Introducción
La
psicología y psiquiatría de enlace
trata los problemas psicosociales derivados del padecimiento de una
condición de salud física.
Comprende
una variedad de actividades terapéuticas, diagnósticas
y docentes realizadas por profesionales de la salud mental en el
hospital general.
El
desarrollo de ésta especialidad pone de manifiesto la
integración de los aspectos psicosociales en el modo de
entender los procesos de salud y enfermedad. Aun cuando la OMS en
1946 definió el concepto de salud como un dimensión bio
psico social, han sido necesarios varios años para que ésta
concepción se plasmara en la práctica. En la
actualidad, las instituciones de salud cuentan en su planta con
psicólogos y psiquiatras funcionando en forma estrechamente
enlazada con otras especialidades.
Algunos
conceptos del enlace caracterizan en forma diferencial a la población
pediátrica, determinando la necesidad de contar con
estrategias de intervención específicas.
1.
Características del enlace pediátrico
-La
práctica de enlace implica siempre un trabajo con varios
interlocutores. Los familiares, los médicos clínicos y
especialistas, los enfermeros y asistentes sociales. Todos ellos
observadores cotidianos del comportamiento de los pacientes, pueden
brindar información valiosísima para asistir al niño
con la situación que lo aqueja. Del intercambio entre estos
distintos actores, surgen las estrategias mejor orientadas. El
interconsultor de salud mental debe permanecer integrado a un equipo,
o impulsar su conformación cuando el accionar de los
especialistas se realiza en forma fragmentada o sin fluidez de
comunicación (Farberman, 2010).
-En
pediatría, el trabajo en colaboración con otras
especialidades es una necesidad aún más crucial, porque
los niños y adolescentes se encuentran en pleno desarrollo de
sus potencialidades. Esto es especialmente crítico en
patologías que involucran varios sistemas funcionales. Tal el
caso de la anorexia nerviosa, o las psicosis provocadas por
enfermedad autoinmune. Al tratarse de condiciones que afectan tanto
al cuerpo como a la conducta, son varias las especialidades que
intervienen con el mismo nivel de decisión, y la evolución
de cada área afectada puede impactar sobre el desarrollo de
las otras. En éstas condiciones, articular las intervenciones
de cada especialidad es imprescindible para garantizar el mejor
desarrollo físico, cognitivo y psicosocial posible.
-El
"paciente" en la consulta pediátrica incluye tanto
al niño como a sus padres. Ambos transitarán juntos el
recorrido de la enfermedad y tratamientos médicos,
estableciéndose entre ellos influencias recíprocas que
determinarán el nivel de ajuste a la situación.
-La
función del interconsultor de salud mental se dirige a
aspectos concretos de la condición médica que tiene el
paciente y que es preciso modificar. En éste sentido, la
interconsulta se caracteriza por utilizar intervenciones sencillas
que suelen tener eficacia en un corto lapso de tiempo. Unas pocas
entrevistas u horas de juego semi-dirigidas suelen ser suficientes
para desarmar estados de terror en los chicos, o de desasosiego en
los más grandes.
2.
Características del profesional psi en el trabajo de enlace
pediátrico
-Independientemente
de su profesión de base, el profesional de salud mental debe
contar con conocimientos sobre las enfermedades médicas que
padecen los pacientes que asiste, incluyendo: etiología,
evolución, pautas de alarma, tratamiento y cuidados que deben
realizar en forma autónoma. Esos conocimientos van a permitir
que en la sesión con el niño, pueda traducir con
facilidad los conceptos médicos a un lenguaje lúdico o
verbal.
-debe
ser flexible y creativo. Flexible para desempeñar sus
funciones en ámbitos físicos variables, en presencia de
otras personas, y con pacientes que pueden tener expresión o
movilidad limitadas. Creativo para improvisar herramientas que
faciliten la comunicación y propicien la interacción
con los niños.
3.
Tópicos del enlace pediátrico
3.1
La comunicación
-Los niños deben ser informados
sobre lo que les está sucediendo y sobre lo que se les hará
como parte del diagnóstico y tratamiento. En ocasiones, ésta
información es dada por los padres. Lo importante es que sin
excepción los niños reciban información en su
justa medida. La información provee una explicación
tranquilizadora acerca de una situación que el niño ya
conoce: sabe acerca de la enfermedad y de su nivel de gravedad a
través de indicadores provenientes del ambiente: el rostro
preocupado de los padres, las frecuentes conversaciones con el médico
fuera de su presencia y la cantidad de procedimientos que le
realizan. Lejos de evitarle preocupaciones, la desinformación
obligaría al niño a crear los conocimientos faltantes
a través de fantasías que suelen ser más
amenazantes que la realidad. Por añadidura, el ocultamiento y
el engaño promueven en el niño una actitud
hipervigilante y desconfiada.
- Es importante determinar qué y
cuanto se le ha transmitido al niño para evitar brindarle
información contradictoria. Se deben elaborar junto a los
padres explicaciones realistas y adaptadas a las necesidades
emocionales y posibilidades cognitivas del niño.
-La información médica
debe basarse en los beneficios que se espera obtener con cada
maniobra del tratamiento, pero no debe limitarse a ese aspecto,
incluyendo siempre los aspectos de la enfermedad que no podrán
ser mejorados con la intervención, y las indicaciones que
habrá que cumplir a posteriori. Es común que el
paciente sobreestime la eficacia de un tratamiento o intervención
minimizando sus riesgos e ignorando las exigencias que el paciente
deberá asumir después de que el procedimiento se
realice.
-El momento más adecuado para
transmitir información es antes de que el paciente quede
expuesto a un evento nuevo, sea por la enfermedad o por el
tratamiento. La información permite que lo desconocido sea
familiar y de ese modo pierda su carácter amenazante.
-En cuanto a la cantidad de información,
lo ideal es dejarse orientar por las respuestas del paciente. Muchas
veces un encuentro resulta insuficiente, y es preciso graduar los
contenidos en varias entrevistas. Es importante ofrecer la
posibilidad de formular preguntas, y chequear si lo esencial ha sido
comprendido. No obstante, hay situaciones en las que es imposible
esperar el momento idealmente oportuno, o la información debe
brindarse de una sola vez.
-Cuando hay que dar
malas noticias la tarea es mucho más difícil. El
fracaso de la medicina a manos de una enfermedad suele ser vivido por
el médico como una derrota personal de la que puede sentirse
responsable. En situaciones como esa puede dudar sobre las palabras
que debe usar, inquietarse por las reacciones emocionales que
experimentará el paciente, o temer desencadenar en él
una crisis. Es posible que tienda a posponer el encuentro con el
paciente. Aunque no existe una fórmula universal exitosa para
dar malas noticias, siempre es beneficioso adoptar una actitud
honesta y afectuosa. La honestidad no debe impugnar las esperanzas
que pueden albergar los pacientes a pesar de la información
desfavorable.
Actualmente
se dispone de estudios en los que se constata que el conocimiento,
aun de hechos desfavorables o bien no genera trastornos emocionales
(Codori et al., 1996, Braithwauth et al., 2004, Codori et al., 2005,
Duncan et al., 2008, Mand, Gillam, Duncan y Delatycki, 2013), tiene
consecuencias positivas sobre la autoestima, el sentido de
autocontrol y la ansiedad, además de facilitar la alianza
terapéutica con el equipo médico tratante y favorecer
la adherencia.
Es
lógico suponer que un entorno familiar que habilita a los
niños a intercambiar con libertad y espontaneidad sus
creencias y temores, promueve una mejor autoestima, porque no
censura ni descalifica, y al permitir corregir creencias erróneas,
propicia un mejor afrontamiento de las situaciones difíciles.
Otro
tópico de la comunicación en pediatría es el de
la incurabilidad y el fin de la vida.
Es común que los
padres pidan ocultar la información de un pronóstico
sombrío al niño porque temen que se decaiga aún
más, que "baje los brazos" y deje de luchar por su
recuperación. Los niños callan cuando comprenden que
hablar de la situación angustia a sus seres queridos.
Hablar
con los niños sobre su propia muerte es emocionalmente muy
exigente, además de que los niños de distintas edades
entienden a la muerte de maneras diferentes. Mientras que la muerte
es una condición reversible y transitoria para un niño
de edad preescolar, para un niño mayor es un evento que lo
separa en forma definitiva de sus seres queridos. El primero podrá
asociarla a figuras o sitios terroríficos, mientras que el
segundo se angustiará por el duelo que deberán encarar
los padres y hermanos. A estas diferencias evolutivas, deben
agregarse las connotaciones que tiene la muerte para cada niño
en función de su percepción, experiencia,
idiosincrasia, creencias y cultura. El profesional debe tener una
actitud abierta para entender el modo singular en que cada niño
concibe su situación y abordar con él la versión
singular de la muerte que lo preocupa o lo tranquiliza.
Los
niños en situación de enfermedad incurable tienden a
soportar mejor y sufrir menos cuando se habla sobre su condición;
el intercambio honesto y cuidadoso parece ser una usina generadora de
la seguridad necesaria para hacerle frente a la adversidad (Malpas,
2008). Asimismo, los padres que pudieron tocar éste tema con
sus hijos en la etapa final de sus vidas, mostraron más
conformidad y ningún arrepentimiento por haberlo hecho
comparados con los padres que prefirieron evitar el tema (Kriecbergs
et al., 2005).
3.2
Prácticas psicoprofilácticas pre-quirúrgicas
Las
cirugías y otros procedimientos pueden ser experimentados como
amenazas a la integridad física. La preparación
psicológica permite instrumentar defensas y comprender que son
experiencias que contribuyen a su recuperación. En este
sentido, forman parte de actividades psicoprofilácticas todas
aquellas que explican al niño los fundamentos de los
procedimientos y anticipan las sensaciones que le producirán.
Para
ello, los hospitales disponen de herramientas
elaborativas en lugares estratégicos como salas de juegos,
salas de internación, consultorios y salas de espera.
3.3
Transmisión docente al equipo profesional
-A
diferencia de la medicina del adulto, los pacientes pediátricos
responden a la enfermedad y al tratamiento con conductas que no
siempre contemplan el trato correcto ni la cooperación. Estas
respuestas pueden ser tomadas por el equipo de salud como evidencias
de mal afrontamiento o de psicopatología.
Formar
a los pediatras acerca de las necesidades y desarrollo emocional de
los niños redunda en una mejor comprensión de las
reacciones infantiles frente a la enfermedad.
Un
niño pequeño que acepta todas las intervenciones
médicas no está necesariamente involucrado en su
recuperación. La sumisión y la pasividad pueden indicar
sentimientos negativos como el miedo o la culpa. A la inversa, un
niño que se niega a saludar al enfermero que debe intervenirlo
puede parecer hostil, pero probablemente no es capaz aún de
discriminar entre lo que le provoca desagrado (el procedimiento en
sí) y la persona que lo ejecuta. Un niño al que se le
informa la incurabilidad de su enfermedad puede reaccionar con
alegría, porque privilegia el presente por sobre el futuro, y
sabe que con esa noticia podrá volver a su hogar.
Todas
estas son respuestas que expresan la forma peculiar que los niños
tienen de vincularse, protegerse y establecer prioridades.
3.4
Intervención en aspectos legales y éticos de la
atención pediátrica
-La
vida es un valor supremo y la medicina puede hacer mucho hoy día
para defenderla. Sin embargo, cuando se plantean situaciones en las
que es muy improbable que se produzca un cambio favorable es
imperioso tomar en consideración la opinión de los
pacientes.
La
opinión de los pacientes pediátricos tiene riesgo de
ser ignorada porque las decisiones médicas se discuten y se
toman habitualmente entre adultos: profesionales y padres. En
ocasiones, cuando la cura se ve improbable, algunos padres, movidos
por el dolor ante la posibilidad de perderlo, invierten su tiempo y
esfuerzos en la búsqueda de soluciones: tratamientos
alternativos de dudosa eficacia y soluciones mágicas. Estos
caminos pueden demandar enormes esfuerzos a los niños además
de limitar tiempo valioso compartido con sus padres y oportunidades
de que ellos lo asistan y contengan.
Si
en esa búsqueda desesperada e infructuosa, el precio que el
niño paga es demasiado alto, y los beneficios concretos son
poco claros, el camino ético es evitar el encarnizamiento
terapéutico y priorizar la calidad de vida.
Las
opiniones de los niños y adolescentes deben contextuarse en el
presente y en el pronóstico probable. Deben escucharse sus
pedidos y dirimir cuáles pueden satisfacerse, y en qué
medida. Aún cuando son los adultos quienes tomarán las
decisiones, éstas deben considerar el bienestar y calidad de
vida del niño, y respetar su derecho a la dignidad.
En
éste sentido, los hospitales pediátricos utilizan cada
vez más la práctica del asentimiento informado,
reproduciendo la del consentimiento informado que se utiliza con
padres y pacientes adultos. Brindar información y dar la
posibilidad de acordar o disentir con las intervenciones, es un modo
de involucrar a los niños activamente en su autocuidado.
3.5
Evaluación de situaciones de alto riesgo
Este
tipo de intervenciones no está destinada a resolver el
problema clínico, sino a determinar el grado de riesgo en el
que se encuentra el paciente para tomar, si es preciso, medidas de
protección inmediatas. Estas pueden ser una internación
o la presentación a un organismo de protección de
derechos. Tal es el caso de los intentos de suicidio, las situaciones
de abuso sexual, maltrato infantil o síndrome facticio por
poder.
3.6
Producir conocimiento y participar en el manejo de nuevas
problemáticas de la salud mental
Nos
referimos a tópicos originados por el avance de la ciencia y
la tecnología, como el desciframiento del genoma y la
criopreservación de gametas.
Son
problemas nuevos para los cuales hay más preguntas que
respuestas adecuadas. ¿Debe estudiarse genéticamente a
menores de edad para enfermedades de inicio en la adultez o debe
postergarse el estudio para cuándo sean capaces de decidir?
¿Cuándo alcanza un menor esa capacidad? ¿Es útil
saber que se es portador de una mutación predisponente a
enfermar si no existen medidas preventivas para evitarlo ni es seguro
que la enfermedad vaya a desarrollarse? ¿Debe atenderse a la
necesidad de los padres de saber por sobre la autonomía de los
hijos? ¿Y si saber permite que los padres ejerzan la crianza
con menos ansiedad? (Campbell y Ross, 2003, Malpas, 2008, Malek et
al., 2017).
Algo
similar ocurre con la preservación de gametas en pacientes que
van a iniciar un tratamiento que afecta la fertilidad. Para muchos
pacientes pediátricos convertirse en padres o madres es un
anhelo lejano, que pueden representarse sólo parcialmente. La
preocupación por la eventualidad infertilidad futura suele ser
planteada por los padres y algunos adolescentes, pero muy
infrecuentemente por púberes o pre púberes. La
recolección de células es quirúrgica en el caso
de las mujeres y se encuentra en fase experimental. En el caso de los
varones puede obtenerse con electroestimulación bajo efecto de
anestesia, o manualmente a través de la masturbación.
¿Es lícito sumar a las preocupaciones de un
diagnóstico, una nueva preocupación que no era tal para
el niño? ¿Es beneficioso involucrar al niño/adolescente
en maniobras de recolección que pueden generarle pudor o
aprensión?
4.
Problemas que suscita la internación
La
internación trastoca la vida cotidiana del niño y su
familia, impone exigencias y obligaciones y limita las fuentes de
gratificación habituales como la escuela y el juego.
Los
niños internados son observados "minuto a minuto"
por el personal de salud, testigos cotidianos de sus manifestaciones
anímicas. Las
reacciones emocionales esperables se distinguen de las patológicas
más por intensidad y persistencia que por su cualidad.
El llanto y la tristeza
son reacciones lógicas a la enfermedad. Cuando un niño
llora, no hay que pedirle que no lo haga. Acallar el llanto solo es
útil para el adulto que lo atestigua, pero no tranquiliza en
nada al niño. En ocasiones éste comunica el motivo de
su llanto, en otras prefiere no hacerlo, y es importante no insistir
ni presionarlo con preguntas. Para el adulto que quiere ayudar, el
silencio del niño suele generar impotencia. Sin embargo, para
el niño, saber que el adulto tiene interés,
disposición y capacidad para adaptarse a sus tiempos, puede
ser suficiente para aliviarlo.
El enojo es también
un sentimiento habitual. Es casi una regla que él y sus
familiares se pregunten: "¿qué hicimos para que
nos pase esto?" Alcanzar una respuesta tranquilizadora a esta
pregunta es un proceso que lleva tiempo.
El enojo del niño
por haber enfermado puede dirigirse a los padres y/o equipo tratante
dando lugar a conductas oposicionistas. Estas deben manejarse con
firmeza y comprensión a la vez, evitando que eventuales
sentimientos de culpa o pena lleven a los padres a ceder ante
exigencias del niño que pueden ponerlo en riesgo.
Los padres también
deben lidiar con sus propios sentimientos de enojo. Si los dirigen
hacia el equipo tratante, será mucho más difícil
que el niño confíe y colabore con el tratamiento. Si lo
dirigen hacia el niño, se observará un trato
fastidioso, exigente y/o distante.
Los niños pueden
experimentar miedo con frecuencia. El equipamiento, las
instalaciones, el instrumental y el personal son vistos como
elementos amenazantes, máxime si desconocen lo que se les
hará. Uno de los temores más importantes de los niños
a cualquier edad es la de ser separado de sus padres. La principal
fuente de reaseguro para un niño atemorizado es su presencia.
En el pasado se creía que los niños se comportaban
mejor en los procedimientos en ausencia de los padres. Si bien esto
es parcialmente cierto, el aparente buen comportamiento es
generalmente debido a sentimientos de pánico y paralización
que ponen en evidencia el carácter traumático de la
experiencia. En presencia de los padres los niños son más
proclives a expresar rechazo a los procedimientos, pero esa
posibilidad de expresarse permite disminuir el potencial traumático
de la experiencia.
La aparición de
conductas regresivas es también habitual en niños que
transitan situaciones de alta exigencia emocional. Esto sucede porque
a través de la regresión el niño busca
refugiarse en una etapa del desarrollo en la cual sus logros
adaptativos se encontraban afianzados; al mismo tiempo, la conducta
regresiva induce en los padres respuestas recíprocas de mayor
contención y amparo. La regresión adaptativa es un
fenómeno transitorio que no compromete el ajuste psicosocial
del niño a otras situaciones, tiene un carácter
funcional y no debe ser desalentada ni convertirse en objeto de
crítica o sanción. Si la regresión saltea varias
etapas evolutivas, se perpetúa o extiende a otros contextos,
entonces sí debe revisarse.
Un sentimiento al que
hay que prestarle mayor atención es a la culpa. Algunos niños
se preocupan mucho al percibir los esfuerzos que debe hacer toda la
familia a partir de su enfermedad. Pueden angustiarse pensando en sus
hermanos que quedaron solos en la casa, o en los días de
trabajo que pierde el papá. Estos niños perciben los
inconvenientes, se sienten responsables, sienten que deberían
darle solución, y no cuentan con los recursos cognitivos ni
operativos para ello.
La vergüenza,
generalmente a raíz de cambios físicos o por quedar
expuesta su vulnerabilidad, puede llevar a los niños a
aislarse socialmente. La alopecia, el Cushing, las alteraciones
motoras generan además el riesgo de ser víctima de
acoso y de burlas.
5.
Los padres como sujetos de atención en el enlace
La actitud de los padres
es clave para ayudar al niño a sobrellevar los eventos
médicos. En pediatría, el sujeto de atención
siempre incluye al paciente y a sus padres. La inadecuación de
los cuidados parentales genera problemas de adecuación en los
niños.
A los niños se
les hace difícil comprender por qué los padres los
exponen a la realización de procedimientos que les ocasionan
dolor, malestar o incomodidad. Para los padres es difícil
exponer a los hijos a procedimientos dolorosos y hacerles entender
que se les exige en función de su bienestar.
Padres excesivamente
ansiosos y desbordados tienen poca capacidad de contener la ansiedad
de sus hijos. Padres que no toleran el sufrimiento del niño
pueden responder a sus quejas de forma rígida e imperativa y
el niño interpretarlo como una desaprobación.
Hay padres que
desasisten a los hijos permaneciendo abstraídos, prestándoles
atención insuficiente, o dejándolos sistemáticamente
a cargo de terceros. A estos padres corresponden generalmente niños
retraídos y sobre adaptados.
Una actitud adecuada de
los padres debería conjugar sensibilidad con continencia y
decisión con capacidad de dar consuelo.
6.
Promoción de las actividades vitales infantiles
El dispositivo
hospitalario se adaptará mejor a las necesidades emocionales
del niño si estimula la realización de actividades
vitales que forman parte importante de su vida cotidiana. En
especial, deben promoverse las actividades lúdica y escolar.
El juego es para los
niños la principal vía de elaboración de los
eventos desagradables.
Que el niño
quiera jugar es un indicador de adaptación saludable. Deben
ofertarse en el hospital juguetes y sitios para jugar.
En relación a la
escolaridad, cuando el niño no puede asistir a su colegio y no
existe el recurso de la escuela hospitalaria, los profesionales de la
salud pueden establecer contacto con la escuela de origen para que
ésta provea las tareas escolares manteniendo en lo posible la
oportunidad de promover el curso a pesar de las inasistencias. A los
maestros puede ser útil brindarles información y
asesoramiento sobre la enfermedad, el tratamiento y las condiciones
de reinserción del paciente a la escuela.
7.
Evaluación psicopatológica de niños y
adolescentes con enfermedad médica
Se
deberán tomar en consideración los siguientes aspectos:
7.1
Características de la enfermedad médica
Puede
ser crónica vs. aguda; curable o progresiva, con evolución
insidiosa, continua o por brotes. Todos ellos determinan
problemáticas psicológicas particulares.
Si
se trata de una situación provocada por un evento accidental,
es fundamental conocer la causa del accidente y si alguien cercano o
el mismo paciente han tenido responsabilidad en que se produzca el
evento. Otro aspecto a tener en cuenta es si existen otras víctimas
del episodio entre los seres queridos, y el estado de salud en el que
se encuentran.
7.2
Características del tratamiento
Conocer
los esfuerzos que demanda el tratamiento permite entender más
cabalmente las exigencias cotidianas que implican para el niño.
Indagar cuánto coopera y cuánto sufre con ellos aporta
información sobre su grado de afrontamiento y permite entender
si lo encara activa o sumisamente.
Algunos
medicamentos pueden generar somnolencia, irritabilidad, apetito
insaciable u otros cambios de conducta. Si el paciente presenta
cambios en alguno de éstos aspectos, debemos considerar la
posibilidad de que sean producto de la medicación que recibe.
7.3
Estado emocional del cuidador principal
A
menudo decimos que los niños miran la realidad a través
de la lente que los padres les ofrecen con su propia mirada. Cuando
ellos la ven preocupante, los niños entenderán que
deben preocuparse. Es por ello que la mayoría de los padres
suelen expresar "cuando estoy delante de él/ella me
muestro tranquil@, es sólo cuando salgo de la habitación
que me descargo llorando".
7.4
Consideraciones diagnósticas en la interconsulta pediátrica
Los
fenómenos somáticos en un niño con enfermedad
médica pueden ser síntomas de la enfermedad, ser
somatizaciones que imitan los síntomas de la enfermedad
médica, o tratarse de fenómenos comórbidos.
Síntomas
como inapetencia, cansancio y anhedonia pueden corresponder a un
cuadro depresivo tanto como a una enfermedad sistémica. La
cronología de los síntomas, su evolución, los
temas que preocupan al paciente, serán útiles para
dirimir el diagnóstico diferencial.
Síntomas
depresivos que remiten con una adecuada terapéutica
analgésica, cuadros confusionales que mejoran al suspender una
medicación, pacientes que mejoran su actitud en coincidencia
con la resolución de un cuadro febril son ejemplos de
situaciones donde se revela la causa orgánica. Por el
contrario, síntomas que cambian su presentación,
resolución inmediata ante recompensas, y presencia de angustia
por motivos no relacionados con la enfermedad, hacen suponer una
causa emocional. No obstante, cuando se trata de pacientes con
enfermedad orgánica debemos estar atentos a la posibilidad de
que los síntomas estén multideterminados y no actuar
desde un pensamiento dicotómico.
8.
Aportes de la psicología de la salud en la tarea asistencial
Como
ya se expuso, la comunicación y la información son
tópicos relevantes en la psicología/psiquiatría
de enlace. No obstante, la información no conduce por sí
sola a las personas a adoptar conductas salutogénicas. Es
necesario conocer los procesos que median entre el conocimiento y la
acción para ayudar a fortalecer la adherencia a tratamientos
crónicos, mejorar la prevención de pacientes en riesgo
y diseñar estrategias de cuidado a nivel comunitario.
Auto-eficacia,
locus de control, percepción de riesgo, nivel de distres y
creencias sobre la enfermedad son conceptos que influyen en la
conducta de salud en forma independiente a la información con
la que se cuente.
La
auto-eficacia
es el juicio que hace cada persona sobre sus propias capacidades para
alcanzar con éxito un nivel de desempeño deseado. El
juicio de autoeficacia va a influir tanto sobre el nivel de
motivación para emprender una acción como sobre su
resultado y su permanencia en el tiempo. No basta que una persona
tenga los conocimientos y habilidades requeridas para alcanzar un
objetivo: también es importante que crea en sus propios
recursos. Expectativas de éxito débiles producen
desánimo y con éste, abandono y evitación;
expectativas fuertes inducen a aproximarse al problema y perseverar
para mantenerlo bajo control (Bandura, 1984, 1988).
La
expectativa de auto-eficacia aumenta cuando la persona siente que
logra objetivos. En la labor terapéutica con niños y
adolescentes con enfermedad médica, puede incrementarse la
expectativa de dominio reivindicando como logros los cambios
positivos en su desempeño, como lograr tomar comprimidos
enteros en lugar de molerlos o iniciar una actividad física y
disminuir el sedentarismo.
Otra
manera de aumentar la auto-eficacia es a través del
aprendizaje vicario, creando oportunidades de observación del
comportamiento de un par en igual situación. Los videos
educativos suelen incluir la filmación de otros niños
exponiéndose al mismo evento que atravesará el paciente
espectador. Seleccionar un compañero de cuarto que pueda
oficiar como modelo de afrontamiento para el tipo de evento que se
busca fortalecer en el paciente es también una opción
fácil de implementar.
El
locus
de control
(Rotter, 1975) es la posición que una persona asume frente a
la responsabilidad de producción de los eventos. Si adjudica
las causas y la evolución de un problema a su responsabilidad,
conductas o a sí mismo, para esa persona el problema tiene un
locus interno, y si las adjudica a factores que no están bajo
su dominio, el locus es externo. Cuando la persona considera que la
evolución de la enfermedad depende
de factores que él puede manejar (locus interno), entonces
está más motivada a actuar para cuidarse. Si por el
contrario considera que los aspectos negativos de una situación
van a evolucionar de acuerdo a factores ajenos a su voluntad (locus
externo), no va a invertir esfuerzos.
Es
muy importante involucrar a los niños, y no sólo a sus
padres, a adoptar un rol activo en los cuidados de su salud: toma de
medicación, interacción con el equipo tratante,
elección de actividad física, y organización de
rutinas del tratamiento, de modo tal de fortalecer la convicción
de que sus acciones tienen peso en las decisiones que se toman y los
resultados que se consiguen.
La
percepción
de riesgo
es el monto de amenaza que una enfermedad representa para una
persona. Influye
sobre el modo en que las personas cuidan su salud, además de
impactar en su bienestar psicológico y por tanto, en la
calidad de vida.
Una
percepción de riesgo muy alta o demasiado baja conduce a la
persona a descuidar las indicaciones médicas y las medidas de
prevención (Sivell, 2007). Niveles intermedios en la
percepción de riesgo facilitan la implementación de
acciones de cuidado.
La
activación emocional o nivel
de distres
que acompaña a los eventos de la enfermedad y el tratamiento
es un factor capaz de impedir la adopción de conductas
salutogénicas.
Niños
que sufren mucho en cada consulta o internación hospitalaria
suelen deprimirse, paralizarse, no pueden vencer la ansiedad que les
generan los distintos eventos, y se resisten a cualquier
intervención por sencilla que ésta parezca.
La instrucción en el manejo y control de la activación
fisiológica del estrés con técnicas de
respiración, relajación y visualización están
indicadas en éste caso.
Otro
concepto desarrollado desde enfoques cognitivos de psicología
de la salud es de las creencias
de salud y de enfermedad
(Leventhal, Meyer yNerenz,
1980), que atañen a aspectos personales, no médicos,
tales como: por qué/ para qué uno ha enfermado; qué
aspectos de sí mismo o de su conducta o experiencias son
explicados por la enfermedad; cuánto va a durar y qué
consecuencias va a tener para sí en términos físicos
y sociales; cuándo va a resolverse y cómo se va a
sentir el vivir con esa condición de enfermedad. Estas
creencias nos permiten entender el modo singular en que la enfermedad
afecta a cada persona.
Conclusiones
El
enlace en pediatría tiene características propias que
desafían a psicólogos y psiquiatras a diseñar
herramientas apropiadas para responder en forma oportuna.
Deben
considerarse los cambios evolutivos en la comprensión de la
enfermedad, la expresión de sentimientos e ideas y en los
intereses y necesidades para saber qué aspectos de la conducta
debemos jerarquizar, y qué áreas de la atención
médica es necesario enfatizar.
Siempre
debe considerarse al foco de atención del enlace pediátrico
como una unidad conformada por el paciente, sus familiares y el
equipo de salud.
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