Introducción
Los
consumos problemáticos se ramifican más allá de
las conductas individuales y sociales asociadas al consumo de
sustancias psicoactivas, tomando una globalidad que atraviesa todos
los planos personales y sociales de la vida actual (Becoña
Iglesias, 2003; Maté, 2012). Esta globalidad del consumo
dominante determina las condiciones de un ambiente material,
creencial, y socio-cultural (Mate Rothgerber, 2013) que aumenta de
modo constante las condiciones en que los seres vivos experimentemos
procesos de consumo problemático
psico-bio-socio-existenciales.
El
problema de salud de los consumos de sustancias ha emergido con una
pujanza inusitada. Unos 31 millones de personas que consumen
sustancias padecen trastornos derivados del consumo de sustancias
psicoactivas, lo que indica que ese patrón de consumo es
perjudicial hasta el punto de que podrían estar en condiciones
de necesitar tratamiento. Esto se agrava al considerar que una de
cada seis personas que padecen trastornos por consumo de sustancias
recibió tratamiento en 2016, proporción que no ha
variado en los últimos años (UNODC, 2018). En esta
dirección, y visualizando la baja accesibilidad a los sistemas
de salud y a los servicios de distintos niveles de atención en
el caso de las adicciones (Faur y Pavlovsky, 2020), la Organización
Mundial de la Salud elaboró el Programa
de acción para superar las brechas en salud mental (2008),
en el que se consideró a los problemas de consumo de
sustancias psicoactivas como uno de los problemas de salud a abordar
urgentemente. Es notoria la brecha entre la población afectada
por este padecimiento y la que efectivamente accede a dispositivos
para la recuperación. Además, vale subrayar como dato
de ningún modo irrelevante que en nuestro país el
consumo de Thc en la última década creció un
110% y el de cocaína un 50% en la población general
(ODSA, 2017; Mate Rothgerber, 2021).
El
campo de los Consumos Problemáticos es inexorablemente parte
integrante del campo de la Salud Mental. La conciencia de la
eliminación de la Y
como símbolo de desarticulación y disociación
histórica (Boccalari, 2013; Trimboli, 2022) entre ambos campos
parecería abrir paso a procesos de integración en los
que progresivamente se consideren saberes científicos-profesionales.
Entre ellos los aportes del campo de la psicoterapia en los procesos
de recuperación vinculados a los consumos problemáticos.
Esto en el contexto de la compleja inclusión de los consumos
problemáticos el campo sanitario (de Lellis et al., 2011), en
la que se lo ha invisibilizado y marginalizado, abandonándose
ciertos espacios de disputa simbólica y material del campo de
las adicciones a actores sociales, políticos e institucionales
no pertenecientes a los colectivos científicos-profesionales
de la Salud Mental. Un ápice de esto es reflejado por la
ausencia de atención de calidad de aquellas personas con
consumo problemático. La persecución penal, policial y
el abandono profesional, han otorgado indirectamente la ocupación
a otros actores sociales y civiles (Pavlovsky, 2020).
En
el campo de las adicciones se han implementado dispositivos
terapéuticos estandarizados, con una sobrevaloración de
la experiencia personal para intervenir (rol del recuperado), una
baja en la calidad de atención (Pavlovsky, 2019), y asentados
en las figuras caricaturescas del adicto mentiroso (Capece, 2007). A
ello se le suma la baja accesibilidad relacionada a procesos
socio-culturales de estigmatización y auto-estigmatización-;
la estructuración del sistema de salud mental; el peso de los
hospitales psiquiátricos en la cultura de la atención;
la relativa disponibilidad de servicios ambulatorios e intermedios; y
las condiciones de precarización socio-laborales de los
profesionales insertados en el campo. Factores que han trabajado en
términos de barreras de acceso a la atención del campo
de la Salud Mental (Carpintero, 2010; Kohn, 2013).
La
aceptación y el reconocimiento generalizado respecto a las
cargas de morbilidad, mortalidad y discapacidad relacionadas con el
campo de los consumos problemáticos en el mundo y en
Latinoamérica en particular, así como las dificultades
en el tratamiento y en la atención a las personas afectadas,
exigen la focalización en este problema complejo desde
principios de abordaje interdisciplinarios, intersectoriales e
integrales, asentados en un enfoque de derechos y en investigaciones
apuntadas a cada uno de los planos (políticas públicas,
formación de recursos humanos, atención, prevención,
etcétera) que hacen al campo (OPS, 2010; Plan IACOP, 2014;
Gorbacz, 2022).
Frente
a un problema de salud pública de estas magnitudes,
caracterizado por la búsqueda y el abuso compulsivo de las
sustancias psicoactivas y por cambios cognitivos-afectivos,
conductuales, y químicos-fisiológicos, y como
epifenómeno que atraviesa distintas variables (intra e
interpersonales, socio-familiares, histórico-culturales y
económicas), se observa la necesidad tanto de considerar los
aportes del campo de la psicoterapia como de las estrategias de
recuperación desarrolladas por quienes sufren este problema.
Contribuciones estas que puedan integrarse a respuestas terapéuticas
apoyadas en la investigación y en la atención
humanizada, contemplando la tríada de la evidencia, el buen
trato y la accesibilidad. Ya se reconoce que estas respuestas deben
contemplar principios básicos como los ya mencionados,
anexando a estos la complementariedad de procedimientos terapéuticos
provistos por las distintas disciplinas, la corresponsabilidad, la
atención profesionalizada, los tratamientos multi-componentes
y la no evaluación de la efectividad del tratamiento
únicamente en relación la abstinencia de la sustancia
(Fernández Hermida & Secades Villa, 2000; NIDA, 2013).
Este
artículo propone abordar la relación entre el campo de
la psicoterapia y los procesos de recuperación en el contexto
de los consumos problemáticos en base a estos tres nodos
conceptuales: 1) aportes del campo de la psicoterapia al tratamiento
de los consumos problemáticos; 2) procesos de producción
de conocimiento psicoterapéutico asociados a estrategias de
recuperación gestadas por las personas que sufren el problema;
y 3) distinción categorías de abstinencia,
abstencionismo, y enfoque adaptacionista. Contamos con conocimientos
diversos que han formado parte del campo de los consumos
problemáticos, desde los fundamentados en la metodología
de las comunidades terapéuticas (Sisti, 2018), las estrategias
terapéuticas en drogadicción en dispositivos
ambulatorios (Puente, 2009), la literatura y los saberes
experienciales de Alcohólicos Anónimos (1997), entre
otros. La integración y la relación de estos con el
campo de la psicoterapia podrían significar aportes y nuevos
interrogantes en torno al campo de los consumos problemáticos.
Contribuciones
del campo de las psicoterapias
La
psicoterapia es una conversación para el cambio. Un hecho
simple que consiste en hablar con otra persona y que posee un alto
valor terapéutico. Cierto es que se trata de una conversación
de características especiales (Rodríguez Morejón,
2019). Los trastornos adictivos han encarnado un desafío para
la atención en salud mental y el campo de las psicoterapias
(Casari et al., 2016), lo que ha conducido a conclusiones nihilistas,
de futilidad y pesimistas hacia a las propuestas de tratamiento y
hacia los usuarios (Gilchrist, et al., 2011; Fanton, 2011). Asimismo,
esto ha dado lugar a la negativa de atención a personas que
presentan este problema de salud mediante la expresión verbal:
no
atendemos adicciones.
La
atención en el campo de los consumos problemáticos
solicita una multiplicidad de técnicas psicológicas y
procedimientos psicoterapéuticos, usualmente implementadas en
diferentes dispositivos terapéuticos, que se deberían
corresponder con los distintos niveles de atención y de
intensidad terapéutica. Los tratamientos necesariamente se
tendrían que enfocar en la complejidad biopsicosocial del
problema. Y el campo de la psicoterapia cuenta con procedimientos
terapéuticos variados para responder ajustadamente a dicha
complejidad. Entre estos las propuestas terapéuticas que
conjugan tipos de procedimientos terapéuticos (Morgenstern,
1992; Agrelo, 2011) propios de orientaciones conductuales (ej. ayudar
al usuario a extinguir el craving
hacia el alcohol durante la exposición a señales), con
procedimientos de psicoterapia motivacional (ej. ayudar al cliente a
experimentar una discrepancia significativa entre la imagen de
sí-mismo actual y el sí-mismo ideal), y procedimientos
de orientación sistémica familiar (ej. grupos
multifamiliares). En definitiva, la tendencia es a integrar
procedimientos psicoterapéuticos junto al recurso de la
farmacoterapia. La gravedad de los trastornos adictivos justifica la
necesidad de llevar a cabo esta integración (Solé Puig,
2001), lo cual implica el diseño de dispositivos terapéuticos
complejos.
Los
procedimientos terapéuticos implementados son variados. Sin
embargo, los meta-análisis ofrecen evidencias sobre los
beneficios de los procedimientos conductuales y cognitivos en el
tratamiento de la dependencia a sustancias psicoactivas (Pereiro,
2010). Estos procedimientos componen una parte importante de las
intervenciones psicológicas en los tratamientos de adicciones.
La predominancia se establecería entonces por terapias de
corte cognitivo-conductual tales como terapia cognitivo-conductual
multicomponente para dejar de fumar; terapia cognitivo-conductual
para la dependencia de cocaína; terapia de conducta
multicomponente en el tratamiento del alcoholismo (García
Penedo y Ruiz, 2018). A su vez, se podrían anexar la
entrevista motivacional (Miller & Rollnick, 2015), el
entrenamiento de habilidades sociales y de afrontamiento, el modelo
complejo dinámico de prevención de recaídas de
Marlatt y Donovan (2005), y la terapia conductual familiar y de
pareja.
Un
modelo central para la compresión del cambio de un proceso de
recuperación por consumo problemático es el modelo
transteórico del cambio de Prochaska y DiClemente (1994).
Dispositivos terapéuticos en el que se apliquen procedimientos
inadecuados en momentos inoportunos, sin evaluarse las etapas del
cambio y sus características específicas, y distanciado
del modelo en espiral que remarca como las personas que tienen
recaídas no se mueven en círculos y no hacen una
regresión total al punto inicial (Prochaska y Diclemente,
1994), no ofrecerían una respuesta apropiada al problema.
También se encontraría en apuros aquel dispositivo que
pretendiera hacer uso de procesos de cambio de un único modelo
psicoterapéutico. Vale decir que cada modelo psicoterapéutico
ha hecho aportaciones para el tratamiento de los consumos
problemáticos, y han conseguido ayudar a un mayor o menor
número de personas respecto a este problema. Aun así
ninguno de ellos por sí solo ha conseguido ofrecer la
"solución". Quienes se han empeñado en
demostrar el éxito de su modelo por encima del de sus
contrincantes zozobran en el dogmatismo (Becoña Iglesias &
Cortés Tomás, 2011).
Considerando
tanto lo expuesto hasta aquí como algunos puntos que hacen a
los procesos de cambio en los procesos de recuperación por
consumo problemático, es relevante subrayar que si bien
existen aproximadamente cuatrocientos modelos en psicoterapia,
aquellos procesos por los cuales cambian las personas pueden
sintetizarse en alrededor de diez (Casari, 2019). Otro punto
relevante radicaría en contemplar que por distintas razones, y
no únicamente por la frecuencia de las recaídas, se
presenta como necesaria la realización de diferentes
tratamientos en un proceso de recuperación (NIDA, 2010).
Partiendo de la concepción de que la recuperación, como
otros cambios de los seres humanos, requiere de etapas y procesos
(Prochaska y Diclemente, 1994) y, en ese sentido, de múltiples
encadenamientos de aprendizajes vivenciales y terapéuticos. Un
tercer punto se asienta en los objetivos que hacen a un tratamiento
por consumo problemático. Claro está que estos en su
definición se modificaran de acuerdo a distintas variables. Un
ejemplo de esto se encontraría en el reparo de las
preferencias del usuario que está próximo a comenzar un
proceso de cambio. Ya que evaluar las preferencias de la persona
integra de forma efectiva el enfoque de derechos con la evidencia
empírica. La evaluación de estas se corresponderían
con un impacto en los resultados del proceso psicoterapéutico,
mejorándolo, y reduciendo el abandono intempestivo
(Santangelo, 2022), cuestión esencial en el abordaje de los
consumos problemáticos por las altas tasas de abandono
(Caballero Martínez, 2005; Sánchez-Hervás, et
al. 2009). De modo general, podríamos situar los siguientes
objetivos: 1) reconocimiento por parte de la persona de que tiene un
problema; 2) evaluar adecuadamente la conducta adictiva y otros
problemas asociados; 3) desintoxicación, si es el caso, de la
sustancias; 4) deshabituarlo psicológicamente; 5) entrenarlo
en prevenir recaídas; y 6) cambiar a un estilo de vida
saludable (Becoña Iglesias, 2016).
Los
procedimientos psicoterapéuticos que aporta el campo de las
psicoterapias al campo de la atención de los consumo
problemáticos son inmensos. Las alternativas son variadas, lo
cual es sumamente importante para responder adecuadamente a
situaciones difíciles de tratar (consumo problemático),
y no a pacientes difíciles (Fernández Álvarez,
2012). Estas situaciones difíciles exigen a menudo actitudes
flexibles y dinámicas, acompañadas de propuestas
terapéuticas personalizadas (García Penedo y Ruiz,
2018). También demandan dispositivos que combinen
psicoterapias, farmacoterapias y abordajes psicosociales. Sumando a
esto la evidencia de que las técnicas psicológicas
admitirían una elevada transferencia entre modelos mismos
(Fernández Álvarez, 2011). En esta dirección se
han planteado propuestas como la de Sánchez-Hervás
(2004), que complementa teorías y enfoques epistemológicos
mediante la aplicación de procedimientos terapéuticos
eficaces, sin atender o ubicar por delante la raíz teórica
de los procedimientos, ofreciéndole centralidad a la
problemática que se aborda. Tal dirección podría
ser complementaria con apoyos de la investigación, que
insisten en señalar que la orientación teórica o
modelo de terapia no es tan relevante como otros aspectos de la
interacción usuario y psicoterapeuta (Casari, 2019).
Cada
uno de los procedimientos terapéuticos nombrados es
susceptible de ser utilizado en el marco de la psicoterapia grupal.
Es Yalom quien identificó los once elementos implicados en la
mejoría de los participantes de los grupos de psicoterapia
(1966). Según Guajardo y Kushner (2006), la mayoría de
los programas terapéuticos en adicciones trabajan con terapias
grupales, en tanto los aportes de los grupos psicoterapéuticos
han sido a este campo extraordinarios. Esto residiría en parte
en los elementos observados por Yalom. Se han estudiado los once
factores terapéuticos grupales, notando que los factores más
destacados tienen una índole afectiva. Los factores de la
universalidad, el altruismo y la cohesión se presentan como
los ingredientes estructurales del grupo en referencia al resto
(Ribé, 2018). Vale la pena recalcar que la demanda en la
atención de los consumos problemáticos es intensa y
vertiginosa, sobrepasando y desvirtuando en ocasiones los
dispositivos de psicoterapia individual (Habib y Pavlovsky, 2020). En
tal sentido, los grupos en el abordaje de este problema de salud
contienen fuertemente al usuario, producen apertura a recomendaciones
de auto-cuidado por la permeabilidad de la comunicación con el
par, son una herramienta en sí misma de prevención de
recaídas y ayudan a la reducción de la vergüenza y
la auto-estigmatización (Habib y Pavlovsky, 2020).
Concluyendo
con este primer nodo conceptual, se entiende como significativo
visualizar un elemento que podría obstaculizar la puesta en
práctica de varios de los aportes explicitados por parte del
campo de la psicoterapia a los procesos de recuperación en el
contexto de los consumos problemáticos: el llamado clinicismo.
Este es un elemento característico de la formación
cristalizada y de la cultura psi, cuestionado por las recomendaciones
formativas de la Ley Nacional de Salud Mental Nº 26.657
(enunciadas por ejemplo, por la Comisión Nacional
Interministerial en Políticas de Salud Mental y Adicciones).
Como sesgo de acción conduce a intervenciones individualistas
y ortodoxas (inhibición del flujo creativo de los agentes de
salud mental), que desconocen que los comportamientos son emitidos en
sinergias ambientales y en el contexto de sistemas de interacción
y relación. Este sesgo se afirma en los efectos del Modelo
Médico Hegemónico y en las características
dogmáticas del mismo, tales como la verticalidad del ejercicio
del poder, la concepción pasiva del usuario y la negación
de las dimensiones sociales, culturales, psicológicas, y
existenciales de la persona.
Estrategias
de auto-atención
Los
procesos de recuperación en adicciones no dependen
exclusivamente de la participación profesional. Estos procesos
no comienzan con un tratamiento profesional ni tampoco terminan con
él. Recuperarse es un proceso de larga duración, que
está primordialmente centrado en la actividad del usuario y,
por lo tanto, no hay forma de prescindir de su participación.
Tampoco es posible prescindir de las potencialidades de los usuarios
y de sus procesos respecto a ahondar en esa relación
controversial entre los procesos de recuperación y el grado de
funcionalidad social (Agrest & Druetta, 2011).
Las
personas co-construyen sus procesos de transformación y de
cambio, que pueden corresponderse aunque no necesariamente con el
logro (producto de los procesos) del no consumo (o abstinencia);
aclarando que éste no equivale a la recuperación ni al
bienestar personal-existencial auto-percibido. Las trasformaciones
encauzadas en los procesos de cambio, como se ya se ha dicho, se
promueven a partir de los múltiples encadenamientos de
experiencias vitales (en un sentido global) y terapéuticas.
Aquí el valor de la categoría de trayectoria, al
reconocer las interrupciones, los giros y las discontinuidades; e
incluyendo en los procesos los momentos de consolidación de
las situaciones y de las etapas residuales (Pawlowicz et al., 2013).
En estas trayectorias se constituyen búsquedas personales,
familiares y comunitarias, de estrategias no convencionales, ni
profesionales, susceptibles de ser interpretadas como terapéuticas.
Estas estrategias se autogestionan de modo espontáneo,
autoelaborándose activamente y no como producto de un suceso
repentino y milagroso (Pérez Gómez y Sierra Acuña,
2007). Es plausible reconocer cierta experticia en referencia a estas
estrategias para la recuperación, que se construyen
cooperativamente y creativamente. En este sentido, las personas en
sus procesos de recuperación y en interacción con sus
recursos socio-afectivos se transforman en fuentes confiables de
conocimiento. Ya que la experiencia transitada les proveería
el acceso a un nivel de conocimiento diferencial en comparación
con la persona común (Agrest & Druetta, 2011).
El
Consenso de la SAMHSA (2004) identifica como componentes de los
procesos de recuperación la autodirección y el apoyo de
los pares. En estos procesos en los que la persona puede definir sus
metas vitales y co-construir con pares estrategias de recuperación
se generan conocimientos derivados de la experiencia y del
aprendizaje social; lo cual posee un valioso papel en la recuperación
(SAMHSA, 2004). Las estrategias auto-gestionadas para la recuperación
también hallarían su apoyo en las denominadas
estrategias de auto-atención. Estas se respaldan en aquellos
saberes (representaciones y prácticas sociales) de las
personas y de los grupos de los cuales forman parte, para
conceptualizar, teorizar, atender, aliviar, afrontar o prevenir los
procesos que perjudican su salud sin la intervención
centralizada e intencional de profesionales (Menéndez, 2018).
De una u otra manera, antes, en el mientras tanto o posteriori de un
tratamiento profesional, las persona se topa con el desafío de
gestionar su recuperación. En dicha gestión, aprendería
a conocer su problema de salud y a afrontarlo de la forma más
efectiva posible. Y por ende, desarrollaría habilidades que de
no experimentar ese sufrimiento, no tendría. Es aquí
cuando convendría prestar atención, dado que las
personas con consumo problemático y sus recursos
socio-afectivos dispondrían de un conocimiento útil y
valioso (ej. vivencia subjetiva del problema, estrategias de
auto-atención, etcétera) al que no podríamos
llegar por otras vías (Palomer et al., 2010). Más que
contraponer estrategias profesionales y no profesionales resultaría
oportuno propiciar la integración de estas. Con cierta
regularidad los usuarios utilizan (con autonomía de la
recomendación profesional) los tratamientos profesionales, los
programas de 12 pasos (ej. Narcóticos Anónimos), y
recursos que la comunidad ofrece como actividades integradas,
propiciando así un efecto aditivo terapéutico
(Fiorentine y Hillhouse, 2002).
Los
procesos adictivos son procesos de alienación, de
extrañamiento del sí mismo, en el que las funciones
naturales son secuestradas y puestas a los servicios de formas de
placer distorsionadas y artificiales. En estos procesos se tejen
sistemas creenciales auto-engañosos que determinan estas
tendencias preferenciales (Twerski, 1999; Fernández Acevedo,
2018) y que pre-existen a las personas, en todo el conjunto de
creencias y significados sociales compartidos. En este sentido, el
consumo problemático pre-existe al consumo problemático
como gestación psicosocial. Se internaliza progresivamente en
la educación para el consumo, a la que a las personas se las
expone desde la infancia temprana. Es por esto que se muestra como
necesaria la construcción por parte de los profesionales del
campo de los consumos problemáticos de dispositivos
terapéuticos que simbólicamente e institucionalmente
habiliten la transformación de estos significados imperantes.
Y, a la vez, integren y viabilicen conocimientos y saberes, en
términos de estrategias autoelaboras de recuperación
que refuercen significaciones rupturistas respecto a estos sentidos
que alientan al consumo como propuesta existencial ineludible.
Abstinencia,
Abstencionismo y Adaptacionismo
Distinguir
las categorías de abstinencia, abstencionismo y adaptacionismo
introduce dimensiones que escapan largamente a lo exclusivamente
conceptual. Las tres categorías podrían relacionarse
con diferentes aspectos del campo de los consumos problemáticos.
Desde aspectos que atañen a políticas y a encuadres
legales sobre drogas, hasta determinadas implicancias prácticas
en los dispositivos de atención de este problema de salud. Se
remitirá brevemente la distinción conceptual a este
último aspecto.
Se
podrían puntualizar tres metas terapéuticas: 1)
abstinencia; 2) autocontrol; y 3) reducción de daños o
programas sustitutivos (Becoña Iglesias, 2016). La primera
meta se correspondería con la cesación total del
consumo de sustancias psicoactivas. El cumplimiento de esta meta se
podría conseguir tanto con cierta celeridad en dispositivos
ambulatorios intensivos, como por ejemplo el Modelo Matrix (Zarza
González et. al., 2013), como a partir de procesos de
recuperación de prolongada duración. Cuando la meta es
el autocontrol, se apuntaría a propuestas terapéuticas
en las que la persona sea capaz de regular su consumo, limitando los
perjuicios de éste. Vale aclarar que según Becoña
Iglesias (2016), esto es posible cuando no se evalúe la
presencia de una afección severa física o mental debido
al consumo de sustancias. Los programas de reducción de daños
y de sustitutivos se ubicarían a mitad de camino entre la
abstinencia y el autocontrol, pretendiendo minimizar riesgos del
consumo de sustancias e incluyendo a la persona en el sistema de
salud. Las personas que no logren una abstinencia global también
podrían beneficiarse, al estar insertados en los sistemas de
atención de salud integral (Pavlovsky, 2019).
Ciertas
antinomias caricaturescas se revelan como características que
atraviesan el campo de los consumos problemáticos. Entre
ellas, las propuestas terapéuticas profesionales versus
recursos no profesionales, profesionales especialistas en consumo
problemático versus aquellos que no poseerían ningún
conocimiento, competencia y habilidad especializada para el abordaje
del problema, y modelos interpretativos de los trastornos adictivos
de corte biologicista versus modelos que hacen hincapié en
factores socio-culturales (Pons Diez, 2008). Aun así, una
antinomia que se considerará particularmente es la del
abstencionismo versus las perspectiva de reducción de riesgos
y daños.
En
términos generales, se concibe a la perspectiva de reducción
de riesgos y daños como aquel grupo de estrategias orientadas
a reducir las consecuencias negativas relacionadas con el repertorio
de conductas asociadas al consumo de sustancias. Se entiende que la
abstinencia no sería una meta realista para algunas personas
que consumen y que, además, habría personas que
querrían no eliminar por completo el consumo de sustancias
(Damin y Arrieta, 2017). En contraposición a esta perspectiva
se observan los programas de tinte abstencionista. Donde se entroniza
la abstinencia como meta terapéutica y, en algunos casos, se
busca su consumación bajo cualquier método o
intervención, institucionalizándose de esta manera la
violencia como práctica terapéutica (Fanton, 2011;
Sabin Paz, 2017). Las expresiones más radicales del
abstencionismo en el campo de los consumos problemáticos
avivan una divisoria extremadamente polarizada entre el éxito
y el fracaso terapéutico, insistiendo frenéticamente en
un resultado: la abstinencia. En sus facetas radicalizadas, una de
las perspectivas podría relativizar la abstinencia como
consecuencia de un proceso de aumento y generalización de
conductas saludables y de auto-cuidado. La otra podría negar
la complementariedad entre ambas perspectivas, y continuar diseñando
dispositivos terapéuticos que afectan la accesibilidad al
sistema de salud (ej. cuando el consumo de sustancias es motivo de
exclusión del dispositivo terapéutico) (Pavlovsky,
2019).
Por
último, se describirá la categoría de
adaptacionismo. Este término se refiere a un conjunto de
enfoques genéricos que crearían condiciones políticas,
legislativas, sanitarias, socio-culturales, y simbólicas, que
intentarían fomentar la ficción de una sociedad actual
y futura que conviva cordialmente y armónicamente con el
mercado abierto de las drogas. Dos afirmaciones sintetizarían
su ideario. Por un lado, la afirmación de que siempre hubo,
hay y habrá drogas. Y, por el otro, que del total de personas
que consumen sustancias, una enorme mayoría no desarrollaría
consumos de tipo problemático (Mate Rothgerber, 2021). La
crítica al adaptacionismo incitaría debates en el campo
de los consumos problemáticos tales como el problema del
consumo de sustancias en tanto fenómeno político e
ideológico, como modalidad de subjetivación hegemónica
y como fenómeno con el cual se entrecruzarían
categorías como las de prohibicionismo, legalización y
regulación.
Conclusión
Ciertamente
la Ley Nacional de Salud Mental (26.657) ha representado un gran
avance de carácter humanista, al integrar al cuerpo de la ley
la problemática de los consumos de sustancias, posibilitando
nuevos debates (conceptuales y praxiológicos) y otros que
habían sido clausurados, así como visibilizando
dispositivos de tratamiento que merecerían ser repensados. Es
decisiva la eliminación de la Y
como símbolo de desarticulación y disociación
histórica entre la Salud Mental y los Consumos Problemáticos,
y como pseudo-razonamiento para no admitir y no recepcionar demandas
de tratamiento; dividiendo taxativamente psicoterapeutas
especialistas en consumo problemático de otros que no tendrían
llamativamente ningún grado de experticia. En los procesos de
recuperación y en las trayectorias que a estos definen
participan multiplicidad de agentes de salud y de salud mental,
recursos socio-afectivos, grupos de ayuda mutua, etcétera.
También lo hacen psicoterapeutas que, si bien pueden no poseer
saberes especializados, acompañan y alojan valientemente a las
personas favoreciendo procesos de cambio, como por ejemplo el aumento
de la concienciación y el alivio dramático (Becoña
Iglesias y Cortés Tomás, 2011).
Por
lo dicho hasta aquí, parecería deseable diseñar
dispositivos y abordajes de los consumos problemáticos
integrados a los servicios de atención en salud mental,
asentados en una especificidad-especialidad conceptual y tecnológica.
Sin que esto represente una atención en gueto bajo la fórmula:
adictos=en lugares para adictos=atendidos por adictos y/o
especialistas en adictos. Tal vez en este punto se podrían
abrir futuras líneas de investigación que estudien la
inaccesibilidad a los efectores de salud y su correlación con
la atención especializada en términos de gueto. Y,
además, la auto-percepción de los psicoterapeutas de
sus propias competencias y habilidades para recepcionar personas con
este padecimiento. Se conjetura que, investigaciones de estas
características, podrían realizar aportes a la
integración y a la mayor relación entre los Consumos
Problemáticos y la Salud Mental, al remarcar el
enriquecimiento de los dispositivos integrando técnicas
psicoterapéuticas del campo de la psicoterapia, saberes
psicoterapéuticos especializados y estrategias de recuperación
auto-gestionadas por quienes han experimentado el problema de salud.
Como
hipótesis, dispositivos integrativos como los descriptos
podrían significar beneficios en las personas con consumo
problemático. Estos se relacionarían con la adherencia
terapéutica, la accesibilidad al sistema de salud y la
validación de sus conocimientos vivenciales. La balanza entre
las prácticas psicoterapéuticas con sustento científico
(especializadas y no especializadas), el buen trato y la
accesibilidad de los dispositivos podrían guiar el camino de
mejoras sustanciales respecto a la atención de este problema
de salud.
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