Insomnio:
características clínicas y epidemiológicas
El
insomnio se define como una dificultad para el inicio o el
mantenimiento del sueño que produce una disminución en
la cantidad, calidad o eficacia del mismo. Se incluye también
el hecho de despertarse antes de lo esperado (American
Academy of Sleep Medicine, 2014).
Esta dificultad se mantiene durante tres meses o más y durante
al menos tres noches a la semana, lo que resulta en un deterioro
significativo del funcionamiento diurno (American
Psychiatric Association,
2013). Además, en caso de no ser tratado, no suele remitir
espontáneamente y, a
menudo, persiste durante muchos años (Morin et al., 2009).
Esta
condición clínica se asocia con déficits
cognitivos (fatiga, problemas de concentración y memoria),
aumento de ansiedad y de la irritabilidad, presencia de pensamientos
negativos y ánimo deprimido, dificultad en las relaciones
interpersonales, disminución en la calidad de vida, además
de afectar la incidencia y el agravamiento de otros trastornos
médicos, como la hipertensión, las enfermedades
cardíacas y la diabetes (Ford y Kamerow, 1989, Knutson, et
al., 2006, Phillips y Mannino, 2007, Shochat et al., 1999, Vaziri et
al., 2021, Zammit et al., 1999). Asimismo, el insomnio está
relacionado con un mayor riesgo de desarrollar trastornos mentales,
en particular trastornos del ánimo y de la ansiedad (Baglioni
et al., 2011, Taylor et al., 2005).
El
insomnio es el problema del sueño más frecuentemente
reportado (Buysse et al, 2006; Mai y Buysse, 2008). Sin embargo, las
estimaciones sobre su prevalencia dependen del criterio utilizado
para definirlo (Natcher, 2005). En la población general, la
queja por insomnio se presenta en aproximadamente el 30% de los
adultos. Ahora bien, si consideramos los casos en los que produce un
malestar clínicamente significativo o distrés, la
prevalencia se estima en un 10% y, considerando los criterios
diagnósticos formales del Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), la prevalencia
desciende al 6% (American
Psychiatric Association,
2013).
El
insomnio puede clasificarse en primario y secundario (Lichstein
et al., 2001).
El insomnio primario o psicofisiológico se vincula con
aspectos psicológicos, por ejemplo, con problemas subclínicos
del ánimo y una activación exacerbada al momento de
conciliar el sueño. El insomnio secundario es el que se debe a
otra condición médico/psiquiátrica, tales como
cáncer, enfermedad pulmonar, hipertensión, enfermedad
neurológica, apneas del sueño, etc.
Sin
embargo, esta distinción está puesta en discusión
desde hace algunos años. Los argumentos se basan en que el
insomnio secundario no mejora necesariamente cuando lo hace el
trastorno subyacente (Ree y Richardson, 2021). Además, el
insomnio secundario responde al tratamiento dirigido al insomnio
primario y, en algunos casos, el trastorno subyacente responde mejor
al tratamiento cuando el insomnio se aborda directamente y al mismo
tiempo, como en el caso de la depresión (Thorpy, 2011).
Modelos
cognitivos del insomnio
Existen
diversos modelos explicativos del insomnio. En el presente artículo
el foco está puesto en aquellos modelos que enfatizan el rol
de variables cognitivas y conductuales.
A
modo introductorio y ordenador, el modelo
de diátesis y estrés de Spielman (Spielman et al.,
1987; Spielman y Anderson, 1999), explica la evolución del
insomnio crónico a partir de tres factores: predisponentes,
precipitantes y perpetuadores.
Con
respecto a los factores predisponentes, se postula que algunas
personas son vulnerables a los problemas del sueño por
variables biológicas y de personalidad que facilitan se
asocian con un sueño deficiente. Al combinarse con factores de
estrés psicosocial precipitantes, las personas desarrollan un
problema agudo de sueño (Drake et al., 2004). Posteriormente,
la persona ejecuta una serie de conductas como reacción a
dicho problema que perpetúan el insomnio.
Respecto
de los factores cognitivos y conductuales que cronifican el insomnio,
el modelo de Harvey
(2002), amplía su descripción. Propone que las personas
con insomnio se caracterizan, tanto durante el día como al
momento de dormir, por la presencia de una excesiva actividad
cognitiva de valencia negativa con respecto al sueño y a las
consecuencias de dormir mal. Esta actividad cognitiva involucra a la
rumiación y a la preocupación (Hiller et al., 2015). Si
bien ambas implican pensamientos repetitivos negativos, su contenido
varía. La rumiación se refiere a atribuciones respecto
del propio estado de ánimo y síntomas como fatiga o
dificultades de concentración (Carney
et al., 2013, Nolen-Hoeksema, 1991, Thomsen et al., 2003).
La preocupación implica pensamientos repetitivos sobre el
futuro y las consecuencias (Carney et al., 2010). Por ejemplo, en las
personas con insomnio el contenido rumiativo muchas veces se centra
en 'por qué' se sienten fatigados durante el día,
buscando en el pasado la explicación de la fatiga. En cambio,
la preocupación suele centrarse en "cómo"
el estado de ánimo actual podría afectar el hecho de,
por ejemplo, dormir más tarde esa noche, y la posibilidad de
que provoque un nivel de fatiga que interfiera con el desempeño
del día siguiente (Carney et al., 2010).
Esta
actividad cognitiva se basa en creencias disfuncionales estables que
se combinan con estrategias de búsqueda de reaseguro
específicas; ambas factores centrales de mantenimiento de los
síntomas del insomnio.
Las
creencias disfuncionales involucran tanto suposiciones erróneas,
como expectativas poco realistas acerca de los requisitos del sueño,
atribuciones erróneas a las causas y las consecuencias del
insomnio (Morin y Espie, 2003). Los siguientes son ejemplos de
cogniciones disfuncionales: "si no duermo 8 horas, no voy a
rendir bien al día siguiente", "el insomnio es un
problema biológico por el que no puedo hacer nada", "se
me está pasando el momento óptimo para dormir",
"si la próxima noche tampoco puedo dormir bien, las
consecuencias serán dramáticas", "hoy estoy
más torpe porque tuve una mala noche", etc.
Las
conductas de búsqueda de reaseguro, descriptas hace varios
años por Salkovskis et al. (1999), tienden a prevenir un
resultado temido y generan un alivio en el corto plazo, pero tienen
un rol central en la cronificación de los síntomas a
largo plazo. Además, el problema es que, al igual que sucede
en otros trastornos mentales, estas conductas de reaseguro impiden la
desconfirmación de las creencias disfuncionales con respecto
al insomnio, bloqueando las oportunidades de obtener nuevas
evidencias que podrían contradecir estas creencias (Lancee et
al., 2015). Como ejemplo pueden citarse el intento por acostarse más
temprano para tener más tiempo para conciliar el sueño,
la automedicación, el consumo de alcohol, y diversos intentos
deliberados de control. Todas las conductas mencionadas previamente
tienen como factor común el intento de control, cuestión
que, lejos de ser efectivas, interfieren más en un proceso
espontáneo como el sueño. Es decir, al igual que todas
las estrategias de búsqueda de reaseguro, más que
disminuir el problema por el cual son ejecutadas, lo aumentan y lo
cronifican.
Siguiendo
con el modelo general de Harvey (2002), la excesiva actividad
cognitiva de valencia negativa genera una activación
fisiológica y un distrés incompatible con el sueño.
Esta activación, presente tanto durante el día como en
los momentos previos al inicio del sueño, se caracteriza por
un aumento de la actividad simpática y una secreción
hormonal anormal que complican seriamente la conciliación
(Bonnet
y Arand, 2010, Buysse et al., 2007).
Posteriormente,
la activación fisiológica y el distrés promueven
un proceso de atención selectiva y monitoreo hacia lo que las
personas perciben como señales de alarma que solo aumentan las
cogniciones de valencia negativa. Es decir, las personas con insomnio
dirigen su atención hacia los estímulos internos y
externos que podrían indicar una posible dificultad para
dormir, generando predicciones y expectativas de la situación
previa al inicio del sueño (Vaziri et al., 2021). El proceso
de atención selectiva tiene lugar también durante la
vigilia y se enfoca a los síntomas de fatiga, somnolencia y a
los déficits de rendimiento, por más sutiles que sean.
El
último eslabón de la cadena se caracteriza por una
percepción distorsionada del déficit producido por la
falta de sueño, aspecto que refuerza las cogniciones
negativas. Es importante señalar con relación a este
punto que, la activación cognitiva y la valencia negativa son
dos componentes que afectan el juicio acerca de la percepción
de la calidad del sueño (Vaziri et al., 2021) y podrían
explicar el motivo por el cual las personas con problemas con
insomnio tienden a sobreestimar su impacto en la rutina diaria.
Finalmente,
la combinación de todos los factores mencionados redunda en un
problema real del sueño que se mantiene por sus propios
mecanismos. Es tan potente el gasto cognitivo y emocional que tienen
las personas con insomnio que, junto con un descanso insuficiente, se
manifiesta una seria interferencia durante la vigilia.
Complementariamente,
existen otros modelos explicativos de corte conductual que son
relevantes por sus implicancias en el tratamiento
cognitivo-conductual del insomnio. La higiene del sueño
(Kleitman, 1987) hace referencia a conductas específicas que
son favorecedoras o incompatibles con el sueño reparador que
será necesario modificar (Perlis et al., 2005). Otro modelo es
el del control de estímulos (Bootzin, 1972), que plantea que
un estímulo puede asociarse, por condicionamiento, a una
variedad de respuestas. Es decir, en la medida en que un estímulo
siempre se combine con un solo comportamiento, la probabilidad de que
produzca solo una respuesta es elevada. En cambio, si el
condicionamiento es complejo y un estímulo se combina con una
variedad de conductas, la probabilidad de que produzca una sola
respuesta será baja (Perlis et al, 2005). Para el caso de las
personas con insomnio, las señales asociadas con el sueño,
como la cama y la habitación, suelen combinarse con
actividades distintas al sueño: esforzarse por dormir,
trabajar y comer en la cama, mirar la TV y otros dispositivos dentro
del dormitorio, resolver problemas familiares, etc.
Tratamiento
cognitivo-conductual del insomnio
De
acuerdo con diversos estudios, los tratamientos psicológicos
son eficaces y proporcionan beneficios más duraderos, sin los
riesgos asociados a los medicamentos para dormir (Mitchell et al.,
2012). Los efectos secundarios más frecuentes del tratamiento
psicológico para el insomnio son la somnolencia diurna y el
aumento de la ansiedad durante las etapas iniciales del tratamiento,
posiblemente vinculados con los cambios en el sueño (Edinger y
Carney, 2015).
Ahora
bien, dentro de los abordajes psicológicos o no farmacológicos
existe robusta y extensa evidencia de que el tratamiento
cognitivo-conductual del insomnio es eficaz comparado con placebo y
otros grupos de control (lista de espera e higiene del sueño),
con beneficios a largo plazo y pocos efectos secundarios (Hiller et
al, 2015, Morin et al., 2006). Diversos estudios han reportado la
eficacia del tratamiento en las distintas modalidades propuestas:
individual, grupal y en línea (Ree y Richardson, 2021).
Adicionalmente, evidencia de calidad baja a moderada sugiere que la
terapia cognitivo-conductual tiene una mayor efectividad que los
medicamentos para el manejo del insomnio seis meses o más
después de completar la terapia (Mitchell et al, 2012). Los
resultados favorables incluyen una mejora en la gravedad del insomnio
y en la eficiencia del sueño (Trauer et al., 2015, van Straten
et al., 2018, Wu et al., 2015). En un metaanálisis reciente
(van der Zweerde et al., 2019), los resultados indican que la terapia
cognitivo-conductual para el insomnio es efectiva a los 3, 6 y 12
meses en comparación con los controles no activos para el
índice de gravedad del insomnio, la latencia de inicio del
sueño y la eficiencia del sueño. También ha
demostrado asociarse con una mejora significativa en la calidad de
vida (Alimoradi
et al.,
2022).
Los
beneficios y la menor cantidad de efectos secundarios posicionan a la
terapia cognitivo-conductual del insomnio como el tratamiento
preferido según las recomendaciones de las guías
europeas y americanas (Riemann et al., 2017; Qaseem et al., 2016),
aunque está contraindicada para pacientes con diagnóstico
de trastorno bipolar no estabilizados (Ree y Richardson, 2021).
El
tratamiento cognitivo-conductual tiene una duración de 4 a 8
sesiones con frecuencia de una sesión semanal o quincenal de
30 a 90 minutos cada una, con variaciones de acuerdo con el modelo de
tratamiento. Su objetivo principal es modificar los factores que
mantienen el problema (Mitchell et al, 2012, Ree y Richardson, 2021).
En
cuanto a las estrategias de tratamiento, la American
Academy of Sleep Medicine
recomienda un abordaje multicomponente (Edinger et al., 2021). Los
componentes básicos del tratamiento cognitivo-conductual para
el insomnio, si bien hay diferencias entre los distintos manuales,
son los siguientes (Edinger y Carney, 2015, Koffel et al., 2015,
Morin, 1998, Perlis, et al., 2008):
1.-
Psicoeducación: es un módulo que involucra la
socialización del modelo cognitivo y los componentes del
tratamiento (Edinger y Carney, 2015). Además, incluye
información básica sobre el sueño normal y los
cambios en los patrones de sueño relacionados con la edad
(Riemann et al., 2017). Uno de los objetivos principales es aumentar
la adherencia al tratamiento, anticipando las intervenciones de la
terapia cognitivo-conductual.
2.-
Higiene del sueño: son una serie de recomendaciones de hábitos
que favorecen un sueño saludable. Comprende cuestiones
relacionadas con la alimentación, el uso de sustancias, el
ejercicio regular, la exposición a la luz solar, el entorno
del sueño, la regularidad de los horarios de acostarse y de
levantarse y la evitación de las siestas diurnas prolongadas.
La
higiene del sueño administrada en forma aislada no ha
demostrado evidencia favorable (Chesson et al., 1999, Perlis et al.,
2008, Sharma
y Andrade, 2012),
incluso puede considerarse como un componente de la psicoeducación.
3.-
Restricción del tiempo en la cama/restricción del
sueño: es una estrategia orientada a limitar, sistemática
y temporalmente, el tiempo en la cama durante la noche para aumentar
la necesidad de dormir, consolidar el sueño y reducir los
despertares nocturnos. Requiere establecer un horario fijo para
levantarse. Se recomienda que esta restricción no sea menor
que 4,5 hs (Perlis et al., 2008) y, a medida que aumenta la
eficiencia del sueño (>90%), se incrementa también
el tiempo para permanecer en la cama (15 minutos), manteniendo el
emparejamiento entre las horas en las que la persona duerme y las que
está acostado. Esta estrategia, ha mostrado cierta evidencia
favorable como monoterapia (Perlis et al., 2008).
4.-
Control de estímulos: es considerado el tratamiento conductual
de primera línea para el insomnio crónico por su
evidencia como monoterapia (Chesson et al., 1999, Hood, et al., 2014,
Perlis et al., 2008). Consiste en un conjunto de recomendaciones
destinadas a restringir al sueño y al sexo los comportamientos
que ocurren en la cama/dormitorio. Complementariamente, evita que
ocurran períodos prolongados de vigilia en la cama/dormitorio
haciendo otras actividades distintas al dormir (comer, trabajar, ver
la televisión, usar dispositivos electrónicos, leer,
etc.). Sumado a lo anterior, en caso de que la persona no logre
conciliar el sueño en un período de entre 20 y 30
minutos, se le indica que se levante de la cama si está
despierto y sintiéndose activado, angustiado y/o sin sueño,
pudiendo regresar a la cama solo cuando tenga sueño. La
finalidad es consolidar una fuerte asociación entre el sueño
y los estímulos ambientales (Schutte-Rodin et al., 2008).
5.
Estrategias cognitivas: incluye la identificación de
pensamientos y la reestructuración cognitiva de las creencias
desadaptativas sobre el sueño y sus consecuencias para
disminuir la ansiedad, la frustración y las preocupaciones
asociadas con el insomnio. La inclusión de estrategias
cognitivas en un tratamiento multicomponente mejora la eficacia del
mismo y aumenta la percepción de autoeficacia con respecto al
problema de sueño (Wang et al., 2005).
6.-
Estrategias basadas en la relajación: es un grupo de
intervenciones tendientes a reducir el nivel de activación
fisiológica de quienes padecen insomnio, tanto durante el día
como durante la noche (Lichstein, 2000). Se pueden incluir la
respiración abdominal, la meditación y el Mindfulness.
Con respecto a la evidencia de este tipo de intervenciones, ha
mostrado tamaños del efecto pequeños (Saddichha, 2010).
Es importante mencionar, tal como señala el autor previamente
mencionado, que una de las grandes dificultades de este tipo de
estrategia es que requieren una práctica regular durante un
período de varias semanas además de entrenamiento
supervisado por un profesional en las primeras etapas.
Conclusiones
Para
finalizar, retomando la recomendación de la American
Academy of Sleep Medicine,
la terapia cognitivo-conductual para el insomnio debe contener a más
de una de las estrategias mencionadas e incluir necesariamente la
psicoeducación con respecto al sueño y las estrategias
de control de estímulo y restricción del sueño.
Adicionalmente, puede agregar higiene del sueño y estrategias
de relajación u otra intervención para reducir la
activación fisiológica y cognitiva (Edinger et al.,
2021).
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