Destacados pensadores, especialmente pensadoras, han brindado
valiosas elaboraciones sobre la cultura patriarcal y la condición
de la mujer como producto de dicha cultura desde una perspectiva
sociocultural. En el presente escrito el abordaje estará
limitado al enfoque psicoanalítico, fundamentalmente
freudiano. Para ello voy a plantear las condiciones estructurales del
psiquismo humano que nos permiten reflexionar acerca del brutal giro
que supone para un humano ubicar a la mujer en el lugar de objeto
degradado, luego de haber sido objeto-satisfacción, objeto de
deseo, objeto amado, además de único poder auxiliador
(Freud, 1895). Para reflexionar sobre dicho giro introduzco una
noticia actual de la cual me valdré para hacer un desarrollo
conceptual, psicoanalítico. En los primeros meses de este año
(2023) se difundió la noticia de que en Puerto Príncipe
los cuerpos de las mujeres se han convertido en objetos de lucha de
pandillas que pretenden apoderarse del control de la ciudad. El
estado de pobreza de la población haitiana es tal que ya no
quedan bienes materiales de los que apropiarse. Dada esa situación,
las pandillas se apoderan de los cuerpos de las mujeres,
sometiéndolas sexualmente. ¿Qué sacian o qué
obtienen los hombres cuando se apropian sexualmente de las mujeres?
Las pandillas están constituidas mayoritariamente por hombres
que se unen para llevar a cabo actos vandálicos. Todo grupo
humano se constituye a partir de ligaduras entre sus integrantes,
ligaduras que son de distinta índole. En Psicología
de las masas y análisis del yo (1921), Sigmund Freud
afirma que no solo el amor genera ligadura entre las personas,
también el odio tiene efecto unitivo, además del lazo
que se genera al abrazar una misma causa, un ideal, una creencia o
por amor a un líder. En el caso de las pandillas a las que
alude la notica, ¿qué los aúna? ¿Los aúna
simplemente su condición anatómica, machos, por un
lado, hembras por el otro?
Antes de avanzar creo pertinente explicitar la diferencia entre
pandilla e institución. Ésta es una organización
constituida en torno a dogmas, ideales y/o a un líder. Sus
integrantes deben someterse a una determinada formación,
respetar una disciplina, seguir normas y preceptos que los organiza,
tales como las iglesias y los ejércitos. En cambio, una
pandilla, según la definición del Diccionario de la
Real Academia Española es "un grupo primario de personas
que mantienen una relación cercana o íntima e intensa
entre ellos". Las pandillas haitianas mencionadas parecen
responder a la condición de grupo primario; no están
organizadas en torno a un ideal o una creencia ni por el amor a un
líder. Más bien cabe entender que la condición
de carestía -necesidad primaria- agrupa a individuos según
su condición anatómica masculina -condición
primaria-. La lucha por la supervivencia los agrupa y salen a la
caza. También a la caza de mujeres.
En este caso, la intensidad que caracteriza a las pandillas se
manifiesta en el goce perverso y violento que comparten los
integrantes de ese grupo humano constituido en torno a la diferencia
anatómica. Dichos actos perversos carecen de la intimidad
propia del encuentro sexual sostenido por un lazo libidinal. No
formulo esta idea desde una posición moralista sino teniendo
en cuenta la aspiración e incluso la necesidad de los humanos
de ser valorados, reconocidos o amados por el otro. En el humano, el
intercambio sexual no está determinado por lo instintivo, como
en las especies animales. La atracción entre dos personas es
singular y de una complejidad enigmática.
Los invito a retrotraernos en el tiempo, a finales del siglo XIX. No
puede sino sorprendernos las hipótesis elaboradas por un
neurólogo, Sigmund Freud, respecto de los efectos que tiene en
el psiquismo humano la imprescindible intervención del
semejante en el inicio de la vida. Me refiero al Proyecto de
psicología (1895) donde Freud plantea la complejidad de
las primeras inscripciones psíquicas a partir de un hecho
primario, la satisfacción de la necesidad de ser alimentado y
cuidado por otro, dado el estado de desvalimiento en el inicio de su
vida. ¿Cómo pudo un neurólogo del siglo XIX
articular los limitados desarrollos de la época sobre el
funcionamiento neurológico con los efectos determinantes de la
intervención del semejante en la estructuración del
psiquismo? {Ver Nota de autor 1}.
La primera parte del Proyecto de psicología (1895) es a
todas luces un estudio neurológico; describe cantidades y
cualidades, presenta sistemas neuronales con diferentes funciones. En
ese marco absolutamente biologicista irrumpe la presencia del
semejante como requisito para la satisfacción de la necesidad
en el inicio de la vida. Según palabras de Freud:
Aquí una cancelación de estímulo sólo
es posible mediante una intervención que elimine por un tiempo
en el interior del cuerpo el desprendimiento {desligazón} de
Qη, y ella exige una alteración en el mundo exterior
(provisión de alimento, acercamiento del objeto sexual) que,
como acción específica, sólo se puede producir
por caminos definidos. El organismo humano es al comienzo incapaz de
llevar a cabo la acción específica. Esta sobreviene
mediante auxilio ajeno: por la descarga sobre el camino de la
alteración interior, un individuo
experimentado advierte el estado del niño. Esta vía de
descarga cobra así la función secundaria, importante en
extremo, del entendimiento {Verständigung; o «comunicación},
y el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente
primordial de todos los motivos morales (Resaltado por
mí)
En el mismo escrito, al dar lugar a la necesaria intervención
del semejante para satisfacer necesidades primarias, Freud se ve
llevado a analizar los efectos estructurantes de dicha intervención.
La vivencia de satisfacción de la necesidad genera la
inscripción del semejante en triple condición:
"objeto-satisfacción, objeto hostil y único poder
auxiliador" {Ver Nota de autor 2}. El estatus de "único
poder auxiliador" difiere de los anteriores en tanto ellos son
la consecuencia de experiencias placenteras y displacenteras;
mientras que el término "único poder"
responde a la condición de desvalimiento que induce al infans
a ubicar al Otro como referente de los motivos morales. Tal es así
que incluso la satisfacción de las necesidades en el humano se
irá ajustando a las exigencias que la cultura le impone.
Por otro lado, la vivencia de satisfacción tiene por
consecuencia la constitución de la primera zona erógena,
la oral; en tanto esa experiencia genera un plus de placer en
el acto mismo de la succión, ya no necesariamente ligada a la
alimentación. A partir de ello se tenderá a repetir el
acto placentero, independientemente de la incorporación del
alimento. El pecho materno se constituye como objeto de la pulsión
erógena oral y surge el deseo de apoderamiento del objeto. La
pulsión de apoderamiento puede leerse como crueldad,
entendiendo por crueldad la no consideración del sufrimiento
que el sujeto provoca al objeto. (Freud, 1916[1916-1917]).
En los primeros tiempos de vida el niño no tiene capacidad
alguna para reconocer al otro como objeto diferenciado de sí,
como tampoco puede reconocer el dolor infringen sus acciones. Por
tanto, considero que no sería apropiado el calificativo de
crueldad para referirse a acciones que el niño pequeño
realiza en sus intentos de apoderamiento, aunque las mismas provoquen
dolor en el semejante. De todos modos, habremos de reconocer que la
pulsión de apoderamiento fácilmente puede desbordar
hacia la crueldad y ligarse al placer sexual, como en las prácticas
sadomasoquistas. En sus primeros desarrollos, Freud afirma que la
crueldad proviene de la pulsión de apoderamiento.
Llegados a este punto, se puede entender que las aberrantes acciones
de las pandillas de Puerto Príncipe responden a un afán
de apoderamiento, pulsión que se activa de manera inversamente
proporcional a la imposibilidad de satisfacer las necesidades
primarias. Dada dicha condición, los motivos morales se ven
arrasados. Tal arrasamiento supone la caída de la
representación del objeto de amor, único garante de los
motivos morales. Solo por amor al otro renuncia el humano a la pura
satisfacción pulsional.
Esta afirmación requiere plantear la diferencia conceptual
entre objeto de la pulsión y objeto de amor. Respecto del
objeto de la pulsión, Freud (1915) plantea que el objeto
{Objekt} de la pulsión es aquello en o por lo cual puede
alcanzar su meta. Es lo más variable en la pulsión; no
está enlazado originariamente con ella, sino que se le
coordina sólo a consecuencia de su aptitud para posibilitar la
satisfacción. No necesariamente es un objeto ajeno; también
puede ser una parte del cuerpo propio.
En los inicios de la vida, el yo y el otro aún no se hallan
diferenciados, al no haberse constituido la representación del
otro como persona total; tampoco se ha constituido la representación
del yo que fija e integra la imagen en la que el sujeto se reconoce.
En ese tiempo, el otro cuenta solamente como objeto parcial a los
fines de la satisfacción de la necesidad y del placer erógeno
parcial. En relación con las vicisitudes del objeto parcial de
la pulsión, apelo a la idea planteada por Freud en su breve
artículo "Paralelo mitológico de una
representación obsesiva plástica" (1916). En él
presenta el caso de un paciente que padecía de ideas obsesivas
que iban acompañadas de una imagen obsesiva en la que el padre
estaba figurado por la zona anal. Cada vez que el padre se hacía
presente, se le aparecía la imagen de la parte de atrás
de un torso, sin extremidades ni cabeza; acompañaba dicha
imagen la palabra Vaterarsch (culo de padre). Freud analiza
la representación del padre no como persona total sino por una
parte del cuerpo, y la articula con la saga griega de Deméter
y unas terracotas, halladas en excavaciones en el Asia Menor. Las
terracotas desenterradas representan un cuerpo femenino sin cabeza ni
busto y en el abdomen aparece pintado un rostro. Se trata de la
representación de Baubo. A partir de estas asociaciones,
plantea la idea de que la persona total puede aparecer representada
por un solo órgano {Ver Nota de autor 3}, como en el tiempo en
que el otro era solo un objeto, ya sea de satisfacción u
objeto hostil. En la clínica del obsesivo nos encontramos con
la problemática de esta reducción de una persona a un
órgano y, junto con ello, la desconsideración, el
maltrato y/o la erotización desligada de todo lazo libidinal.
Aunque en el obsesivo el maltrato es generado por el odio en tanto
contracara del amor, el maltrato puede ser causado por la
predominancia de un vínculo puramente pulsional con el objeto.
Al perdurar la prevalencia de lo pulsional se llega a la degradación
de la persona total, reduciéndola a la condición de
objeto parcial de la pulsión.
Insertos en la cultura, al humano se le impone la renuncia al primer
objeto de amor, la prohibición del incesto. El sujeto se ve
empujado a salir al mundo en su afán por reencontrar el objeto
perdido. De la inscripción de dicha falta surge la fuerza que
impulsa a la búsqueda de vínculos con los semejantes.
El vínculo libidinal del yo con sus objetos presupone la
constitución de un yo diferenciado del otro en tanto persona
total; en ello se asienta la consideración hacia el objeto en
su afán por conservar su amor. En el afán por preservar
la relación de proximidad con el objeto de amor, el sujeto se
ve llevado a ciertos renunciamientos. En algunas manifestaciones
sintomáticas nos encontramos con que lo pulsional se ha
desligado de lo libidinal. Ante este hecho clínico cabe
considerar la diferencia entre ligadura libidinal y lo pulsional. La
pulsión no pretende el amor ni la preservación del
objeto, simplemente se sirve de él para descargar la tensión
sexual generada en determinada parte del cuerpo. Como se mencionó
anteriormente, el alivio de la tensión de la zona erógena
excitada es la meta de la pulsión. Cuando se produce tal
desligadura entre lo libidinal y lo pulsional, el objeto sirve
puramente a los fines de la descarga de la tensión sexual.
Esta premisa psicoanalítica permite interpretar sucesos, como
los de Haití, en los que el semejante despojado de su cualidad
humana, queda reducido a un puro objeto pulsional a los fines de la
descarga sexual.
Son conocidas, y hoy en día descalificadas por algunos, las
conceptualizaciones freudianas acerca de las consecuencias psíquicas
de la diferencia sexual anatómica. Tomados por el fanatismo,
algunos movimientos feministas parecen negar la diferencia sexual
biológica. Me pregunto si el problema es con lo anatómico
o si se trata más bien de la imposibilidad de tolerar la
diferencia. En un trabajo anterior (Costas Antola, 2021) señalé
el lugar relevante que ocupa el concepto de diferencia en la teoría
freudiana. La intolerancia a la diferencia hace que el extraño,
el extranjero sea asumido como enemigo. En esta misma línea,
aborda Freud el tema de la diferencia de los sexos en "El
tabú a la virginidad" (1918) donde afirma:
Toda vez que el primitivo ha erigido un tabú
es porque teme un peligro, y no puede negarse que en todos esos
preceptos de evitación se exterioriza un horror
básico
a la mujer. Acaso se funde en que ella es diferente del varón,
parece eternamente incomprensible y misteriosa, ajena y por eso
hostil. (…) los tabúes que hemos enumerado atestiguan
la existencia de un poder
contrario al amor, que desautoriza a la mujer como ajena y hostil
(pp. 194-195) (Resaltado por mí)
El horror a lo ajeno, a lo incomprensible, puede leerse en relación
con la primera acción psíquica fundante del mundo
exterior por segregación de lo que resulta amenazante para la
preservación del yo. Una repulsa primordial da lugar a la
constitución del yo y, al mismo tiempo, del otro. El horror
básico, así como la segregación de lo malo
displacentero da sentido a la premisa freudiana de que el odio, en
tanto relación de objeto, es más antiguo que el amor y
mantiene siempre un vínculo estrecho con las pulsiones de
conservación del yo. Se trata de un afecto que carece de la
contracara amorosa; afecto propio de la relación con el objeto
hostil que ha sido segregado del yo propio {Ver Nota de autor 4}.
Habrá de tenerse en cuenta que la constitución del yo
como objeto de amor -yo del narcisismo- es condición del lazo
social entre semejantes, lazo creado por Eros o, su contracara, el
odio. Respecto del odio, Freud (1915) desarrolla una idea que da pie
para pensar la diferencia conceptual entre el odio contracara del
amor y el odio primario. Dice:
Es notable que en el uso de la palabra «odiar» no
salga a luz una referencia tan estrecha al placer y a la función
sexuales; más bien, la relación de displacer parece la
única decisiva. El yo odia, aborrece y persigue con fines
destructivos a todos los objetos que se constituyen para él en
fuente de sensaciones displacenteras, indiferentemente de que le
signifiquen una frustración de la satisfacción sexual o
de la satisfacción de necesidades de conservación. Y
aun puede afirmarse que los genuinos modelos de la relación
de odio no provienen de la vida sexual, sino de la lucha del yo por
conservarse y afirmarse (Resaltado por mí)
A partir de la afirmación freudiana de que los modelos de la
relación de odio provienen de la lucha por la supervivencia,
me permito cuestionar la utilización del mismo término
para afectos que corresponden a tiempos distintos de la constitución
del yo. Consideremos por un lado el tiempo de la dualidad yo-placer
purificado versus objeto extraño -por tanto, hostil- y otro
tiempo distinto, el que se inaugura con el advenimiento del yo,
representación en la que el sujeto se reconoce, y que da paso
a la relación del yo con sus objetos libidinales, en una
alternancia de amor y de odio. Es pertinente recordar aquí la
diferencia entre objeto de placer y objeto de amor; el primero
vinculado fundamentalmente a lo pulsional, el segundo a lo libidinal.
Estas cualidades del vínculo pulsional y libidinal pueden
coincidir en un mismo destinatario o mantenerse escindidos, por un
lado, la relación pulsional y por otro la relación de
amor. Propongo conservar el término odio para el vínculo
del yo, reservorio libidinal, con sus objetos, en la alternancia
amor–odio. Y reservar el término hostilidad para
referirse al afecto correspondiente al tiempo primordial en que se
constituye simultáneamente el yo-placer purificado y el otro
expulsado como objeto hostil.
Se enfatiza a veces la característica de debilidad del sexo
femenino para, desde allí, explicar el abuso violento del
varón hacia la mujer. Basándome en lo desarrollado
anteriormente, habría que considerar la necesidad de
autoafirmación del varón como reacción contraria
a la sumisión, propia del desvalimiento inicial, ante la
representación del Otro primordial -único poder
auxiliador- dueño y señor de la vida del sujeto en el
inicio de la vida. Además de esta inscripción inicial
del semejante que llama a la separación y afirmación
del sujeto, habrá de tenerse en cuenta la concepción de
la mujer como ajena y hostil en tanto portadora de una diferencia no
asimilable.
A partir de lo planteado resulta explicable la connotación
bivalente de la mujer, temida y protectora a la vez. Esta bivalencia
se encuentra en la figura mítica de una de las gorgonas, la
Medusa. En el griego antiguo medusa significa guardiana y protectora,
significación que ha sido dejada de lado en nuestros días.
Paradójicamente, la portadora de este nombre era temida por el
poder penetrante de su mirada que convertía en piedra a quien
la mirara. El relato mítico cuenta de que luego de que Perseo
le cortara la cabeza, la diosa Atenea la colocó en su escudo
como amuleto protector. Es clara la coexistencia de las
significaciones guardiana protectora junto a la de monstruo cetónico
temido. En el uso como amuleto por parte de Atenea se conjugan
cualidades contrarias. Por un lado, protege a quien la porta y, por
otro, infunde temor al enemigo.
Además de la oscilación entre representaciones
positivas y negativas, habrá de considerarse la coexistencia y
necesaria diferenciación de las representaciones madre y mujer
sexuada. Diferencia que supone una complejidad psíquica que
puede verse reducida en circunstancias en las que la supervivencia se
ve amenazada.
Los autores de ultrajes sexuales son movidos por el goce perverso de
la pura satisfacción pulsional, que, como en todo acto
perverso, se goza con la angustia que genera en el semejante sometido
al avasallamiento. Tales actos conllevan la degradación de la
condición humana, en tanto se avasallan los motivos morales
que regulan las relaciones entre los semejantes.
Luego de esta consideración general respecto de los actos
perversos, quiero concluir señalando que a los ultrajes a la
mujer les subyace el horror básico que despierta la mujer en
tanto ajena y hostil, como señala Freud cuando aborda el tema
del tabú a la virginidad. Cabe suponer que dicha
representación se ha conservado como herencia filogenética
de la especie humana, ya que volvemos a encontrarla claramente en
distintas figuras mitológicas como la de la Medusa y en
creaciones del arte como las figuras femeninas de algunas tragedias
griegas.
En la polis griega encontramos un buen ejemplo de cualidad
bivalente de la mujer. Mientras en la vida doméstica la mujer
era degradada a la condición de no ciudadana, en célebres
tragedias griegas se las representó como personajes
tremendamente fuertes y hasta temibles. Entre las figuras
representativas de este orden está la de Medea que adquirió
relevancia gracias a la tragedia de Eurípides. Según el
relato mítico anterior a la composición trágica,
Medea aprendió el arte de la hechicería junto a su
madre y a su tía, constituyéndose en arquetipo
contrario a la condición de la mujer en la polis. Así
como Antígona, Medea es representada en la tragedia como una
mujer que pone en juego su deseo, develando con ello la existencia de
una representación opuesta al ideal social de dicha época.
Una vez más se comprueba que el arte revela verdades
inconscientes del alma humana.
Notas
de autor
1. Seguramente es por esta sorprendente articulación que
Emilio Rodrigué (1996) dice: "El Proyecto es el
casamiento improbable de un sapo con una mariposa" (p. 305).
Un improbable que se volvió realizable.
2. Nótese la diferencia entre las denominaciones
"objeto-satisfacción, objeto hostil", por un lado
y "poder auxiliador", por el otro. Los dos primeros
concebidos con el estatus de objeto, mientras el tercero se ubica en
otro orden, el del poder; éste guarda relación con el
desvalimiento infantil como origen de los motivos morales.
3. Para comprender la representación de Baubo, remitirse a la
saga de Deméter en la mitología griega.
4. En "Pulsiones y destinos de pulsión" (1915)
Freud dice: "El mundo exterior se le descompone en una parte
de placer que él se ha incorporado y en un resto que le es
ajeno. Y del yo propio ha segregado un componente que arroja al mundo
exterior y siente como hostil. (p. 130).
Referencias
Costas Antola, A. (2021). El poder unitivo del
odio. Sus efectos en la subjetividad.
Revista Psicoanálisis (43),
1 y 2.
https://www.psicoanalisisapdeba.org/?s=el+poder+unitivo+del+odio&id=4397&post_ty
pe=post
Freud, S. (1950 [1895]). Proyecto
de psicología. En Obras
Completas, I, Amorrortu.
Freud, S. (1915). Pulsiones y destinos de
pulsión.
En Obras Completas,
XIV, Amorrortu.
Freud, S. (1916 [1916-1917]). Desarrollo
libidinal y organizaciones sexuales. Conferencias
de introducción al psicoanálisis. En Obras
Completas, XVI, Amorrortu.
Freud, S. (1918 [1917]). El tabú de la
virginidad (Contribuciones a la psicología del amor, III). En
Obras Completas,
XI, Amorrortu.
Freud, S. (1916). Paralelo mitológico
de una representación obsesiva plástica. En
Obras Completas,
XIV, Amorrortu.
Freud, D. (1921). Psicología de las
masas y análisis del yo. En Obras
Completas, XVIII, Amorrortu.
Rodrigué, E. (1996). El siglo del psicoanálisis.
(Tomo I), Sudamericana.