Introducción
El
objetivo del presente artículo
es presentar una revisión no exhaustiva de estudios empíricos
y revisiones bibliográficas concernientes al Trastorno
Obsesivo-Compulsivo (TOC), el trauma y el Trastorno de Estrés
Postraumático (TEPT).
Se
pretende conocer el estado actual del conocimiento científico
en relación a esta temática para colaborar con la
dilucidación de la exploración clínica y diseño
de tratamiento adecuados para aquellos pacientes que presentan TOC
con antecedentes traumáticos, desde el paradigma
cognitivo-comportamental.
Se
caracterizarán TOC, sucesos vitales estresantes y TEPT.
Se
explorarán aspectos relacionados con factores comunes entre
TOC y TEPT, en la búsqueda de hacer algún aporte a la
pregunta acerca de si la vinculación entre ambos implica
únicamente una comorbilidad o existe evidencia suficiente para
justificar la conceptualización de una nueva entidad
psicopatológica.
Presentación
clínica del TOC
Con
una prevalencia del 2% en la población general (Lozano-Vargas,
2017), el Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC) es una patología
crónica de base bio-psico-social que implica la presencia de
obsesiones y, en la mayoría de los casos, compulsiones, que
surgen como intentos para lidiar con las mismas.
El
Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos
Mentales (APA, 2014) caracteriza las obsesiones como pensamientos,
impulsos, o imágenes intrusivos, habitualmente perturbadores,
que se imponen en la mente de la persona con TOC de manera repetitiva
y persistente.
Las
compulsiones o rituales son comportamientos o actos mentales
repetitivos (APA, 2014) que la persona que padece TOC utiliza como
medio para paliar con las obsesiones con el fin de 'neutralizarlas',
obteniendo alivio momentáneo y pasajero ante el sufrimiento
que la presencia de las obsesiones y su interpretación
respecto de las mismas conlleva para sí.
A
medida que avanza, el trastorno se va tornando cada vez más
incapacitante. Se trata de una patología con un nivel de
sufrimiento muy elevado.
Sucesos
vitales estresantes (SVE), trauma y Trastorno por Estrés
Postraumático (TEPT)
Los
sucesos vitales representan aquellos hechos que resultan relevantes
en la vida de las personas y pueden ser identificados por las mismas
como trascendentes para su cambio evolutivo (Suarez Cuba, 2010).
Pueden
ser caracterizados como estresantes: '(...) cuando las
circunstancias o condiciones ambientales amenazan, desafían,
exceden o dañan las capacidades psicológicas o
biológicas del individuo; se incluyen acontecimientos
traumáticos agudos como desastres, abuso sexual y físico,
violencia; o el estrés crónico como la pobreza,
dificultad económica, enfermedad crónica individual o
familiar, maltrato; así como también SVE como divorcio,
ingreso de un familiar a la cárcel' (Jiménez et
al., citado en Suarez Cuba, 2010).
Para
que un SVE sea considerado traumático requiere ser evaluado
como importante y altamente negativo por parte de la persona afectada
(Roncero et al., 2017), con consecuencias clínicas posteriores
acorde a la constitución y desarrollo psico-social del sujeto.
Para
que las consecuencias traumáticas posteriores a un SVE
negativo cumplan los criterios diagnósticos necesarios para
ser consideradas manifestaciones clínicas de un TEPT deben
presentarse uno o más síntomas de diversas categorías
durante al menos un mes (APA, 2014).
Entre
los criterios diagnóstico del Trastorno por Estrés
Postraumático caracterizado en el DSM-V (APA, 2014) se
presentan síntomas intrusivos asociados al suceso traumático
posteriores al mismo, ya sean recuerdos, sueños, reacciones
disociativas, malestar psicológico intenso o prolongado y/o
reacciones fisiológicas intensas posteriores a la exposición
a factores internos o externos que representan o asemejan un aspecto
del suceso traumático.
Además
de esta sintomatología, se incluye una serie de síntomas
evitativos persistentes respecto de estímulos asociados al
trauma, alteraciones negativas cognitivas y del estado del ánimo
vinculadas al suceso(s) traumático(s) y alteraciones en
relación a la alerta y la reactividad también
relacionadas con el trauma, todas ellas de una duración
superior a un mes, fuentes de un malestar clínicamente
significativo. Resulta determinante que estos síntomas no
puedan ser atribuidos a otra patología médica o al
efecto fisiológico del consumo de sustancias (APA, 2014).
Este
trastorno presenta una prevalencia aproximada del 3,5% en la
población general (APA, 2014).
TOC
y TEPT: factores comunes
Nacasch
et al. (2011) destacan manifestaciones clínicas comunes en el
TOC y el TEPT. Partiendo de que ambos trastornos tienen una
presentación heterogénea, estos autores sostienen que
tanto una como otra patología se asocian a pensamientos
negativos y memorias que evocan e intensifican la ansiedad y conducen
a clasificar determinados estímulos como amenazantes,
presentando mecanismos consonantes con el condicionamiento clásico
en relación al reforzamiento de estímulos disparadores
de ansiedad a través de mecanismos de reducción de esta
emoción.
Así,
manifiestan que tanto el TOC como el TEPT presentan pensamientos
intrusivos recurrentes causantes de estrés que resultan
difícil neutralizar, comportamiento evitativo con el fin de
sortear señales percibidas como potencialmente disparadoras de
distrés e incluyen conductas orientadas a reducir la ansiedad
(Nacash et al., 2011).
En
consonancia, Dykshoorn (2014) sostiene que el solapamiento entre el
TOC y el estrés ligado al trauma puede encontrarse en la
manera en que el individuo piensa y reacciona a los pensamientos
intrusivos inherentes a ambas situaciones.
La
autora plantea que el TOC y el TEPT se inician a partir de la
evaluación negativa que realiza el individuo de sus
pensamientos, interpretando los pensamientos referentes al trauma o
relacionados con éste de un modo que le genera un sentido de
peligro o amenaza inmediato.
Otro
mecanismo común que encuentra Dykshoorn (2014) en ambas
patologías es el esfuerzo para llevar adelante estrategias de
neutralización de las consecuencias negativas que asumen los
pacientes que derivarán de su interpretación de los
pensamientos intrusivos.
Un
rasgo que también comparten ambas entidades clínicas es
la disociación. Sin embargo, esta dimensión puede
encontrase en la mayoría de los trastornos psiquiátricos
(Sar y Ross, citado en Sar y Ozturk, 2012).
¿Comorbilidad
o entidad clínica diferenciada?
Se
encuentra una prevalencia de TOC de aproximadamente el 30% entre la
población que padece TEPT (Badour et al. citado en Dykshoorn
2014) y, dependiendo de la población, dimensiones y criterios
estudiados, un rango de entre el 30% y el 82% de TOC postraumático
en aquellos casos que no cumplen el criterio de TEPT (Cromer et al.,
citado en Dykshoorn, 2014).
Frías
Ibáñez et al. (2013) sostienen que "los datos de
prevalencia indican que la probabilidad de presentar uno de los dos
trastornos es entre tres y diez veces superior si se ha sido
diagnosticado previamente de uno de ellos" (p. 599).
Estos
autores encuentran en la hegemonía del paradigma biologicista
el factor causal de la escasa existencia de literatura científica
referente a la importancia de los eventos traumáticos en la
etiopatogenia, nosología y tratamiento del TOC (Frías
Ibáñez et al., 2013).
Así,
los investigadores referenciados sostienen que, sea como variable
predisponente o precipitante, los eventos traumáticos
representan un factor de riesgo inespecífico para el TOC
(Frías Ibáñez et al., 2013).
De
esta forma, plantean la presencia de ET en la etiopatogenia,
nosología e intervención del trastorno
obsesivo-compulsivo como factor psicosocial de potencial relevancia
(Frías Ibáñez et al., 2013).
También
Krebs et al. (2019), a raíz de un estudio longitudinal de
gemelos (N = 2016), arriban a la conclusión de que "los
sucesos vitales estresantes podrían ser un marcador clínico
para la identificación de individuos en riesgo de desarrollar
TOC, junto con otros factores de riesgo conocidos (p. ej. historia
familiar de TOC), potenciando la intervención temprana y los
resultados a largo plazo" (p. 40).
De
manera coincidente, Brooks et al. (2016) manifiestan que la
variabilidad del 50% en la sintomatología TOC presente en
estudios de gemelos puede atribuirse a factores ambientales,
afirmando la pertinencia de la consideración de los factores
de riesgo ambientales en la etiología de este trastorno. Estos
investigadores asocian estos factores de riesgo en primer lugar a los
eventos vitales estresantes y traumáticos, principalmente
aquellos acontecidos en la infancia. Los hallazgos de su estudio
demuestran que la adversidad experimentada durante los primeros años
de vida se encuentra significativamente vinculada a un mayor
desarrollo de volumen cerebeloso que puede asociarse a un mayor
riesgo de TOC (Brooks et al., 2016).
Los
resultados de la investigación empírica de Caspi et al.
(2008) sugieren una asociación positiva entre el denominado
abuso sexual infantil de contacto (que incluye manoseo, besos,
penetración y otras formas de contacto físico de
naturaleza sexual antes de los 18 años del niño, niña
o adolescente, por parte de una persona al menos 5 años mayor
que la víctima o de manera forzada por parte de un sujeto con
una diferencia de edad inferior a la señalada) y el trastorno
obsesivo compulsivo.
Belli
(2014) sostiene que la disociación traumática presente
en los pacientes con trastorno obsesivo compulsivo se encuentra
vinculada principalmente al abuso sexual infantil y representa un
factor de vulnerabilidad y/o desencadenante ambiental de esta
patología.
El
autor encuentra una correlación entre los traumas infantiles y
los casos de TOC severo resistentes al tratamiento, sugiriendo la
exploración de síntomas disociativos ocultos en estos
pacientes (Belli, 2014).
Concluye
que el TOC y el historial de trauma tienen un solapamiento
suficientemente significativo como para tomar el trauma en
consideración al llevar adelante un tratamiento
psicoterapéutico con personas que padecen TOC (Belli, 2014).
Por
su parte, los resultados del estudio de Roncero et al. (2017)
encuentran que únicamente en aquellos sucesos experimentados
como altamente traumáticos asociados al inicio del desarrollo
de un TOC resultan de relevancia para su caracterización
clínica y tratamiento, destacando la importancia de la
exploración de los sucesos traumáticos en esta
población clínica. De esta manera señalan que
los resultados vinculados con SVE no concebidos como altamente
traumáticos no arrojan datos significativos que puedan llevar
a resultados concluyentes (Roncello et al., 2017).
Abocado
a la investigación acerca del TOC, Rachman (1994) desarrolla
el constructo de contaminación
mental,
ampliamente estudiado. Lo diferencia de la contaminación
física y establece para el mismo los siguientes criterios:
1.La
persona experimenta sensaciones de suciedad que:
-son
evocadas con o sin contacto físico con una
sustancia/material/persona sucia y,
-persisten
en ausencia o independientemente del contacto físico con la
sustancia/material/persona sucia.
2.Las
sensaciones de suciedad pueden ser evocadas o revividas a través
de recuerdos, pensamientos repugnantes y/o imágenes.
3.Las
sensaciones de suciedad responden adecuadamente a la limpieza.
4.Las
sensaciones de suciedad son acompañados por emociones
negativas (e.g. distrés, ansiedad, repugnancia, asco,
vergüenza, culpa y ansiedad).
5.Las
sensaciones de contaminación mental son acompañadas
frecuentemente por uno o más de los siguientes criterios:
-Fuerte
urgencia de limpiar.
-Los
intentos de alivio son frecuentemente infructuosos.
-Los
intentos de evitar son frecuentemente infructuosos.
-Pueden
ser evocados o revividos por información, crítica o
transgresiones.
-La
localización física no es fácilmente
identificable.
-Las
personas afectadas pueden ser incapaces de identificar una fuente,
evento o circunstancia desencadenante (Rachman, 1994, citado en
Fairbrother et al., 2005, p.122-123).
A
partir del estudio controlado que expone en imaginería a una
muestra de 121 estudiantes universitarias como víctimas de un
beso no consentido en una fiesta, así como a través de
un audio de un beso no consentido de las mismas características,
Fairbrother et al. (2005) logran demostrar que la contaminación
mental puede ser inducida en ausencia de contacto físico. En
esta investigación en particular, es la exposición al
audio la que arriba a este resultado, estableciendo a su vez que el
mismo es compatible con la descripción de casos de
contaminación mental y TOC subsecuentes al trauma sexual
(p.129). Los autores describen que los sentimientos de contaminación
mental "se asociaron con un amplio rango de emociones negativas
hipotetizadas (vergüenza, distrés, etc.) y algunas
urgencias de lavado, con unas pocas instancias destacables de lavado
efectivo" (p.129). Estudios posteriores (Elliott y Radomsky,
2009; Radomsky y Elliot, 2009) confirman y profundizan diferencias
individuales en relación a esta hipótesis.
Fontenelle
et al. (2012) encuentran en los pacientes con TOC de manifestación
posterior al TEPT sin antecedentes de TOC pretraumáticos una
tasa elevada de síntomas de contaminación y lavado que
hallan consonantes con precedentes en la literatura científica.
De esta forma, afirman que las compulsiones de lavado representan un
componente central en el TOC ligado al trauma (Sasson, citado en
Fontenelle et al., 2012).
Algunos
autores plantean la existencia de un continuo al que pertenecerían
ambos trastornos, representado los síntomas TOC una manera de
afrontar, reducir y evitar síntomas y memorias ligadas al
trauma (Gershuny et al., citado en Dykshoorn, 2014).
Estos
investigadores proponen un modelo explicativo de este mecanismo,
sosteniendo que a medida que los síntomas de TEPT se reducen,
aumentan los síntomas TOC y al ser tratados estos últimos,
los síntomas TEPT vuelven a emerger.
Por
su parte, Fontenelle et al. (2012) proponen la clasificación
de un subtipo postraumático de trastorno obsesivo-compulsivo,
y encuentran una vinculación entre el trauma y la aparición
tardía del TOC en aquellos pacientes que no presentan
antecedentes familiares de esta entidad clínica. A su vez,
señalan una mayor severidad en los síntomas depresivos
y ansiosos que manifiesta el denominado TOC vinculado al trauma
frente a otros tipos de TOC (Fontenelle et al., 2012).
En
esta línea, Dykshoorn (2014) expone la propuesta de Briggs y
Price como uno de los modos en que podría presentarse este
subtipo potencial de TOC. Esta propuesta postula que, al crearse los
esquemas y asunciones acerca del mundo en los primeros años de
vida, si las experiencias son vivenciadas como adversas y
traumáticas, los niños desarrollan creencias acerca de
la responsabilidad personal (Briggs y Price, citado en Dykhoorn,
2014).
Como
consecuencia, estos niños interpretan inadecuadamente sus
pensamientos intrusivos como causantes de eventos negativos,
reforzándolos a través del condicionamiento operante
por medio de compulsiones. De esta manera el TOC operaría una
función protectora que prevendría una mayor
traumatización (Dykhoorn, 2014).
Por
otra parte, el autor menciona el síntoma de asco como presente
en ambas entidades clínicas y sugiere una correlación
en la que las personas víctimas de traumas vinculados con la
violencia física y/o sexual experimentan síntomas
intensos de asco que llevan a la búsqueda de deshacerse de los
factores contaminantes, por lo que aparecerían rituales de
limpieza y evitación. Posteriormente la sensación de
asco y contaminación se vería disociada de su factor
desencadenante y podría sobregeneralizarse de manera tal que
la persona ya no encuentre asociación consciente entre el
trauma y su sintomatología y tomen lugar los patrones
habituales de expresión del TOC (Badour, citado en Dykshoorn,
2014).
Conclusión
Consideramos
que existe suficiente evidencia para afirmar que el vínculo
entre TOC y trauma resulta ineludible, clínicamente relevante
y demográficamente significativo.
Estimamos
que los datos expresados en este capítulo resultan
razonablemente relevantes como para ser tomados en cuenta al momento
de abordar el tratamiento cognitivo-conductual de personas con TOC.
Valoramos
esencial la inclusión de la exploración de antecedentes
traumáticos en estas situaciones clínicas y, en caso de
encontrar traumas como antecedentes o factores desencadenantes del
TOC, sugerimos la aplicación de estrategias terapéuticas
que contemplen la sintomatología post-traumática y
colaboren con la integración cognitiva, emocional, conductual
y perceptual de los pacientes afectados.
En
este sentido, sostenemos la importancia de la formulación del
caso, evaluando que ante algunas situaciones clínicas, tales
como las mencionadas, la utilización de protocolos de atención
manualizados puede resultar reduccionista. Esto puede llevar incluso
a intervenciones iatrogénicas en aquellos casos en que, de
aparecer, no se aborden apropiadamente los contenidos traumáticos
y su correlato sintomático, más allá de los
síntomas de TOC específicos.
La
información contrastada en el desarrollo de la presente
revisión bibliográfica no permite arribar a un
resultado concluyente respecto del modo exacto en que se vinculan TOC
y trauma. Encontramos que el conocimiento actual no permite
clarificar aún si la correlación entre TOC y TEPT es
comórbida o representa una entidad clínica diferenciada
a conceptualizar. Entendiendo que se continuará ahondando en
estos últimos aspectos, proponemos también una
profundización en la investigación del vínculo
entre los síntomas de asco y los antecedentes de abuso sexual
en la población que presenta síntomas de TOC reactivos.
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