Trastorno
por Déficit de Atención con/sin Hiperactividad (TDA/H):
Validez diagnóstica
El
Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos
Mentales, quinta edición (DSM-5), describe al TDA/H como una
condición del desarrollo caracterizada por síntomas de
inatención, hiperactividad e impulsividad (American
Psychiatric Association, 2013). De acuerdo con los criterios de este
manual, el TDA/H se puede dividir en tres tipos: combinado,
predominantemente inatento y predominantemente hiperactivo-impulsivo.
Junto
con estos tres principales grupos sintomáticos, las personas
con TDA/H también presentan déficits en las funciones
ejecutivas, en la regulación del comportamiento y las
emociones, y en la motivación (Davidson, 2008; Torrente et
al., 2011).
Por
su parte, la Clasificación Internacional de Enfermedades
(CIE-11) (Organización Mundial de la Salud, 2018) ofrece una
descripción similar dentro del Trastorno por hiperactividad
con déficit de la atención, incluido en el apartado de
los trastornos del neurodesarrollo.
Actualmente
se estima que la prevalencia del TDA/H es del 5% de los niños
en edad escolar (Polanczyk et al., 2014) y del 2,5% en la adultez
(Simon et. al, 2009).
El
TDA/H no es un fenómeno nuevo, particularmente cuando se hace
referencia a su descripción en la niñez.
La
primera referencia de lo que hoy conocemos como TDA/H data del
trabajo de Still de comienzos del siglo XX (Still, 1902). Sin
embargo, la caracterización del trastorno en adultos es mucho
más reciente (Wood et al., 1976).
Más
de un siglo después de la primera descripción, los
datos existentes por las investigaciones en el campo validan el
diagnóstico de TDA/H por su deterioro funcional y
neurocognitivo después de controlar una amplia gama de
variables que a menudo se confunden con el diagnóstico
(Willcutt y Carlson, 2005). Según estos autores el TDA/H es un
trastorno válido porque afecta significativamente el
funcionamiento social, académico, ocupacional y adaptativo
general tanto en niños como en adultos.
Específicamente,
con respecto a la presentación en adultos, muchos trabajos han
proporcionado evidencia sobre la validez diagnóstica del TDA/H
en adultos (Spencer et al., 1998). Dicha validez está
sustentada por los correlatos clínicos, la historia familiar,
la respuesta al tratamiento, los estudios de laboratorio, el curso y
la evolución (Faraone et al., 2000).
Sin
embargo, más allá de lo descripto anteriormente, aún
hoy el TDA/H sigue siendo un diagnóstico muy discutido en la
infancia y, al mismo tiempo, subestimado en la adultez.
El
tratamiento de esta condición tampoco está exento de
controversias, incluyendo serias críticas con respecto a la
medicalización en la infancia y el estigma asociado, así
como una limitada accesibilidad al tratamiento no farmacológico
para adultos.
Estudios
recientes sugieren que los profesionales de la salud tienen un
conocimiento limitado sobre el diagnóstico y las guías
de tratamiento del TDA/H, particularmente en adultos y con respecto a
las estrategias no farmacológicas (Schneider et al., 2019).
Diagnóstico
y tratamiento en la infancia y en la adolescencia
En
el ámbito clínico, especialmente por parte de
profesionales no expertos, es frecuente la opinión de que el
TDA/H en la infancia y adolescencia es un trastorno
sobrediagnosticado. En el intento de responder esta inquietud, en una
revisión sistemática reciente (Kazda et al., 2021)
plantean que, tanto el debate público sobre la idoneidad del
diagnóstico del trastorno por déficit de atención
con/sin hiperactividad (TDA/H), como las tasas de diagnóstico,
han aumentado. Adicionalmente, sostienen que continúa el
desacuerdo sobre cuánto del aumento de los diagnósticos
se puede atribuir a verdaderos aumentos en la frecuencia, a la mejor
detección, o bien, al sobrediagnóstico debido a un
diagnóstico erróneo.
Con
respecto al tratamiento también se encontraron, en numerosos
estudios especializados en el TDA/H, que el tratamiento farmacológico
del TDA/H era creciente en niños y adolescentes (Kazda et al.,
2021). Esto es consistente con estudios previos en el tema que
alertaban sobre el aumento de las tasas de prescripción, con
amplias variaciones en la práctica médica, en muchos
países occidentales (Epstein et al., 2014; Renoux et al.,
2016; Visser et al., 2014, Visser et al. 2016).
La
controversia también se extiende a los cambios en la última
edición del DSM-5 (American Psychiatric Association, 2013). En
este sentido, Rodríguez-Testal et al. (2014) cuestionan a la
clasificación del mencionado manual por mantener los mismos
indicadores sintomáticos sin mejorar la precisión de la
condición, y por aludir de manera genérica la
interferencia en la vida cotidiana, por lo que es posible que se
diagnostique en exceso (Epstein y Loren, 2013). Contrariamente,
Botero-Franco et al. (2016), plantean una visión positiva con
respecto a los cambios, afirmando que facilitarían que más
adultos y adolescentes sean incluidos en los estudios de seguimiento;
que se incluyan algunos casos de TDA/H inatento que no eran
diagnosticados por la restricción de que los síntomas
aparecieran antes de los 7 años; entre otras ventajas.
Volviendo
al planteo de Kazda et al. (2021), y en relación con la
controversia descrita en el párrafo anterior, sostienen que
encontraron tasas crecientes de diagnóstico y tratamiento del
TDA/H, y una gran proporción de casos recién detectados
con síntomas más leves, en los que los daños
pueden superar los pequeños beneficios del diagnóstico
y el tratamiento. Sumado a esto, encontraron pocos estudios que
evaluaran la gravedad de los síntomas entre los casos
adicionales diagnosticados a través de definiciones de
enfermedad ampliadas, así como el equilibrio de beneficios y
daños para estas personas, lo que representa una brecha de
evidencia crítica.
En
otros términos, es importante considerar la ecuación
costo-beneficio del diagnóstico de TDA/H, en especial en los
casos con síntomas leves, dado que tanto el establecimiento de
dicho diagnóstico como la implementación del
tratamiento, especialmente farmacológico, podrían ser
perjudiciales más que beneficiosos. Esto no invalida, sin
embargo, el correcto diagnóstico y el correspondiente
tratamiento en aquellas personas en las que los beneficios de estos
superen a los perjuicios.
Siguiendo
la lógica de evaluar la ecuación de costos/beneficios,
el enfoque del diagnóstico escalonado podría ser una
opción superadora, al incorporar la necesidad de un
diagnóstico y tratamiento eficientes para los casos graves,
así como una posición de observación y espera
para los casos leves y límites (Batstra et al., 2012 y Thomas
et al., 2013).
En
cuanto a la eficacia de los tratamientos disponibles, los
estimulantes y no estimulantes, así como la terapia
cognitivo-conductual (sola o en combinación con estimulantes),
han mostrado ser significativamente más eficaces que el
placebo; mientras que los estimulantes evidencian una eficacia
superior a la terapia cognitivo-conductual, el entrenamiento
cognitivo y los no estimulantes como monoterapias. Sin embargo, la
terapia conductual, única modalidad de psicoterapia que se
asocia con beneficios, en combinación con estimulantes ha
demostrado una eficacia superior a la monoterapia con estimulantes o
no estimulantes (Catalá-López et al., 2017). Ahora
bien, en términos de aceptabilidad, estos autores sostienen
que la terapia conductual y los estimulantes (y su combinación)
mostraron el mejor perfil de aceptabilidad, lo que llevó a un
número significativamente menor de interrupciones del
tratamiento que el placebo.
En
síntesis, la modalidad que se ha asociado con mejores
resultados es el tratamiento combinado de estimulantes con terapia
cognitivo-conductual (Catalá-López et al., 2017). La
revisión sistemática llevada a cabo por dichos autores
sugiere que los efectos del tratamiento son mayores en diferentes
dominios cuando la terapia conductual se combina con estimulantes
(NICE, 2018). Entre los dominios en los que ha demostrado eficacia
este tipo de tratamiento se encuentra la mejoría en los
procesos de atención, la reducción de la respuesta
impulsiva, la adherencia al tratamiento farmacológico y el rol
del tratamiento no farmacológico en la reducción de la
dosis de estimulantes (NICE, 2018).
Diagnóstico
y tratamiento en la adultez
A
diferencia de lo descrito con respecto al diagnóstico en la
infancia y en la adolescencia, el TDA/H sigue siendo subdiagnosticado
en la adultez, a pesar de contar con guías confiables, entre
las que se destaca la guía NICE (2018).
El
subdiagnóstico podría explicarse por diversos motivos,
como las diferencias en la presentación de síntomas
entre los adultos y la dificultad en el recuerdo del propio paciente
sobre la presencia de los síntomas antes de los 12 años
(Breda et al., 2020).
Brassett-Harknett
y Butler (2007), previo a la publicación del DSM-5 (American
Psychiatric Association, 2013), sostenían que la mayor
dificultad para el diagnóstico de TDA/H en adultos reside,
entre otras cuestiones, en la utilización de criterios
diagnósticos que originariamente fueron desarrollados para
niños, cuestión que no ha sido superada en la última
versión del manual de la American Psychological Association
(2013) ni en la última edición de la Clasificación
Internacional de las Enfermedades de la Organización Mundial
de la Salud (ICD 11, 2018).
Sumado
a lo anterior, existe un limitado conocimiento de los profesionales
tratantes sobre las particularidades del trastorno, los síntomas
en la edad adulta y la presencia de comorbilidades psiquiátricas
complejas (Schneider, 2019).
Los
inconvenientes en la definición del diagnóstico y el
conocimiento limitado del mismo, impacta seriamente en la principal
fuente de evaluación diagnóstica del TDA/H en adultos:
la entrevista clínica (Ruiz Sandoval & León
Jiménez, 2006). En este contexto cobra mayor relevancia la
presencia de un informante para contar con información
retrospectiva confiable sobre los síntomas durante la infancia
y la continuidad de los mismos en la edad adulta (Asherson, 2018,
Sibley et al., 2012). Sin embargo, la dificultad para contactar a un
informante al evaluar a un paciente adulto es mucho mayor que en la
infancia y en la adolescencia (Schneider, 2019).
Si
bien existen otros métodos complementarios de diagnóstico,
como los instrumentos psicométricos y la evaluación
neurocognitiva, los reportes al día de la fecha aún son
inconsistentes y poco fiables (Schneider, 2019).
Con
respecto a los instrumentos psicométricos, aún no hay
consenso con respecto a cuál es el más fiable y su uso
en los ensayos clínicos es muy heterogéneo (López
et al., 2018).
Las
fragilidades y heterogeneidad de los criterios diagnósticos y
de los instrumentos de evaluación explican los hallazgos con
respecto a que los profesionales no se sienten seguros al
diagnosticar (Faraone et al., 2015; French et al., 2019; Luo et al.,
2019; Thomas et al., 2015), cuestiones que se asocian además
con el poco entrenamiento y experiencia (French et al., 2019;
Morrill, 2009; Salt et al., 2005).
Esto
podría deberse a la heterogeneidad propia que se encuentra
dentro del mismo trastorno (Faraone et al., 2015; Luo et al., 2019),
sumado a la variación en la presentación del mismo a lo
largo de la vida, siendo que algunos de los síntomas
considerados como principales en el TDA/H en niños declinan
con la edad, especialmente la hiperactividad (Molina et al., 2009;
Wilens y Dodson, 2004).
Las
dificultades en el diagnóstico no solo representan un dilema
teórico-profesional, sino que el subdiagnóstico y el
diagnóstico tardío de TDA/H tiene un impacto
significativo en la vida de los pacientes. En este sentido, Watters
et al. (2018) describen que, si bien el diagnóstico aún
en edad adulta se asocia con una respuesta positiva por parte del
paciente y la familia, el diagnóstico tardío genera una
expresión de tristeza e ira intensa por no haber recibido el
diagnóstico temprano, incluso habiendo consultado a múltiples
profesionales de la salud a lo largo de la vida.
Ahora
bien, un correcto diagnóstico brindado a tiempo en adultos
permite el acceso al tratamiento, cuestión que conduce a una
reducción de los deterioros funcionales y a una mejor calidad
de vida (Brod et al.,
2012). Esto cobra mayor relevancia si se considera que se estima que
sólo
una quinta parte de los adultos que cumplen con los criterios de
TDA/H reciben tratamiento (Fayyad et al., 2017)
En
cuanto a la evidencia del tratamiento para el TDA/H en adultos,
encontramos ciertas similitudes con las alternativas descriptas para
la infancia y
adolescencia.
En
un reciente metaanálisis (López et al., 2018), se
encontró que la terapia cognitivo-conductual ha mostrado los
mayores índices de eficacia en el corto plazo para tratar los
síntomas centrales del TDAH en adultos. Dicho tratamiento ha
registrado una mayor eficacia cuando se combina con farmacoterapia
(en comparación con la farmacoterapia sola).
En
el caso del tratamiento de adultos con TDA/H, el componente no
farmacológico del tratamiento se asociaría a la mejora
en los trastornos comórbidos comunes en adultos con TDA/H,
como depresión, ansiedad e impulsividad, para los cuales la
terapia cognitivo-conductual ha mostrado también altos índices
de eficacia (López et al., 2018).
Consideraciones
finales
Si
bien la primera descripción del trastorno por déficit
de atención con/sin hiperactividad (TDA/H) fue realizada hace
más de cien años, aún hoy existe un debate
público y profesional sobre el diagnóstico. Sin
embargo, el impacto de este debate es diferente en la población
infanto-juvenil y en la población adulta, discutiéndose
por un sobrediagnóstico en la primera y un subdiagnóstico
en la segunda.
Complementariamente,
el tratamiento no está exento de controversias, incluyendo
serias críticas con respecto a la medicalización de la
infancia y el estigma asociado, así como una limitada
accesibilidad al tratamiento no farmacológico para adultos.
Es
importante destacar que la distinción entre el TDA/H en la
infancia y en la adultez, representa una división ficticia
que, lejos de facilitar el diagnóstico y el acceso al
tratamiento, los obstaculiza y consolida el estigma en ambos grupos
etarios.
Como
sabemos, y se describió al comienzo del artículo, el
TDA/H es una condición del desarrollo que, en gran proporción,
se mantiene en la edad adulta. Es por ello, que la consideración
actual del TDA/H a lo largo de la vida nos permite una descripción
más ajustada a los datos empíricos. En el ámbito
de la salud mental no suele diferenciarse, por ejemplo, la
esquizofrenia en la infancia y en la adultez, ni de la depresión,
ni de los trastornos de ansiedad. Por tanto, la distinción en
el TDA/H pareciera injustificada, más allá de que la
presentación clínica varíe con la edad, cuestión
compartida por numerosos diagnósticos psicopatológicos.
A
lo largo del artículo, se ha descrito también la
evidencia sobre la validez del diagnóstico de TDA/H. Sin
embargo, hay un largo camino por recorrer con respecto a la búsqueda
de una mayor uniformidad en los criterios de evaluación. Si
bien existe consenso en que la evaluación clínica,
estructurada y semiestructurada, es el gold
estándar para la evaluación del TDA/H, las fuentes de
información complementaria, tanto en términos
psicométricos como neuropsicológicos, aún son
muy heterogéneas y la adaptación a distintos medios es
limitada.
Sumado
a lo anterior, estudios recientes sugieren que, más allá
de las dificultades conceptuales en el diagnóstico y las
discusiones en el tratamiento, los profesionales de la salud tienen
un conocimiento limitado sobre el diagnóstico y las guías
de tratamiento del TDAH, particularmente en adultos y con respecto a
las estrategias no farmacológicas.
En
un contexto como el descrito, los casos de mayor gravedad son claros
y la discusión sobre la necesidad de un diagnóstico
adecuado y su consecuente tratamiento no tendría asidero. El
problema se restringe al momento de tener que tomar una decisión
en los casos leves. Es en estos casos en donde la decisión
clínica del diagnóstico y del establecimiento de un
tratamiento debe estar impulsada por los síntomas presentados,
las necesidades de los pacientes y sus familias (en el caso de los
menores) y la disponibilidad de servicios de atención
especializada.
El
error diagnóstico, sea por deficiencias conceptuales,
desconocimiento o falta de entrenamiento tiene graves repercusiones
en la vida de las personas.
El
sobrediagnóstico implica que a una persona se le diagnostique
clínicamente una afección, pero el efecto neto
favorable del diagnóstico es inferior a los costos que
represente para quien sea diagnosticado. Pero el error inverso no
debe subestimarse: quien no recibe un diagnóstico adecuado es
vulnerable a consecuencias socioemocionales significativas. Los
estudios en el tema indican que la falta de diagnóstico y
acceso al tratamiento adecuados se asocia con:
Menor
nivel educativo formal;
Acceso
a trabajos de bajo nivel y mayor inestabilidad laboral;
Mayor
cantidad de problemas legales que los sujetos sin este diagnóstico;
Problemas
interpersonales;
Problemas
económicos.
Adicionalmente,
a los problemas en el diagnóstico, se suma la limitada
accesibilidad al tratamiento adecuado y que ha mostrado mayor
evidencia hasta el día de la fecha: el tratamiento combinado
de farmacoterapia (en particular estimulantes) y terapia
cognitivo-conductual. Tanto el atraso en el inicio del tratamiento
como la recepción de una modalidad inadecuada de este no es
gratis en una condición como el TDA/H. El costo de ambos se
acumula año a año y muchos de ellos pueden ser
irreversibles.
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