Una
Nota Descriptiva de la Organización Mundial de la Salud
(2016), da cuenta de los siguientes datos: en el mundo, una cuarta
parte de los adultos manifiesta haber sufrido maltratos físicos
siendo niños, y una de cada cinco mujeres y uno de cada 13
hombres declaran haber sufrido abusos sexuales en la infancia.
(http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs150/es/ Revisado el
21/03/2018).
Ninguna
cifra que se pueda obtener a nivel nacional, regional o internacional
refleja de manera exhaustiva el alcance de la problemática.
Sin embargo y a pesar de ello, a la fecha existen sobradas evidencias
para sostener que los efectos de la exposición a la violencia
interpersonal crónica en la infancia y adolescencia, tiene
consecuencias variadas, serias y duraderas que comprometen el
desarrollo del ser humano, y que cuando no son detectadas y atendidas
adecuadamente y a tiempo, acarrean el sufrimiento hasta la edad
adulta (Bremner, Vermetten y Lanius, 2010).
Algunos
autores incluyen dentro de la violencia interpersonal a todo el rango
de experiencias de maltrato, abuso y negligencia que niños y
adolescentes vivencian, incluyendo el maltrato físico,
emocional y sexual dentro de la familia; el bullying, el acoso y los
ataques sufridos por pares en la comunidad y/o en la escuela; el ser
testigos de violencia doméstica; las disrupciones serias y
permanentes en el sistema de cuidados debidas a enfermedad mental
severa, abuso de sustancias, delincuencia de los cuidadores, pérdida
y/o separación traumática de los mismos (D´Andrea,
Ford, Stolbach, Spinazzola y van der Kolk, 2012).
Este
artículo se basará exclusivamente en las situaciones de
violencia interpersonal a las que niños y adolescentes se ven
expuestos en el contexto del sistema de cuidados, ya sea por acción
(maltrato físico, maltrato emocional, abuso sexual, ser
testigo de violencia doméstica) o por omisión
(negligencia). Se entiende por sistema
de cuidados
a los padres, cuidadores familiares no parentales o cuidadores
externos a la familia de origen (familias de acogida, instituciones,
etc.).
Para
entender la importancia de focalizar en el sistema de cuidados es
importante recordar que el desarrollo de un ser humano no se da en
aislamiento. El bebé recién nacido moriría si no
hubiera otros seres humanos a su alrededor para responder a sus
necesidades de cuidado, confort y consuelo. El ambiente relacional en
el que un niño crece, afecta -para bien o para mal – su
desarrollo intelectual, social, emocional, físico, conductual
y moral (National Scientific Council on the Developing Child, 2004).
Es
en el contexto de las relaciones con las figuras de apego que el bebé
tiene sus primeras experiencias de regulación de sus estados
de tensión internos, sean estos debidos a hambre, cansancio,
dolor o malestar de cualquier índole. Pero las situaciones de
violencia interpersonal, lejos de facilitar estas experiencias,
colocan a las figuras de apego en el lugar de ser las causantes
directas de la tensión: allí donde el bebé y el niño debieran lograr calma, confort y seguridad, se encuentran
con temor, no disponibilidad y amenaza. Las situaciones de violencia
interpersonal no son esporádicas; por el contrario, cuando no
hay una detección y correcta intervención, estas se
cronifican a lo largo del desarrollo infantil (en muchos casos,
incluso, tales situaciones se han venido repitiendo desde
generaciones anteriores), y la activación de la respuesta de
alarma ante el peligro, lejos de ser una excepción, se
convierte en la regla. Además, los niños suelen estar
expuestos a más de una situación de violencia
interpersonal simultáneamente y/o a factores ambientales
(pobreza, violencia comunitaria, etc.) que contribuyen negativamente
a la gravedad y complejidad de los cuadros que desarrollan.
Formas
de violencia interpersonal a las que un niño puede quedar
expuesto en el contexto de las relaciones de cuidado.
Negligencia.
La negligencia es la omisión por parte del adulto cuidador, de
cuidados básicos esenciales que un bebé, niño o
adolescente requiere para su desarrollo. Los subtipos de negligencia
incluyen la negligencia
física
(relacionada con la falta de alimentación, vestimenta,
supervisión ante situaciones de riesgo o peligro, falta de
estimulación); la negligencia
emocional
(referida a no proveer consuelo ante situaciones de llanto, falta de
atención a las necesidades emocionales y a las señales
de disconfort, búsqueda de cercanía o contacto );
negligencia
médica
(referida a la falta de cuidados médicos, odontológicos
y de salud mental inherentes al control del crecimiento y desarrollo
o a la atención de enfermedades) (Child Welfare Information
Gateway, 2016; Farrell Erickson y Egeland, 2002). La omisión
de cuidados físicos y médicos no calificaría
como negligencia cuando los adultos no tienen acceso a los recursos
necesarios para hacer frente a tales necesidades (Baita, 2008).
Se
entiende que la ausencia sostenida de provisión de cuidados
deja al niño en un estado de tensión y ansiedad
constantes respecto de sus necesidades insatisfechas, y en este
sentido se la considera una experiencia traumática
al igual que las demás formas de violencia. La negligencia
emocional es considerada además una forma de negligencia
difícil de documentar y corroborar debido a la ausencia de
evidencia física y al hecho de que sucede silenciosamente en
la privacidad del hogar, comenzando habitualmente cuando los niños
son demasiado pequeños para hablar o incluso para saber que no
están recibiendo cuidados adecuados (Farrell, Erickson y
Egeland, 2002, pág. 6).
Maltrato
físico.
Se entiende por maltrato físico a todas aquellas conductas y
acciones provocadas por el adulto cuidador sobre el bebé, niño
o adolescente a su cuidado, que hayan causado daño físico
o tengan el potencial de hacerlo, tales como golpear con mano, puño
u objetos, patear, sacudir, arrojarle objetos, quemar, atacar con
objetos punzantes y filosos, y/o ahogar (Kolko, 2002). Habitualmente
el maltrato físico es acompañado de maltrato emocional
(agresiones verbales, insultos, humillación, etc.). Parte de
la dificultad en la correcta detección de este cuadro radica
en el temor de los niños para contarlo fuera de sus casas, y
en el hecho de que son amenazados para mentir respecto del origen de
sus hematomas y marcas (pudiendo incluso faltar al colegio para que
estos no sean expuestos). La falta de formación de los
profesionales que trabajan con niños en diversas áreas,
puede ser un factor contribuyente a la falta de detección.
Maltrato
emocional. También
denominado maltrato
psicológico,
se lo puede categorizar en cuatro conjuntos de conductas:
a)
Rechazo:
incluye actos verbales y no verbales de hostilidad y agresividad del
adulto cuidador hacia el niño/adolescente tales como
degradarlo, culpabilizarlo, ridiculizarlo ante la muestra de
expresiones afectivas normales y humillarlo en público.
b)
Aterrorizar:
incluye conductas del adulto cuidador hacia el niño/adolescente
en las que se lo amenaza con la posibilidad de hacerle daño (a
él, sus mascotas u objetos preciados, o a otras personas
significativas), matarlo, abandonarlo o colocarlo en situaciones de
riesgo real o potencial.
c)
Aislamiento:
incluye conductas del adulto cuidador hacia el niño/adolescente
a través de las que se lo priva de oportunidades de
interacción y comunicación con pares, limitando el
desarrollo de interacciones sociales.
d)
Explotación/corrupción:
incluye conductas del adulto cuidador hacia el niño/adolescente
a través de las cuales lo alienta a cometer actos inapropiados
tales como destruir objetos o propiedad ajena, ejercer la
prostitución, robar, iniciación en el consumo de
sustancias o en actividades delictivas. La parentalización,
infantilización, coerción del desarrollo normal,
intrusividad y ejercicio del poder y dominio del adulto sobre el
niño/adolescente también son consideradas conductas de
explotación/corrupción por cuanto interfieren con su
desarrollo normal (Hart,
Brassard, Binggeli y Davidson, 2002).
Abuso
sexual.
Berliner y Elliott (2002) definen al abuso sexual como
cualquier
actividad con un niño o niña en la cual no hay
consentimiento o este no puede ser otorgado. Esto incluye el contacto
sexual que se consigue por la fuerza o por amenaza de uso de fuerza
—independientemente de la edad de los participantes— y
todos los contactos sexuales entre un adulto y un niño o niña
—independientemente de si el niño o niña ha sido
engañado o de si entiende la naturaleza sexual de la
actividad—. El contacto sexual entre un niño más
grande y uno más pequeño también puede ser
abusivo si existe una disparidad significativa de edad, desarrollo o
tamaño corporal, haciendo que el niño menor sea incapaz
de dar un consentimiento informado (Berliner y Elliott, 2002,
pág. 55).
Las
conductas que constituyen abuso sexual son: la utilización del
niño y/o su cuerpo desnudo para la obtención de
material pornográfico aunque no haya contacto directo del
adulto con su víctima; tocar al niño en sus genitales,
zona anal y/o pechos, por encima de la ropa o por debajo de ella;
hacer que el niño toque al adulto en sus genitales, zona anal
y/o pechos (en el caso de que sea la mujer quien comete tales actos),
por encima de la ropa o por debajo de ella; contacto oral-genital del
adulto al niño y/o del niño al adulto; contacto del
adulto sin penetración tales como frotamientos contra el
cuerpo del niño o alguna parte de este; penetración
vaginal y/o anal y coito. (Baita y Moreno, 2015, pág. 29).
Aunque
generalmente el abuso sexual consiste en una progresión de
conductas de menor a mayor intrusividad, el hecho de que haya un solo
tipo de conductas presentes como las detalladas, alcanza para
determinar la situación como sexualmente abusiva. Esta
definición es aplicable igualmente a púberes y
adolescentes dado que la situación de dependencia afectiva y
relacional con quien abusa, dificulta muchas veces la negativa por
parte de la víctima, incluso cuando tiene una edad para
comprender mejor las conductas en las que está siendo
involucrado.
Ser
testigo de violencia doméstica.
Incluye todas aquellas situaciones en las que el niño es
testigo directo o indirecto (por ejemplo, está en la casa,
pero no en la habitación donde ocurren los hechos) de hechos
de violencia física, sexual y/o psicológica por parte
de uno de sus cuidadores (por ejemplo, padre/padrastro) hacia el otro
(por ejemplo, madre/madrastra). El hecho de que la violencia no sea
ejercida de manera directa hacia él no implica que no se
encuentre en riesgo de recibirla, ya sea accidentalmente (por
ejemplo, por interponerse entre quien golpea y quien recibe el golpe)
o de manera directa (por una escalada de violencia las conductas se
diseminan hacia otros miembros de la familia).
Estas
no constituyen las únicas formas de violencia interpersonal a
las que un niño puede estar expuesto, pero son aquellas a las
que está más usualmente expuesto en el contexto de los
cuidados primarios.
Consecuencias
de crecer y desarrollarse en un contexto crónico de violencia
interpersonal.
La
mayoría de los estudios suelen estar focalizados en un tipo
especial de violencia y/o en un tipo particular de área
afectada (emocional, conductual, interpersonal). Algunos estudios
investigan además la calidad de la relación parental
con el hijo (Lieberman, Van Horn, Ozer, 2005), y la existencia de
situaciones de violencia en la infancia del cuidador (Möhlera,
et al., 2009; Schwerdtfeger, Larzelere, Werner, Peters y Oliver,
2013) como factores asociados al desarrollo de la sintomatología
que presentan estos niños.
Existe
cierto nivel de consenso a la hora de afirmar que las consecuencias
inmediatas y a largo plazo de la exposición crónica a
estas situaciones se dan en múltiples áreas del
funcionamiento, siendo su característica central una pérdida
de las capacidades nucleares para la autorregulación y la
conexión a nivel interpersonal. (Cook et al., 2005).
Entre
las diversas consecuencias que se encuentran en la población
infanto juvenil expuesta a violencia interpersonal temprana, se
encuentran:
A
nivel afectivo y conductual.
Son niños que tienen dificultades para reconocer sus estados
internos (por ejemplo, carecen de un lenguaje para hablar de sus
emociones, manifiestan sentirse mal
sin poder discriminar si se debe a tristeza, enojo, vergüenza,
miedo, etc.); tienen severas dificultades en la expresión y
modulación de los mismos (pasando del afecto aplanado a la
hiperreactividad) (Cook et al, 2005); sus reacciones afectivas suelen
ser desmedidas, explosivas, intensas y duraderas; muchas veces son
resistentes al consuelo externo y están asociadas a descontrol
impulsivo, conductas auto o hetero destructivas y agresividad. En el
otro extremo se encuentra el embotamiento afectivo, retraimiento
extremo, disforia, depresión y pérdida de la motivación
(van der Kolk y D´Andrea, 2010). Se presentan también
conductas de auto injuria, ideación e impulso suicida y abuso
de sustancias. Estudios han documentado que los niños
expuestos a malos tratos pueden ser hiper sensibles o evitativos en
respuesta a estímulos afectivos negativos y tienden a
interpretar de manera ambigua los estímulos afectivos
positivos (Pine, et al., 2005; Pollak, Cicchetti, Hornung y Reed,
2000). A nivel clínico se encuentran niños y
adolescentes con escasa o nula tolerancia a los estímulos
afectivos positivos.
A
nivel conductual
se encuentra también la re experimentación de las
situaciones vivenciadas a través de conductas sexualmente
agresivas hacia otros; pueden presentar conductas oposicionistas y
desafiantes, así como conductas hiper complacientes que pueden
colocarlos en riesgo de nuevas situaciones de victimización a
nivel interpersonal. Suelen tener dificultades para comprender reglas
y normas básicas, y aunque se les repitan varias veces tienden
a incurrir en la misma conducta una y otra vez (por ejemplo, robarle
algo a otro solo porque lo quiere tener aun cuando sabe que está
mal robar).
A
nivel cognitivo y atencional.
Empobrecimiento de las funciones ejecutivas (Nadeau y Nolin, 2013);
dificultades atencionales relacionadas con un estado de hiperalerta
(incluso en ambientes seguros o neutrales los niños están
pendientes de señales que les alerten sobre la posibilidad de
que la violencia sufrida se repita); falta de curiosidad, por
ejemplo, muestran un juego desorganizado, poco desarrollado y con
pobreza simbólica; esta falta de curiosidad puede además
manifestarse en una restricción de movimientos o rigidez
corporal (Baita, 2014); problemas en el desarrollo del lenguaje que
pueden alcanzar la comprensión, riqueza y construcción
y comprensión de significados a través del uso de las
palabras (Yehuda, 2015); problemas en la orientación
témporo-espacial (Cook et al., 2005) y síntomas
disociativos que interfieren en procesos cognitivos tales como
despersonalización, desrealización, alteraciones en los
estados de conciencia, y amnesia
(Kaplow,
Hall, Koenen, Dodge y Amaya-Jackson,2008; Cook et al., 2005).
A
nivel de las relaciones interpersonales.
Suelen presentar dificultades con los límites, en especial los
físicos; búsqueda inapropiada de contacto; desconfianza
extrema o confianza excesiva en especial hacia personas extrañas
o ajenas al entorno; falta de empatía y dificultad para
comprender y aceptar la perspectiva del otro; preocupación
extrema por la seguridad del cuidador con tendencia a colocar las
propias necesidades en segundo lugar o incluso a desconocerlas;
reactividad física y/o verbal hacia otros, sean pares o
adultos, conocidos o no; dificultades para pedir ayuda cuando la
necesitan; dificultades para las interacciones sociales y tendencia
al aislamiento; cuando son desvinculados de sus familias de origen y
adoptados suelen mostrar dificultades severas para relacionarse con
sus padres adoptivos, con tendencia a actuar conductas disruptivas
que suelen causar rechazo en los adultos (conductas sexualizadas
hacia otro miembro familiar, robos, mentiras, agresión).
A
nivel del autoconcepto.
Suelen
presentar culpa y vergüenza persistentes; poca perspectiva de
futuro; pobre imagen corporal que se manifiesta en descuido en la
higiene, vestimenta y aspecto general; creencias sobre sí
relacionadas con ineficacia, debilidad, no ser digno de ser amado,
falta de valor como persona.
A
nivel fisiológico y biológico.
Pueden
presentar desregulación de funciones tales como sueño,
alimentación, registro de temperatura corporal, eliminación;
hiperreactividad o falta de sensibilidad a estímulos;
dificultad para registrar estados y sensaciones corporales. Diversos
estudios detallan la relación entre exposición a
violencia interpersonal temprana y diversas anomalías tales
como aumento del cortisol y reducción del volumen del
hipocampo a lo largo del tiempo (Weems y Carrion, 2007) o
disminución del volumen del cuerpo calloso, corteza prefrontal
y lóbulo temporal en niños maltratados con TEPT
(trastorno por estrés postraumático) en comparación
con niños sin diagnóstico de TEPT (De Bellis et al.,
2002). Aunque los hallazgos no son consistentes y se requiere mayor
investigación, es factible decir que la exposición a
violencia interpersonal temprana y crónica puede tener una
amplia gama de efectos en el desarrollo de las estructuras
neuroanatómicas (van der Kolk y D´Andrea, 2010).
Implicancias
para la intervención.
La
presencia de sintomatología tan variada y persistente en
diversas áreas del funcionamiento no se encuentra
adecuadamente representada en ninguna clasificación
diagnóstica conocida, incluida la de TEPT. (D´Andrea,
Ford, Stolbach, Spinazzola y van der Kolk, 2012). Los niños
expuestos a situaciones de violencia interpersonal crónica
suelen recibir diversos diagnósticos que se centran en el
conjunto de síntomas más prevaleciente o preocupante;
pero cuando el diseño del tratamiento para la atención
de tal conjunto de síntomas no da resultados, estos niños
suelen comenzar un derrotero diagnóstico y terapéutico
sin fin.
La
detección de las situaciones de violencia interpersonal debe
ser parte de una valoración cuidadosa y comprehensiva del niño
en todos los ámbitos en los que éste se mueve: médico,
educativo, de salud mental. La identificación de tales
situaciones debe ir acompañada de adecuadas prácticas
de protección que garanticen que el niño no siga
viéndose expuesto a las mismas. Estas acciones protectoras
involucran a la Justicia y a los servicios de promoción y
protección de derechos, y deben ir acompañadas de
intervenciones que sean favorecedoras de la recuperación del
niño y su familia de origen cuando esto sea posible, o de la
pronta reubicación del niño en un grupo familiar
adoptivo en el que pueda sanar las heridas de la violencia, crecer y
desarrollarse. El reconocimiento y la prevención de la
violencia y su perpetuación a lo largo del tiempo constituyen
el primer objetivo de cualquier trabajo psicoterapéutico que
se pretenda iniciar. Sin seguridad ambiental real,
el trabajo terapéutico es limitado e ineficaz, porque no
alcanza por sí solo para garantizar la protección del
niño de futuras revictimizaciones.
Desde
el punto de vista psicodiagnóstico y una vez garantizada la
seguridad ambiental real, el clínico debe evaluar el impacto
que las situaciones vividas han tenido en el funcionamiento global
del niño, identificando además los recursos y
fortalezas con que el niño o adolescente cuentan. Algunas
preguntas que pueden guiar el trabajo diagnóstico (adaptado de
Ford, Nader y Fletcher, 2013) son:
-
¿Cómo se expresa en este niño/adolescente la
desregulación emocional? (Identificar si es hiperreactivo o
hiporreactivo; si se pueden determinar las situaciones que disparan
los estados de desconexión o de explosión afectiva; si
reconoce estados afectivos y es capaz de identificarlos en sí
mismo; si tiene estrategias de autocalma, si estas son desajustadas,
desde cuándo las utiliza, si alguna vez se calmó de
alguna otra forma; cuál es el rol del adulto en las acciones
para calmar al niño).
-
¿Qué necesita el niño para regular su
impulsividad y modificar las conductas disruptivas? ¿Cuál
es la incidencia de la disociación en estas conductas?
-
¿Reconoce el niño/adolescente su cuerpo, las
sensaciones asociadas a diversos estados afectivos o fisiológicos
(incluyendo el cansancio, el hambre, la necesidad de eliminar, las
diferencias de temperatura)? ¿Cómo se siente frente al
contacto con el otro (¿lo rechaza o lo busca
indiscriminadamente?) ¿Qué necesita aprender y cómo
puede el adulto cuidador participar de esta tarea?
-
¿Cómo se relaciona el niño con sus figuras
cuidadoras? ¿Cuáles son los mayores desafíos
relacionales (conducta oposicionista, desinterés en las
relaciones, hiper complacencia, dependencia extrema, desconfianza,
convicción respecto de no ser amado, rechazo de las figuras
parentales, duelo no resuelto por figuras parentales perdidas -en el
caso de niños adoptados)?
-
¿Cómo se ve el niño a sí mismo hoy y cómo
se ve a futuro? ¿Qué motivación o esperanzas lo
mueven hacia ese objetivo? ¿Cómo lo ven las figuras de
cuidado hoy, qué esperan de él y cuánto creen
que pueda lograrlo?
A
nivel del tratamiento psicoterapéutico es fundamental tener en
cuenta que el éxito del mismo, dependerá mucho más
de la cualidad relacional que el terapeuta pueda establecer con el
niño/adolescente (considerando que se encuentra frente a un
ser humano que ha sido dañado en el contexto de las relaciones
interpersonales más significativas) que del modelo de
tratamiento que utilice. No hay un único modelo de tratamiento
que pueda utilizarse en el tratamiento de estos niños y muchas
veces puede ser necesaria la concurrencia de diversas acciones
terapéuticas (no solo la psicoterapia) para aliviar el
sufrimiento que se despliega en la globalidad de la vida del niño.
Pero un principio del tratamiento es fundamental: no hay alivio de
las consecuencias si no se entienden y atienden las causas. Es
necesario considerar que la idea de que el niño puede
traumatizarse si se abordan de manera directa sus traumas tempranos
(el maltrato, el abuso sexual, el abandono), apunta más a la
protección del profesional que lo atiende que a la necesidad
de recuperación del niño.
Mientras
la vive, la violencia comporta para el niño un mandato de
silencio y una promesa de más daño si contara lo que
está sucediendo. Cuando el niño, libre ya de la
violencia ejercida sobre él, se encuentra con adultos que no
preguntan ni hablan de lo que él vivió, entiende que la
prohibición de hablar se ha hecho extensiva a todos los
ámbitos y a todos los adultos. Poco espacio le queda entonces
para revisar sus estrategias de auto protección, para
modificar sus conductas disruptivas, para volver a confiar en otros
seres humanos y expresar lo que siente y piensa en libertad.
Dicho
de otro modo: "Los adultos interpretan las acciones, palabras y
expresiones de los niños a través del filtro distorsivo
de sus propias creencias. En la vida de la mayoría de los
infantes y niños, estas comunes interpretaciones erróneas
adultas son relativamente benignas. En muchos casos, sin embargo,
pueden ser destructivas. El ejemplo más dramático
ocurre cuando se minimiza el impacto de los eventos traumáticos.
No deja de ser una ironía que el momento en que el ser humano
es más vulnerable – la infancia- los adultos crean que
es el de mayor resiliencia." (Perry,
Pollard, Blakley, Baker y Vigilante, 1995).
Referencias
Baita,
S. (2014) Where do you feel it in your body? Creating a language to
help traumatized children be aware of their bodies. Conferencia
plenaria. Complex
trauma bij kinderen. The focus op behandeling.
Utrecht,
Holanda.
Baita,
S. y Moreno, P. (2015). Abuso
Sexual Infantil. Cuestiones Relevantes para su Tratamiento en la
Justicia.
UNICEF
Uruguay. Recuperado de
https://www.unicef.org/uruguay/spanish/Abuso_sexual_infantil_digital.pdf
Berliner,
L.,
& Elliott, D. M. (2002). Sexual
Abuse of Children. En J. E. B. Myers, L. Berliner, J. Briere, C. T.
Hendrix, C. Jenny, & T. A Reid (Eds.) The
APSAC Handbook on Child Maltreatment.
(2nd Edition) (pp. 55-78). New York: Sage Publications.
Bremner,
J. D., Vermetten, E., & Lanius, R. A. (2010). Long-lasting
effects of childhood abuse on neurobiology. En R. A. Lanius, E.
Vermetten, C. Pain, (Eds.) The
Impact of Early Life Trauma on Health and Disease. The Hidden
Epidemic.
(pp. 166-177) Cambridge: Cambridge University Press.
Child
Welfare Information Gateway (2016). Definitions
of Child Abuse and Neglect.
Recuperado
el 24/03/2018
de https://www.childwelfare.gov/pubpdfs/define.pdf
Cook,
A., Spinazzola, J., Ford, J., Lanktree, Ch., Blaustein, M., Cloitre,
… van der Kolk, B., (2005). Complex Trauma in Children and
Adolescents. Psychiatric
Annals, 35:5, 390-398.
D´Andrea,
W., Ford, J., Stolbach, B., Spinazzola, J., van der Kolk, B. (2012)
Understanding Interpersonal Trauma in Children: Why We Need a
Developmentally Appropriate Trauma Diagnosis. American
Journal of Orthopsychiatry, 82(2),
187–200.
De
Bellis, M. D., Keshavan, M. S., Shifflett, H., Iyengar, S., Beers, S.
R., Hall, J., & Moritz, G. (2002). Brain structures in pediatric
maltreatment-related posttraumatic stress disorder: A
sociodemographically matched study. Biological
Psychiatry, 52(11),
1066-1078.
Farrell
Erickson, M., & Egeland, B. (2002). Child Neglect. En J. E. B.
Myers, L. Berliner, J. Briere, C. T. Hendrix, C. Jenny, & T. A.
Reid (Eds.) The
APSAC Handbook on Child Maltreatment.
(2nd
Edition) (pp. 3-20) New York: Sage Publications.
Ford,
J. E., Nader, K., & Fletcher K. E. (2013). Clinical Assessment
and Diagnosis. En J. E. Ford, & C. Courtois (Eds.) Treating
Traumatic Stress Disorders in Children and Adolescents. Scientific
Foundations and Therapeutic Models.
(pp 116-139) New York: The Guilford Press.
Hart,
S. N., Brassard, M. R., Binggeli, N. J., & Davidson, H. A.,
(2002). Psychological Maltreatment. En J. E. B. Myers, L. Berliner,
J. Briere, C. T. Hendrix, C. Jenny, & T. A. Reid (Eds.) The
APSAC Handbook on Child Maltreatment.
(2nd Edition) (pp. 79-103). New York: Sage Publications.
Kaplow,
J., Hall, E., Koenen, K., Dodge, K. and Amaya-Jackson, L. (2008).
Dissociation predicts later attention problems in sexually abused
children. Child
Abuse and Neglect, 32,
261–275.
Kolko,
D. J. (2002). Child Physical Abuse. En J. E. B. Myers, L. Berliner,
J. Briere, C. T. Hendrix, C. Jenny, & T. A. Reid (Eds.) The
APSAC Handbook on Child Maltreatment.
(2nd Edition) (pp. 21-14) New York: Sage Publications.
Lieberman,
A. F., Van Horn, P., & Ozer, E. J. (2005). Preschoolers witnesses
of marital violence: Predictors and mediators of child behavior
problems. Development
and Psychopathology
17,
385–396.
Möhlera,
E., Matheisa, V., Poustkaa, L., Maryskoa, M., Finkea, P., Kaufmanna,
C., Reckb, C., Cierpkac, M., Rescha, F. (2009). Mothers with a
history of abuse tend to show more impulsiveness. Child
Abuse & Neglect 33,
123-126.
Nadeau,
M. E., Nolin, P. (2013). Characteristics of Neglected and Maltreated
Children. Attentional and Executive Functions in Neglected Children.
Journal
of Child & Adolescent Trauma, 6,
1-10.
National
Scientific Council on the Developing Child (2004). Young
children develop in an environment of relationships.
Working Paper No. 1. Retrieved from http://www.developingchild.net
Pine,
D. S., Mogg, K., Bradley, B. P., Montgomery, L., Monk, C. S.,
McClure, ... Kaufman, J. (2005). Attention Bias to Threat in
Maltreated Children: Implications for Vulnerability to Stress Related
Psychopathology. American
Journal of Psychiatry, 162(2),
291-296.
Perry,
B., Pollard, R., Blakley, T., Baker, W., & Vigilante, D. (1995).
Childhood Trauma, Neurobiology of Adaptation and "Use-Dependent"
Development of the Brain: How "States" Become "Traits".
Infant
Mental Health Journal 16(4),
271-291.
Organización
Mundial de la Salud (2016) Maltrato
infantil.
Recuperado de http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs150/es/
Revisado el 21/03/2018
Pollak,
S. D., Cicchetti, D., Hornung, K., & Reed, A. (2000). Recognizing
emotion in faces: Developmental effects of child abuse and neglect.
Developmental
Psychology, 36(5),
679-688.
Schwerdtfeger,
K., Larzelere, R. E., Werner, D., Peters, C., & Oliver, M.
(2013). Intergenerational Transmission of Trauma: The Mediating Role
of Parenting Styles on Toddler´s DSM Related Symptoms. Journal
of Aggression, Maltreatment & Trauma, 22:211–229.
Van
der Kolk, B., D´Andrea, W. (2010). Towards a developmental
trauma disorder diagnosis for childhood interpersonal trauma. En R.
A. Lanius, E. Vermetten, C. Pain (Eds.) The
Impact of Early Life Trauma on Health and Disease. The Hidden
Epidemic.
(pp 57-68) Cambridge: Cambridge University Press.
Weems,
C. F., & Carrion, V. G. (2007). The association between PTSD
symptoms and salivary cortisol in youth: The role of time since the
trauma. Journal
of Traumatic Stress, 20(5),
903-907.
Yehuda,
N., (2015). Communicating
Trauma. Clinical Presentations and Interventions with Traumatized
Children.
New York: Routledge.