"Y
nada tenía de malo, y nada tenía de raro que se me
hubiera roto el corazón después de tanto usarlo"
(Eduardo
Galeano, 2004)
Diferencias entre el
diagnóstico de TEPT y la propuesta diagnóstica de
Trauma Complejo
"Lo que no te
mata, te fortalece"
reza el dicho popular, aunque, hoy por hoy, cuando hablamos de trauma
psíquico, sabemos que esto no siempre es así. Sin
embargo, la aparición del diagnóstico de Trastorno de
Estrés Postraumático (TEPT) (American Psychiatric
Association, 1983) surge recién en los años 80 en el
DSM-III a partir de los severos daños psicológicos que
presentaban los veteranos de la guerra de Vietnam. En ese entonces,
un hecho traumático era aquel que sucedía "por
fuera del ámbito de la experiencia humana habitual"
(American
Psychiatric Association, 1983).
Durante los años 1990
y 1992 dos grupos de investigación (uno en New York: Spitzer,
Kaplan & Pelcovitz y uno en Boston: Herman & Van der Kolk)
(Van der Kolk et al., 2005) que venían trabajando con
pacientes víctimas
de traumas prolongados, repetidos, interpersonales, severos, de
inicio en la infancia o adolescencia temprana,
realizan una nueva propuesta diagnóstica al comité
evaluador del DSM-IV, planteando que la gama de síntomas que
desarrollan estos pacientes es mucho más compleja que la
sintomatología de las personas que han padecido un trauma
limitado
(Herman,
2004).
Estos autores proponen un
diagnóstico llamado "DESNOS:
Disorder of Extreme Stress Not Otherwise Specified"
(Van
der Kolk et al., 2005)
o "Desorden
de estrés postraumático complejo"
(Herman,
2004) que
incluye las siguientes categorías de síntomas:
1. Alteraciones en la
regulación de las emociones e impulsos
Disforia persistente
Impulsos suicidas crónicos
Autolesiones
Ira explosiva o
extremadamente inhibida (pueden alternar)
Sexualidad compulsiva o
extremadamente inhibida (pueden alternar)
2. Alteraciones de la
conciencia
Amnesia de los
acontecimientos traumáticos
Episodios disociativos
pasajeros
Despersonalización/Desrealización
Revivir experiencias tanto
en síntomas intrusivos del desorden de estrés
postraumático como en forma de preocupación reflexiva
3. Alteraciones en la
percepción de sí mismo
Sensación de
indefensión o parálisis de la iniciativa
Vergüenza y culpa
Sensación de
profanación y estigma
Sensación de absoluta
diferencia con respecto a otros (puede incluir la sensación de
ser especial, de absoluta soledad, la convicción de que nadie
podría comprenderlo, o la identidad no humana)
4. Alteraciones en la
percepción del perpetrador
Preocupación por la
relación con el perpetrador (incluye la preocupación
por la venganza)
Atribución no
realista de poder total al perpetrador
Idealización o
gratitud paradójica
Sensación de una
relación especial o sobrenatural
Aceptación del
sistema de valores o de la racionalización del perpetrador
5. Alteraciones en la
relación con los demás
Aislamiento y
distanciamiento
Perturbación en las
relaciones íntimas
Búsqueda constante de
un rescatador (puede alternarse con aislamiento y con
distanciamiento)
Desconfianza persistente
Fracasos repetidos en la
autoprotección
6. Alteraciones en los
sistemas de significado
Pérdida de una fe de
apoyo
Sensación de
indefensión y desesperanza
En el año 1994 el
trauma es reconocido por la American Psychiatric Association como una
experiencia que sucede más asiduamente de lo que se creía.
Esto lleva a reformular el Criterio A planteando que la
persona debe haber experimentado, presenciado o que le hayan
explicado uno o más acontecimientos caracterizados por muertes
o amenazas para su integridad física o la de los demás
(American
Psychiatric Association, 1995)
así como también incorpora un segundo Criterio
(B), planteando que la
persona ha respondido con un terror, una desesperanza o un horror
intenso (American
Psychiatric Association, 1995)
a los
acontecimientos anteriormente mencionados. A pesar de estos cambios,
el diagnóstico de DESNOS no es incluido en el Manual. Se
reconoció que la presentación clínica de estos
pacientes era diferente de la de aquellos que presentaban un TEPT y
se incluyen sus síntomas dentro del apartado "Síntomas
y trastorno asociados. Características descriptivas y
trastornos psicológicos asociados"
(American
Psychiatric Association, 1995).
Finalmente, en la versión
más reciente del DSM [V] (American
Psychiatric Association, 2013)
el diagnóstico
de TEPT sale del capítulo de trastornos de ansiedad para
entrar en un capítulo específico: Trastornos
relacionados con el trauma y otros factores del estrés
(American
Psychiatric Association, 2013),
reconociéndose así lo que varios investigadores venían
estudiando sobre
la importancia de la memoria en estos casos. Se incluyen las
respuestas de congelamiento, las creencias negativas en torno al
evento y una mayor variedad de emociones displacenteras que persisten
más allá del miedo o terror intenso, entre otros nuevos
criterios.
El
diagnóstico de DESNOS sigue sin incluirse en la última
versión del DSM como una entidad diagnóstica distinta
al TEPT, pero el CIE 11 lo incluyó bajo el nombre de TEPT
Complejo (World
Health Organization, 2019).
Esto resulta relevante porque las implicancias terapéuticas de
un trastorno y otro son distintas (Van
der Kolk et al., 2005).
En
este escrito voy a desarrollar la postura que actualmente adopto en
relación a las características y particularidades que
tiene el vínculo terapéutico con pacientes adultos
que han estado expuestos a traumas
crónicos, severos, múltiples, interpersonales, de
inicio en la infancia o adolescencia temprana, que ocurren en el seno
de sus vínculos de apego.
Es decir, aquellas personas que tienen mayor posibilidad de
desarrollar síntomas de DESNOS/Trauma Complejo.
Siendo
que la falta
de confianza
en los vínculos es un signo distintivo de estos pacientes, el
desarrollo del vinculo terapéutico requerirá
dedicación, sensibilidad y presencia de modo tal que tanto
terapeuta como paciente entren en un estado fisiológico que
poco a poco pueda favorecer el sentimiento de seguridad que va a
permitir el cambio (Geller,
2013).
Vínculo
terapéutico
Las
personas que han sufrido situaciones de trauma en sus vínculos
de apego (ya sea por acción u omisión) llegan al
espacio terapéutico con su sistema de conexión social
dañado (Porges,
2016).
La
necesidad de confianza básica no fue satisfecha y esto tiene
un impacto en el desarrollo de relaciones interpersonales ulteriores,
incluyendo el vínculo terapéutico (González
& Mosquera, 2012).
Cuando
el trauma se produce dentro del seno de vínculos de cuidado,
el resto de los vínculos interpersonales que impliquen cierta
intimidad se vuelven un disparador del pasado, dificultando la
posibilidad de percibir aquí
y ahora
al otro como seguro. Esto complica enormemente la posibilidad de
entrar en una alianza de trabajo con el terapeuta y, como dice J.
Herman (1992),
será necesario anticipar estas dificultades desde el principio
ya que el desarrollo de confianza es un objetivo en sí mismo y
el vínculo terapéutico será parte del camino
para alcanzarlo.
Los
pacientes necesitan confiar en las capacidades del terapeuta y en sus
buenas intenciones, pero la posibilidad de hacerlo está
lastimada (Herman,
2004).
Debido
a la dinámica de sus vínculos de apego, estos pacientes
desarrollan modelos operativos internos (Bowlby,
1973)
múltiples,
contradictorios y segregados(Liotti,
2006)
que posteriormente se evidenciarán en la relación
terapéutica a través de "patrones
de relación paradójicos" (González
& Mosquera, 2012)
dando lugar a reacciones transferenciales intensas
y cambiantes (Herman,
1992).
Anabel
González y Dolores Mosquera (González
& Mosquera, 2012)
plantean que los
pacientes que han crecido en ambientes sumamente adversos viven en un
mundo de roles extremos y opuestos, y sienten que tienen que elegir
entre uno u otro. "Cada
rol está organizado en base a un sistema de acción que
está vinculado disfuncionalmente a escenas traumáticas
tempranas, sus estados afectivos, sensaciones físicas, señales
sensoriales y creencias desadaptativas. En conjunto, estos elementos
(…) están organizados en roles compartimentalizados que
recrean recurrentemente
las escenas de negligencia temprana, traición y trauma en
intentos de afrontamiento evolutivamente primitivos".
Según las autoras, estas matrices de roles opuestos y
complementarios pueden manifestarse en el vínculo terapéutico
de las siguientes maneras:
Niño
indefenso vs Rescatador
omnipotente idealizado: las personas que han sufrido traumatismos
crónicos desde una temprana edad desarrollan un profundo
sentimiento de impotencia y desesperanza. No solo sienten que no hay
nada que puedan hacer para que la adversidad cese, sino que tampoco
tienen posibilidad de escapar de ahí. Esto los lleva a
fantasear con la idea de un rescatador que pueda sacarlos de ese
ambiente y salvarlos.
Posteriormente,
en el vínculo terapéutico, el paciente puede poner este
rol de "salvador idealizado" en el terapeuta, como una
forma fantasiosa de no revivir el trauma (Herman,
2004).Las
autoras advierten que no hay que confundir esto con una buena alianza
de trabajo.
Cuanto
más asume este papel el terapeuta, más impotente y
dependiente queda el paciente, obstaculizando el trabajo clínico.
Inevitable
y humanamente, el terapeuta fallará en algún momento
porque no es perfecto o porque no puede ocuparse de las intensas
demandas de estos pacientes. Cuando esto sucede es posible que el
paciente sienta furia hacia el terapeuta, incluso pudiendo llegar a
abandonar el tratamiento si estos roles no son trabajados.
Niño
necesitado vs cuidador perfecto:
muchas veces las dramáticas historias de estos pacientes o su
profundo dolor activa el sistema de cuidado del terapeuta, lo cual es
aún más posible si, por su propia historia, el
terapeuta tiene muy desarrollada esta capacidad o si intenta
compensar carencias de su propia vida a través del cuidado de
otros.
Este
sistema de roles llevaría a aumentar la dependencia del
paciente, haciendo que éste se encuentre cada vez menos
empoderado, sin contemplar que "el
primer principio de la recuperación es recobrar el poder de la
supervivencia" (Herman,
2004)
Paciente
que cuida del terapeuta:
para poder sobrevivir en ambientes tan disfuncionales, estos
pacientes desarrollaron una enorme sensibilidad para poder leer las
necesidades de los demás. Esto puede ser llevado al espacio
terapéutico y cuando se encuentra un paciente de estas
características con un terapeuta con experiencias de mucha
vulnerabilidad y falta de cuidado, puede que se desarrolle un sistema
de roles en que el paciente intenta satisfacer las necesidades
insatisfechas del terapeuta, repitiendo la inversión de roles
que aprendió en el vínculo con sus cuidadores.
Sumisión
vs dominación:
cuando las posibilidades de luchar o huir no son viables, el sistema
nervioso activa la sumisión como forma de protegerse y
sobrevivir. En el vínculo terapéutico puede darse la
combinación de un terapeuta que tiende a actuar desde un rol
dominante y un paciente que se pone en el rol de complaciente
compulsivo, o bien, un terapeuta que sea condescendiente frente al
enojo del paciente.
Victimización
vs agresión:
estos roles pueden alternar entre paciente y terapeuta, representando
así las vivencias cambiantes e incoherentes del trauma. El
paciente que se victimiza puede generar en el terapeuta rechazo,
hostilidad y desconfianza por sentir que está siendo
exagerado. En una misma sesión, el paciente puede percibir
esto del terapeuta y reaccionar a esa hostilidad con conductas, más
o menos directas, de agresión hacia el terapeuta, quien pasa a
sentirse menospreciado/manipulado/amenazado/desafiado, es decir, una
víctima.
"Ocultos
tras este patrón relacional hay otros aspectos del paciente
que disfrutan frustrando al inteligente terapeuta como una forma
de venganza encubierta contra el perpetrador original que fue
abiertamente controlador. Esta dinámica interna dentro del
paciente empuja el terapeuta hacia el mismo rol abiertamente
controlador que representaba la figura abusiva previa."
(González
& Mosquera, 2012).
Seductor
vs seducido:
suele darse en pacientes que han sido víctimas de abuso
sexual. El paciente siente que solo es valioso si se coloca en el rol
de objeto sexual y el terapeuta puede terminar en el rol opuesto,
reactuando (reenact)
aspectos
de la relación abusiva a través de sentirse excitado
sexualmente o desarrollando una relación sexual o romántica.
No
ser consciente del trauma vs revivir el trauma:
siendo que la disociación es parte de la respuesta
postraumática es posible que el paciente tenga una amnesia
total o parcial acerca del trauma, ya sea a través de no poder
recordar las experiencias o de no lograr darse
cuenta
(realize) (Van
der Hart et al., 2008)
de que eso le sucedió
en primera persona. Esto suele alternarse con aspectos de su
personalidad que guardan el trauma y lo reexperimentan.
En la
dinámica de roles opuestos, el terapeuta puede colocarse en
uno u otro extremo: puede enérgicamente intentar investigar y
conocer acerca del trauma o volverse descreído en relación
a la historia del paciente, minimizarla, considerarla no relevante o
tener miedo de dañarlo si trabaja sobre ella.
Control
vs descontrol:
estos pacientes han vivido en familias caóticas e
impredecibles, por lo que es posible que alternen entre aspectos de
su personalidad que intenten mantener el control interno (emociones,
recuerdos, síntomas) con otros que terminan descontrolándose
y generando crisis sintomáticas. El terapeuta puede sentir la
necesidad de controlar el espacio terapéutico o síntomas
del paciente, o bien sentir que está siendo controlado por
éste.
Esperanza
vs desesperanza:
la esperanza es dolorosa para todo aquel que vive en un ambiente
adverso y no puede salir de ahí. El paciente, de adulto, puede
trasladar esa desesperanza aprendida al proceso terapéutico
(sintiendo que nunca va a cambiar) o al terapeuta (creyendo que no
tiene las capacidades suficientes para ayudarlo). Como parte de los
roles complementarios, el terapeuta puede esforzarse por convencer al
paciente de que esto no debería ser así, puede sentir
que el paciente en realidad no quiere cambiar, o puede caer él
mismo en la desesperanza respecto al poder de la relación
terapéutica, a las posibilidades de la terapia o a las
capacidades del paciente, así como también sentirse
incompetente en su trabajo.
Culpa
extrema vs irresponsabilidad o culpabilización de otros:
el paciente puede quedar identificado con el agresor y culpar al
terapeuta por sus problemas o por no poder resolverlos, o bien, los
roles pueden ser opuestos y el terapeuta puede sentirse frustrado y
culpabilizar al paciente por la falta de cambios o por actitudes de
éste.
Como
Gonzales y Mosquera (2012) han señalado "las
reacciones extremas de un paciente pueden empujar al terapeuta a
reacciones también extremas. Las personas que han sufrido
traumas graves pueden provocar emociones intensas y cambiantes en sus
terapeutas, reproduciendo los estados emocionales recíprocos
de sus ambientes caóticos tempranos." Sin
embargo, estos sistemas de roles no deben ser entendidos únicamente
como responsabilidad del paciente, sino también como parte de
la interacción dinámica entre parte de la historia
vital y de apego, no resuelta, tanto del paciente como del terapeuta
(Bowlby,
2012).
Las escenificaciones (enactments) en la interacción
trasferencial/contratransferencial ocurren fuera de la conciencia y
son de base somática. Aparecen como sensaciones intrusivas que
se entrometen en la experiencia del terapeuta (sensaciones físicas,
emociones, pensamientos, fantasías, imágenes, impulsos)
(Ogden
et al., 2009; Steele et al., 2018).
Será
tarea del terapeuta (re)conocer y contener las reacciones
contratransferenciales y comprender que son una rica fuente de
información acerca de la historia de trauma del paciente y de
la forma en que han sido sus vínculos. Como expresa Judith
Herman (Herman,
2004)
"Las
oscilaciones rápidas, confusas, en la contratransferencia del
terapeuta reflejan las oscilaciones de la transferencia del paciente,
y ambas reflejan el impacto de la experiencia traumática."
Algunas
reescenificaciones son más fáciles de reconocer porque
se vinculan con emociones y sensaciones que no solemos sentir
habitualmente, o con roles que no es común que habitemos. Sin
embargo, otras nos pasan más inadvertidas ya que suelen tener
que ver con la forma en que naturalmente nos sentimos y actuamos
(Steele
et al., 2018).
El
terapeuta tiene la responsabilidad de trabajar en su autoconocimiento
y en la supervisión de sus casos, de modo que pueda
capitalizar la información que brindan las reescenificaciones
y ponerlas al servicio del tratamiento, favoreciendo una relación
más auténtica entre ambos, que redundará en una
"experiencia
correctora, emocional y evolutiva para el paciente"
(Ogden
et al., 2009)
Colaboración…más
allá de objetivos y metas compartidas
"Ayudar,
reparar y servir representan tres formas diferentes de ver la vida.
Cuando ayudas, ves la vida como si fuera débil. Cuando
reparas, ves la vida como si estuviese rota. Cuando sirves, ves la
vida como un todo. Reparar y ayudar puede ser el trabajo del ego, y
servir el trabajo del alma." (Rachel
Naomi Remen, 1999).
Como
consecuencia de sus primeros vínculos de cuidado, en donde la
figura del cuidador es al mismo tiempo el agente de calma y el agente
de daño, favoreciendo así la activación
conflictiva de los sistema de defensa y de apego de forma simultanea,
estos pacientes llegan al vínculo terapéutico con una
fuerte necesidad de dependencia de un terapeuta al que viven como un
"rescatador" y del cual, al mismo tiempo, sienten que
tienen que defenderse ("Fobia
al apego"- "Fobia a la pérdida del apego")
(Liotti,
2006; van der Hart et al., 2008).
Liotti
& Cortina (Liotti
& Cortina, 2014)
sugieren
que es posible desarrollar ciertas cualidades vinculares que ayuden
tanto al paciente como el terapeuta, de modo tal que no queden
atrapados y desorganizados en estas reacciones transferenciales (y
consecuentemente contratransferenciales) que pueden producirse frente
a la activación del sistema de apego.
Los
autores plantean que "con
pacientes que tienen historias de apego desorganizado y trauma
complejo es mejor intentar mantener un diálogo que limite la
activación del sistema de apego en forma temprana. La
activación transferencial del trauma temprano crea estados de
pánico y puede desencadenar respuestas de lucha, huida o
congelación, respuestas que son muy difíciles de
contener y casi imposibles de entender en el momento en que se dan."
(Liotti &
Cortina, 2014).
Siendo conveniente recurrir a la tendencia humana y natural a querer
cooperar,
desarrollando un vínculo basado en la colaboración, que
ponga a la intersubjetividad en primer plano (Paul
Gilbert, 2015).
"El
establecimiento de una alianza de trabajo basada en la mutualidad
ofrece el andamiaje que permite a los pacientes con historias de
apego traumático construir la confianza con el terapeuta
lentamente antes de poder exponer sus heridas profundas."
(Liotti &
Cortina, 2014).
La
colaboración favorece la comprensión mutua del mundo
interno del paciente y de cómo la experiencia lo fue
moldeando. Se trata de la potente experiencia de sentirse
sentido
(Daniel
Siegel, 2012)
lo
cual implica a un terapeuta con una buena capacidad de mentalizar,
que
favorezca el desarrollo de la misma en el paciente.
En la
medida en que ambos puedan ir implicándose en un diálogo
colaborativo y mentalizador, basado en la compasión e interés
por el mundo interno del paciente, éste podrá, con la
guía del terapeuta, animarse a explorar sus vivencias, estados
mentales, sus conflictos y modos de relación.
El
intercambio colaborativo limita la activación del sistema de
apego. Cuando este sistema está activado, el paciente tiene
puesta su atención en la disponibilidad (o no) del terapeuta
(Steele
et al., 2018)
en vez de poder ser curioso
respecto de su mundo interno.
El
sistema de apego y el de defensa están de por sí
activados por el hecho de iniciar un tratamiento, pero si el
terapeuta se coloca en el lugar de figura de apego, cuidando del
paciente, en vez de ubicarse en el rol de
compañero de exploración, favorecerá la
dependencia en vez del crecimiento, las responsabilidades y el cambio
adulto, al mismo tiempo que favorecería la desorganización
del paciente. Como dice Steele et al., "Cuando
los cuidadores originales han sido una fuente de dolor y de peligros,
y han tenido todo el poder y el control, el paradigma cuidador-bebé
implicaría una reescenificación traumática
potencial desde el principio de la terapia."
(Steele
et al., 2018)
Bowlby
describe al terapeuta como un "compañero
confiable que proporcione apoyo, aliento y comprensión"
(Bowlby,
2012)
que le permita al paciente explorar.
El
terapeuta colaborativo es aquel que se ofrece a este acompañamiento
con una disponibilidad que sea previsible y consistente, mas no
constante, sabiendo que los límites claros, respetuosos y
tolerables para ambas partes favorecen el desarrollo efectivo del
proceso terapéutico (Herman,
2004).
Estos límites tienen en cuenta
las contradicciones y los conflictos entre las necesidades de
dependencia y de autonomía del paciente y colaboran en el
desarrollo de un equilibrio entre la autorregulación y la
regulación relacional (Steele
et al., 2018).
Trabajar
desde la cooperación y mutualidad permite ir armando un
entramado de confianza y entendimiento, ya que mantiene más
contenidas las emociones abrumadoras que pueden despertarse si el
apego se activa prematuramente.
La
colaboración se relaciona con la posibilidad de comprender y
compartir (Steele
et al., 2018)
teniendo una visión psicológica (mindsight) que
nos permita imaginar la experiencia interna del otro, al mismo tiempo
que prestamos atención a nosotros mismos y podemos responder
empáticamente (Siegel
& Hartzell, 2003).
Esto solo es posible si el
terapeuta puede estar presente
en
varios niveles: física, emocional, cognitiva, espiritual y
relacionalmente (Geller,
2013; Geller & Porges, 2014).
De
acuerdo con Geller (2013)
"La
presencia terapéutica implica (a) estar en contacto con un yo
(self) integrado y saludable, mientras que (b) se está abierto
y receptivo, a lo que es relevante en el momento y se encuentra
sumergido en ello, con (c) un sentido amplio de espaciosidad y
expansión de la conciencia y la percepción. Esta
conciencia arraigada, inmersa y expandida ocurre con (d) la intención
de estar con y para el cliente, al servicio de su proceso de
curación."
Estar
presente es lo que permite al terapeuta brindar una respuesta
sintonizada y tomar la iniciativa en la reparación relación
cuando se producen rupturas (Lyons-Ruth,
2003).
Solo
en la medida en que el paciente percibe/siente la presencia del
terapeuta es que ésta produce impacto. Los terapeutas
transmiten su presencia no solo de manera verbal, sino
fundamentalmente, a través de marcadores somáticos (p.
ej. expresión facial cálida, vocalizaciones prosódicas,
gestos, postura corporal abierta, contacto visual suave)
(Daniel
Siegel, 2012; Geller & Porges, 2014).
Sentir
la presencia del terapeuta, quien puede estar con la experiencia del
paciente sin asustarse y sin juzgarla, favorece que este último
pueda estar más presente, explorando sus necesidades,
sentimientos, significados y sensaciones y compartiéndolos con
el terapeuta, de modo que vaya emergiendo una presencia
terapéutica relacional (Geller
& Porges, 2014).
La
presencia relacional favorece que el paciente se sienta comprendido,
de modo que se anima a estar más presente para si mismo y más
conectado con el terapeuta (Geller,
2013).
Esto
permite ir desarrollando, poco a poco y a base de experiencias
repetidas y sostenidas, un sentimiento de seguridad en el vínculo,
que favorece la disminución de las defensas y promueve
comportamientos de compromiso social.
Integridad
"Servimos con nosotros mismos y nos nutrimos de todas
nuestras experiencias. Nuestras limitaciones sirven; nuestras heridas
sirven; incluso nuestras tinieblas pueden servir.
Servir nos hace
conscientes de nuestra integridad y su poder. La integridad en
nosotros está al servicio de la integridad en los demás
y de la integridad en la vida." (Rachel
Naomi Remen, 1999).
Para
finalizar, me gustaría hacer referencia a la importancia de la
Integridad.
La
confianza necesaria para poder comprometernos en un vínculo
profundo implica ser conscientes de la integridad del otro y de la
propia, y es quizás ésta una de las cualidades más
importante que un terapeuta puede tener y transmitir.
Tiene
que ver con la capacidad de ver a los pacientes como un
todo
(cuando muchas veces ni ellos mismos pueden verse así) y de
vernos a nosotros mismos como seres humanos que podemos tener las
mejores intenciones pero que también somos capaces de dañar
y que conocemos el dolor de haber sido dañados.
Como
dice J. Herman: "La
integridad es la capacidad de afirmar el valor de la vida frente a la
muerte, de estar reconciliado con los límites finitos de la
propia vida de uno y con las trágicas limitaciones de la
condición humana, y de aceptar estas realidades sin
desesperación. La integridad es el fundamento sobre el que se
forma originalmente la confianza en las relaciones, y sobre el cual
la confianza hecha polvo puede ser restaurada. El entrelazado de
integridad y confianza en las relaciones de asistencia completa el
ciclo de las generaciones y regenera el sentido de comunidad humana
que el trauma destruyó" (Herman,
2004).
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