La
pareja humana, la longevidad y el amor
A
partir del fenómeno de la longevidad, más allá
de los cambios sociales, como una reacción en cadena, todos
los ciclos evolutivos se hallan en permanente cambio. Por ejemplo,
Actualmente,
la esperanza de vida en el mundo, de acuerdo a los datos que
proporciona el Banco Mundial en sus indicadores de Desarrollo (2021),
la media alcanza casi los 75 años. Debe tenerse en cuenta que
los países del continente africano desbalancean un promedio
que debiera estar en los 80 años, dado que oscilan en un
deceso promedio de 55 años. Mientras los países
europeos se encuentran por encima de los 80 años.
La
longevidad, producto no necesariamente de la mejora de la calidad de
vida, sino de los avances tecnológico-médicos y una
farmacología de avanzada, hacen que la tercera edad no sea el
último tramo de la vida, sino que se estructure una cuarta
edad
a partir aproximadamente de los 75 años (Ceberio, 2012). Al
final de cuentas, la
sociedad crea los instrumentos que curan los mismos males que ella
produce.
El estrés que genera el sostener un ritmo exitista e
hiperexigente, construye desde contracturas y resfrío a
repetición hasta cardiopatías, enfermedades
autoinmunes, trastornos gástricos, colon irritable,
depresiones, entre otras, que son los síntomas resultantes que
imponen los ritmos de vida actuales y que operan como factores de
freno.
No
obstante,
los viejos actuales no son los viejos de antes: hay un cambio de
actitud en dirección a una posición más juvenil.
Antes los mayores esperaban la muerte, hoy se encuentran planificando
el futuro. Pero no solamente la vejez se modifica, sino también
el resto de ciclos evolutivos: la pubertad se ha transformado en
adolescencia y los adolescentes alcanzan 22 años y más,
por ende, los adultos retardan su proyecto de pareja y matrimonio,
con el problema que genera el hecho de que el ritmo biológico
marca la pauta de la maternidad límite y hace imposible lograr
gestar por falta de padre. En síntesis, toda una nueva
estructura que modifica la organización de la sociedad misma.
En un estudio de hace más de diez años atrás,
describimos alrededor de 40 indicadores que comparaban lo que se
llamó Viejas
y nuevas estructura familiares
(Ceberio, 2013) {ver nota de autor 1}.
Hasta
la década del 50, se era adulto a los 22 años –hoy
adolescentes tardíos-, edad en que los hombres contraían
matrimonio y los matrimonios eran largos por el enlace temprano, más
acentuado actualmente por la longevidad. Hoy se inician más
tarde y la longevidad los alarga. En síntesis, la conformación
de la pareja y las acciones masculinas y femeninas han variado de
cuajo en su concepción: desde la cantidad de hijos, la
asimetría en up de los hombres (hombre autoritario/mujer
sumisa), la atención del bebé, hasta el trabajo fuera
de casa de la mujer, entre otras diferencias.
La
familia puede
ser considerada como la célula nuclear de la sociedad y una
matriz de intercambio donde se cuecen a fuego lento desde creencias
centrales, estructura de significados, funciones, identidad, etc., se
constituye en uno de los pilares principales de la vida psíquica
de las personas (Minuchin, 1982). A posteriori, en el proceso de
individuación (Bowen, 1991) –del somos al ser
individual-,
todo este cúmulo de conceptualizaciones,
traducidos algunos en mandatos de origen, se encarnan en cada uno de
sus miembros, que
reproducirán -por oposición o adhesión- en otros
grupos, parejas o constituciones de otras familias.
En
la pareja humana, entonces, para cada uno de sus integrantes, la
familia será siempre la matriz, el baremo, el patrón de
referencia. Es la familia, la que provee a cada uno de sus
integrantes un sentimiento de identidad independiente que se
encuentra mediatizado por el sentido de pertenencia. Desde esta
perspectiva, una pareja puede ser definida como un sistema conformado
por dos personas, voceras de 2 sistemas que fueron conformados, a su
vez, por 4 sistemas que, a su vez, fueron constituidos por 8
sistemas, así en una relación geométrica ad
infinitum.
Linares y Campos (2007) definen a una pareja como dos personas de
igual o distinto sexo procedentes de dos familias, que instauran un
vínculo con proyecto y objetivos comunes e intentan trabajar
en equipo (apoyo, motivación) en un espacio propio que excluye
a otros, en interacción con el entorno.
Esta
descripción demarca claramente las fronteras de la
consolidación de una pareja a la que cabría agregarle
que ambos cónyuges son portadores de pautas, normas, cultura,
funciones, códigos, mandatos, valores, creencias,
significados, ritos, estilos de emocionar y procesar información,
etc., que es lo que trae cada uno de los integrantes en su maleta y
que está dispuesto con mayor o menor resistencia a
intercambiar y acordar. De la sinergia de todos esos componentes que
trae cada uno a la relación, se construirá una pareja.
Es decir, de la misma manera que en el proceso de individuación
familiar, de somos vamos a constituir al ser, en la construcción
de la pareja del
ser vamos al somos.
Es decir, lo que cada uno aporta a la relación (propiedades y
atributos) conforma una pareja con identidad propia: la identidad de
pareja.
Si
bien un integrante puede tener algunas de sus propiedades en común
con el partenaire, por lo general existe la complementariedad. Es
decir: Que
tienes tú que no tengo yo, que tengo yo que no tienes tú
y en cierta manera en esta matriz relacional radica la esencia del
vínculo. No
obstante, estas mismas diferencias que dan la estocada en la
elección, pueden ser categorizadas en el paso del tiempo como
antagonismos y fuente de reclamos de un partenaire a otro,
exigiéndole ciertas características que nunca tuvo.
Esto puede dar lugar a descalificaciones, agresiones y diferentes
tipos de defensas donde uno de los cónyuges se halla
desacreditado por el otro.
Una
de las características distintivas de la pareja humana con
otras parejas animales es el amor. Muchos han sido y son los autores
que han intentado definir al amor. Románticos, poetas,
científicos, artistas, terapeutas, se han embarcado en
semejante tarea, imponiendo desde sus modelos de conocer las más
disímiles descripciones. Es cierto que, como la mayoría
del repertorio de términos abstractos, el amor resulta
sumamente difícil de explicar, más aún cuando se
apela a recursos racionales o que competen a la lógica.
Tratar
de traducir al amor a significaciones racionales e imponerle, si se
quiere, una cuota de lógica puede sumergirnos en una profunda
complicación. H. Maturana (1994) señala que La
preocupación por el otro no tiene fundamentos racionales, la
preocupación ética no se funda en la razón, se
funda en el amor. El amor no tiene fundamento racional, no se basa en
un cálculo de ventajas y beneficios, no es bueno, no es una
virtud, ni un don divino, sino simplemente el dominio de las
conductas que constituyen al otro como un legítimo otro en
convivencia con uno.
El
amor es un sentimiento que emerge poderoso de las fauces del sistema
límbico (Damasio, 1994; Pert, 2007; Ascarin, 1998). No pasa
por el tamiz del hemisferio izquierdo, aunque a veces se intentan
evaluar cuáles fueron las características,
particularidades o actitudes por la que una persona a enamorado a
otra. Es, entonces, cuando el amor se piensa. Pero se piensa cuando
ya se halla instaurado. O cuando se duda. Cuando no se está
convencido que el sentimiento hacia el otro es el amor. El partenaire
enamorado, siente y convierte en acciones que tratan de ser
consecuentes y coherentes con ese sentimiento. Y el amor, eso es, un
sentimiento. A diferencia de la emoción que es intempestiva,
el sentimiento involucra variables emocionales, cognitivas y
pragmáticas y un factor fundamental: el tiempo, que es el
encargado de ejercer las tres variables anteriores.
Aunque
en ocasiones, el amor se confunde con otras emociones. Estar
enamorado no es estar entrampado, enlazado, atrapado, cazado,
enganchado o preso. Esas son falsas concepciones del amor, son
sentimientos y emociones que confunden y que tienen su progenie en
enlaces psicopatológicos, disfuncionalidades comunicacionales,
engarces de tipos de personalidad. En el amor siempre hay una cuota
de pasión. Pero la pasión no es obsesión; la
pasión motiva, la obsesión agota, la pasión
promueve pasión, la obsesión asfixia, la pasión
entusiasma, la obsesión enloquece, la pasión atrae y la
obsesión genera rechazo (Ceberio, 2015).
Básicamente,
entonces, afirmamos que el
amor no es una palabra, sino un acto,
es decir, el amor no tiene definición precisa, sino que es
definido en el seno de la pragmática mediante acciones que
conllevan interacciones. Un ser humano traduce en gestos,
movimientos, acciones, palabras o frases, orales o escritas, en la
necesidad de hacer saber al otro, de transmitirle al otro, ese afecto
profundo. Transmisión que encierra la secreta expectativa de
reciprocidad amorosa, de complementariedad relacional que produce en
el protagonista el saber que no está solo en semejante empresa
(el amar sin ser amado es una de las causales más frecuentes
de la desesperación). Transmisión que busca la creencia
de una seguridad. Una utópica seguridad, tanto, que la
búsqueda de reaseguramiento amoroso hace que se descuide el
presente de amor en pos de reafirmar el futuro hipotecándolo.
Y ese descuido, posee lamentables consecuencias cuando la mirada
preocupada se centra en adelante
y no en mientras
y durante.
Miret
Monsó (1972) señala en un agudo estudio acerca de los
gestos, que cuando dos personas se encuentran y aparece en ellas el
deseo amoroso, la comunicación verbal se activa. Las palabras
fluyen en armonía, aunque a veces los temores al rechazo
bloquean ese libre fluir. Las frases se impostan casi poéticamente.
Hasta en los menos histriónicos, la impronta seductora
impregna las palabras. Aparece cierta cadencia en el discurso, cierta
tonalidad en el hilván de las frases. La gestualidad se
modifica. La mímica es más sutil y los movimientos se
encorvan y enllentecen. Los ojos se entrecierran, la boca se mueve
más provocadoramente y las miradas de los partenaires,
retroalimentan todo este juego. Todo un complejo comunicacional que
intenta cautivar y seducir al otro en pos de generar unión
amorosa.
El
crecimiento del vínculo, léase el conocimiento del otro
en sus valores, gustos, virtudes y defectos, etc., genera una
complementariedad que permite el lento avance hacia la conformación
de una familia. Pero la génesis de una buena relación
de pareja se halla, entre otras cosas, en estar con el otro de la
misma manera y con la misma libertad que cuando estamos con nosotros
mismos.
Algunos
datos neurobiológicos: cerebro de pareja
Pero
la complementariedad alcanza no solo los aspectos interaccionales,
emocionales y cognitivos, sino también los neurobiológicos.
Por supuesto que estas variaciones de corte biológico del
cerebro, también se encuentran en constante evolución
epigenética. Transición porque las atribuciones hombre
y mujer de acuerdo a parámetros socioculturales se encuentran
en plena transición y cambios. Está muy estudiado y
todavía en faceta de investigación, las diferencias
entre cerebro masculino y femenino (macho/hembra) que, notablemente
la estructura de cerebro, funciones y neurohormonas y
neurotransmisores también operan en forma complementaria.
Entonces, no son dos cerebros únicamente, sino un cerebro
de pareja.
No se trata de diferencias de nivel promedio de inteligencia, se
trata de diferencias estructurales, y las influencias y prevalencia
de ciertos neurotransmisores y hormonas. Entiéndase que hay un
binarismo biológico y múltiples géneros, puesto
que el cerebro humano es muy inmaduro al nacer y los últimos
"retoques" los realiza la sociocultura.
Por
ejemplo, la mujer posee un 11%
más neuronas en los centros cerebrales del oído y el
lenguaje, y en la cisura inter-hemisférica hay mayor cantidad
de fibras nerviosas precisamente en la circunvolución del
cuerpo calloso, razón por la cual, el desarrollo del lenguaje,
la expresión y observación de las emociones, se
encuentra en mayor actividad (Brizendine, 2007). También las
mujeres recuerdan con mayor precisión fechas y las asocian con
contenidos emocionales con mayor rapidez y efectividad que el varón,
dado que el hipocampo es mayor en el cerebro femenino. Por lo tanto
el recuerdo más la emoción, es uno de los factores por
los que una mujer sea más emotiva al recordar y jamás
recuente una anécdota de manera neutra.
En
el caso del hombre, la amígdala que le posibilita detonar la
señal de alarma sobre las situaciones de peligro se
encuentra en hiperactividad cotidiana (no nos olvidemos que el hombre
era cazador y el desarrollo de su amígdala fue la alerta que
lo protegió de las grandes bestias) (Ceberio, 2013). Por tal
razón, el hombre puede rápidamente escalar hacia una
agresión y violencia desmedida, propulsado además por
las funciones de la testosterona como una hormona de la agresión,
la iniciativa, la virilidad, la jerarquía, la valentía.
No en vano, la violencia de género observa en la mayoría
de los casos, al hombre como agresor-victimario.
La
presencia en el
cerebro femenino de neurohormonas como, la progesterona, el estrógeno
y la oxitocina, marcan el camino de actitudes femeninas, por
ejemplo, las mujeres se vuelven más emocionables y sensibles.
La oxitocina, es descripta como la hormona del apego y la maternidad,
la del abrazo y el afecto (De la Cal Sabater, 2015; López
Ramírez y otros, 2014). Mientras que la testosterona y la
vasopresina hacen su parte en el trayecto de lo masculino, por
ejemplo, vuelve a los niños y adolescentes menos
comunicativos, más competitivos y rivalizantes.
La
vasopresina, por su parte, es la hormona de defensa del territorio,
de allí que los niños integren equipos de deporte y
defiendan su camiseta a ultranza, más allá del sentido
de pertenencia que esto significa (De la Cruz, 2017; Pereira Quesada,
2011).
En
sinergia con los factores socioculturales, se demarcan las fronteras
de las funciones del hombre y la mujer. Mandatos como los
hombres no lloran, características
como fortaleza, valentía, independencia, protección y
defensa, no demostrar el miedo, ni sentir el dolor, no mostrar
sensibilidad, mostrarse seguro y hasta con cierta frialdad emocional,
entre otros, son atribuciones patrimoniales simbólicas de lo
masculino. Mientras que su contrario complementario son
características que distinguen a lo femenino. Las mujeres
tienen permiso
para mostrar sus emociones, llorar, llevarse del brazo, mostrar su
miedo e inseguridad. La complementariedad se fundamenta en
conceptualizaciones neurobiológicas, emocionales, cognitivas y
comportamentales, elementos que se inter-influencian.
Estos
son algunos de los fundamentos de las diferencias complementarias
entre los dos sexos y muchas veces encuentran a un cónyuge
reclamándole al otro, actitudes que nunca podrá tener,
no por malicia o desgano o cizaña a su pareja, sino por
diferencia de cerebro y la consecuente incapacidad.
De
cara a los problemas, una mujer busca hacer catarsis contándolos,
hablar de ellos ya le extrae las tensiones subsecuentes. El hombre es
de pocas palabras y es más pragmático, necesita estar
en la acción para resolver. Favorecida por su hipocampo, como
centro de aprendizaje y memoria, la mujer recuerda fechas con mucha
precisión, mientras que el hombre no se entera: ella le
reclama a él su desatención del aniversario de bodas,
el no prestó atención a la fecha.
Factores
epigenéticos, es decir, condiciones del contexto que moldearon
neuroanatomía y neurotransmisión, entre otros
elementos, exigieron a nuestro cerebro a frontalizarse, como también
a crear toda la neocorteza. La actividad del hombre como cazador, lo
llevó a ejercitar una visión en línea recta, en
pos de divisar a sus presar y protegerse de inminentes peligros. La
mujer, en cambio, esperaba al grupo de hombre retornar con el
alimento, mientras tanto recolectaba granos, y en la cueva cuidaba a
su cría denodadamente, dado que los animales salvajes podrían
ingresar a su casa y depredar a su progenie (Brizendine, 2008). Esta
actividad le proporcionó estimular una visión de 180º
con mayor cantidad de conos y bastones, lo que resulta una capacidad
de observación y simultaneidad de actividades, que en
ocasiones las vuelven más críticas, estimuladas por la
afluencia de estrógenos y progesterona.
Elecciones
y proyecciones
Estos
antecedentes cerebrales constituyen la plantilla básica desde
donde se estructuran las diferencias entre sexos. Esto nos lleva a la
pregunta acerca de cuáles son los elementos que hacen que
elija a mi partenaire. En principio, es importante entender que una
elección desarrollada desde la necesidad
de pareja genera una falta de discriminación en la elección.
Semejante necesidad sugiere la dificultad de estar en soledad.
Soledad no como un término pecaminoso, sino como un baluarte
de la autoestima, como estar
bien con uno mismo en el tiempo que estoy conmigo.
Entonces, en esta huída de la soledad, se elige para llenar
esa carencia del otro-pareja y para llenar esa soledad consigo mismo.
Esta falta de discriminación conlleva el enlace con fantasmas
producto de proyecciones ideales, donde el otro no es el otro, sino
una gran pantalla donde proyecto mi necesidad.
La
necesidad muestra la carencia. El hecho de no tener una pareja, no
implica ser un carenciado. Los carenciados, en general establecen
relaciones dependientes, aquellos que no lograr convivir consigo
mismos y buscan en la pareja referentes de retroalimentación.
De cara a los sentimientos de soledad de pareja, los necesitados
buscan llenar su desvaloración personal con el reconocimiento
de los otros. Una persona que goza de una buena autoestima se muestra
interdependiente y el hecho de no poseer pareja lo constituye en una
persona que desea compartir su tiempo (valioso) con otro. La
necesidad genera ansiedad y esto se traduce en arrebatos
de acciones que, en muchas ocasiones, por miedo a la soledad, a la
falta de reconocimiento y a la desvalorización, se elige un
partenaire lejos de las verdaderas posibilidades de relación.
Por ejemplo, una paciente que en terapia individual hace referencia a
su problema de sucesivos desencantos y frustraciones amorosas y ante
la sola idea de quedarse sola toda la vida, apela a salir o aceptar
cualquier propuesta amorosa, confeccionando nuevamente profecías
autocumplidoras que anticipan la nueva futura frustración.
Pero
una elección desde el deseo, adulto, maduro y con pocos visos
neuróticos, nos da la posibilidad de discriminar el objeto
amoroso observando tanto sus aspectos virtuosos como defectuosos. Que
no son virtuosos y defectuosos por sí mismos sino para la
construcción de la persona que elige, o sea, son atribuciones
de 2° orden. Sentirme bien conmigo y mi soledad de pareja (nunca
estamos solos en totalidad se está solo de algo o de alguien),
si bien no es indicador de una elección correcta, sugiere –de
emerger el deseo de una relación- entrar a una elección
de manera libre y sin urgencias. Es establecer una elección
desde una simetría relacional.
Elegir
desde el deseo, entonces, implica la aceptación de la propia
soledad:
si estoy bien conmigo en el tiempo que estoy conmigo, tendré
que hacer una buena elección para compartir este tiempo
valioso.
Pero es condición sine
qua non
para formar una pareja disfuncional y sumergirse en juegos de mal
amor, elegir desde la necesidad. No es lo mismo desear tener una
pareja que necesitar desesperadamente
una pareja. No es lo mismo una persona deseante que una persona
necesitada.
En
la elección y el desarrollo de la conquista y posterior
consolidación del vínculo de pareja, se construyen dos
tipos de objetos amorosos –reales e ideales- que inician dos
procesos relacionales. En los procesos de idealización se
observan solamente las virtudes, mientras que en los procesos de
realificación se contemplan tanto las virtudes como los
defectos. Tanto uno como otro proceso es producto de las atribuciones
personales, que selecciono, percibo o construyo en el otro. Para el
pasaje del objeto amoroso hacia el status de real, hace falta que el
partenaire acepte y negocie aquellos aspectos del compañero
que califica como negativos.
Es
a través de la necesidad, que se proyectan las carencias
construyendo a un otro ideal, un otro que es
parcialmente. Es el otro real, el otro del deseo, el otro que se
intenta ver en su totalidad. En conclusión, hay aspectos del
partenaire que enamoran, otros que no enamoran (aspectos que están
y que no mueven la aguja del amor ni del desamor) y otros aspectos
que desenamoran. Todos estos perfiles dependen del protagonista, no
son en sí mismos positivos ni negativos.
Es
obvio que, para enamorarse, el fiel de la balanza entre aspectos
virtuosos y defectuosos deberá inclinarse sobradamente sobre
los primeros, victoria que asegurará cierto grado de éxito
en las lides amorosas. Aunque, no es extraño que muchas
personas, a pesar de que primen los segundos, insistan en desear
estar con el partenaire forzando la relación amorosa a niveles
extremos. Son las personas que se quedan a la expectativa de ideales
de respuesta y se frustran cuando las devoluciones no coinciden con
las esperadas, descargando sus broncas en el interlocutor. Son
aquellos que se enamoran de un fantasma construido de acuerdo a
patrones personales. Sufrientes, puesto que se sumergen en la utopía
de intentar adecuar al otro a su deseo, construir a otro a la justa
medida personal, sin siquiera darse cuenta de quien es el otro en
realidad.
Una
relación amorosa puede pasar a constituirse en una relación
de pareja. Este rito de pasaje, remite a realificar el vínculo
y que la relación adquiera ribetes de mayor madurez afectiva.
Los amantes se reafirman en el amor y sellan un pacto, en general,
tácito. Acuerdan, silenciosamente, el amor que se sienten y
cuáles son los aspectos que lo motivan, y cuáles son
aquellos tópicos de la personalidad del otro que no alientan
al amor. Esta negociación es la que permite ver
al otro en totalidad y a no construir fantasmas ideales por sobre su
figura.
Una
reflexión que ha surgido de nuestra práctica clínica
refiere sobre la incondicionalidad o condicionalidad sobre el objeto
amoroso. Los amantes buscan en su partenaire encontrar la seguridad
del amor del otro. Más aún, en la consolidación
del matrimonio se jura amor
para siempre,
y esta no deja de ser una falacia. La creencia en la
incondicionalidad del amor de pareja conlleva el desproteger la
relación. Por tal razón, en la familia y en la pareja
se muestran las facetas más íntimas y los núcleos
más neuróticos de las personas, como las conductas
abusivas, el no control de los impulsos, o las descargas agresivas, o
sea, no se desarrollan acciones que complazcan al otro con la
expectativa (consciente o inconsciente) que el otro nos valore, por
creer que el otro nunca se va a ir de nuestro lado.
Paradojalmente,
entonces, son los seres más queridos los que no siempre son
los más cuidados en la creencia de tenerlos seguros a nuestro
lado. A esta forma neurótica, se contrapone el entender que el
vínculo de pareja debe ser estimulado y construido de manera
cotidiana. Lo cierto es que la separación rompe la creencia de
la incondicionalidad para entender que el amor de pareja es
condicional. Por otra parte, si existe un amor incondicional, es el
amor de los padres hacia los hijos (por supuesto padres funcionales y
sanos) (Ceberio et al, 2020).
Coreografías
relacionales tóxicas
En
un trabajo exploratorio de terapia de pareja se ha recopilado una
serie de dinámicas relacionales disfuncionales que se llamó
Los
juegos del mal amor,
juegos que llevan a que una pareja se autodestruya en el intento de
resolver problemas o mejorar la pareja y se obtiene el resultado
contrario (Ceberio, 2005; Ceberio, 2008). Es decir, la pareja aborta
sus capacidades, se descalifica (tanto sus integrantes en manera
personal, como hacia el otro), con la consecuente frustración,
angustia, hipersensibilidad (…)
y con una alerta paranoide a la posibilidad de ataque del otro, se
encuentra inmersa en la intolerancia y las emociones de angustia,
bronca y tensión que son moneda corriente en la relación
(Ceberio,
2008).
En
el desenvolvimiento de estos juegos se observaron, a su vez, una
serie de coreografías disfuncionales (o funcionales a la
destrucción de la relación) que se originan tanto en
los aspectos de contenido como de relación –de qué
y el cómo- (Watzlawick et al., 1981) y se sintetizan en cuatro
niveles que describen niveles lógicos de complicación
de la complejidad:
Complicación 1:
está estructurado en una complejidad doble,
donde tanto el contenido como el estilo relacional son el problema.
Son parejas que no poseen un pronóstico alentador, dado que se
dan pocas opciones para encontrar un umbral de acuerdo. Las
irreconciliables diferencias, son irreconciliables porque el estilo
conversacional está soportado en rivalidades, descalificación
y competencia, razón por la cual, la convergencia es utopía.
Complicación 2:
sostenido por una complejidad simple, donde el contenido
no es problemático, pero sí el estilo relacional. Son
esas parejas que después de escucharlos discutir, nos
preguntamos ¿por qué están discutiendo si están
hablando de lo mismo? Poseen muchos puntos de convergencia en sus
puntos de vista acerca de diferentes aspectos de la vida, pero un
estilo relacional confrontativo lleva a escalar simétricamente
de manera frecuente haciendo honor a la alegórica frase que
dice No
sé de qué se trata, pero me opongo.
Complicación 3:
también es de complejidad simple. Aquí el contenido
es el problema y estilo relacional no. Son de buen pronóstico.
Son parejas que si bien poseen formas de pensar la vida de acuerdo a
perspectivas diferentes, con respecto a valores, gustos, creencias,
ideología, etc., pero tiene una forma de intercambiar
información que respeta los puntos de vista del otro, que
intenta reflexionar e incorporar la información del partenaire
aprendiendo.
Complicación
4:
es una complejidad simple que no se transforma en complicación,
donde el contenido no es problema y estilo relacional tampoco. Estas
parejas no asisten a consulta, son funcionales y equilibradas en la
resolución de las diversas alternativas de su experiencia.
Juegos
nocivos en las relaciones de parejas hay muchos. Algunos, de una
burda simpleza, generan un arrollador dominó en dirección
al desorden emocional. Un gesto sencillo, conlleva una acción
a la que puede atribuírsele semánticas equivocadas
(malas interpretaciones). Una acción implica una interacción
y de allí en más toda una coreografía que puede
exceder el marco de la relación e involucrar a otros miembros.
Esta reacción en cadena está sostenida en las
soluciones intentadas fracasadas, que de no ser colocada una cuña
solucionadora que detenga la reacción, se estructura desde el
error hacia la dificultad, que en la medida que no es resuelta se
transforma en problema.
En
la medida que el problema se sostiene en el sistema, es transformado
en síntoma que afecta a todo el sistema y, a su vez, es el
sistema que ha construido el síntoma. Entonces no solo es el
síntoma, sino también el sistema que danza alrededor
del despotismo sintomático (el sistema crea a su sometedor),
un sistema disfuncional que con el paso del tiempo se transformará
en trastorno psicopatológico.
En
la mayoría de las parejas observadas, podría afirmarse
que la base de todas sus discusiones (los juegos del mal amor), se
asientan sobre una plantilla relacional que posee ingredientes
similares:
1.La
mayoría de las parejas ven el mundo, reaccionan, hipotetizan
bajo procesos lineales.
2.Tienen
su base en la disputa en el patrimonio personal de la razón y
la verdad. Es decir, el sostén de la objetividad y de una
realidad única.
3.Los
cónyuges están más preocupados en decirle al
otro, que en escucharlo. Cuando la pareja confronta, cada uno de los
partenaires está más pendiente de cómo pueden
dominar la relación.
4.La
pareja es proclive a escaladas. Los parámetros anteriores
constituyen los argumentos para la simetría relacional. Es
decir, siempre está presente un juego de poderes, del cual uno
de los cónyuges saldrá o desea salir victorioso.
5.Siempre
existen las inculpaciones, quejas y críticas acerca del otro.
6.Se
realizan lecturas lineales que apuntan al otro y que no involucran a
ambos en una dinámica interaccional (sincronía) Yo
hice esto porque tú me llevaste a hacerlo….
7.Se
estructuran supuestos lineales (interpretaciones psicoanalíticas
salvajes que identifican a los padres de cada cónyuge) dados
como realidades per se (diacronía).
8.Se
expresan descalificaciones, desvalorizaciones, falta de
reconocimiento y demás rabias, mediante gritos o ironía.
9.Aparecen
reproches y pasafacturerismo
sobre sedimentos actuales y del pasado de la pareja, y del pasado
remoto cuando no eran pareja.
10.Puede
aparecer violencia física y verbal.
11.La
pareja confunde contenido de relación. Muchas de las
respuestas de un cónyuge al otro, es sobre la gestualidad de
la alocución. Gestualidad que se contrapone con el mensaje
transmitido por el interlocutor.
12.Intentar
aclarar la discusión con las mismas reglas de comunicación
que la originaron.
13.Querer
escuchar en el otro, la respuesta que confirma lo que el interlocutor
piensa, atribuye o supone del otro.
14.Casi
siempre se menciona o invoca a figuras parentales.
Sostener
una relación de pareja durante años, sin duda, implica
un trabajo cotidiano. Trabajo que significa redefiniciones parciales,
para dejar estables algunos perfiles de la relación. El pasaje
de años hace variar los estilos relacionales amorosos, las
formas de expresión afectiva, las necesidades, expectativas de
respuesta, actividades, gustos y preferencias, entre otras cosas. No
se trata de que la persona con quien se formó pareja sea otra
persona.
Los
ciclos evolutivos demarcan cambios en una serie de aspectos que,
necesariamente, deberán compatibilizarse con el partenaire.
Ciclos evolutivos de la pareja y de los miembros en particular, más
allá de las diferencias de edad de ambos que pueden acentuar
distinciones y diferencias entre los integrantes. Los mismos hijos
que transforman y amplían a la pareja conyugal en pareja
parental, hacen que se rectifiquen estructuras relacionales y se
fomenten triangulaciones nocivas.
Estos
cambios desestructuran complementariedades y reciprocidades. Esta es
una de las causas, porque la pareja deberá someterse a
reformulaciones en pos de encontrar los acoples complementarios que
los unen. La creatividad y la constancia deben estar al servicio de
tal reingeniería relacional, pero principalmente las ganas de
estar con el otro mediante el sentimiento amoroso. Claro que no se
trata del mismo amor. El amor varía de acuerdo a las
experiencias que vive la pareja, experiencias que modifican al amor
de los primeros tiempos de la relación. Muertes, nacimientos,
mudanzas, enfermedades y un sinnúmero de situaciones críticas,
varían la calidad del amor. Esto no implica que el amor se
modifique en términos cuantitativos. No se ama más o
menos, sencillamente se ama de maneras diferentes.
Equivocadamente,
estos cambios cualitativos del amor se viven como modificaciones de
intensidad amorosa. Se interpreta que se ama menos o que se ha dejado
de amar, tomando como baremo ese amor apasionado de los primeros
tiempos de la relación.
La
psicoterapia, parece ser una de las opciones que posibiliten
estabilizar el sistema pareja en dirección al buen amor. Es
una decisión sabia, cuando el sistema se ve rigidizado por
soluciones intentadas fracasadas y anquilosado en una forma
destructiva, apelar al recurso de un tercero (un terapeuta) que tenga
experiencia en las lides de controversias maritales. Ya es un atisbo
de salud, el hecho de pensar en una ayuda externa especialista en
relaciones de pareja. Además, en nuestra sociocultura cada día
más se ha insertado como una herramienta que puede ayudar a
mejorar y hasta salvar
una relación de pareja despareja.
La
inercia del sistema -luego de años de reverberancias
sintomáticas, de recursos inútiles- produce
resistencias al cambio. Cuando el sistema ya ha agotado el recurso de
las conversaciones, explicaciones, racionalizaciones e
intelectualizaciones, inculpaciones y reproches, consumo de
psicofármacos, diversos consejos, el hecho de apelar al
recurso de la psicoterapia es (sirva o no) revelador de un buen
síntoma de cambio (más bien, cambio de los intentos de
solución fracasados), en pos de una mejora de la calidad de
vida.
Notas
de autor
1.Las
que se denominan Antiguas
familias,
son aquellas estructuras familiares que competen
a las concepciones de generaciones de comienzos del siglo XX hasta la
década del '60. Es decir, abarcan hasta los padres
nacidos en la década del '50, que se hallan
compenetrados en los preceptos y mandatos de sus propios padres,
nacidos a su vez entre los años 1920 y 1930. Mientras que las
nuevas estructuras, responden más precisamente a los padres de
la generación del '60 y '70 que a pesar de ser
hijos de padres de la primera columna, tienden a ser más
flexibles y adaptados a los cambios que suponen las estructuras
modernas de familia, la actitud de los adolescentes, la forma de
interacción de pareja, etc. Por tal razón, las dos
estructuras se interceptan, hay nuevos padres y madres,
revisionistas, flexibles y modernos, pero hay padres y madres que
sucumben a las premisas de las antiguas estructuras de familia. Somos
una generación de tránsito (Ceberio, 2011).
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