitud, compasión, sociabilidad, reflexivo,
perseverante y sereno- obtenido mediante el análisis de listas
de palabras. En Argentina, se destaca el estudio de Cosentino y
Castro Solano (2017) quienes utilizando una aproximación
psicoléxica, partieron de la identificación de las
características humanas positivas desde el punto de vista de
las personas comunes. Su investigación tuvo por objetivo
desarrollar un modelo de factores de rasgos positivos humanos
socialmente compartidos que pudiesen ser replicable en otras
poblaciones. Hasta el momento de esa investigación, los
estudios sobre características positivas se habían
focalizado solamente en un subtipo de rasgos positivos: los rasgos
morales (e.g. virtudes y fortalezas del carácter), en tanto
que talentos y habilidades habían sido sistemáticamente
excluidos. Sin embargo, los autores consideraron las características
psicológicas positivas en un sentido amplio, incluyendo
características sin connotación moral (e.g.,
tranquilidad) como así también las relacionadas con la
performance (e.g., inteligencia). Su investigación tuvo por
resultado el desarrollo de un modelo replicable de cinco factores
denominado Modelo de los Cinco Altos o High Five Model (HFM). Los
cinco factores positivos del HFA son erudición, paz,
jovialidad, honestidad y tenacidad. Como rasgos positivos de la
personalidad, los factores altos del HFM están presentes en
cada individuo de forma relativamente estable, y están
representados por características psicológicas
positivas. Los factores altos presentan ciertas propiedades: puede
medirse, varían entre individuos, y supuestamente podrían
ser incrementados o reducidos por influencias internas y/o externas.
Estos factores del HFM son diferentes de los factores del modelo de
los Cinco Grandes de la personalidad, aunque están
relacionados con ellos. En este sentido, el HFM incrementa la
predicción del bienestar (hedónico y eudamónico)
por sobre la del modelo de los Cinco Grandes. El estudio de Cosentino
y Castro Solano (2017) representa un abordaje único y original
porque, a diferencia de los estudios previamente citados, incorpora
un enfoque profundamente psicoléxico (se partió de las
palabras que piensan y utilizan las personas comunes, sin mediación
de diccionarios), y se basó exclusivamente en procedimientos
estadísticos (e.g., frecuencia de las palabras) para el
análisis de los descriptores de los rasgos positivos,
excluyendo la subjetividad de los juicios de expertos y jueces para
clasificar y eliminar elementos en distintas instancias del proceso
de investigación como es práctica habitual en este tipo
de estudios. Esta aproximación conlleva a una mejor
representación de los rasgos positivos internalizados por las
personas en comparación a otros procedimientos. Este estudio
sustenta no solo la relación del HFM con variables positivas,
sino que también la validez incremental del HFM por sobre las
variables clásicas de personalidad para la predicción
del bienestar. En otra investigación Castro Solano y Cosentino
(2017) estudiaron la asociación del HFM con indicadores de
funcionamiento óptimo y patológico. Los autores
encontraron que elevados factores altos del HFM no solo permiten
establecer una separación de las variables psicopatológicas,
sino que están asociados significativamente con las variables
positivas (alto flourishing y pocos o ningún factor de riesgo
para la salud). En efecto, los elevados factores altos del HFM,
especialmente alta paz y alta jovialidad, están asociadas con
una mejor salud mental positiva y bajo riesgo de enfermedad médica.
El factor paz puede entenderse como un factor relacionado con la
tolerancia hacia los demás y la tranquilidad mental
característica de aquellas personas que registran bajas
preocupaciones personales con la vida. El factor jovialidad está
relacionado con el sentido del humor y la simpatía y la
diversión, por lo que podría considerarse como un
indicador de un estado de ánimo positivo. El HFM permite
predecir de forma relativamente adecuada ambos extremos del continuo
salud–enfermedad. Elevados factores altos se presentaron
asociados con un funcionamiento óptimo y bajos factores altos
se presentaron asociados con un funcionamiento relacionado, en última
instancia, a la patología.
Un
modelo de rasgos positivos basado en el DSM-5
Retomando
el continuo salud-enfermedad se pueden situar por un lado la
propuesta dimensional para evaluar los trastornos psicopatológicos
de la personalidad propuestas en la sección III el DSM-5
entendidos como una extensión patológica de los rasgos
normales de la personalidad; y por el otro lado, los rasgos normales
de la personalidad que no alcanzan para describir el funcionamiento
positivo de las personas en términos personológicos. En
un intento por dar respuesta a esta carencia, de la Iglesia y Castro
Solano (2018a) propusieron un modelo para evaluar rasgos positivos de
la personalidad como los polos opuestos positivos de aquellos
indicados en la nueva clasificación de trastornos de
personalidad propuesta en el DSM-5 (American Psychiatric Association,
2013). El modelo fue diseñado en base a los indicadores de
patología incluidos en el PID-5 (Krueger et al., 2013). Los
autores formularon las versiones positivas u opuestas de los 220
indicadores del PID-5 y sometieron el instrumento a distintos
estudios psicométricos preliminares: estudio piloto, juicio
experto, análisis de consistencia interna y estudios de
validez externa con el mismo PID-5 y el BFI (John, Donahue y Kentle,
1991). Los resultados fueron en términos generales los
esperados, encontrándose cinco dominios positivos que
denominaron: bienestar, vínculos positivos, humanidad,
moderación, lucidez. En un estudio posterior de la Iglesia y
Castro Solano (2018b) verificaron con una muestra independiente la
estructura factorial subyacente de este modelo dando lugar a 60
indicadores agrupados en las cinco dimensiones comentadas. De forma
adicional, se estimó la validez externa mediante el análisis
de correlaciones con el modelo de los cinco grandes (BFI) y con los
rasgos patológicos de la personalidad (PID5). Los análisis
indicaron evidencias de validez divergente con los rasgos patológicos
y de validez convergente con los rasgos de la personalidad normal.
Asimismo se estimó la validez incremental de los rasgos
positivos para la predicción del bienestar psicológico,
más allá de la varianza explicada por los rasgos tanto
de personalidad normal, como patológica. Los análisis
permitieron concluir que el modelo presentado de rasgos positivos
permitía predecir de forma adecuada diferentes tipos de
bienestar psicológico (emocional, social, personal) más
allá de las variables psicológicas clásicamente
consideradas. También, se sabe que en comparación con
los rasgos normales, los rasgos positivos son mejores predictores del
bienestar (de la Iglesia & Castro Solano, 2018b) y del desempeño
y satisfacción laboral (de la Iglesia, Lupano Perugini, &
Castro Solano, 2019). Además, predicen el rendimiento y ajuste
académico (de la Iglesia & Castro Solano, 2019a) así
como también, incrementan la probabilidad de experimentar
salud mental completa -baja sintomatología psicológica
y alto bienestar- (de la Iglesia & Castro Solano, 2019b). Además,
en un estudio en población clínica, se corroboró
que los rasgos positivos que los pacientes presentaban al inicio de
la terapia, predecían el progreso psicoterapéutico a
los tres meses y también a los seis meses de tratamiento
(Eidman & de la Iglesia, 2020, en evaluación).
Modelo
Dual de la Personalidad
La
diferenciación entre rasgos normales, patológicos y
positivos da cuenta de la necesidad de conceptualizar el constructo
como un continuo en el que todos esos aspectos pueden ubicarse como
polos más salugénicos o enfer- mos. El modelo médico
guió gran parte del desarrollo de la psico- logía como
ciencia enfatisando la necesidad de identificar, clasificar y tratar
los síntomas de enfermedad mental. Luego, las postulaciones de
la psicología positiva trajeron a la luz el otro gran aspecto
constituyente de la salud: los aspectos vinculados con el buen
funcionamiento psicológico. Esto brindó una renovada
visión hasta el momento dejada de lado, que las investigaciones
empíricas ratificaron como sumamente importantes para el
estudio científico de la psicología de los individuos.
Sin embargo, el foco en los aspectos positivos desembocó, de
alguna manera, en la misma carencia que el modelo médico
tenía, el estudio exclusivo de un solo aspecto del fenómeno.
¿Qué ocurriría si estudiáramos ambos
aspectos en conjunto? El Modelo Dual de la Personalidad pretende dar
respuesta a ese interrogante.
El
modelo de rasgos patológicos y el de rasgos positivos resultan
complementarios y necesarios para una valoración completa y
confiable de los rasgos de la personalidad. Representan, de manera
conjunta, la conceptualización de continuo del rasgo, y
habilitan a una evaluación dimensional del grado de presencia
de los rasgos de la per- sonalidad. Esta visión integradora fue
estudiada por de la Iglesia y Castro Solano (2021, en prensa) quienes
postularon el Modelo Dual de la Personalidad (MDP). La noción
central del MDP radica en que los rasgos de la personalidad pueden y
deben ser valorados tanto en sus aspectos patológicos como en
sus aspectos positivos de manera conjunta. Hacerlo así nos
brindaría una noción del ajuste total de la personalidad
ya que podríamos ponderar la presencia de ambos aspectos. Se
obtiene así, una noción integrada del funciona- miento
total de la personalidad del sujeto en contraposición a una
evaluación disociada.
El
MDP postula que no será lo mismo tener baja presencia de rasgos
patológicos a la par de baja presencia de rasgos positivos, que
tener baja presencia de rasgos patológicos a la par de alta
presencia de rasgos positivos. En un nivel conceptual, los rasgos
forman parte de un continuo en el que se pueden identificar versiones
patológicas y sanas del constructo. De su combinación se
pueden diagnosticar el ajuste de la personalidad. El grupo de mayor
ajuste es aquel conformado por quienes tienen una alta presencia de
rasgos positivos y una baja presencia de rasgos patológicos.
Este grupo se denomina personalidad completamente sana. Quienes
presenten rasgos positivos pero también rasgos patológicos
pertenecen al grupo personalidad patológica compensada. Los que
presenten rasgos patológicos y baja presencia de rasgos
positivos pertenecen al grupo personalidad patológica. Y,
finalmente, quienes presenten baja presencia de rasgos patológicos
y baja presencia de rasgos positivos pertenecen al grupo de
personalidad vulnerable. Considerando los antecedentes en cuanto a
los modelos integrados de síntomas y bienestar, se hipotetiza
que tendrán mejor ajuste a nivel sintomático y en
diferentes aspectos de la vida cotidiana quienes pertenezcan al grupo
de personalidad completamente sana y, en menor grado, los del grupo
de personalidad patológica compensada. Además, se
hipotetiza que quienes presenten personalidad patológica
tendrán graves dificultades en varios aspecto s de la vida y
quienes tenga personalidad vulnerable estarán más
propensos a distintos tipos de sufrimiento.
Este
modelo se operacionalizó en el Inventario de los Cinco
Continuos de la Personalidad (ICCP; de la Iglesia & Castro
Solano, 2021, en prensa). Mediante el se pueden medir los cinco
rasgos patológicos y los cinco rasgos positivos, además
de calcularse puntuaciones globales de rasgos positivos, patológicos
y su combinación.
Conclusiones
En
esta presentación se han intentado realizar un recorrido sobre
las nosologías destinadas a analizar los rasgos positivos de
la personalidad. Se plantearon los antecedentes relacionados con los
rasgos patológicos y normales, y luego se recorrieron los
estudios psicoléxicos y los teóricos que intentaron dar
respuesta a la vacante de una nosología globalmente aceptada
de rasgos positivos de la personalidad. Se destacó el Modelo
de Personalidad Positiva (de la Iglesia & Castro Solano 2018a,
2018b) por estar en conexión a la nosología más
reciente de rasgos patológicos: el DSM-5. Finalmente, se
presentó un modelo integrador de rasgos de personalidad, el
Modelo Dual de la Personalidad (MDP). Este modelo pretende superar
las limitaciones de la valoración por separado de aspectos
patológicos y positivos brindando una opción integrada
de ambos aspectos basada en la noción del continuo de
salud-enfermedad y en todos los antecedentes científicos
relacionados que dan cuenta que el estudio de ambos aspectos es
superador a su valoración por separado.
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