Introducción
La
relación entre el medio ambiente y la salud, tanto física
como mental, nos muestra que formamos parte de sistemas
socio-ecológicos. El paradigma de la Sustentabilidad lo
refleja claramente en tanto aporta una visión global o
plataforma de principios generales para entender el mundo y sus
problemas y aportar soluciones. El concepto ha evolucionado desde lo
económico para incluir también lo ambiental y lo social
(Corral-Verdugo, 2010). El cambio climático, por ejemplo, ha
pasado en los últimos años de ser un fenómeno
principalmente físico a ser simultáneamente un fenómeno
social, cultural y político.
Sabemos
que la calidad del ambiente físico es un predictor importante
de salud y bienestar. La contaminación del aire, la
contaminación sonora, la contaminación lumínica,
el hacinamiento, la falta de acceso y disfrute de la naturaleza, los
problemas de seguridad son todos estresores ambientales que
comprometen seriamente la salud pública. Pero también
el ambiente puede ser un recurso de afrontamiento en tanto nos
proporciona acceso a la naturaleza. La experiencia con la
biodiversidad contribuye significativamente al capital mental y al
bienestar de las personas, entendiendo por capital mental la
totalidad de los recursos cognitivos y emocionales de un individuo,
incluida su resiliencia frente al estrés (Cooper et al.,
2008). La experiencia de la naturaleza produce beneficios
restauradores y tiene amplia evidencia de teorías sobre la
renovación de los recursos psicofisiológicos y
cognitivos utilizados para movilizar y dirigir la atención, la
reducción de la excitación fisiológica, el
estrés psicológico y las emociones negativas y el
aumento de las emociones positivas (Hartig, 2004). Sin embargo, como
producto de la urbanización, la biodiversidad está
disminuyendo a un ritmo sin precedentes, amenazando la calidad de
vida de todos los seres humanos.
Pandemia,
cambio climático y salud mental
Con
esta tríada intentaré mostrar la importancia de un
ambiente sano no sólo para permitir salud sino también
para promoverla, y de aprovechar esta toma de conciencia forzada que
produjo la pandemia del Covid-19
como una oportunidad para cambiar definitivamente nuestro patrón
de conducta con el mismo.
La
presente pandemia no fue un fenómeno aislado. De hecho, expuso
otras crisis coexistentes a la sanitaria, como la ambiental, la
económica y social, lo cual nos evidencia que formamos parte
de sistemas socio-ecológicos.
Los
humanos somos seres sociales, necesitamos relacionarnos con otros
seres vivos. La capacidad efectiva de sociabilizar es un indicador de
salud mental. Según la Organización Mundial de la Salud
(OMS, 2001), la salud mental depende de la interacción de
factores biológicos, psicológicos y sociales, y refiere
a un estado de bienestar en el cual el individuo se da cuenta de sus
propias aptitudes, puede afrontar las presiones normales de la vida,
puede trabajar productiva y fructíferamente y es capaz de
hacer una contribución a su comunidad. Tendemos al gregarismo,
a agruparnos. Por eso el aislamiento impuesto por la cuarentena costó
tanto, afectando nuestra salud y bienestar.
La
pandemia se expresó con mayor severidad en las urbes.
Especialmente en los sectores marginales, pues allí los
vectores de enfermedades llegan más fácilmente debido a
las precarias condiciones en las que se vive, como hacinamiento y
falta de higiene. Es en las ciudades donde se concentra el poder y la
gestión económica, el progreso social y la creatividad
cultural. La ciudad global que describió Sassen en 1991, donde
se toman decisiones transnacionales que afectan a toda la humanidad,
como una pandemia. Sin embargo, la gestión de la pandemia ha
demostrado el fuerte sesgo cultural de las medidas adoptadas para
paliarla en cada país. La globalización ha prosperado
gracias a la urbanización y al desarrollo de las tecnologías
de la información y la comunicación. Estas TICs que nos
proporcionaron una herramienta impresionante para ayudarnos a
atravesar estos tiempos difíciles, pero al mismo tiempo
develaron la oscuridad digital en la que vive la mitad de la
población.
La
pandemia del Covid-19
no debería habernos sorprendido. Antecedentes científicos
ya advertían del peligro de ciertas prácticas
alimenticias "ancestrales" en China, aumentando el riesgo
de transmisión de enfermedades zoonóticas (Cheng
et al., 2007).
Aunque se desconoce la causa de la pandemia, el cambio climático
tiene mucho para decirnos al respecto. La crisis ambiental era y
sigue siendo un hecho tan real y actual como la pandemia del
Covid-19.
Desde todas las disciplinas científicas se hacía un
llamado a la sustentabilidad. Específicamente desde la
Psicología Ambiental se urgía a modificar nuestra
conducta de un modo estructural respecto a modos de producción,
consumo y estilos de vida, dada la emergencia del cambio climático.
Al punto que, durante el confinamiento estricto, el ambiente mejoró
ostensiblemente en respuesta a la ausencia humana. Y este es un
feedback
positivo del que se debe tomar nota, ya que nos demostró en
tiempo real que podemos contribuir a la reducción de emisiones
de carbono con beneficios directos para la salud pública.
Según
el newsletter de Junio 2020 de Future Earth, el cierre parcial de la
economía mundial ha resultado en una caída de las
emisiones diarias de dióxido de carbono en un 17% durante el
pico de las medidas de confinamiento a principios de abril, en
comparación con los niveles diarios medios de 2019. Se cita un
estudio publicado en Nature
Climate Change,
el cual es el primer análisis de los efectos del coronavirus
en las demandas mundiales de energía, que abarcó 69
países, 50 estados de EE. UU., 30 provincias chinas y seis
sectores económicos. En este estudio se explica también
que esta disminución dramática y sin precedentes en las
tasas de emisión diarias es poco probable que persista.
Utilizando varias proyecciones, estimaron que las emisiones anuales
para 2020 solo disminuirán entre un 4 y un 7% del promedio de
2019 a medida que el mundo comience a reanudar la actividad económica
normal.
Dado
que los gases de efecto invernadero deben caer al menos un 7,6% cada
año hasta 2030 para garantizar que las tasas de calentamiento
global se limiten a 1,5 ° C, según el Programa de Medio
Ambiente de la ONU, este análisis muestra que las respuestas
sociales por sí solas no impulsarán las reducciones
profundas y sostenidas necesarias para combatir eficazmente el cambio
climático, ya que no reflejan cambios estructurales en los
sistemas económicos, de transporte o de energía. Se
necesita un cambio sistémico dicen, no reducciones temporales
del comportamiento forzado.
Actualmente
podríamos definirnos, o definir nuestro estilo de vida, según
lo que comemos. En esta última década se incrementó
la deforestación y el consumo de carne animal. Satisfacer esta
demanda implicó intensificar su producción industrial
en detrimento de los modos tradicionales de ganadería,
afectando negativamente no solo el medio ambiente sino también
el tejido social, la cultura de los pueblos, y sus tradiciones
agropecuarias.
Las
macro-granjas constituyen un nuevo modelo de explotación en la
que miles de animales son criados en un espacio cerrado y sin luz
donde puedan desarrollar sus comportamientos naturales. Y este modelo
también aumentó el riesgo de infecciones entre
especies.
Así
como el Covid-19
evidenció la falta de acceso de ciertos grupos a sistemas de
salud competentes, el cambio climático hace tiempo que pone en
evidencia la falta de recursos de estos grupos sociales para
sobrevivir al frío y calor extremos, las inundaciones y
sequías. Los grupos vulnerables son vulnerables a todo. La
falta de recursos físicos repercute en recursos de
afrontamiento psico-sociales diferentes, debido a la interacción
de numerosas variables como pobreza, condiciones de salud
incapacitantes, inequidad en el acceso a la educación formal,
etc.
El
cambio climático y la pandemia como desastres ambientales
Según
Bell et al (2001), la magnitud del impacto de un hecho desastroso
puede ser visto en términos de rompimiento, el grado en el
cual el individuo, el grupo, y el funcionamiento como organización
es perturbado. En el seguimiento de los desastres se encontraron los
siguientes problemas incluso hasta dos años después de
su ocurrencia:
Ansiedad:
miedo.
Retraimiento:
apatía y embotamiento.
Depresión:
tristezas por las pérdidas.
Síntomas
de estrés físico: trastornos gastrointestinales,
dolores.
Ira
generalizada: enojo y molestia. Peor cuando el desastre es provocado
por el hombre.
Regresión:
niños con regresiones a estadios tempranos del comportamiento.
Pesadillas:
sobre muertes y disturbios del sueño.
Una
revisión de Cortés y Aragonés (1997) sobre
desastres, destaca que el período histórico
correspondiente a la Segunda Guerra Mundial y la post-guerra fue muy
rico para las observaciones y reflexiones de los científicos
sociales (similar a lo que está ocurriendo en estos momentos
con la pandemia en tanto experimento social a gran escala: Meagher &
Cheadle, 2020; Meléndez et al., 2020; Tonello, 2020; Torrente
et al, 2021). Los autores enfatizan el trabajo de Martha Wolfenstein
en1957, quien aplicó el psicoanálisis al estudio de los
desastres y sugirió que el conjunto de manifestaciones
emocionales descritas en las investigaciones (estupefacción,
aturdimiento, docilidad, inhibición de respuestas) se asemeja
a la forma clínica de la depresión; la cual podrá
ser transitoria o patológica según las tendencias
emocionales previas. Interesa que la autora, en la reconstrucción
de la dinámica profunda de este particular estado anímico,
postula como mecanismo defensivo, la negación. Respuesta
conductual que también se manifestó en la presente
pandemia. En cuanto a la toma de decisiones en situación de
emergencia, los autores de la revisión se basaron en la
psicología del estrés para identificar patrones de
inercia, cambio a una nueva línea de acción, negación
defensiva, hipervigilancia, vigilancia. Destacan el aporte del
concepto de groupthink
o pensamiento grupal, con el que se alude al deterioro que la presión
endogrupal ejerce sobre las capacidades cognitivas. Exploraron el
proceso de definición de una situación como emergencia
-en tanto condición psicológica que moviliza respuestas
emocionales y conductuales-, y su relación con factores
situacionales. Y se deduce que la ambigüedad es la condición
que caracteriza a la mayor parte de las emergencias, al menos en sus
momentos iniciales.
La
citada revisión resume los estudios en el área de los
desastres en:
a)
Procesos intra-psíquicos reguladores (racionalizaciones,
expresión de fantasías y fobias, ambivalencia afectiva,
sentimientos de omnipotencia e invulnerabilidad, negación del
peligro).
b)
Procesos cognitivos intra-psíquicos (resolución de
problemas, estrés y toma de decisiones en emergencias,
percepción de riesgos; error humano; toma de decisiones en
contextos ambientales complejos a partir de simulaciones de
situaciones dinámicas).
c)
Procesos inter-personales (rumores; altruismo; definición de
una situación de emergencia a partir de factores
situacionales; factor humano; gestión de recursos).
d)
Procesos grupales (liderazgo, polarización grupal, pensamiento
grupal).
e)
Procesos inter-grupales de diferenciación social
(categorización social en disturbios civiles).
f)
Procesos organizacionales, institucionales y comunitarios
(entrenamiento y terapia a trabajadores y víctimas de
desastres; errores latentes; safety
culture).
Un
estudio de la Universidad de Bath sobre eco ansiedad (Verplanken et
al., 2020) investigó la respuesta de la gente ante los efectos
adversos del cambio climático: negación, alta
conciencia o angustia, y un porcentaje alto de la población
mundial manifiesta preocupación. Profundizan esta última
y afirman que la preocupación por el medio ambiente puede
tomar varias formas, que difieren entre individuos, naciones y
culturas. Se distingue entre preocupación constructiva y
preocupación no constructiva. La primera se centra en la
resolución de problemas mediante un compromiso con la
situación que desencadena la preocupación recurriendo a
soluciones para disminuir o interrumpir la ansiedad, y puede motivar
en un individuo comportamientos proambientales. Por el contrario, la
preocupación no constructiva implica preocupación
generalizada y repetitiva, que a menudo se experimenta como intrusivo
e incontrolable y se cree que contribuye a la manifestación de
patologías relacionadas con un estado de ansiedad generalizada
en la que cualquier evento o situación podría
desencadenar pensamientos de preocupación y ansiedad. La
preocupación no constructiva tiende a asociarse con soluciones
inútiles, así como con pensamientos supersticiosos. Los
autores sostienen que la angustia causada por el cambio climático
o eco-ansiedad, puede ser una respuesta constructiva y poderosa a la
crisis climática.
La
distancia psicológica es otro constructo psicológico al
que se suele recurrir para entender la percepción más
concreta o abstracta del cambio climático. Refiere a que un
objeto o evento puede percibirse como psicológicamente cercano
o lejano. Cuando se percibe como psicológicamente cercano, se
representa como más concreto, mientras que cuando se percibe
como psicológicamente lejano la representación es más
abstracta. Los individuos tienden a percibir el cambio climático
como más severo en áreas alejadas de donde viven, y
también suelen percibir las consecuencias más graves
del impacto del cambio climático como si fueran a ocurrir en
un futuro muy lejano. La distancia psicológica, en
consecuencia, explica el compromiso de involucrarse en actitudes de
mitigación y adaptación y en una mayor implementación
de comportamientos proambientales frente al cambio climático
(Maiella et al., 2020).
Se
puede concluir que la preocupación constructiva y la distancia
psicológica hacia el calentamiento global, se suman a
conceptos clave de la Psicología como afrontamiento,
mitigación, adaptación y resiliencia, en el contexto
del cambio climático y la salud mental.
La
mitigación consiste en disminuir las emisiones de los gases de
efecto invernadero y/o incrementar la absorción de dióxido
de carbono de la atmósfera. La adaptación se refiere a
actividades realizadas por individuos o sistemas, para evitar,
resistir o aprovechar los cambios y los efectos del clima, actuales o
previstos. Otro concepto clave es el de vulnerabilidad, definida como
la
propensión o predisposición a verse afectados de manera
adversa.
Abarca una variedad de conceptos y elementos, incluyendo la
sensibilidad o susceptibilidad al daño y la falta de capacidad
para hacer frente al cambio climático y adaptarse. Para ello
es necesario identificar grupos vulnerables no sólo en cuanto
a variables demográficas como edad, condición
socioeconómica, o educación, sino también en
cuanto a recursos psicológicos cognitivos, emocionales y
conductuales, experiencia, motivación, soporte social. Todo
esto contribuirá a la decisión de estrategias
adaptativas y de
intervención (Min. Medio Ambiente Chile, 2014).
Por
su parte, el constructo de resiliencia psicológica se ha
estudiado para comprender mejor por qué algunas personas se
enfrentan o incluso prosperan en situaciones estresantes o bajo
presión. El constructo influye en todo el proceso de estrés,
desde la valoración inicial del estrés hasta en la
selección de estrategias de afrontamiento, y posee dos
dimensiones: la exposición a la adversidad y la respuesta
adaptativa positiva a la adversidad (Fletcher
& Sarkar, 2013; Ortunio
& Harold Guevara, 2016).
Todos
estos conceptos se resignifican a la luz de la actual pandemia. Según
la Organización Mundial de la Salud, la salud mental depende
de la interacción de factores biológicos, psicológicos
y sociales. Existe cierta evidencia sobre el origen zoonótico
de la pandemia, lo cual está muy relacionado con el cambio
climático en tanto nos habla de nuestra relación con el
ambiente. Podemos decir que el abordaje tanto del cambio climático
como del Covid-19 requiere una visión más amplia, más
allá del esquema virus-vacuna, recordándonos la noción
de sindemia concebida por Merrill Singer en la década de 1990.
Se ha tornado imprescindible revisar nuestros modelos de consumo y
desarrollo económico para propiciar un cambio conductual
efectivo en nuestra relación con el entorno socio-ecológico.
Conclusiones
Desde
el punto de vista de la psicología ambiental, el ambiente
constituye una fuente de estimulación que afecta el estado de
ánimo y el comportamiento de las personas. Cuando la
estimulación ambiental sobrepasa las capacidades adaptativas
del individuo, se consideran estresores ambientales, con el
suficiente potencial para desencadenar severos síntomas
psicológicos.
En
general, las epidemias y pandemias provocan alteraciones del ánimo
como un efecto psicológico directo, alterando el
funcionamiento de un individuo o grupo, sus interacciones sociales y
vida laboral. A su vez, la cultura puede influenciar esta experiencia
y la expresión de los síntomas, contribuyendo también
a explicar determinados comportamientos comunitarios ante la
pandemia. Así como la sensibilidad a las exposiciones
ambientales, en este caso a una exposición viral, varía
entre individuos (algunos se enferman más gravemente que
otros), también, los factores de estrés varían
entre los individuos, y tanto los atributos de personalidad como los
estilos de vida actúan como moderadores de dicho efecto
(Küller, 1991).
La
sorpresa con la que el mundo se tomó la pandemia del Covid-19
nos muestra una baja percepción de riesgos globales, tanto del
coronavirus como de la emergencia climática, y nos dice que
tal vez no estamos comunicando eficazmente la evidencia científica
de modo tal de influir en la percepción pública del
riesgo. Y esto es fundamental para replantearnos nuestra relación
con el ambiente, logrando un cambio estructural en nuestros
comportamientos. En esto el rol del Estado es insoslayable, para la
legislación y ejecución de leyes que consideren la
emergencia climática como límite a todo desarrollo
económico y social. Como comunidad, podemos actuar
asertivamente
apropiándonos de este objetivo. Como individuos, podemos
re-direccionar nuestros hábitos hacia modos de existencia
menos hedonistas.
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