Desde
hace años y en distintos ámbitos de acompañamiento
a mujeres y familias en el período perinatal (grupos de
puerperio, talleres para cuidadorxs, formaciones para profesionales),
tanto presenciales como virtuales, se escuchan críticas al
Adultocentrismo predominante, sobre todo, en la educación y
las crianzas de generaciones anteriores; y, a partir de ellas, una
especie de respuesta reactiva, de transposición hacia lo
contrario, en la que se propone un paradigma llamado Bebecentrismo o
Niñocentrismo que genera, a su vez, múltiples
interrogantes. Intentando comprender esta suerte de movimiento
pendular, haciendo un poco de historia y reflexionando desde una
perspectiva relacional, nacen las ideas que a continuación se
desarrollan.
Sociedades
adultocéntricas
El
término adultocentrismo hace referencia al hecho de que
existen relaciones desiguales de poder innegables entre los
diferentes grupos de edad que establecen jerarquías, siendo
asimétricas en favor de los adultos, es decir que éstos
se ubican en una posición de superioridad, gozando de
privilegios por el solo hecho de ser mayores, porque la sociedad y su
cultura así lo han definido (Rodríguez Tramolao,
2013).
En las crianzas con una fuerte impronta desde esta perspectiva, el
eje está puesto en las personas adultas, considerando
únicamente sus deseos, necesidades, tiempos y derechos, en
detrimento de los deseos, necesidades, tiempos y derechos de los
bebés, niños, niñas y adolescentes. El
adultocentrismo se traduce así en prácticas arbitrarias
a través de las cuales es habitual que se limite la libertad
de les infantes, prácticas que moldean modos de estar en el
mundo, formas predeterminadas de interacción y que además,
muchas veces, atentan contra su integridad, vulnerando derechos y
siendo perjudiciales para sus posibilidades de bienestar, crecimiento
y sano desarrollo (Morlachetti, 2023).
Como
afirman Santiago Morales y Gabriela Magistris (2023), aunque
incomode tener que asumirlo,
la
infancia viene siendo la etapa de la vida -junto a la vejez- en la
que las personas somos sometidas y subordinadas "por
nuestro propio bien" por ese sujeto construido
socio-históricamente como superior: el sujeto adulto.
Como
corolario de ello, se genera una forma de educar basada en la
obediencia ciega y en la idea de que las normas se imponen de arriba
hacia abajo, de m/padres a hijos/as. En este marco, expresa la
psicóloga española Rosa Jové, "el adulto
no se equivocaría"; y, en caso de que lo hiciera,
intentaría ocultar su falta y/o justificarla (incluso consigo
mismo) en lugar de detenerse a reflexionar (como posiblemente haría
en vínculos interpersonales con pares etarios) y
responsabilizarse por sus acciones.
Desde
el paradigma adultocentrista, se prioriza al mundo adulto, en una
sociedad en la que vivimos corriendo para cumplir horarios y
responsabilidades infinitas (con
una carga mental prácticamente continua y una sobrecarga de
tareas aplastante), esperando que les niñes "colaboren
adaptándose" y comportándose como les mayores
esperan/mos, aunque para ello hiciera falta "adiestrarlos"
(Jové, 2009). La colega española hace referencia a
entrenamientos para que "no demanden tanto", para que
"aprendan a dormir", para que "dejen" el
pecho, la mamadera, el chupete, los pañales, procesos en los
que a menudo no se consideran sus necesidades específicas, no
se respetan sus tiempos ni se hace lugar a sus particulares emociones
(ejemplifica mencionando los métodos
Estivill
y Ferber,
que llevan los nombres de los médicos
que los han desarrollado).
La
niñez es una construcción social e histórica que
responde a ideales del mundo adulto hegemónico. Es decir, se
construye la representación de lo que es un niño, qué
características y roles tiene, así como su posición
dentro de la estructura social en función de un ideal cultural
de adulto deseable y productivo en el futuro. Muchas veces oímos
decir que "las infancias son el mañana", olvidando
que también son el presente, que tienen experiencias, deseos,
intereses y opiniones dignas de ser escuchadas, que pueden
transformar los espacios que ocupan, las relaciones en las que
participan y las organizaciones e instituciones a las que pertenecen
(Espino,
Ojeda & Gentili, 2013).
Somos
muchos y muchas quienes, de un tiempo a esta parte, problematizamos
el adultocentrismo y las violencias adultistas, la arbitrariedad y el
autoritarismo que las caracterizan.
¿Será
superador, entonces, pensar en "clave bebecéntrica"?
Ante
los mencionados efectos dañinos del adultocentrismo, surge una
suerte de propuesta contrahegemónica
de gran pregnancia, a priori, al otorgar el protagonismo a las
infancias:
Las
personas adultas deberíamos estar al servicio de los niños
(...) adaptarnos a todo aquello que el niño manifiesta o
reclama (...) ¿Hasta cuándo? Hasta que se sienta
confortable. Esa es la medida: el confort del niño
(Gutman, 2018).
Desde
este paradigma, las necesidades fisiológicas del bebé/niñx
estarían en un absoluto primer plano, siendo quienes marquen
los tiempos y ritmos en las diferentes etapas, sin intervenciones de
sus cuidadores; intervenciones consideradas las más de las
veces como innecesarias y hasta como interferencias en su libre
desarrollo que podrían dejar huellas traumáticas.
Se
trata de discursos universalizantes en los que suele enaltecerse "lo
natural" y "la biología", reforzando
nociones esencialistas ligadas a lo instintivo en las maternidades,
otorgando un lugar subsidiario a otras figuras de cuidados y
excluyendo
tanto los procesos psicoemocionales singulares como las dimensiones
económicas, socioculturales, ambientales e históricas
transversales a los mismos. Habida cuenta de que no solo
resulta aplastante para las subjetividades, sino que además
continuamos enfrentando el
problema de poner a un miembro de la familia en el centro de modo
constante (solo
que, en este caso, en lugar de ser la persona adulta, serían
la/s infancia/s),
e inevitablemente esto tiene como consecuencia que los demás
roles de la familia queden relegados a lugares periféricos de
manera permanente
(Raschkovan, 2019).
El
cuidado es relacional y admite que las personas –los demás
seres– y el entorno son interdependientes
(Tronto, 2020). Es imposible imaginar al sujeto humano por fuera de
los vínculos. Somos seres sociales, con necesidad de
relacionarnos significativamente con otrxs a lo largo de todo nuestro
ciclo vital: el entramado de cuidados nos sostiene y posibilita la
vida, especialmente durante la niñez
(y la vejez).
Como
afirmaba Winnicott,
no
hay tal cosa llamada bebé:
entendemos que el bebé existe siempre con alguien más,
formando parte esencial de un vínculo, de una relación
con un Otro que le sostiene, nutre y corporaliza.
Cuando
se me muestra un bebé, se me muestra a alguien que se ocupa de
él,
aseveraba. En la sociedad actual, quien habitualmente cumple esta
función son la madre y/o el padre, quienes deben ser lo
suficientemente
buenxs
para brindar cuidados primarios que garanticen su salud, física
y psicoemocional. Los
modos en que las personas adultas se ocupan del niño, las
interacciones cotidianas y la comunicación con él se
internalizan y el niño construye de esta manera los modelos de
sí mismo que reflejan el modo en que es visto. Así, las
experiencias emocionales tempranas tienen un impacto directo en la
organización intrapsíquica e intersubjetiva, permiten
que construya la capacidad de pensar tanto al mundo que lo rodea como
pensarse a sí mismo (Armus,
Duhalde, Oliver & Woscoboinik, 2012).
Cuando
hablamos de subjetividad y vinculación, hablamos de
singularidades. Si olvidamos esta "regla",
corremos el riesgo de homogeneizar, de uniformizar y, así,
dejar de ver a quien/es acompañamos,
simplificando
y
reduciendo
complejísimos procesos a fórmulas universales
desprovistas de análisis.
El famoso caso
por caso
nos recuerda tomar en consideración a cada persona, su
trayectoria vital, la etapa en la que se encuentra, el entorno en el
que se desarrolla, su contexto específico y circunstancias
particulares. Pensamos en quién es sostenidx así como
en quién/es sostiene/n, cómo lo hacen y si cuentan,
asimismo, con redes de acompañamiento, apoyos y relevos.
Es
menester tener presente también la división sexual del
trabajo y el extractivismo de los cuidados (Wichterich,
2019),
que no sólo atañe a la dimensión económica
sino también socioafectiva y que conlleva aspectos emocionales
deslindables de la distribución asimétrica
de las tareas y responsabilidades, que repercuten en las condiciones
de vida (CEPAL, 2022).
Así como considerar otras variables sociales actuales que
inevitablemente inciden en las prácticas de crianza: los
cambios en las configuraciones familiares (tanto nucleares como
ampliadas) y en los proyectos vitales, las dificultades inherentes a
la situación de crisis socioeconómica y habitacional,
la disminución de la disponibilidad de las personas adultas
para con las infancias, debido a los estresores cotidianos, a la
falta de tiempo-espacios personales y/o al cansancio producido por
largas jornadas laborales (Cerutti, 2015).
El
cuidado en solitario, en aislamiento, en condiciones adversas, no
sólo no es eficaz ni sostenible, sino que es un factor de
vulnerabilidad para la salud mental, que se suma a las
hiperexigencias que recaen sobre las mujeres madres (Vivas, 2020) así
como a la idealización de la maternidad (Díaz &
Liguori, 2022) en general, y de la maternidad
intensiva
(Hays, 1998) en particular. El cuidado infantil es una
responsabilidad colectiva que debiera ser compartida y protegida por
políticas públicas acordes.
Cambiar
la mirada, promover la salud
Asumiendo
entonces que la sociedad en la que vivimos es una sociedad
adultocéntrica (así como asumimos que es también
patriarcal, machista, capitalista, clasista, capacitista y
cisheteronormativa), en la que las personas adultas inevitablemente
nos encontramos en lugares de mayor poder en relación a las
infancias, es indispensable detenernos y repensarnos para construir
cotidianeidades en las que podamos desnaturalizar las múltiples
violencias que
hace tiempo perpetuamos sin mayor consciencia de ello, en las que
podamos ser reflexivos de forma tal de traer el
vínculo a la centralidad de la escena, pudiendo hacer una
lectura crítica de esta asimetría, teniendo siempre en
vista la necesidad de su transformación en pos de que el
respeto sea mutuo y recíproco.
Es
imprescindible reconocer a
las infancias como sujetos sociales y políticos con derechos y
pensamiento propios, interdependientes y co-protagonistas en los
intercambios intergeneracionales. No
puede concebirse la relación como unxs sobre otrxs, sino como
juntxs y a partir de lo que cada cual es, asumir la tarea común,
los desafíos que nos retan como conjunto (Magistris
& Morales, 2019).
Es
urgente una sociedad más empática que provea un
entramado social sostenedor a fin de que los cuidadores primarios
puedan devenir en un ambiente facilitador para las niñeces
(Raschkovan, 2019). Como afirma Débora Tajer en el prólogo
del libro Maternidades
en tiempos de des(e)obediencias
(Reid, 2019), promover
lo necesario para la producción del psiquismo infantil en la
crianza, pero no a costa del malestar en plus materno. La madre y el
niñx. Nunca la madre o el niñx. Y nunca el/la niñx
a costa de la madre.
Esta
es la invitación: modificar nuestra mirada, promover la salud.
Cambiar el eje, que la persona adulta no sea el centro, que lo sea el
devenir vincular. Que pensemos en todo lo que se genera en el
singular encuentro entre estos dos seres únicos, la pareja
de crianza,
más
acá y más allá de sus edades.
Un pasaje
del adultocentrismo al vinculocentrismo, del autoritarismo al
acompañamiento
empático y compasivo, de la exigencia de obediencia ciega a la
comunicación profunda y sincera, de los premios y castigos a
la reflexión conjunta y al intercambio paciente. Una
perspectiva dinámica en la que se contemplen los deseos,
ritmos y necesidades de ambas partes de este vínculo, desde la
cual se comprenda que cada una de las personas involucradas carga con
su propia historia, con sus propias emociones y sensaciones, con sus
propias motivaciones y frustraciones, posibilidades e
imposibilidades, aprendizajes y desafíos.
Referencias
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M., Duhalde, C., Oliver, M. & Woscoboinik, N. (2012).
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A. (2015). Tejiendo
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Díaz,
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