Preguntarles
sobre cómo cree cada uno que influiría en el otro, esa
actitud diferente.
En
ambas modalidades, hay preguntas que se repiten y otras que son más
específicas de cada una en particular. Cuando el tema es
central, se combinan las preguntas sobre el sentido y valor de las
discusiones, con aquellas que hagan al contenido en sí de lo
discutido (por ejemplo: decisión de tener hijos, relación
con las familias de origen, tiempo dedicado al trabajo, situaciones
de infidelidad o celos, frecuencia y modalidad de las relaciones
sexuales, manera de llevar adelante la relación con los hijos,
diferencias en una empresa en común y muchos otros temas).
Cuando
la habitualidad de las discusiones toma diversos tópicos, sin
prevalencia de ninguno, el tema que engloba todos esos contenidos
pasa a ser la modalidad de intercambio; o sea, el tema sobre el que
trabajamos es "la discusión y su mantenimiento, como
forma habitual de intercambio". Dicho de otra forma: la
contienda o el enfrentamiento, como el estilo habitual de
comunicación dentro de la pareja y forma de relacionarse.
SENTIDO
DE LA EXPRESIÓN DE LA AGRESIÓN: MOTIVACIONES DEL ENOJO
Estoy
pensando que cuando los temas que hacen a las discusiones suelen
estar presentes desde hace mucho tiempo en la relación, el
contenido no es lo relevante. Me pregunto entonces: ¿Qué
pudo haber cambiado para que aquello que en otros momentos no
generaba fuertes discusiones, ahora sí las genere?
Y
aquí me encuentro con motivos o razones que pueden estar
dentro o fuera de la pareja o en ambos lados al mismo tiempo.
Las
frustraciones, en cuanto a lo deseado, anhelado o ilusionado en algún
aspecto de la vida de una persona, suelen ser fuente de intolerancia
en sus relaciones. Esta circunstancia implica la pérdida de la
esperanza de lograr ese deseo, que remite al logro de algo muy
constitutivo de la identidad y, hasta más profundamente, del
sentido de la propia vida. Dicha expectativa puede estar volcada en
la pareja o en otro ámbito de la vida de una persona y, su
incumplimiento, repercutir en la relación.
Por
eso solemos ver a la tristeza como la otra cara de la ira o el enojo:
aquello que no logramos nos entristece porque nos despedimos de
nuestra ilusión. Se muere dicha ilusión, y nace una
triste realidad. Una realidad que siempre está teñida
por aquella ilusión que no es más que la supuesta
realidad atravesada por nuestros deseos. O sea que entre una y otra
no hay tanta distancia, sino que las diferencian la concreción,
la materialización. Mientras sostengo una ilusión, la
estoy creyendo, es real. Cuando se cae definitivamente se muere, ya
no existe. Y allí hay dos caminos: me enojo o me entristezco,
aunque también uno puede continuar al otro. Me enojo conmigo
por no haberlo logrado o me enojo con otro ubicándolo como
culpable o responsable de mi frustración: es culpable de no
darme lo que preciso, de no comprenderme, de no calmarme, de no
tenerme en cuenta, de no hacerme feliz. Y de no hacerme sentir quien
quiero ser.
EXPRESIONES
DEL ENFADO SEGÚN EL GÉNERO
Esto
depende entonces del área que en la vida de esa persona sea
mayormente central. Desde una perspectiva de género, y en una
mirada tradicional que ya va cambiando constantemente, el varón
lo desarrolla en el área profesional y económica y la
mujer, en el área familiar y afectiva.
Pero
estas diferencias no están determinadas por las diferencias
sexuales ni genéticas de género, sino por la ubicación
de cada uno en la organización social. Dado que esta última
se encuentra en permanente y acelerado cambio, también esas
diferencias se ven alteradas.
"Yo
estoy mal con vos porque el mundo no me reconoce como yo deseo, y
vuelco ese dolor en nuestra relación en forma de enojo e
intolerancia", podría ser el discurso subyacente en una
posición beligerante principalmente masculina. A este discurso
puede añadírsele: "Tampoco vos me das ese lugar
que yo deseo tener en esta relación y ahí ambos mundos
se me unen". En esta posición, el varón puede ir
a buscar otra relación que sí le devuelva algo de ese
lugar perdido o nunca alcanzado. Durante un tiempo, la ilusión
y la realidad se unen en esta nueva situación, para luego
sobrevenir nuevamente la frustración.
O
sea, que mientras está la esperanza presente para el logro de
esa posición anhelada, más o menos clara y consciente,
la relación con la pareja puede sostenerse y también
basarse en una mirada esperanzada y con acciones esperanzadoras.
Cuando algo de diversos órdenes (la edad, el cansancio, la
repetición del fracaso, la pérdida de posiciones
sociales u otros factores) siembra la desesperanza, se instala la
intolerancia y la tendencia al sostenimiento del conflicto. La pelea
como expresión de la rabia, el enojo y hasta el odio, encubre
sentimientos de orden depresivo, bastante intolerables para la
identidad masculina. Mostrar esa faceta en la relación con la
pareja, el varón suele vivirlo de manera peligrosa y
angustiante. O sea que además del sentimiento depresivo, se
encubre también un intenso miedo. Y como "no hay mejor
defensa que un buen ataque", la contienda por motivos
aleatorios, está a la orden del día. En esta posición,
el varón suele mostrarse como víctima de la
incomprensión de la mujer, evidenciando de esa forma cómo
se ubica frente a su momento de frustración existencial: débil
y necesitado, en permanente posición de queja y reclamo.
El
enfrentamiento, y la manera de plasmarlo, pueden adoptar muy diversas
formas: indiferencia, sarcasmo, ironía, franca agresividad
verbal tanto en tono como en contenido, distanciamiento afectivo,
constante réplica y desacuerdo, desvalorización y
ataque a la persona del otro, y otras más, que pueden
combinarse e ir transformándose en el tiempo.
Esta
modalidad la podemos tener presente en la consulta, como dije al
principio, dejándonos en una posición de espectador o
convidado de piedra del drama relacional.
Pero
dicho drama no se cristaliza si no hay otra parte que lo sostenga.
Voy
a dejar de lado, basándome en el concepto sistémico tan
básico de la causalidad circular en la génesis de los
conflictos relacionales, la pregunta sobre quién empezó
-que nos llevaría a diferenciar las responsabilidades- para
pensar desde una co-construcción del conflicto, con la
participación de ambos.
El
discurso femenino puede ser idéntico al masculino pero, si me
permiten en este texto, voy a diferenciarlo para destacar los
diversos matices que pueden presentarse.
"No
me das el lugar que yo necesito tener en esta relación, no me
escuchas, no tienes en cuenta lo que te digo y te pido, no puedo
confiar en vos, no valoras lo que para mí sí es
importante; estoy sobrecargada", podría ser una
aproximación al discurso femenino que trasunta una posición
intolerable en el sentido de: "Esto no pienso tolerarlo más".
Entiendo que esta frase no sólo remite a una particular
situación de una mujer en una pareja, sino al lugar de la
mujer en la historia de la humanidad, al menos desde la primacía
del machismo o del androcentrismo. Está cargada entonces de
una resonancia ancestral; pero vamos a remitirnos a los aspectos de
una relación diádica presente.
Detrás
del enojo que la mujer expresa, demostrando también su
capacidad de sostener una discusión, una contienda, y
rechazando su lugar de "debilidad", considero se
encuentra también una desilusión, y por lo tanto una
frustración, con su consecuente carga de tristeza y hasta de
dolor. La mujer expresa, en su intolerancia, su sobrecarga y su deseo
de compartir el peso con el varón en la pareja. Pero no el
peso de los llamados "quehaceres domésticos" como
el área asignada por sus mandatos ancestrales, sino el peso de
sostener la relación. La mujer le pide al hombre que valore
también él la pareja, el estar en pareja, el vínculo
y su mantenimiento. Y eso es lo que implica el "hablemos sobre
lo que nos pasa"; propuesta que el hombre desestima, aumentando
la sensación de sobrepeso y desvalorización del mundo
de la mujer, de su mundo de intereses. "Escúchame e
interésate por lo que me sucede", sería otra
versión de un discurso subyacente. Y de ahí al enojo al
no ser compartida esa propuesta-enojo que encubre una gran sensación
de soledad- hay un solo paso.
En
la mujer el miedo es: "Si no discuto, si no peleo por lo que
quiero, me arrasa, me somete".
Entonces
cada uno siente que tiene que hacer prevalecer su modelo, sus
creencias, no acercarse a lo que necesita el otro, porque de lo
contrario corre el alto riesgo de quedar sometido. Como si la pareja
fuera una relación de sometedor/sometido o de uno que reclama
y otro que accede.
Es
frecuente encontrar en las parejas que el lugar externo a la misma,
de ascenso y confirmación de uno, coincide con el de
desconfirmación, frustración y desesperanza del otro.
Los temores en este caso, que toman las formas de quejas y demandas,
expresan el temor a ser abandonado/a: "Ahora que estás
triunfando en lo que te interesa, ya no me vas a querer más".
Cada miembro de la pareja, puede identificarse con la relación
de los momentos difíciles o de lucha, pero no con la relación
de los momentos de éxito. Esto se basa en una
autodesvalorización, que se afirma ante las frustraciones en
sus propios objetivos personales o, en otro momento de la vida, por
haberlos logrado pero ya no tenerlos.
Suelo
ver en las parejas que transitan esas relaciones cargadas de
discusiones y contiendas, que también hay una diferencia en lo
que expresa cada uno, desde su propio género.
El
varón suele expresar su frustración, con la subyacente
demanda que acarrea, desde una posición crítica y
desvalorizante. Lo implícito aquí es un temor a que el
crecimiento de la mujer traiga aparejado el abandono; ese temor no es
expresado como tal, sino a través de acciones que ponen la
desvalorización que él teme sufrir, en la mujer: "Te
desvalorizo para que no te creas tan importante o valiosa y me dejes.
Mis palabras aún pueden tener influencia sobre vos y ser más
fuertes que la identidad que ahora estás generando",
podría ser un subtexto latente si lo decodificáramos.
Puede
que las críticas logren eso, y la relación se sostenga
en los términos de un posible pacto previo y fundante que
implicaba la confirmación de tal creencia en el hombre, ante
el acatamiento de la mujer; pero también por el contrario,
puede que esa actitud del varón genere más reacción
en la mujer, aumentando su certeza de que puede ser sometida, y logre
aquél lo que temía: ser abandonado. La diferencia
estaría en la posibilidad de que el varón reconociera
su participación en el abandono; lo contrario: profundizar su
lugar de víctima del desamor y la crueldad femenina. Las
letras de los tangos están llenas de esto último.
En
el discurso femenino, encuentro que prima la queja y la demanda; la
agresividad suele tomar la forma del reproche: una mezcla de enojo y
reclamo. Me resulta interesante precisamente la construcción
del reproche, porque creo que implica la desilusión y
demuestra la posición dependiente que aún transita en
las relaciones, el lugar asignado a la mujer. "No me estás
dando aquello que necesito que me des, no sólo por lo que
representa en sí, sino porque si me lo dieras sentiría
que soy amada", podría ser un despliegue del texto
subyacente. El "soy amada" implica: soy importante en tu
vida, me tienes en cuenta, te intereso, soy alguien a través
de ese cumplimiento. Cuando aumentan los reproches-en muchas
ocasiones después de etapas de demandas no logradas- reflejan
el grado de dependencia emocional existente en la pareja y la
dificultad para independizarse en esa relación. En una primera
lectura, que luego suele no confirmarse, parecería que el
varón fuera más autónomo y necesitara menos de
la confirmación del amor en la pareja.
Las
parejas frecuentemente arriban con un alto nivel de intercambios
agresivos a modo de peleas y discusiones fuertes, cuando ambos
integrantes no logran ese lugar que necesitan tener en esa relación.
La paciencia y la tolerancia son, a mi entender, expresiones del
amor y el cariño que atraviesa la relación; cuando esto
se reemplaza por la intolerancia, un alto monto de fastidio e
irritabilidad (el reverso de la paciencia) y una relación
donde prevalece una tensión fuerte en la mayoría de las
interacciones, es cuando las parejas suelen acudir solicitando ayuda
para modificar la situación.
Y
EN ESTE RINCÓN...
Habitualmente
en esas situaciones, cada partenaire intenta defender su propia
posición y comprensión del conflicto y se dedica a
hacerle entender al otro que esa es la "realidad" que
debe aceptar. Esto refleja entonces un deseo de logro de una
supremacía en la pareja, que pasa entonces a ser muy
"despareja". Cada integrante entiende que el intento de
imponer su perspectiva es sólo una defensa a la misma acción
que viene del otro lado, definiéndose entonces a sí
mismos, como meros reactivos a la intención del otro.
La
idea de la resolución del conflicto, se basa en la premisa de
que el equivocado es el otro, quien además, se supone que
desea imponerse para ejercer algún dominio en la relación.
Ninguno
de los dos demuestra su inseguridad, que lo lleva en buena medida a
tal defensa, ni presenta duda alguna sobre sus propias creencias,
como tampoco la menor posibilidad de acercamiento o comprensión
del argumento del otro y de sus posibles necesidades.
Tampoco
ninguno de los dos logra mostrarse en una posición frustrante
con su partenaire: nadie quiere ser el causante de una desilusión,
como si al serlo se corriera el riesgo de perder el amor del otro al
declararse fallido. Tal vez, no toleramos muy bien los seres humanos,
al menos en una relación de pareja, no ser perfecto para el
otro y no cubrir todas sus expectativas y deseos. Tal vez también,
no toleramos que el otro no sea ese ser perfecto que no nos hace
sufrir ni una desilusión, ni una frustración ni nos
hace sentir solos. Paradójicamente, al insistir cada uno en su
posición, se aleja cada vez más del ideal del otro y,
por lo tanto, de ser quien quiere ser para ese otro.
DE
LA "FELIZ" DIFERENCIA A LA TENSIÓN POR IGUALARSE
Son
aquellas relaciones que se organizaron con un acuerdo en la
complementariedad, en la diferencia de funciones habituales, asumido
por ambos, del tipo: cuidador/cuidado, protector/protegido,
inconstante/constante, disperso/focalizado, organizado/desorganizado
y muchas otras combinaciones posibles.
En
un primer momento, cada uno logra, a través del partenaire
aquello que le falta y el lugar que desea tener en una pareja y,
muchas veces, también en otras relaciones de su vida. A través
de esto, se consigue o confirma una identidad que ya se venía
sosteniendo en otras áreas de su vida o que, por el contrario,
no se había logrado y la pareja representa la posibilidad de
conseguirla.
La
relación en estas parejas suele estar poblada por acuerdos, en
los que el que tiene un rol superior en la complementariedad, define
el mayor porcentaje de las decisiones y, el otro integrante, las
acepta.
En
algún momento, puede ocurrir alguna de estas dos situaciones:
Quien
está en la posición superior o dominante, que implica
la responsabilidad por el otro, siente demasiado peso por su función
y desea liberarse del mismo. Muchas veces esto aparece con episodios
de infidelidad, como una forma de salir de la exigencia de
corrección que implica su rol. Esto puede acompañarse
de cansancio, fastidio, hartazgo y aburrimiento por la permanencia
de la estructura relacional inmodificable en el tiempo. Empiezan
aquí a aparecer situaciones de maltrato desde el responsable
hacia el otro integrante de la pareja: aquello que antes se cumplía
con amor y beneplácito, pasa a ejercerse con enojo, desprecio
y malestar, que se hace conocer. Quien se encuentra en la posición
inferior o aparentemente más dependiente, aumenta su
sometimiento, muchas veces por temor a la pérdida de la
protección o, luego de un tiempo, se rebela y plantea una
discusión en términos más parejos, de la
definición de la relación. Las discusiones y
enfrentamientos van in crescendo y suelen terminar en la ruptura del
vínculo.
Quien
está en la posición complementariamente inferior, en
algún momento de la relación, se rebela de esa
condición, y plantea su necesidad de una relación más
igualitaria. Ante esto, puede encontrar el acuerdo de su pareja o la
oposición. Si ambos acuerdan en el cambio, la pareja
transita hacia una nueva estructura relacional, con nuevos roles y
acuerdos, sin mayores conflictos. Podemos pensar que esto implica ya
en la pareja la habilidad presente desde antes de negociar y lograr
buenos intercambios ante sus diferencias. Los sentimientos
subyacentes en estas relaciones son del orden del amor, la
comprensión, la tolerancia, la ternura y el cariño
que, en estas circunstancias se fortalecen y contribuyen a un mutuo
bienestar. Son parejas en las cuales ambos integrantes se confirman
en sus deseos e identidades.
Si,
por el contrario, ante el planteo de un cambio en las condiciones de
la relación en términos de mayor o menor poder y/o
independencia y/o posibilidad de decisión (u otros exponentes
de la organización jerárquica de la pareja), el miembro
de la misma que es interpelado por el otro se resiste oponiéndose
a dicho cambio, se suscitan situaciones de enfrentamiento novedosas
para esa organización. Conjuntamente con esto, los
sentimientos y las emociones también van renovándose o,
al menos, expresándose cuando antes eran silenciados en
función de no generar un conflicto, desde el lado del
integrante que se percibía como más débil y
dependiente.
Aparecen
entonces los enfrentamientos, las discusiones, con forma muchas veces
de amenaza de disolución de la relación. Luego de un
tiempo de intentar lograr un nuevo equilibrio y ante el fracaso de
dicho propósito, concurren en busca de ayuda.
Quiero
hacer aquí una pequeña desviación del tema que
venimos explorando, para compartir una reflexión. Todas las
parejas cuando consultan con un terapeuta, llevan implícita la
sensación de fracaso por no poder resolver su relación
por ellos mismos. Aquella relación que en la mayoría de
las parejas implicó, en sus orígenes, la construcción
de su propio mundo, del que ambos son responsables, ahora no logran
desempantanarla. Precisamente, como un automóvil que cayera en
un terreno anegadizo, cuanto más acelera el conductor sus
ruedas, más logra hundirlo. Hay que buscar ayuda de un tercero
y esto implica enfrentarse con la propia responsabilidad en la
conducción. Pero, a diferencia de una grúa, los
terapeutas no rescatamos a las parejas con nuestra fuerza, sino con
la de ellos mismos que no estaban utilizando: nuevos problemas,
nuevas formas de afrontarlos y disolverlos o transformarlos. La
creencia en que no se puede salir del fracaso continuo, acrecienta
los sentimientos agresivos.
Continúo
por donde venía y espero no enterrarme.
LA
SOLEDAD Y LA INSEGURIDAD AL ACECHO
Daniel
y Patricia tienen 14 años de relación y ambos rondan
los 45 años de vida. Al comenzar su vida juntos, Patricia
aportó una hija de 5 años, producto de una pareja
anterior. Luego, ambos tuvieron 2 hijos más y actualmente
conviven los 5. La consulta se desencadena luego de que Daniel
descubriera una relación de Patricia con otro hombre, a través
de conversaciones registradas en el teléfono celular de ella.
Hay discusiones muy fuertes y Daniel se va de la casa, planteando la
separación incluso en términos de divorcio. Luego de
unas dos semanas, reflexiona sobre su decisión, logran
mantener un par de conversaciones tranquilas y vuelven a la
convivencia. Es en esta etapa donde comienzo a tratarlos.
Daniel
es un hombre que proviene de una familia muy humilde y desorganizada,
habiendo desarrollado en ella un rol protector de sus hermanos y aún
de su madre. El padre de él aparece en su relato como un
hombre muy inmaduro, egoísta e irresponsable, que dejó
a la familia muchas veces en situaciones de desamparo. Desde ahí,
Damián desarrolla su estilo muy responsable, eficaz, protector
y también exigente tanto consigo mismo como con los demás.
Desde el comienzo representó para Patricia una seguridad, un
respaldo, un reaseguro.
Patricia
es actriz, cantante, estudiante de periodismo y tiene un estilo que
parece más abierto que el de Daniel, con ideas más
posmodernas, flexibles, amplias. Es hija de padres separados, la más
pequeña de la familia, con 3 hermanos mayores varones. Viene
de una relación de admiración del padre que era
escritor, pero distante, y de una relación conflictiva con la
madre que parece que siempre está a punto de cortarse y ella
debe ceder para que eso no se produzca. De hecho, su mamá sólo
tiene relación con ella y no con sus otros hijos.
Desde
estas historias, construyeron una pareja con un estilo
originariamente complementario, en el que Daniel le ofrecía
seguridad económica, compromiso afectivo permanente,
estimulación para que se desarrollara y Patricia, por su
parte, le ofrecía encargarse de la familia, incluida su propia
hija, divertirlo, admirarlo y en buena medida, obedecerlo.
Con
el correr del tiempo, el crecimiento de todos y de la familia, ella
comienza a querer modificar el acuerdo inicial ya que manifestaba
sufrirlo. Se quejaba de que Daniel no confiaba en ella, en sus
capacidades, que siempre quiere supervisarla y controlarla en lo que
hace y que no le permite equivocarse, en un intento de
sobreprotegerla que termina viviendo como asfixiante. Daniel no
comprende bien a qué obedece este cambio, se atemoriza ante la
"rebeldía" de Patricia y continúa con su
estilo protector/controlador, que contribuye a más enojo y
rechazo desde ella. Esta situación genera las peleas, los
enfrentamientos continuos y agotadores, que tienen su punto
culminante con la infidelidad de parte de Patricia. Rápidamente
aparece una comprensión de esta situación como un
intento de parte de ella de lograr una libertad en otra relación,
que no tenía en esta; pero el resultado termina siendo todo lo
contrario: queda en un lugar de mayor irresponsabilidad y Daniel
aumenta la desconfianza y, por ende, los controles.
Luego
de la 4ª entrevista les envío por whatsapp el poema de
Kahlil Gibbran "El matrimonio", que habla del estar
juntos en esa relación, pero siendo diferentes e
independientes uno del otro, sin parasitarse. "Y ni el roble
crece bajo la sombra del ciprés, ni el ciprés bajo la
del roble", son los últimos versos. Patricia lo había
leído, ya que lo envié al número de ella, sin
haberlo compartido con Daniel: "No entiendo por qué no
me lo mostró". Daniel entiende, a la luz del poema que
leemos en la entrevista misma, que Patricia no quiere compartir para
no depender de él, para ser más individuales. Él
esperó que ella se lo mostrara, lo compartiera, mientras que
ella esperaba que él se interesara y se lo pidiera.
A
partir de una situación doméstica en la que una perra
que es más comprendida y protegida por Patricia rompiera unos
almohadones de un sillón, se desencadenó una situación
de tensión y enojos. Daniel se enojó por lo que hiciera
el animal y ella por la acusación de él, expresada en
un tono despectivo: "Si te gusta vivir como en una villa
miseria…", yéndose a encerrarse en su cuarto. A
partir de ahí, se enoja fuertemente Patricia.
Daniel
justifica su enojo desde la actitud de Patricia al proteger a la
perra cuando él se molestó ante los destrozos y, por su
parte Patricia justifica su enojo ante el enojo de Daniel.
Secuencias
de la entrevista a partir de ese relato:
Les
propongo que reflexionen sobre qué parte de responsabilidad
cree tener cada uno en el enojo del otro.
Les
propongo que cada uno le cuente al otro su reflexión sobre sí
mismo.
Patricia
reconoce haber descansado mucho en Daniel que se llenó de
responsabilidades. Al sentir que ella no reaccionó ante lo
que hizo la perra apoyando el malestar de él, comprende que
se haya enojado, como si no valorara sus esfuerzos.
Daniel
piensa que su estilo impredecible la enoja a Patricia. Pero esto no
es lo principal para el enojo de ella, y no se reconoce en eso.
Entonces le propongo que se coloque en la piel de él y
exprese qué es lo de Daniel que a ella la enoja más,
hablando por él: "Las cosas son como yo digo, acá
mando yo, soy el dueño". Daniel se reconoce en eso.
Les
propongo que cada uno piense sobre sí mismo en: ¿Qué
hay detrás de mi enojo? ¿Qué es lo que
realmente me duele? ¿Qué deseo o preciso y no lo
logro? ¿Cómo realmente me siento?
Daniel
se siente vacío, solo. "Tengo que resolver todo y es
mucho". Esto implica: "Me gustaría sentirme más
acompañado".
Patricia
siente vergüenza por su enojo y se siente muy pequeña.
Detrás del enojo, lo que siente es dolor, sufrimiento. "Hay
mucho miedo, hay terror, mucha inseguridad".
"Seguramente
Daniel no quieres que Patricia sienta terror por vos, como vos
Patricia tampoco quieres que Daniel se sienta triste y solo al lado
tuyo. Cuando Daniel te enojas, Patricia siente terror e inseguridad
y entonces no puede acompañarte, que es lo que vos quisieras,
ni tampoco puede darse cuenta de que necesitas eso. Si te sintieras
más acompañado, tal vez no te enojarías tanto.
Cuando Patricia te enojas, no podés sentirte segura, aumenta
el terror que Daniel no puede percibir ni, por lo tanto,
protegerte".
Si
cada uno estuviera más atento a cuidar al otro por lo que hay
detrás de ese enojo, se lograrían otras cosas. También
si en vez del enojo, pueden mostrar eso que hay atrás,
favorecerían eso.
Dice
Patricia: "Yo no percibí que Daniel se sentía
solo tras esa postura de tan poderoso".
LO
QUE YO PRECISO A VOS TE ASUSTA
Una
pareja de 5 años, sin convivencia cotidiana, sino alternante
en casa de ella o de él, durante algunos días por
semana. Carlos es soltero y nunca ha estado en una pareja conviviente
ni menos aún casado, y no tiene hijos. Alejandra es separada,
desde hace más de 10 años, con dos hijos adolescentes y
varones. Ambos están alrededor de los 50 años. Tienen
una relación apasionada desde el comienzo, con muy buena
conexión en lo sexual. Cuidan mucho su figura y su estado
físico. Alejandra es más intelectual, más
reflexiva, mientras que Carlos es más práctico,
expeditivo y concreto. También consultan por la frecuencia y
el tenor alto de sus discusiones. Carlos defiende mucho sus tiempos y
espacios individuales, propios, congruentemente con la construcción
de su vida amorosa: nunca ha convivido en familia. Alejandra, por su
parte, sueña con volver a una convivencia familiar, con él
y sus hijos, como una forma de reconstruir la familia original que se
desarmó con su divorcio y nunca pudo volver a lograr. Carlos
propone ir muy despacio y no lo entusiasma la idea de vivir con
Alejandra y sus hijos. Para él los deseos de ella son una
presión, mientras que para ella los de él son una falta
de amor, sobre todo en relación a como cuida sus espacios
propios, que no la incluyen. Alejandra reclama mayores demostraciones
afectivas por parte de él, tanto en acciones como en palabras;
reclamos que Carlos resiste justificándose y pidiéndole
que reconozca todo lo que él le ofrece. Ante los reclamos de
ella, él siente que nunca podrá satisfacerla y esa sola
idea lo espanta y aumenta su distancia. A pesar de esto, Carlos le
asegura que la ama y que está muy comprometido con ella en su
proyecto de pareja. Alejandra necesita un poco más de
confirmación de eso, ya que fácil y rápidamente
tiende a percibir lo contrario.
En
una entrevista les propongo a ambos, alrededor de una de las tantas y
habituales discusiones que tienen, que piensen sobre cuál cree
cada uno que fue su propia contribución para que se diera el
intercambio de esa forma. La lectura que venían haciendo,
implicaba la idea de que cada uno respondía a la acción
del otro que era el "responsable del conflicto". Carlos
piensa que su ironía y sarcasmo hacen que Alejandra se sienta
muy descalificada en lo que percibe y siente y que eso genera que
ella se enoje y defienda su posición. Ella por su parte,
piensa que su carácter reactivo, casi intransigente, también
contribuye a que él se sienta presionado y sostenga el
enfrentamiento.
Luego
les propongo reflexionar con ellos sobre el sentido de esa respuesta
a partir de este enunciado: ¿Cómo me estoy sintiendo
que me lleva a actuar de esa forma? ¿Qué estoy
queriendo lograr? Carlos manifiesta que se siente muy presionado y
teme perder su independencia si cede, si comprende o accede a algunos
de los reclamos de Alejandra, e intenta detenerla y poner una
distancia, aunque sea a través del enojo de ella. Alejandra
por su lado, dice que siente que, si no defiende lo suyo, él
la avasallaría y terminaría sometida a sus deseos e
imposiciones.
Ambos
defienden un territorio, ya sea para conquistarlo, en el caso de
Alejandra, o para no perderlo, en el caso de Carlos. Ambos tienen
miedo a quedar sometidos al otro, que representa un peligro. La
pareja estable y permanente es un espacio anhelado, pero al mismo
tiempo muy riesgoso. La agresividad encubre el temor de cada uno.
Ella no percibe el miedo de él, sino su rechazo y alejamiento
que, al intentar acercarse los aumenta y, al aumentarlos sin que
perciba su participación en ello, aumenta también su
temor a no lograr su deseo- lo cual implica quedar sometida- y
redobla la apuesta. Él por su parte, no percibe el miedo de
ella ante su estilo frío e irónico, sino sólo su
exigencia de acercamiento y demostraciones; esto aumenta su temor y
refuerza dicho estilo como forma de no perder su independencia
amenazada.
También
les propongo reflexionar sobre qué actitud hubiera sido mejor
en esa situación y en cada uno, para que el intercambio
hubiera podido ser más productivo. Pensar en una alternativa.
Luego les propongo que piensen en cómo se hubieran sentido de
haberla desarrollado.
Alejandra
siente que una alternativa en ella puede ser no presionar para
desarrollar esa conversación que Carlos suele evitar, pero
piensa que se sentiría muy sometida al silencio de él y
eso no puede tolerarlo. Es buena parte de lo que la enoja tanto.
Carlos piensa que su alternativa puede ser plantearle su deseo con
tranquilidad y amablemente, retirando la ironía y el sarcasmo.
Si lograra hacerlo, se sentiría muy bien con él mismo,
porque se vería contribuyendo a la armonía de la
relación y produciría un beneficioso efecto en
Alejandra.
La
pareja vuelve a la costumbre de inculparse y entonces les pregunto
cómo se sintieron cuando, a mi pedido, habían tomado un
camino diferente al pensar cada uno en su propia responsabilidad.
Ambos dicen que se sintieron muy bien. Aunque ambos no encontraron
una alternativa satisfactoria, vemos que si Carlos desarrolla la
suya, colabora con que Alejandra también haga lo propio, ya
que bajaría el temor de ella a la descalificación de
él, que termina viviendo como agresión.
A
esto sigue la propuesta de que cada uno reflexione alrededor de una
pregunta hacia sí mismo: ¿Cómo puedo yo hacer
para que él/ella no sienta miedo a ser dominado/sometida? Esto
implica que cada uno no se ocupe del malestar de sí mismo ni
de defender lo propio, sino del malestar del otro, conectando con la
propia responsabilidad en ello.
Las
discusiones y enfrentamientos, en esta pareja como en tantas otras,
aparece también como resultante del hablar infructuosamente.
"Hablamos, pero no llegamos a nada" dice Carlos,
refiriéndose a que siempre arriban al punto muerto de las
peleas. Los contenidos no cambian, las comprensiones tampoco. La
impotencia entonces se impone, ya que quieren resolver algo que nunca
logran resolver. Se proponen entonces ayudarse a interrumpir esas
escaladas interminables antes de que se eternicen y, luego de que eso
se produzca, reflexionar sobre la responsabilidad de cada uno en el
mantenimiento de ese circuito y en el fracaso de salir del mismo: "Si
mañana volvemos a conversar este tema: ¿qué
puedo yo hacer de diferente para que esto sea distinto?". Esta
medida meramente paliativa, se sostiene sobre otro nivel más
profundo de reflexión de la relación, expresado en la
siguiente pregunta: "¿Aquello en lo que yo estoy
transformando esta pareja, es lo que yo quiero que sea esta
relación?".
Ante
un accidente no grave que sufre Carlos, en el que no le avisa a
Alejandra hasta que llega a su casa y le cuenta, ella le pregunta por
qué no lo hizo antes, si no sintió la necesidad de
hacerlo, de contar con ella y escucha, recibe, los argumentos –o
sea, la visión del mundo- de él. Esto permite que
Carlos reciba la expectativa de Alejandra como una invitación
a poder sentir necesidad de cuidados, de saber que puede acudir a
ella, que no debe ser un hombre de acero tan fuerte que se las
arregla solo, pero de una manera amorosa y no como una imposición.
Alejandra comprende que si se lo hubiera dicho como un reproche a la
actitud de él, no estaría entendiendo la construcción
de Carlos, sino que estaría reclamando por un lugar que ella
pretendía y no obtuvo: ser más necesitada por él,
le da más seguridad en la relación. Pero de ser así,
o de llegar este mensaje, Carlos siente que debe perder su propia
autovaloración para estar con ella. Para él, precisar
de otro es un signo de debilidad que lo atemoriza. Al recibir la
propuesta de Alejandra como un acto amable de parte de ella, Carlos
pudo valorarlo y no rechazarlo como algo amenazante.
REFLEXIONANDO...
En
los cuatro ejemplos de parejas que describí, aparece el mismo
síntoma, la misma expresión del sufrimiento que
padecen: los enfrentamientos a partir de desacuerdos en posiciones
que parecen incompatibles con el bienestar que precisa una relación
afectiva y de mutua elección. Enfrentamientos continuos,
crecientes, desgastantes, frustrantes.
Son
parejas en diferentes momentos de la vida de sus integrantes, en
diferentes momentos del ciclo vital de la relación, en
diversos contextos, con distintas formas de estructurarse y con
distintas expresiones y contenidos del conflicto.
Algunas
parten de relaciones armadas desde un deseo de acompañamiento
complementario, en el que cada uno ofrece al otro lo que éste
precisa y, a su vez, recibe lo que espera obtener. Esto conjuga un
encuentro ideal que luego, con el correr del tiempo y la aparición
de otros personajes y circunstancias, se va modificando y pierde la
perfección del principio.
Vemos
a Patricia peleando un lugar más simétrico con Daniel
que, a su vez, también sufre la soledad de un lugar de poder.
Por otro lado, tenemos a Gerardo que no termina de encontrar su nuevo
lugar en la relación con Sonia que ha desarrollado su propia
seguridad y, a partir de ahí, puso en jaque la de él.
Parejas entonces que, partiendo de una diferencia, fueron virando,
por un mayor desarrollo de uno de sus integrantes en relación
con el otro, hacia la necesidad de una nueva estructuración.
No casualmente son las mujeres las que la precisan, las que la buscan
y hasta pelean por conquistarla, como reflejo en un par de parejas,
del movimiento que se viene desarrollando en casi todo el mundo. En
cuanto a los contenidos, estas parejas son diferentes: mientras
Patricia y Daniel van desplegando su trama a través de
diversas y cambiantes temáticas, Sonia y Gerardo permanecen
entreverados en torno a un tema central, como es su empresa
compartida. Pero más allá de estas diferencias y en un
plano más abarcativo, ambas tienen que redefinir, para
subsistir, sus acuerdos originarios.
Por
otra parte, tenemos la pareja de Pedro y Viviana por un lado y la de
Alejandra y Carlos por otro que, aún en momentos vitales
distintos, transitan sus enfrentamientos de una forma más
igualitaria desde un comienzo. Las crisis sobrevienen cuando esa
igualdad no es alcanzada o cuando es percibida por alguno de sus
integrantes, como un sacrificio excesivo para el logro de la
relación. Parecerían estar, a diferencia de las
anteriores, mucho más frecuentemente al borde de la ruptura
definitiva.
Luego
de este brevísimo resumen de lo expuesto y desarrollado más
arriba, voy a compartir aquellos aspectos que, a partir de mi
práctica, fui encontrando esenciales en el trabajo con esta
temática de los agotadores y recursivos enfrentamientos.
Algunos de ellos ya han sido expuestos en las viñetas
clínicas.
¿Y
AHORA QUIÉN PUEDE AYUDARNOS?
Habitualmente
somos convocados por las parejas, como terapeutas, para definir quién
es culpable o inocente en sus reyertas. Tienden a contarnos cada uno
su versión, en busca de que bajemos nuestro martillo y
condenemos o absolvamos por partes iguales. Cada uno quiere exponer
lo razonable y lógico de su pensamiento, posicionado en la
"supuesta" verdad.
A
través de una lectura relacional, aquellos terapeutas que ya
tenemos muchas horas de vuelo en este mettier, logramos ir
disolviendo esa fantasía o pretensión y construyendo,
con la pareja, una comprensión donde ambos son responsables de
la trama que padecen.
Para
esto desarrollamos las ya tradicionales preguntas donde cada uno es
interpelado por la responsabilidad del otro en su accionar: cómo
el integrante A logra o contribuye a que el integrante B sea
precisamente como A se está quejando de que sea. O sea, le
estamos diciendo a A: cómo logra B que tu seas tan poco
amoroso/a con él/ella? De esta forma estamos diciéndole
a B: Tu te quejas de que A no es amoroso/a contigo, pero eres
responsable, al menos en parte, de eso.
Y
ahí empezamos a decirles, tácitamente: "No nos
creemos ninguna de esas dos historias opuestas que Uds tienen, sino
que las relacionamos y armamos una tercera, entre los tres".
Esta
forma de preguntar e interesarnos por el drama de ellos, tiene otra
variante, que se ha podido ver en las viñetas anteriores y que
corresponde a la pregunta directa a cada integrante sobre su propia
responsabilidad en lo que al otro le sucede y expresa en su queja. Me
parece que algo ventajoso de esta forma, es que se le puede plantear
a ambos al mismo tiempo, con lo cual la respuesta de uno no está
condicionada o influida por la del otro: "Les propongo que
ambos reflexionen sobre esta pregunta: ¿Qué
responsabilidad tengo en el enojo de mi pareja?" o "¿Cómo
contribuyo al enojo de mi pareja?".
De
esta forma cada uno pasa de focalizarse en la responsabilidad del
otro en su enojo, definiéndose así como víctima
del mismo, a centrarse en su propia participación.
En
un próximo paso, podemos preguntarle a cada uno cuál
sería una intervención diferente que no generaría
ese enfado o enojo en su partenaire. Y a continuación,
preguntamos también a cada uno cómo cree que se
sentiría en esa actitud diferente.
Previamente
a este intercambio podemos preguntarles si creen que están en
esta relación para producir permanentemente esos enojos; como
la respuesta es en su totalidad que no, les preguntamos cómo
se sienten al lograr esto y no aquello que sí seguramente era
lo que deseaban vivir. Las diferentes respuestas aluden a un
sentimiento de fracaso y dolor, que subyace en los enfrentamientos.
Un
paso más aún, es preguntarles a ambos cómo se
sienten más allá del enojo, qué hay detrás
o subyacentemente a esa demostración más superficial.
Suele aparecer la identificación de sentimientos como
tristeza, dolor, soledad, inseguridad y temor.
Preguntamos
entonces si desean estar en esa relación para lograr eso en el
otro. Como la respuesta también es no en todos los casos,
volvemos a encontrarnos con la desilusión y el desencanto en
cuanto a sí mismos y a sus proyectos como pareja.
Aparece
después de este recorrido, la vinculación de lo que
cada uno logra en el otro como el factor que impide obtener lo que
realmente quiere. Si cada uno ofrece al otro lo que éste
precisa o espera, recibe a su vez lo que está queriendo
conseguir. O sea, se logra más recibir lo deseado otorgando lo
del otro, que reclamando lo propio. Puede esto verse claramente en la
pareja de Patricia y Daniel.
En
estos procesos recursivos, se va logrando la conexión con
sentimientos que no son expresados en el fragor de las batallas y
que, al ir apareciendo, favorecen y permiten la empatía entre
ambos o, al menos, recuperar algo de ella que siempre se encuentra en
la base afectiva del vínculo.
Otro
elemento que me parece importante considerar en estas situaciones, es
el grado de satisfacción personal de cada integrante de la
pareja, más allá de la que siente en la relación.
Es decir, diferenciar bien si el malestar en la pareja se origina en
ese contexto y no está presente en el resto de su vida, o es
reflejo de una situación de malestar consigo mismo que también
se percibe en la relación.
A
veces, se requiere que la pareja sea un bálsamo de los
sufrimientos que causan otras relaciones y, si esto no se logra, la
frustración se traslada a aquella con el consecuente grado de
agresión y resentimiento. Puede que la pareja, en un primer
momento, se ubique en esa posición e intente comprender,
acompañar y estimular al miembro que está en baja
consigo mismo, pero luego ante el fracaso del intento y la
postergación de sus propias necesidades, sobreviene el
estallido como una forma de liberarse del peso sostenido durante ese
tiempo.
Por
estos motivos, recomiendo definir bien entre ambos niveles de
operatividad: lo relacional y lo particular o individual y evaluar,
con la pareja, la relevancia de cada uno y su interjuego.
ALGUNAS
PALABRAS MÁS...
Quiero
concluir estas reflexiones compartidas con la cita simplemente de
algunas palabras que estuvieron presentes en este escrito o se
desprenden, al menos para mí en este momento, de él. Y
los invito a que también encuentren las suyas.
Beligerancia.
Enfrentamiento. Enojo. Rencor. Lo encubierto. Sentimientos. Miedo.
Defensa. Ataque. Frustración. Desilusión. Dolor.
Expresar. Escuchar. Recibir. Defenderme. Comprensión. Empatía.
Favorecer. Propiciar. Proponer. Nuevos caminos. Transformaciones.
Competir. Protegerme. Sentido. Trascender. Recuperar. Equipo.
Curiosidad. Responsabilidad. Reconocimiento. Aceptación.
Novedad.
Y pueden surgir muchas más…
Referencias
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