Surgimiento
de la Terapia de Activación Emocional
Muchas
veces deseamos cambiar conductas pero no sabemos cómo lidiar
con las emociones. Los síntomas afectan el buen desempeño,
disminuyen la calidad de vida e impactan negativamente en el entorno.
Poseemos
mecanismos de regulación automáticos y prevalentes que
actúan, en primer lugar, de acuerdo con las emociones
involucradas, y en segundo, con la organización de la
personalidad, y que, además, guían los procesos
describiendo pautas de acción repetitivas. Estos mecanismos
están asociados a la evitación emocional y son los que
desvían el foco de atención. Cambiamos el medio interno
modificando las cogniciones asociadas. Cambiamos el medio externo
modificando la situación en la que estamos, ya sea variando el
contexto o una de sus características. Podemos así
distraer nuestra atención y focalizar en otros aspectos de la
situación; pero cuando estos sistemas de regulación
resultan insuficientes volvemos a regularnos a través de
síntomas físicos o conductuales.
En
la conceptualización clásica de la Terapia
Cognitivo-Conductual (CBT), un cierto estímulo conduce a una
experiencia mental que deriva en una emoción. Esta a su vez
vendrá acompañada de sensaciones corporales y ciertas
acciones físicas. Por consiguiente, resulta
muy productivo para esta corriente terapéutica incluir
conceptos que propicien un enlace entre los estados corporales y las
funciones cognitivas. Además de los probados métodos de
la CBT, pueden
implementarse otros que permitan procesar eficientemente situaciones
problemáticas concretas mediante el uso deliberado del cuerpo,
ampliando así el repertorio de intervenciones que guían
los procesos de cambio. La metodología verbal puede ser
complementada con tareas de movimiento. El contacto terapéutico
consistiría, por lo tanto, no solo en una conversación,
sino también en una acción. Este enfoque activa a los
pacientes y también a los terapeutas. Esta
fue la premisa inicial compartida con el doctor Gernot Hauke cuando
desarrollamos la
Terapia
de Activación Emocional (EAT, según su denominación
en inglés: Emotional
Activation Therapy)
en 2013. Este
modelo terapéutico constituye una nueva perspectiva que ya se
ha extendido desde la clínica individual a tratamientos
específicos para la ansiedad social, la terapia de pareja y
con niños, grupos de trabajo en empresas y programas de
educación.
Procesos
top-down
y
bottom-up.
Existe
una jerarquía de módulos cerebrales que interactúan
entre sí (Ochsner
et al., 2009). Aquellos que se hallan más arriba ("top")
son, desde un punto de vista evolutivo, los ámbitos corticales
"más jóvenes" (especialmente la corteza
prefrontal medial). Los módulos superiores intervienen en el
pensamiento, la abstracción, la interpretación y la
verbalización de la información. Tal información
es suministrada por módulos que se encuentran en los escalones
más bajos ("bottom") de esta jerarquía, es
decir, aquellos que tienen que ver con estructuras evolutivas "más
primitivas", como el sistema límbico y el tronco
encefálico (Davis
et al., 2013; Hariri et al., 2000).
Nuestras
reacciones emocionales son el resultado de la interacción de
dos procesos
mentales identificables según el sentido en que se
desarrollan.
Comparativamente, los de orientación bottom-up
("de
abajo hacia arriba") se desarrollan mucho más
rápidamente; basándose en impresiones sensoriales,
transmiten una valoración casi inmediata de la situación.
En ellos se arraiga el "instinto", que indica si una
situación será favorable o desfavorable para la
persona. La reacción corporal se manifiesta, por ejemplo, en
un impulso automático de fuga. Los procesos de orientación
top-down
("de
arriba hacia abajo") se basan en experiencias previas. Son más
lentos, ya que comparan el tosco boceto creado por los procesos
bottom-up
con una imagen que contiene más detalles. Evalúan el
contexto y habilitan opciones de acción, al tiempo que vetan
algunas que serían perjudiciales para la persona.
En
toda situación, el cuerpo tiene influencia directa sobre los
procesos cognitivos, motivacionales y emocionales, por ejemplo a
través de la postura, la expresión facial, los gestos,
la dirección del movimiento, etc. Hasta ahora, tales ideas han
estado poco representadas en la práctica de las terapias
psicológicas tradicionales. El
enfoque convencional en la CBT, de orientación top-down,
puede
ser complementado por un enfoque de orientación bottom-up;
es decir, una terapia que examina patrones de pensamiento
disfuncionales que conducen a emociones problemáticas puede
ser potenciada por percepciones relacionadas con el cuerpo y
características sensoriales que también contribuyen al
desarrollo de las emociones. El
resultado de esta unión coincide con la ampliación del
concepto de "cognición", reemplazado por el de
"cognición personificada" (embodied
cognition),
el cual se designa en el lenguaje técnico actual como
"conciencia encarnada" (embodiment).
Se
trata de una estrategia destinada a cambiar la actitud hacia la
experiencia interna y
desbloquear esquemas cognitivos afectivos.
La
EAT es un dispositivo terapéutico que utiliza la energía
emocional para ayudar a las personas a desarrollar reacciones
alternativas ante situaciones complicadas. Es por eso que se anima a
los pacientes a profundizar el conocimiento de las emociones
activadas, a explorarlas de manera guiada. El paciente aprende a
utilizar las emociones experimentadas para alcanzar sus metas.
Principios
de la terapia
La
EAT se basa en los siguientes principios fundamentales: a) los
conceptos de emoción y de activación emocional, b) la
activación de las emociones con la ayuda del cuerpo, c) la
discriminación entre las emociones activadas, d) la existencia
de emociones primarias y secundarias, y e) la búsqueda de una
mayor y mejor regulación emocional. A continuación, se
describirán brevemente cada uno de estos aspectos,
indispensables para la posterior comprensión de la estructura
del dispositivo, que se detallará en el apartado siguiente.
Emoción
y activación emocional.
Se
pueden definir las emociones como estados de los individuos, con
diversas características e intensidades, que se dirigen a un
objeto, creando una experiencia particular, y que suelen llevar a
cambios fisiológicos y conductuales (Meyer, Schützwohl y
Reinsenzein, 1993). Desde
la perspectiva constructivista, se presume que nuestro cerebro se
encuentra constantemente creando estados emocionales (Barret, 2006,
2013; Barsalou, 2009), combinando varias fuentes de información,
tales como el estímulo sensorial externo, las señales
sensoriales internas y las experiencias anteriores.
Dentro
de este contexto, el proceso de activación emocional puede
sintetizarse como sigue
{ver
figura 1}: los factores externos e internos son evaluados mediante un
proceso que produce una estimulación somato-visceral, y el
sistema interoceptivo registra un cambio en el medio interno. Este
núcleo
afectivo
(Russell y Feldman-Barrett, 1999) desencadena una reacción
directa que indica si los objetos o eventos son beneficiosos o
perjudiciales, gratificantes o peligrosos, y requiere que el
individuo los acepte o rechace. Finalmente, la manera en que es
conceptualizada la condición afectiva depende del conocimiento
previo del individuo sobre la emoción en la que se desarrolla.
Así, la experiencia emocional no solo resulta placentera o
desagradable, sino que también es registrada conceptualmente.
{Ver figura 1}.
Activación
de las emociones con la ayuda del cuerpo. Siguiendo
a K. Scherer (2005), los componentes de un episodio emocional y sus
funciones pueden considerarse una parte esencial del trabajo
terapéutico. En este sentido, uno
de los ejes centrales del modelo EAT radica en la activación
de las emociones con la ayuda del cuerpo. Varias investigaciones (por
ejemplo: Ekman, Levenson y Friesen, 1983; Soussignan, 2002; Strack,
Martin y Stepper, 1988) permiten establecer que la percepción
de un cambio físico puede llevar a un cambio en la experiencia
emocional. La
modificación de los parámetros corporales ejerce
influencia tanto en las reacciones autónomas del cuerpo como
en el medio corporal interno y el núcleo afectivo (Price,
2012).
Para la terapia de personificación que hemos desarrollado,
contamos con la certeza de que es posible activar procesos psíquicos
duraderos del tipo bottom-up
a partir dela ejecución de patrones
efectores,
es decir, mediante la regulación consciente de diferentes
parámetros físicos, como la postura corporal, el patrón
respiratorio y la expresión facial.
Uno
de los trabajos pioneros en este campo fue el de Susana Bloch y sus
colaboradores (Bloch y Santibañez, 1972; Santibañez y
Bloch, 1986). A través de sus investigaciones experimentales,
demostraron que era posible que se generasen emociones específicas
por la ejecución precisa de ciertas actividades físicas,
como establecer el ritmo de respiración, la postura y las
expresiones faciales. Lograron caracterizar seis emociones básicas:
1) alegría-risa, 2) tristeza-llanto, 3) miedo-ansiedad, 4)
enojo, 5) amor erótico y 6) ternura. En un trabajo más
reciente, Bloch (2006) sistematizó las instrucciones para la
inducción emocional de manera didáctica, desarrollando
un programa de entrenamiento para actores llamado Alba
Emoting.
La
base del modelo EAT consiste en la aplicación de este programa
al ámbito de la psicología clínica. En este
sentido, se propone como un modelo pionero de activación
emocional focalizado en procesos terapéuticos (ver, por
ejemplo: Boiten, Frijda y Wientjes, 1994; Philippot, Chapelle y
Blairy, 2002). La utilidad de un dispositivo de activación
emocional como la EAT radica en que las actividades físicas
descriptas no solo cambian el medio interno (el núcleo
afectivo), sino que también activan el conocimiento
conceptual, lo que implica que el esquema emocional correspondiente
se completa y percibe. La
percepción consciente y la comprensión permiten al
paciente otorgar un sentido a sus emociones.
Discriminación
entre emociones activadas. Mientras
que algunas personas son capaces de distinguir con precisión
sus experiencias emocionales, otras solo pueden definir sus
percepciones a partir de expresiones como "me sentí
bien" o "me sentí mal". Algunos estudios
(Barret, Gross, Conner y Benvenutto, 2001; Kang y Shaver, 2004)
demuestran que aquellas personas con poca capacidad para describir
sus experiencias emocionales son menos capaces de utilizarlas para
instrumentar cursos de acción adaptativos. Incluso, podrían
generar estrategias desfavorables para la regulación
emocional, que muchas veces adoptan la forma de trastornos mentales,
como abuso de sustancias e ingesta compulsiva de comida, entre otros
(Taylor, Bagby y Parker, 1997). En contrapartida, aquellos que sí
pueden diferenciar sus emociones tienden a ser sustancialmente
mejores en el manejo de emociones, sus estrategias de regulación
son diversas y son más exitosos en sus esfuerzos por tolerar
emociones desagradables. La capacidad de identificar las emociones
suele incrementar la flexibilidad psicológica y, en
particular, promueve una buena autorregulación emocional. El
modelo EAT ayuda al paciente en el reconocimiento emocional, hace
posible el acceso a su núcleo emocional temático e
implementa objetivos de acción para lograr una mejor
autorregulación.
Emociones
"primarias" y "secundarias". Las
emociones primarias son reacciones normativas, adaptativas y
universales frente a un contexto dado (por ejemplo: enojo ante un
obstáculo que impide la satisfacción de una necesidad).
Las emociones secundarias, en cambio, son una reacción hacia
esa emoción primaria (siguiendo el ejemplo anterior, ansiedad
frente a la aparición del enojo). Las emociones secundarias,
entonces, son respuestas aprendidas frente a emociones primarias
(Fruzzetti, Crook, Erikson, Lee y Worral, 2008; Greenberg y Safran,
1987). Trabajos como los de Hauke (2013) o los de Sulz (1994) tratan
la activación de las emociones primarias y secundarias dentro
del contexto de una "reacción en cadena",
constituida por: a) una emoción primaria, b) un impulso
primario a la acción, reflejo de la emoción primaria,
c) una anticipación de posibles consecuencias temidas del
impulso primario, y d) una emoción secundaria, que se dirige
en oposición al impulso primario con el objeto de que el
individuo no lo siga.
Dentro
de este esquema, la emoción primaria constituye una emoción
prototípica que el individuo, con el fin de prevenir
consecuencias no deseadas y asegurar su supervivencia
emocional,
inhibe. Las emociones secundarias, por su parte, llevan a reacciones
inadaptadas. La autorregulación de la persona no corresponde
al disparador original. Las señales que se emiten al ambiente
desencadenan reacciones consecuentes, de manera que la persona recibe
una respuesta social completamente inadecuada a la situación
disparadora inicial.
La
regulación emocional. La
EAT busca que los pacientes puedan vivenciar emociones con una alta
calidad perceptiva. De acuerdo con este modelo de interacción
entre las emociones primarias y secundarias, la EAT propone
activarlas e identificarlas con el objeto de que los pacientes puedan
mejorar su autorregulación y, específicamente, su
regulación emocional (Gross y Thompson, 2007). El punto
central es ayudarlos a manejar sus emociones y los disparadores
relacionados con ellas de un modo más funcional respecto de su
ambiente. Estos objetivos conforman la fase final del modelo EAT, la
de la "maestría emocional".
Estructura
de la terapia
La
estructura de la EAT consta de una fase preparatoria y siete pasos
que, en conjunto, conforman una secuencia de acción
terapéutica que puede implementarse en un lapso breve de
tiempo (aproximadamente 14 sesiones), aunque cada caso particular
implica potenciales modificaciones. A modo de descripción
global, puede sintetizarse el proceso de la siguiente manera: luego
de recabar datos clínicos, utilizando el modo de exploración
típico de la terapia cognitivo-conductual, se parte de una
escena representativa, emocionalmente estresante para el paciente, y
se formula una serie de preguntas específicas a partir de
cuyas respuestas se elabora su estrategia
de supervivencia
o esquema afectivo cognitivo. Mediante la integración de
recursos de atención plena (mindfulness)
y la ejecución de patrones efectores emocionales (técnicas
de embodiment),
se recorre con el paciente su campo
emocional,
donde se lo guía durante el proceso de activación
emocional. El tratamiento posibilita la expresión de emociones
secundarias y primarias asociadas a la escena conflictiva inicial,
las cuales son vivenciadas y profundizadas focalizando en los
mecanismos automáticos de evitación y desregulación,
que a su vez estarán predeterminados por el esquema afectivo
cognitivo del paciente. En la fase final, se establecen proyectos de
cambio y metas, relacionados con emociones que se han vuelto ya
accesibles y regulables para el paciente. La tabla 1 presenta las
etapas del tratamiento. {ver tabla 1}
Esquema
afectivo cognitivo o estrategia de supervivencia emocional. Durante
esta fase preparatoria, se deben recolectar datos de la historia
vital del paciente: sus patrones de comportamiento y sus modos de
regulación emocional. De esta información es posible
recortar una situación conflictiva central, con síntomas
concomitantes y potenciales trastornos mentales asociados. A
continuación, el terapeuta puede identificar las escenas
estresantes de dicha situación y las necesidades centrales del
paciente, que conllevan conductas disfuncionales y de evitación,
con grados variables de impacto corporal. Todos estos elementos
permiten formular la estrategia de supervivencia emocional (Hauke y
Sulz, 2006; Hauke, 2013), es decir, un esquema afectivo cognitivo en
el que el paciente halla un modo típico de acción para
resolver situaciones estresantes. Esta estrategia permite, además,
identificar leyes y prohibiciones impuestas por la conducta. Su
contenido se revela con la ayuda de un cuestionario específico.
Paso
1: atención y enfoque corporal. El
cuerpo funciona como ancla para la observación atenta de las
sensaciones físicas. Las señales sutiles en varias
áreas del cuerpo pueden ser registradas en pleno estado de
conciencia y, por lo tanto, representan fuentes de información
importantes para la autorregulación de nuestras necesidades y
límites cuando estamos atrapados en un modo de acción
inflexible. La
terapia conductual denominada "dirección de la
atención", mediante la focalización
o la atención plena (mindfulness),
trabaja con la concentración en el aquí y ahora de una
situación. De este modo, ayuda a los pacientes a entrar en
contacto emocional con situaciones difíciles, a observar su
comportamiento, a no juzgar y no ceder a sus impulsos. Sin desatender
los pensamientos y los sentimientos, las señales corporales
son el principal objeto de observación. La comprensión
precisa de la tendencia a la acción percibida y la cognición
vinculada a ella habilitan una conducta alternativa. El
entrenamiento de la atención plena mejora la sensibilidad para
la compleja interacción entre las percepciones físicas
y los procesos cognitivos y emocionales. Un trabajo exitoso con
técnicas de personificación requiere el desarrollo de
la atención plena, ya que esta es la puerta de entrada a la
correcta implementación de esas técnicas.
La
persona percibe sentimientos (impulsos y variaciones) en las
reacciones corporales; nota, fundamentalmente, cómo tales
sentimientos dependen del estilo de los movimientos (de su dirección
y velocidad), de la gesticulación, y de la profundidad y
frecuencia respiratoria. Puede incluso percibir su pulso cardíaco
y contar los latidos. En este paso se guía la defusión
cognitiva,
ya que la persona se percibe como observadora de sus pensamientos. Se
la anima a estar bien presente bajo las condiciones dadas y a
reconocer experiencias de aprendizaje pasadas. De esta forma, ya
estará lista para explorar lentamente áreas que se
encuentran más allá de su actual zona de seguridad y
confort.
Paso
2: elección y activación de la situación
problemática. Los
problemas más concretos de los pacientes proveen las
situaciones que conducen a la experiencia emocional. El paciente debe
sentirse lo más parecido posible a como se sintió
cuando experimentó la situación originalmente. Para
facilitar este propósito se utiliza una técnica de
imaginación escénica.Si la descripción del
problema es inicialmente amplia y excesivamente "cognitiva",
la experiencia debe restringirse a una situación
significativa.
Una
situación es significativa cuando la experiencia conflictiva
es claramente palpable en la imaginación. Hacia el final de
este procedimiento, los pacientes deben haber filtrado una escena de
la "película" que refleje más claramente la
experiencia. En este sentido, el terapeuta ayuda al paciente a
mantener el foco en la escena emocionalmente más estresante;
está atento a las tendencias de evasión y redirige la
atención. El
modo en que acompasa el proceso, la sincronicidad con el paciente y
su empatía contribuirán a que el proceso sea guiado
desde lo racional hacia lo afectivo, facilitando la continuidad del
desarrollo de toda la terapia. El paciente recupera lo que sintió
en la situación conflictiva original.
Paso
3: desarrollo del campo emocional. Para
construir el campo emocional se utiliza la experiencia inducida. Se
continúa trabajando con la escena conflictiva inicial. Como en
un juego con reglas y pautas claras, se le explica al paciente lo que
va a suceder. Sobre el piso, se pone a su disposición lo que
llamamos un campo, esto es, una superficie vacía y delimitada.
El paciente se encuentra de pie, con el terapeuta a su lado o un poco
más atrás. En el campo se asignan posiciones que, por
estar separadas espacialmente, pueden diferenciarse con claridad, lo
cual facilita las instancias de comparación y discriminación.
La delimitación espacial favorece el proceso de guiado y le
brinda al despliegue un marco de orden y contención
preestablecido.
En
un principio el foco de la atención está en la persona
más significativa de la situación conflictiva
imaginada. Un papel con el nombre de esa persona se ubica en el piso,
cerca de una pared. El paciente "proyecta" a la persona
en la pared, describiendo su postura, su expresión facial, su
vestimenta, y otras características. También debe
asignarle una frase típica. A partir de este momento, la
atención del paciente es dirigida hacia lo que está
sucediendo dentro de sí: sus reacciones corporales, las
tensiones y los mínimos impulsos motores. Por el momento, la
situación disparadora se deja de lado en función de
este foco corporal.
El
terapeuta describe las posiciones del campo emocional: la ya
mencionada proyección en la pared de la persona significativa;
la posición "neutral"; la posición "no
quiero"; la de la "emoción primaria"; la de
la "emoción secundaria"; la de "otras
emociones"; y la de "expertos". La posición
neutral se establece como recurso de regulación. Si una
emoción resultara abrumadora al momento de la activación,
el paciente es guiado a la posición neutral con un ejercicio
físico para ganar control y calma. También puede
suceder que se sienta exigido y prefiera no abordar esta instancia
del tratamiento; así se introduce la posición "no
quiero": se le permite al paciente evitar la situación
por algún tiempo.
Las
emociones que surgen son nombradas por el paciente, quien las escribe
en sendos papeles y las ubica en el piso. Nuevamente la atención
se dirige hacia el cuerpo y sus impulsos. Además de la
primaria y la secundaria, generalmente aparecen otras emociones
(posición "otras emociones"), que también
son anotadas y ubicadas en el campo. El terapeuta observa los papeles
con el nombre de cada emoción activada y mueve al paciente de
un lugar a otro. Usualmente, la primera emoción que surge y se
nombra es la emoción secundaria. El paso a la posición
de expertos puede ser dado tanto por el terapeuta como por el
paciente. El terapeuta juega el rol de experto en psicología y
el paciente es el experto en su propia vida. Aquí ambos
reflexionan sobre lo que está sucediendo en el campo
emocional. Estas reflexiones tienen como meta llevar al paciente a
que comprenda más acabadamente sus procesos internos. Esta
actividad metacognitiva lo prepara para el paso 7, asociado al
despliegue adecuado de emociones para el logro de sus objetivos. {ver
figura 2}
Consideramos
el campo emocional como el corazón del modelo EAT, ya que en
este paso se realiza el despliegue que reorienta las opciones de
aprendizaje de los procesos bottom
up y
top
down.
Dependiendo de la emoción, es posible que se reactiven
experiencias problemáticas, nocivas o sumamente amenazadoras,
vinculadas, por ejemplo, con situaciones que originaron un trauma.
Aunque estas experiencias resultarán sin duda desagradables
para el paciente, poder recuperarlas constituye un paso fundamental
para el proceso terapéutico.
Paso
4: discriminación de las emociones primaria y secundaria. El
paciente deja la posición de expertos luego de que acepta
profundizar el proceso. Se le pide que se ubique en la posición
de la emoción secundaria. Para no interferir con la
concientización del paciente, el terapeuta se mantiene detrás
o a un lado de este. Lo invita a focalizar nuevamente en sus
reacciones físicas y en sus procesos internos. El terapeuta
pone su atención en el cuerpo del paciente: sus mínimas
tensiones, leves movimientos, cambios en la expresión facial y
sus gestos. Esto le permite identificar la emoción secundaria
que comienza a surgir. Si los indicios son lo suficientemente claros,
el terapeuta introduce el patrón efector correspondiente (la
respiración, la postura o la expresión facial) por
mímica.
Luego
de la exposición a la emoción secundaria, suele
aparecer la emoción primaria junto con otras emociones. El
paciente toma nota de estas emociones y las ubica en el campo. A
continuación, tanto el paciente como el terapeuta vuelven a la
posición de expertos y hablan sobre lo sucedido,
concentrándose particularmente en los impulsos a la acción
de la emoción primaria y reflexionando sobre el rol de la
emoción secundaria. El terapeuta se asegura de que la
conversación no se aleje del aquí y ahora. Desde esta
posición, se delimita la reacción en cadena
característica del caso. La tabla 2 ilustra sus componentes
con los respectivos ejes a clarificar. {ver tabla 2}
Es
evidente entonces el rol que cumple la emoción secundaria:
ayuda a frenar o anular la emoción primaria en la situación
problemática. En la estrategia de supervivencia del paciente
la emoción primaria suele aparecer como un "impulso
prohibido". Lo que sigue es abordar aquellas condiciones de la
historia de aprendizaje que podrían conectar la emoción
primaria con la secundaria.
Paso
5: profundización del trabajo con la emoción primaria.
Una
vez delimitados los componentes de la reacción en cadena, lo
importante es que el paciente reconozca que la emoción
primaria es la adecuada para la situación problemática
planteada. En este punto, se le sugiere que tome contacto con esta
emoción en el marco protegido del consultorio. Debe entender
que lo que es familiar deja de ser amenazante y puede ser desplegado
de manera competente. Una vez que el paciente acepta la
profundización del trabajo con la emoción primaria, se
ubica en esta posición con el terapeuta a su lado. Este
realiza la mímica del patrón efector correspondiente.
Es importante que el paciente comience a elaborar la emoción
primaria con una baja intensidad, para que perciba los cambios en su
cuerpo de manera apropiada.
Dado
que, frecuentemente, es una emoción evitada, el paciente puede
requerir apoyo especial de parte del terapeuta en este ejercicio de
exposición. Generalmente el paciente puede decir lo que
necesita; sin embargo, el tipo de apoyo que eventualmente se brindará
debe ser acordado previamente. Instrucciones verbales y medidas de
contención pueden ser de gran ayuda. Cuando se completa el
ejercicio se vuelve a la posición neutral. Luego se reflexiona
acerca del proceso en la posición de expertos.
El
objetivo es que el paciente incorpore la emoción primaria. Se
lo alienta para que practique el patrón efector con variada
intensidad. Cada ejercicio concluye con la vuelta a la posición
neutral. De esta manera, el paciente aprende, mediante la
experiencia, que es capaz de regular la emoción primaria a
través del patrón físico-mental. Ya no requiere
de la emoción secundaria para hacerlo. El proceso de
aceptación y regulación de la emoción primaria
se evalúa una y otra vez en la posición de expertos.
Los objetivos de este paso radican en que el paciente pueda
distinguir entre las emociones primaria y secundaria y las regule de
manera separada, utilizando la posición neutral.
Paso
6: familiarización con otras emociones. Según
dijimos, durante el trabajo con la emoción primaria y la
secundaria es habitual que aparezcan otras emociones. Si, por
ejemplo, el enojo fuese la emoción primaria y el miedo la
secundaria, podrían surgir también la tristeza y la
ternura. Aunque pueda parecer que se pierde de vista el marco
general, debido a los diferentes grados de excitación y las
tendencias a la acción que se manifiestan en el campo, la
problemática total de la situación elegida se vuelve
más evidente: el paciente se encuentra paralizado por su
incapacidad para actuar y resolver problemas. La ocupación de
las diferentes posiciones en el campo y el ejercicio del patrón
emocional correspondiente lo ayudan a enfrentar la situación
problemática y a validar su actuación.
El
paciente experimenta visualmente que el campo representa una red
emocional. Normalmente, la situación problemática
contiene varias anclas emocionales eficaces para la atención.
Según los aspectos con que se enlace la atención, el
paciente puede llegar a experimentar más de cuatro emociones.
También pueden surgir fragmentos de la historia de vida. En la
situación problemática, el referente significativo
podría, debido a su presencia exigente, desencadenar, por
ejemplo, enojo primario y miedo secundario. A su vez, determinados
aspectos de la expresión facial podrían inducir
sentimientos amigables o incluso de ternura, probablemente unidos a
la tristeza. Pueden surgir también recuerdos e imágenes
de la historia de aprendizaje del paciente, que se hacen presentes
automáticamente al exponerse a una escena prototípica
que activa su esquema afectivo cognitivo.
A
esta altura del tratamiento, todas las emociones del campo emocional
ya son conocidas para el paciente, quien, además, ha
experimentado corporalmente las diversas características de
cada una de ellas. Por lo tanto, ya es capaz de observar el
desarrollo y el progreso de un episodio emocional. Conoce bien el
tema afectivo cognitivo central que organiza tales emociones.
Paso
7: maestría emocional. En
el trabajo que se ha realizado hasta el momento, la atención
del paciente ha sido centrada, una y otra vez, en sus procesos
internos, tanto físicos como mentales. Ahora el foco se ubica
en las cuestiones externas de la situación problemática.
El paciente tiene que aprender a utilizar las emociones
experimentadas más eficientemente para poder alcanzar sus
metas. En este paso, se aborda el tema de los valores personales
asociados a las emociones y las escenas conflictivas. Para ello, las
emociones en el campo emocional se organizan en una tabla.
Posteriormente, paciente y terapeuta analizan cuáles son los
temas y características de la situación problemática
que se vinculan con las diferentes emociones. Un ejemplo del armado
de la tabla se puede observar a continuación.
Como
muestra la tabla 3 {ver tabla 3}, en primer lugar se trabaja con las
emociones primaria y secundaria, y luego se integran las otras
emociones. La posición de experto marca la perspectiva
metacognitiva, donde el paciente habla sobre lo que está
experimentando. El proceso subsiguientepasa por tres fases:
exposición, experimentación y decisión. Lo que
el paciente ha aprendido hasta el momento, así como los puntos
de inicio de la regulación emocional, se tienen en cuenta en
este momento. Durante el curso de la exposición, el paciente
nuevamente imagina la situación problemática. Para
ello, se ubica frente a la pared en la que la persona de referencia
se encuentra proyectada. La fase de experimentación es
esencial para observar los factores influyentes y las posibilidades
de regulación emocional. Ejecutar el patrón emocional
en diferentes grados de intensidad le aporta al paciente una
experiencia de regulación emocional esencial. Luego de
intentar varias alternativas en el consultorio, y de discutirlas con
su terapeuta, debe tomar una decisión: elegir el camino que
resulte más prometedor para alcanzar sus objetivos, plenamente
consciente de los valores que lo guiarán en el proceso de
cambio, ya que –libre de conflicto– nadie se transforma
en lo que no quiere. Debe, además, identificar un "lema"
que orientará sus acciones hacia sus metas.
El
terapeuta intenta asegurarse de que aquello que se aprendió
hasta el momento sea utilizado en situaciones diarias. En este
contexto, se realiza un proyecto de acción. Su implementación
se prepara en el espacio psicoterapéutico. Para este
propósito, paciente y terapeuta diseñan un plan que
contempla posibles fracasos. El propósito de este paso es que
el paciente logre regularse a sí mismo y logre regular su
interacción con ayuda de las emociones, para así poder
alcanzar las metas elegidas.
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