ISSN 2618-5628
 
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Dependencia afectiva  
Adicciones, Vínculo  
     

 
Las nuevas adicciones: dependencias afectivas
 
Faur, Patricia
Universidad Favaloro
 

 

Introducción

Junto con la depresión, las nuevas adicciones se han transformado en el emblema de la sociedad posmoderna. La patología es una noción subjetiva que experimenta el sujeto que se ve alienado y "tomado" por un proceso que escapa a su voluntad.

Las dependencias afectivas o vínculos adictivos se definen como un patrón vincular disfuncional que-al igual que en otras adicciones- no pueden detenerse a pesar del sufrimiento que acarrean. La droga es la pasión y la química del enamoramiento que funcionan como un potente antidepresivo y generan una sensación de euforia similar a la hipomanía.

En personas vulnerables, este estado funciona como un alterador del estado de ánimo que les sirve para anestesiar el sentimiento de vacío, por lo cual, cuando la fase de enamoramiento llega a su fin, se quedan atrapadas en un intento de reedición de aquella sensación original aún cuando la relación sea inconveniente.

Estas personas se relacionan con personalidades narcisistas y evitativas con quienes recrean el apego ansioso-ambivalente que han vivido en su infancia. De este modo, el pasaje constante de la idealización a la frustración es el correlato de una fuerte activación y luego una fuerte caída de la liberación dopaminérgica en el circuito mesolímbico de recompensa.

Hemos visto en la experiencia clínica de los dependientes afectivos una clara relación con el apego inseguro infantil. En la mayoría de los casos se trata de hijos parentalizados que han sido cuidadores de sus cuidadores.

El tratamiento terapéutico combinado con grupos de autoayuda ha resultado eficaz en la mayoría de los casos ya que el grupo restituye la base segura -en términos de Bowlby (2012)- y funciona como un tutor de resiliencia.

El interés de estos grupos además, es hacer detección primaria de casos de violencia ya que las dependencias fomentan un alto grado de sumisión y violencia emocional que va aumentando la carga alostática y conduce al estrés crónico y a la depresión.

 

Nuevos tiempos, nuevas adicciones

Vivimos tiempos de hiper. La sociedad posmoderna que tan bien describía Gilles Lipovetsky (1987) caracterizada por lo efímero y el vacío ha dejado paso a la hipermodernidad. Mientras en la posmodernidad mandaba el hedonismo, el placer inmediato y la consigna era vivir el presente por la ausencia de futuro, en los tiempos actuales la fiesta parece haber terminado.

Los sociólogos y filósofos describen nuestro tiempo como una época de excesos y de aburrimiento. Hiperconectados, hiperindividualistas, hipernarcisistas, hiperconsumistas. Los nuevos cambios que se advierten desde comienzos de la década del 90 encuentran a los individuos mucho más fragilizados, menos contenidos por las instituciones y con más carga de angustia existencial frente a un neoliberalismo que los deja en la calle, en situaciones laborales precarias, con una inseguridad creciente por atentados terroristas salvajes en todas partes del mundo y con la necesidad imperiosa de no envejecer para no quedar fuera del mundo. Un narcisismo exacerbado en el que el otro desaparece. En palabras de Byung-Chul Han (2014) (pag.1): "La depresión es una enfermedad narcisista. Conduce a ella una relación consigo mismo exagerada y patológicamente recargada. El sujeto narcisista-depresivo está agotado y fatigado de sí mismo". La sociedad actual ve aumentar la prevalencia de depresión y los trastornos de ansiedad, los intentos de suicidio. Y trata incluso de medicalizar la angustia existencial que no responde a ningún fármaco.

Es en ese contexto en el que se desarrollan lo que se ha dado en llamar las nuevas adicciones que ya pelean el podio de los trastornos psiquiátricos junto a la depresión. Es tiempo de excesos y esa falta de medida es visible en todo: desde el consumo hasta el sexo, desde la comida hasta el trabajo. No hay tiempos muertos. La vida se desarrolla conectados a tres o cuatro pantallas (smartphones, tablets, televisores y videojuegos) y la conexión de 24 horas ya no deja espacio sin ocupar.

Videojuegos, series de Netflix, WhatsApp, Instagram, Tinder, Facebook, Twitter, el trabajo, el sexo y por supuesto, las relaciones amorosas son ahora el objeto de estudio. Pero la primera pregunta que nos surge es: ¿se trata de actividades adictógenas o se trata de una persona vulnerable que encuentra un camino disfuncional de alterar un estado de ánimo que le resulta insoportable? ¿Se trata de las drogas, la comida o las personas? ¿Se trata de actividades y sustancias que dan placer y por eso no se pueden dejar?

La primera aproximación que haremos al tema es entender que estas adicciones aparecen más como una manera de aliviar el dolor y la insatisfacción que como una búsqueda de placer.

Ya en 1975, Stanton Peele y Archie Brodsky (1975), en Love and addiction desarrollaban la idea de que era la experiencia y no la sustancia lo que conducía a la adicción. Los autores sostenían que frente a una sensación de ansiedad, angustia y dolor, la experiencia adictiva funciona como una suerte de analgésico que elimina transitoriamente el malestar. Dentro de ese marco, las relaciones amorosas podrían ser la experiencia adictiva por excelencia.

A partir de entonces, quedó abierto el camino y aparecieron una gran cantidad de publicaciones y- sobre todo- libros de autoyuda que hacían referencia al amor como adicción. Dependencias afectivas, codependencia, adictos al amor y a las personas, vínculos tóxicos, fueron algunas de las maneras de intentar describir un fenómeno que aparecía con más claridad en la consulta que en los manuales. En 1986, el best – seller mundial de Robin Norwood, Las mujeres que aman demasiado y los libros de Melody Beattie sobre Cómo liberarse de la Codependencia, se transformaron rápidamente en referencia obligada del tema en cuestión. De enorme validez y ayuda en la divulgación generaron, no obstante, algunos malentendidos dentro del mundo académico que no lograba – y aún hoy- arribar a una definición unánime.

Quienes hemos trabajado en este tema desde la primera hora asistimos y contribuimos activamente a limpiar el terreno para que pueda tener ingreso al mundo académico y deje de ser considerado como un artículo de mercadeo de revistas femeninas. A continuación trataré de resumir algunas de las conclusiones de todos esos trabajos.

 

Una historia de apego

A mediados del siglo pasado, y sobre todo en época de posguerra, comenzaron profundas investigaciones sobre las consecuencias de la deprivación de las figuras de apego y cuidado en los bebés o niños en los primeros años de sus vidas. Se trabajó en instituciones hospitalarias con niños que habían quedado sin padres o fueron abandonados.

De este modo, se retomaban los trabajos que ya Freud había iniciado, pero con la mirada puesta esencialmente en el vínculo del niño con su figura de apego. La teoría del apego es una conceptualización sobre la tendencia a buscar vínculos duraderos de proximidad y contacto. Muchos fueron los investigadores que dedicaron gran parte de su vida al estudio de estas relaciones. Quizás, uno de los referentes más importantes haya sido el psicoanalista inglés John Bowlby (1907-1990) quien - entre otras cosas- fue consultor para la Salud Mental en la Organización Mundial de la Salud -OMS- durante veintidós años. Los trabajos de Freud y las investigaciones del etólogo Konrad Lorenz sobre la impronta tuvieron gran influencia sobre él.

Bowlby (2012) sostiene que el apego es "una motivación aprendida que permite al infante establecer un vínculo con una persona específica y establecer con ella una base segura que le permita la exploración del mundo".

La idea de una base segura ha sido de capital importancia para comprender los estilos de apego infantiles. Los niños que sienten que su figura está disponible y que interpreta sus necesidades se calman rápidamente frente a la separación. Salen a explorar el mundo con la agradable sensación de que esos adultos estarán allí para cuidarlo. Esta es la paradoja: si el niño siente que su figura de apego es estable y no se va, es él quien puede partir. Dice Boris Cyrulnik (2002), neuropsiquiatra, etólogo y psicoanalista francés, que el niño que se siente querido puede partir: "¡Quiéreme! Así tendré el coraje de alejarme".

Estos niños crecen con autonomía y confianza en los otros y en sí mismos. Interiorizan a la figura de apego así que salen al mundo seguros y sin angustia de separación. La confianza hacia una nueva figura de apego se establece rápidamente, de modo que son muy sociables.

En cambio, los estilos de apego inseguro caracterizan a los niños que no han tenido padres en quienes puedan confiar. Han sido padres con dificultades para cuidar, sostener o dar estabilidad emocional al niño. El resultado es que estos niños no pueden tener autonomía y no logran alejarse de la figura de apego. Su actividad exploratoria es muy baja y su ansiedad, muy alta.

El estilo de apego ansioso-ambivalente es uno de los estilos de apego inseguro y se define por una intensa angustia de separación. El niño nunca siente la seguridad de que podrá disponer de su figura de apego por lo cual debe tenerla cerca y controlada. Esta figura puede darle momentos de excesivo contacto y luego desaparecer, como por ejemplo una madre depresiva, con trastorno límite, bipolar o adicta.

 

La patología del vínculo: hijos parentalizados

Los niños que crecen en hogares en los que los padres no han podido cuidar covenientemente, crecen como si fueran los adultos responsables de la familia. Se alteran las jerarquías y son ellos los que se hacen cargo de cuidar a padres que parecen frágiles, inestables o infantiles. Se hacen cargo de sus hermanos y de su propia vida en un intento de frenar el caos de esa anarquía familiar.

Estos hijos parentalizados se sobreadaptan y cargan con una responsabilidad inaecuada para su edad a la vez que crecen siendo hijos de nadie. Sin padres que los puedan cuidar, pero a la vez teniendo que ser cuidadores de sus propios cuidadores.

Con un claro estilo de apego inseguro y con un sentimiento de vacío del que nunca ha podido ser niño, llegan a la edad adulta muy mal provistos para poder confiar en sí mismos y en su capacidad para ser amados.

Necesitan con desesperación del amor de los demás y tratan de ser complacientes y de adecuarse a las demandas del entorno con la ilusión de que serán aceptados y queridos. Exigidos, responsables en exceso, sobreadaptados y con una hipertolerancia aprendida al dolor emocional, son el blanco vulnerable para relaciones asimétricas y abusivas. Son los "mendigos del amor" capaces de hacer y soportar cualquier cosa con tal de ser queridos y de evitar un abandono.

 

La ilusión amorosa: una droga potente

Si el enamoramiento y el período inicial de una relación amorosa son una chispa enloquecedora para cualquiera, tanto más para quien vive sediento de la ilusión de ser amado. Los dependientes afectivos encuentras en la química del enamoramiento el antidepresivo por excelencia que les anestesia el vacío emocional con el que han llegado a la vida adulta.

Incapaces de valorar adecuadamente la conveniencia o no de un vínculo, son capaces de sostener un mecanismo defensivo de negación frente a cualquier atisbo de señal que les anuncie que su relación se puede terminar. Comienzan entonces una carrera sin medida para satisfacer a su compañero aún cuando tengan evidencias incontrastables de su desprecio, su desamor o su maltrato. Anhelan volver a sentir la química inicial y se quedan aferrados a la ilusión de que esos tiempos volverán y de que su pareja será aquel con quien soñaron. Viven haciendo controrsiones para acomodarse a una relación que ya no tiene espacio para recibirlos y su reacción frente al rechazo es la misma de un jugador compulsivo: apuestan más fuerte y dan aún más ya que suponen que son los culpables del mal funcionamiento de la relación.

Cuando la caída del enamoramiento les anuncia que la relación no es lo que esperaban buscan un camino alternativo para no afrontar la pérdida: la negación o el intento esforzado e ilusorio de cambiar al otro para que pueda, por fin, amarlos.

Claro está que tal asimetría en el orden de la necesidad emocional será el caldo de cultivo para una relación donde se instale el abuso, la violencia psicológica o el maltrato sin que estos datos puedan ser siquiera adevertidos por el dependiente emocional que los minimiza y los justifica. Ha crecido en medio de las tormentas y es un buen piloto de guerra. Naturalizó el dolor y el sacrificio y nada le parece demasiado intolerable.

No pasará demasiado tiempo hasta que empiece a manifestar síntomas de ansiedad y depresión y/o todo el espectro somático de quien sufre una situación de estrés crónico y carga alostática: enfermedades autoinmunes, cardiovasculares, gastrointestinales y todo aquello que se producto de ese cortisol no frenado característico de quien vive en un estado de alerta y amenaza de abandono constante.

 

Psicoterapia y grupos de autoayuda: los tutores de resiliencia

Los dependientes afectivos demoran bastante en llegar a la consulta. Temen que un tratamiento consista en alejarlos de su "droga" y buscan otros caminos para solucionar su dolor. En ocasiones, llegan para ver cómo podrán solucionar su relación de pareja o acuden a la consulta psiquiátrica para que un antidepresivo o un ansiolítico los ayude a anestesiarse y seguir soportando un poco más.

Cuando los psicoterapeutas les explicamos que no están allí para separarse, para quedarse o para irse, sino para entender por qué se relacionan del modo en que lo hacen, el alivio es inmediato. Aceptan entonces entregarse a la tarea de encontrar las razones que los llevaron a anudar amor y sufrimiento a lo largo de sus vidas y a internarse en el camino que los llevará a asumirse como adultos que puedan ser autónomos para elegir el rumbo de sus vidas. Porque esta es la paradoja en la que viven: se han desarrollado como adultos que funcionan muy bien en todas las áreas de la vida que implican lo laboral, lo profesional, lo académico y hasta la tarea parental. Sin embargo, en su vida de relación siguen siendo niños carentes, obstinados y caprichosos llorando y haciendo berrinches por no poder ser amado por quien quieren y de la manera que quieren. Una manera disfuncional y una elección disfuncional que nunca dejará el sabor de ser suficiente.

En ese camino será necesario que el terapeuta y los grupos de autoayuda funcionen como tutores de resiliencia: aquellos pilares que faltaron y a los que puedan asirse para continuar su propio desarrollo psíquico. Personas en las que puedan confiar y que les aseguren que ellos mismo podrán. Que les devuelvan la confianza y les den el soporte para atravesar ese vacío insoportable de quien nunca pudo ser cuidado. Parafraseando a al escritor Pablo Ramos (2016) y adaptando la frase de su novela, la invitación que se le hace a las integrantes del grupo de autoayuda para dependientes afectivas es: "Vos vení, nosotras vamos a cuidarte hasta que puedas cuidarte sola".

 

Referencias

Bowlby, J. (2012). El apego: Vol. 1 de la trilogía: El apego y la pérdida. Buenos Aires: Paidós.

Cyrulnik, B. (2002). Los Patitos feos: la resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida. Barcelona: Gedisa.

Han, Byung-Chul. (2014). La agonía del Eros. Pág 11, Barcelona: Herder.

Lipovetsky, G. (1987). L'empire de l'éphémère, Ed. Gallimard.

Peele, S, & Brodsky, A. (1975). Love and Addiction. New York: Taplinger Pub.Co.

Ramos, P. (2016): Hasta que puedas quererte solo, Alfaguara.

 

 
1ra Edición - Diciembre 2018
 
 
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