Introducción
Desde sus inicios, las terapias breves y focalizadas han servido como
instrumento de democratización de la psicoterapia, permitiendo
la llegada de la asistencia psicológica a un gran número
de personas en diferentes países. Este dispositivo encontró
su desarrollo en la necesidad de llegar a una mayor cantidad de
personas y su metodología puede ser aplicada a diferentes
enfoques en psicoterapia independientemente del soporte
teórico-conceptual de las mismas. En nuestro país esta
modalidad de tratamiento presenta una historia particular,
iniciándose con los enfoques psicoanalíticos, pero
luego abrir el espectro hacia otros enfoques como el sistémico
y el cognitivo.
Desde fines del siglo XX existe en los servicios de salud mental de
diferentes países una tendencia cada vez más marcada en
implementar terapias breves y focalizadas. En Argentina esta
tendencia se observa tanto en los servicios públicos de salud
mental como en las obras sociales y las prepagas. Este fenómeno
obedece a la creciente asimilación de la psicoterapia en las
comunidades de diferentes países. El hecho de ser un
instrumento de bajo costo y suma utilidad en materia de salud mental
ha llevado a la proliferación de este dispositivo, alcanzando
un desarrollo significativo (Fernández-Álvarez, 2011).
El protagonismo de los tratamientos psicológicos en el trabajo
de salud mental es un dato inobjetable del siglo XX. Habiendo
concluido la primera década del siglo XXI,
"...la OMS
señala a la psicoterapia (y la terapia cognitiva en
particular) como una de las herramientas eficientes en el campo
asistencial. Esta definición ha contribuido a que los órganos
del gobierno en todo el mundo aumenten las partidas para la
asignación de recursos en los centros de atención y en
las organizaciones encargadas de la formación y la
capacitación profesional. Uno de los puntos de la práctica
más controversiales en la actualidad está centrado en
este punto. A medida que se extiende la asistencia psicoterapéutica
y se procura responder a las demandas de un porcentaje mayor de la
población, se vuelve imprescindible regular el presupuesto. Lo
que ha venido ocurriendo, desde los países más
desarrollados hacia el resto de las naciones, es una progresiva
escisión entre el ámbito público y el sector
privado. El primero concentrado en una práctica masiva, de
atención primaria y enfocada sobre las situaciones más
agudas y que admiten intervenciones de corta duración,
mientras que la práctica privada se fue orientando hacia
procedimientos más extensos y que requieren abordajes de mayor
complejidad"
(Fernández-Álvarez, 2011, p. 19-20).
La República Argentina ha sido intensamente influida por el
psicoanálisis desde los inicios de la psicoterapia como
disciplina. Para Argentina, el planteo de Fernández-Álvarez
es ajeno al imaginario social de un gran número de terapeutas
y usuarios de la psicoterapia. Cierta jactancia sostenida desde la
consistencia de una cultura humanista encierra una serie de
preconceptos a la hora de justificar los tratamientos prolongados con
el único argumento de que se trata de la única manera
en que los tratamientos podrían resultar profundos y
duraderos. No obstante, el supuesto de que la profundidad conlleva su
tiempo, no ha sido revisado ni estudiado, tampoco la duración
de los tratamientos ha sido considerada en relación a otros
factores como la democratización de la psicoterapia: el
derecho y la posibilidad de la población a recibir asistencia
psicológica, la administración de los recursos dada
dicha democratización, el frecuente error administrativo que
supone que el sistema de salud deba sostener los costos de terapias
prolongadas con el criterio de "la profundización"
como mandante, sin advertir diferentes variables que intervienen este
fenómeno complejo, etc. Mientras que las psicoterapias sin
especificación de tiempo se centran en una planificación
libre en relación a la evaluación de la problemática
del consultante, la definición del abordaje y la planificación
de los tratamientos de cara a la resolución de los problemas y
conflictos que motivan la consulta, las psicoterapias breves y
focalizadas consisten en la especificación de situaciones
relevantes por parte del consultante en el contexto de un factor
temporal generalmente finito y preestablecido (Fiorini, 2015). Esta
última diferencia es la que justifica que los sistemas
públicos y las empresas privadas de salud opten por la
implementación del segundo tipo de psicoterapias en detrimento
del primero que quedaría relegado a la consulta particular. En
el caso de las internaciones psiquiátricas, ya Leopold Bellak
decía en la década de 1990 que a la mayoría de
los hospitales estatales norteamericanos no se les permitía
mantener a los pacientes por más de dos semanas;
consecuentemente, la psicoterapia breve debía encontrar su
aplicación cuando el paciente y el terapeuta no podían
permitirse una terapia de mayor duración (Bellak, 1993).
Simultáneamente a este fenómeno, la influencia de la
medicina basada en la evidencia a nivel mundial impactó en
diferentes países de cara a la articulación entre la
propuesta de tratamientos breves y eficaces y la generación de
evidencia empírica.
Breve reseña sobre
la concepción de los tratamientos psicológicos en
Argentina
Durante el siglo XX se han difundido en Argentina los dispositivos
psicoterapéuticos denominados "profundos" porque
un tratamiento de este tipo promete una experiencia terapéutica
que permite acceder al fondo de los problemas. En Argentina, la
realización de tratamientos psicológicos que apuntan al
conocimiento de aspectos conscientes e inconscientes ha constituido
la tendencia hegemónica durante el siglo XX; este fenómeno
obedece a la poderosa influencia de un psicoanálisis
impregnado por una concepción fuertemente aristocrática.
Entre los psicoanalistas ha pesado mucho cierto pensamiento expresado
por Freud en relación al futuro del psicoanálisis:
"Es muy probable que
en la aplicación de nuestra terapia a las masas nos veamos
precisados a alear el oro puro del análisis con el cobre de la
sugestión directa, y quizás el influjo hipnótico
vuelva a hallar cabida, como ha ocurrido en el tratamiento de los
neuróticos de guerra. Pero cualquiera que sea la forma futura
de esta psicoterapia para el pueblo, y no importa qué
elementos la constituyan finalmente, no cabe ninguna duda de que sus
ingredientes más eficaces e importantes seguirán siendo
los que ella tome del psicoanálisis riguroso"
(Freud, 1918, p. 163).
Esta idea se ha cristalizado de modo tal que muy pocos psicoanalistas
han querido renunciar al "oro puro del psicoanálisis".
Consecuentemente la tarea de democratización del psicoanálisis
se convirtió en un modo de rebajar el status del mismo. Este
fenómeno llevó a que muchos psicoanalistas no
reconociesen la flexibilización en sus maneras de trabajo para
no ser considerados popularizadores del psicoanálisis. La idea
de que todos podemos llegar al fondo de nuestros problemas y
resolverlos resulta muy tentador; sin embargo, esta concepción
implica el siguiente supuesto: el paso del tiempo hará lo suyo
mientras se apuesta a un cambio que tarde o temprano llegará.
Esta cuestión presupone que las soluciones buscadas en los
tratamientos psicológicos deberían imponerse en el
trascurso de un trabajo sin prisa y sin pausa. Si bien esta
concepción no refleja estrictamente la propuesta del
psicoanálisis, no por eso dejó de instalarse entre
terapeutas y usuarios de la psicoterapia argentinos: los segundos
conseguirían lo deseado en cuestión de tiempo apelando
a cierta tolerancia que el análisis proveerá mientras
que los primeros se garantizarían clientela estable y
rentable. Esta manera de concebir el trabajo psicoterapéutico
ha sido duramente cuestionada por otros enfoques de la psicoterapia
(Keegan, 2008).
El hecho de que el psicoanálisis hubiera desembarcado en
Argentina a fines de la década de 1930 en una elite social no
ha sido un hecho ingenuo (García, 2005). Proveniente de un
círculo social con características similares al vienés,
esta tendencia impregnó al psicoanálisis argentino
ratificando la propuesta del "oro del psicoanálisis"
en detrimento del "cobre de la sugestión". De esta
manera, para que el psicoanálisis fuese eficaz debía
ser realizado muchas veces por semana pagando altos honorarios, tal
como sucedía en Europa (Freud, 1918). Este planteo
aristocrático decantó, lógicamente, en que sólo
podían psicoanalizarse quienes tenían dinero y/o
aquellos que aspiraban a convertirse en analistas. Por contrapartida,
el grueso de la población quedaba al margen del psicoanálisis,
sin posibilidad genuina de acceso a una psicoterapia.
Para marcar un contrapunto que ayude a dimensionar lo afirmado
podemos observar lo ocurrido en Estados Unidos. Desembarcado veinte
años antes que en nuestro país, la llegada del
psicoanálisis fue análoga en relación al entorno
social que lo recibió, las vicisitudes del mismo resultaron
muy diferentes. Los pioneros del psicoanálisis norteamericano
fueron exiliados europeos para la misma época en que llegaron
a la Argentina (Nos Llopis, 2009). Sin embargo, una concepción
diferente sobre el psicoanálisis y la psicoterapia hizo que la
implementación de los mismos siguiera derroteros diferentes.
En 1941, un año antes de la fundación de Asociación
Psicoanalítica Argentina (APA, fundada en Buenos Aires e
1942), el Instituto de Psicoanálisis de Chicago
organizó un congreso internacional sobre psicoterapia breve.
El mismo influyó fuertemente en el incremento de interés
y desarrollo esta metodología. Cinco años después
Alexander y French publicaron Psychoanalytic Therapy, texto en
el que se plantea la necesidad de abreviar el tratamiento analítico
y de efectuar terapias breves con una comprensión analítica
(Braier, 1984). En Argentina la década del cuarenta fue la de
la institucionalización del psicoanálisis mientras que
en la década de 1950 las ideas de Melanie Klein impregnaron la
APA.
Hubo que esperar hasta 1967 para que se organizara el Coloquio
Acta 1967: investigaciones sobre psicoterapia breve, hito
fundacional en Argentina que presentó un valor relativamente
similar al de 1941 en Estados Unidos. El primer trabajo sobre la
materia en cuestión en nuestro país fue en 1970,
Psicoterapia breve de Hernán Kesselman con prólogo
de José Bleger. El tránsito de las décadas de
1940 a 1970 transcurrió en cada país a su manera,
marcando tendencias y caminos diferentes en el modo de entender y
desarrollar el psicoanálisis. Sin embargo, los argumentos que
los psicoanalistas esgrimieron tanto en Estados Unidos como en
Argentina no distaban tanto en la justificación de implementar
psicoterapias breves. Un claro ejemplo es lo referido por Leonard
Small en 1971 y por Héctor Fiorini en 1973:
"La demanda suscita,
en efecto, el interés de los gobiernos por ampliar los
servicios de asistencia mental a la comunidad, la proliferación
de los programas de seguros de atención mediante pagos
mensuales por insistencia de empleados y empleadores, y los esfuerzos
manifiestos de la comunidad profesional para la creación de
métodos adecuados a las circunstancias. El suministro de
personal capacitado no alcanza –y probablemente no pueda
alcanzar- para satisfacer esta necesidad; una de las alternativas más
claras para la solución del problema consiste en abreviar
efectivamente el proceso terapéutico"
(Small, 1971, p. 29).
"Los métodos
tradicionales resultan insuficientes para satisfacer las necesidades
concretas"
(Fiorini, 1973, p. 21).
Si bien la recepción del psicoanálisis en los Estados
Unidos no fue muy diferente que en la Argentina, las diferencias en
los modos de entender y desarrollar el psicoanálisis, las
diferentes concepciones de la salud, en particular la administración
de sistemas de salud, y la idiosincrasia cultural, resultaron
factores que influyeron de manera decisiva en el modo en que la
psicoterapia breve se asentó en cada país. La
introducción y desarrollo de las terapias breves y focalizadas
en nuestro país se inició a partir de la década
de 1970. Hernán Kesselman (1970), Héctor Fiorini (1973)
Juan Carlos Kusnetzoff (1975) y Eduardo Braier (1984), publicaron
trabajos pioneros, sus propuestas fueron un intento de llevar la
psicoterapia hacia una democratización genuina: abreviando los
tiempos y focalizando los contenidos de tratamiento se lograría
obtener prontos efectos terapéuticos y se lograría
llegar a una población mayor de esta manera se podía
apuntar a una sociedad más sana en materia salud mental
(Fiorini, 1973). En un primer momento estos modelos no alcanzaron el
éxito pretendido, aquellas producciones pasaron inadvertidas o
fueron abiertamente rechazadas (Braier, 1984). Lo cierto es que esas
propuestas tenían en común el desarrollo del
psicoanálisis y de la psicoterapia en instituciones de salud
mental. Fiorini y Braier hacen explícita referencia al
dispositivo de terapias breves en hospitales públicos.
Es importante marcar que a diferencia de los enfoques sistémicos
y cognitivos que proponen terapias breves en lugar de terapias
prolongadas las terapias breves psicoanalíticas seguían
el criterio sanitario de democratización del psicoanálisis
y de la psicoterapia. Sin embargo cada escuela de psicoterapia
presenta su propio modelo de trabajo específico de acuerdo a
su marco referencial: el psicoanalítico, el sistémico,
el conductista, el gestáltico y el cognitivista, entre otros
(García Arzeno, 1997). Muchos psicoanalistas no consideraron
que se justificara la indicación de una terapia breve en
detrimento a una prolongada de acuerdo a criterios técnicos,
psicopatológicos o de eficacia psicoterapéutica. Los
enfoques sistémicos y cognitivos surgieron en Argentina como
enfoques alternativos al psicoanálisis y se destacaron desde
un principio por concebir el dispositivo de terapias breves como una
necesidad en la optimización del trabajo con el paciente. Los
terapeutas sistémicos y cognitivos comenzaron a nuclearse en
instituciones hacia la década de 1970, los mismos postulaban
que era posible implementar terapias más breves que las
psicoanalíticas con resultados similares. Muchas de estas
discusiones ya se habían iniciado en la primera mitad del
siglo XX pero el progresivo desarrollo de estos enfoques acentuó
las discusiones que separaban cada vez más a los
psicoanalistas de los sistémicos y cognitivistas.
Entre otros factores, las nombradas controversias convergieron en las
pretensiones por establecer de manera rigurosa la generación
de evidencia que explicara lo que realmente sucedía desde la
investigación. La investigación en psicoterapia fue
movimiento que relegó la disputatio de la eficacia por
los argumentos y comenzó a generar evidencia para mejorar la
calidad de la discusión. En la década de 1980, el
crecimiento de la psicología como disciplina impactó de
manera considerable en el incremento de inscripciones en la
universidad. Este hecho junto con la sanción de la ley 23.277
conocida como Ley del psicólogo, fueron dando lugar a un
número creciente de psicólogos clínicos. Los
mismos comenzaron reunirse en grupos de trabajo intentando prolongar
la vieja usanza de mantener la práctica de la psicoterapia
particular. La independencia de la tutela de la psiquiatría de
los psicólogos gracias a la ley 23.277 incrementó la
proliferación de terapeutas autónomos, permitiendo, y
también empujando, la llegada de estos a las obras sociales y
prepagas como efecto lógico de la búsqueda de trabajo.
El crecimiento se dio, no sólo en relación a la
cantidad de terapeutas que crecía exponencialmente, sino
también en la inclusión de la disciplina en los
diferentes ámbitos laborales: educativo, laboral, forense,
etc.
Pese a la gran cantidad de psicólogos que continuaron
matriculándose no se removieron viejos prejuicios encarnizados
en la comunidad psicoanalítica desde sus inicios. Mientras en
la República Argentina las obras sociales y prepagas eran las
únicas que comenzaban en la implementación de terapias
breves y focalizadas -por lógicas cuestiones administrativas y
económicas-, la jactancia de varios terapeutas argentinos
continuó desarrollándose sobre un circuito cerrado que
contempló muy poco intercambio con otras culturas de salud
mental, como la norteamericana y las europeas.
Los intercambios con otros medios se tuvieron en cuenta sólo
en tanto y en cuanto ratificaba la cultura psi Argentina. Un
claro ejemplo de esto ha sido, dentro del psicoanálisis, la
llegada del kleinismo y del lacanismo a nuestro medio. La llegada de
estos enfoques no contempló la posibilidad de implementar
terapias breves o focalizadas. Los desarrollos sobre psicoterapia
breve, originados en una institución que se hallaba en
estrecho contacto con los institutos norteamericanos (APA), no
lograron la popularidad del kleinismo y el lacanismo. Dentro del
psicoanálisis sólo una minoría de terapeutas se
dedicó a incorporar enfoques que contemplaban la modalidad
breve y focalizada, y esa implementación siempre se dio en
contextos institucionales que contemplaban la posibilidad de acceso a
sectores menos pudientes. Un claro ejemplo de esto puede advertirse
en el trabajo de Héctor Fiorini (1973), que estaba fuertemente
influido por un aparataje teórico conceptual propio de autores
norteamericanos.
La democratización quedaba en el sector público
mientras que la práctica privada tendía a trabajar con
tratamientos propiamente psicoanalíticos; es decir, terapias
prolongadas. Esta cuestión no debe sorprender si se tiene en
cuenta aquella frase de Freud sobre el "oro del psicoanálisis"
y "el cobre de la sugestión".
Aparición de
enfoques alternativos al psicoanálisis: conflictos y debates
Hasta aquí ha sido planteado el panorama que consideraron los
psicoanalistas en la posibilidad de implementar terapias breves. No
obstante, ha habido otras corrientes alternativas a las
psicoanalíticas que llegaron a nuestro medio provenientes de
otros lugares del mundo. En los Estados Unidos, ciertos enfoques como
los sistémicos y cognitivos, comenzaron a cuestionar tanto la
modalidad como los tiempos de los tratamientos psicológicos.
Para justificar esta posición se esgrimieron muchos
argumentos, unos más racionales, otros más pasionales.
Por ejemplo, entre las acusaciones más directas se dijo que
los tratamientos psicoanalíticos prolongados encubrían
ignorancia, cuando no mala fe, por parte de los terapeutas: la idea
que justificaba dicha imputación era que las terapias podían
y debían ser más cortas y tener el mismo impacto que
las prolongadas; si esto no sucedía era porque los
psicoanalistas no hacían nada por intentarlo (Haley, 1990). Si
bien las críticas rondaban estas temáticas en general,
cada enfoque hizo su apreciación peculiar.
Enfoques sistémicos. Las primeras terapias breves
sistémicas se instituyeron en Estados Unidos hacia 1967 con la
fundación del Centro de Terapia Breve dependiente del
M.R.I. (Mental Research Institute) de California. Richard
Fisch, John Weakland y Paul Watzlawick se abocaron a la tarea de
convertir la terapia breve en una modalidad de psicoterapia en sí
misma (Nardone y Watzlawick, 2003). Esta se basaba en dos ideas
centralanles: a) el terapeuta debe focalizarse en la interacción
presente de conductas observables; b) el terapeuta debe intervenir de
manera deliberada para alterar el sistema
vigente. Estos enfoques llegaron a la Argentina en la década
de 1970, por aquella época se abrieron escuelas con
profesionales argentinos formados en Estados Unidos. La Asociación
Sistémica de Buenos Aires (ASIBA), comenzó a difundir
sus trabajos por medio de la revista Sistemas Familiares en
1985 (Szprachman de Hubscher, 2003).
Regina Szprachman de Hubscher propuso la siguiente caracterización
de dichas terapias: a) tienen una duración preestablecida de
diez sesiones bajo el criterio de que este formato influye de manera
positiva tanto para el terapeuta como para el paciente; b) la idea
general que se tiene de los tratamientos psicológicos es que
son largos y esto desalienta a un gran número de consultantes;
c) La terapia breve focalizada en la resolución de un problema
dirige su atención a un problema específico y
determinado, atendiendo especialmente al circuito interaccional
sostenedor del problema, e interviniendo luego en forma deliberada
para lograr los cambios deseados; d) los que consultan, lo hacen por
problemas que quieren resolver; e) la primera tarea, fundamental para
el desarrollo del tratamiento es identificar y definir clara y
concretamente cuál es el problema que el cliente trae; f) la
hipótesis fundamental es que las soluciones intentadas por las
personas para resolver dichos problemas, con las responsables de que
los mismos persistan (Szprachman de Hubscher, 2003, p.16).
Se trata de una concepción pragmática sobre la
psicoterapia. En su afán de lograr resultados más
rápido, propusieron esta modalidad de trabajo sobre el
problema concreto, dejando de lado "aspectos profundos".
La concepción que primaba en este enfoque era la de suprimir
el síntoma cuanto antes, concepción compartida con la
psiquiatría. La propuesta era muy clara: trabajando, y
solucionando las problemáticas del aquí y ahora, el
paciente no tenía por qué continuar sosteniendo un
tratamiento costoso y prolongado. Por estos motivos la técnica
consistía en elegir un problema para trabajar en la terapia
breve y la metodología parte de la observación directa:
"...qué es
lo que pasa en los sistemas de interacción humana, cómo
persisten y cómo se los puede alterar más
efectivamente. Correspondientemente, nosotros evitamos las preguntas
"¿por qué?". Desde nuestro punto de vista,
esta pregunta no es relevante; enredarse con ella comúnmente
lleva a preocuparse por las causas subyacentes, "más
profundas", -"históricas, mentales, familiares"-
de los problemas de conductas y por el "insight" sobre
estas. Esto es, la cuestión del "por qué"
tiende a promover una concepción individualista, voluntarista
y racionalista de la conducta humana, antes que una focalizada sobre
sistemas de interacción e influencia. Más aún,
dado que las causas subyacentes son de por sí inferibles más
que observables, preocuparse por ellas distrae al terapeuta de una
atenta observación del problema actual y de qué
conducta puede estar perpetuándolo" (Szprachman de
Hubscher, 2003, p. 21).
Esta concepción de la psicoterapia enfrentó a
sistémicos y psicoanalistas; la aclaración de los
motivos por los que se prescindía del por qué fue
asumido como descalificación al psicoanálisis (Haley,
1990; Lankton, 1990; Lazarus y Fay, 1990). Los psicoanalistas
rápidamente replicaron que no se podía esperar
demasiado del cobre de la sugestión. Las acusaciones se
hicieron cruzadas: los sistémicos decían que los
psicoanalistas se garantizaban ingresos por un período
indefinido -pero claramente prolongado-, mientras podían darse
el lujo de dormitar en una ignorancia que preservaba sus intereses;
los psicoanalistas acusaban a los sistémicos, y también
a otros terapeutas de orientaciones a la psicoterapia breve, de
inconsistentes, proponiendo terapias light que aliviaban los
síntomas pero no solucionaban los problemas de base (Colovini,
2009; Gurevicz, 2009).
Los modelos sistémicos de terapia breve postulan una
metodología pragmática, mientras que los enfoques
psicoanalíticos consideran que el ajuste o modificación
de la técnica se justifica exclusivamente a necesidades
comunitarias, por la aspiración de lograr hacer llegar la
psicoterapia a una mayor cantidad de personas y fuera de ese objetivo
la modificación de la técnica no tendría
sentido. A su vez, los terapeutas sistémicos respondían
que las terapias breves se justificaban no sólo desde
cuestiones teóricas y técnicas, si no también
desde la perspectiva del paciente quien se quejaba de que hacer
terapia implicaba abocarse a una tarea de años, situación
altamente desmotivante. Además, los sistémicos
sostenían fuertemente la convicción de que la
existencia de terapias prolongadas presuponía ignorancia en el
manejo de la metodología de las terapias breves (Haley, 1990).
Por contrapartida, el grueso de los psicoanalistas siguió
adhiriendo a la premisa freudiana de que los recursos terapéuticos
de un tratamiento efectivo son los mismos en las terapias breves o
prolongadas.
Un enfoque basado en problemas actuales no justificaba un tratamiento
prolongado: la eliminación del problema psicológico
alivia y permite continuar con lo cotidiano. Los psicoanalistas
cuestionaban a los sistémicos por su proceder, pues quedaban
problemas que no podían ser resueltos por este método,
entrando en juego variables implicadas en la concepción
psicopatológica de cada enfoque, debate que abría la
puerta a un sinfín de asuntos teóricos y clínicos
de múltiples índoles. Esta divisoria de aguas responde
a supuestos teóricos, técnicos y epistemológicos,
pero sobre todas las cosas debe entenderse desde el contexto
sociocultural en que surge y se sostiene cada propuesta.
Enfoques cognitivos. El enfoque de psicoterapia cognitiva
surgió también en Estados Unidos a fines de la década
de 1950 y principios de 1960. Aaron Beck, un terapeuta formado en
psicoanálisis, insatisfecho los resultados que le rendía
su trabajo con técnica psicoanalítica se dedicó
a modificar su forma de trabajar y de concebir los problemas clínicos
de la psicoterapia. Él mismo definió su concepción
psicoterapéutica del siguiente modo: "La terapia
cognitiva es una psicoterapia estructurada, limitada en el tiempo,
orientada a la resolución de problemas, cuyo objetivo es
modificar el procesamiento de información defectuoso"
(Baringoltz, 2000, p. 20). La novedad en relación a las
terapias psicoanalíticas y sistémicas era la inclusión
de un supuesto teórico clave: el error cognitivo (Riso, 2009).
El modelo cognitivo de Beck presupone que los trastornos mentales son
producto de un proceso de información defectuoso, por lo
tanto, la corrección de estos errores cognitivos eliminaría
el trastorno. En principio, la terapia consistía en detectar
ciertos pensamientos automáticos del discurso del paciente, en
los que se detectaba la presencia de errores cognitivos. El trabajo
de la psicoterapia consistía en la detección de los
mismos y su corrección.
A pesar de las diferencias con el enfoque sistémico, este
enfoque era también pragmático, el hecho de que el
momento y el contexto cultural norteamericano en que surgió la
terapia cognitiva fuera el mismo que el de la psicoterapia sistémica,
hacía que el espíritu de ambos enfoques resultase muy
similar; por ende, las críticas al psicoanálisis fueron
similares. En relación a la duración de los
tratamientos psicológicos también proponían,
como los sistémicos, un acortamiento de los tiempos a raíz
del enfoque adoptado para el trabajo con los pacientes:
"La terapia cognitiva
adopta el marco del tiempo presente. Aunque la comprensión de
sucesos del pasado pueda ser históricamente relevante, el
tratamiento debe implicar la modificación del funcionamiento
cognitivo habitual" (Baringoltz, 2000, p. 21).
Como el trabajo está enfocado sobre el problema concreto, la
terapéutica consiste en suprimirlo para que el paciente pueda
retornar a su vida normal. De manera similar a los enfoques
sistémicos, este trabajo focalizado sobre cuestiones presentes
justificaba la brevedad de los tratamientos. En Argentina, la terapia
cognitiva, de modo similar a la terapia sistémica, llegó
a fines de la década de 1970 (Korman, Viotti y Garay, 2010). A
diferencia de esta, los cognitivistas argentinos estaban influidos
por una tendencia integracionista; esto quería decir que su
actitud frente al psicoanálisis no era polemizante sino más
bien conciliadora. De Estados Unidos trajeron la cultura de la
investigación empírica en psicoterapia, de allí
se importó la noción de que, "no es posible
establecer diferencias significativas de éxito entre
diferentes procedimientos terapéuticos para el tratamiento de
trastornos equivalentes" (Baringoltz, 2000). Esta afirmación
se convirtió en un principio de conciliación y diálogo
desde los terapeutas cognitivos e integrativos. En Argentina, algunos
psicoanalistas lo recibieron fríamente aunque se trató
de una minoría.
Más allá de la receptividad o no de esta sentencia, lo
más valioso radicó en la incorporación de la
investigación como una tendencia que permitiese juzgar los
resultados de los diferentes enfoques de una manera más
objetiva. En este sentido, se dejaron de lado los debates sobre
argumentos para apelar a la evidencia. Según Galasso (2010),
fue a fines de la década del ochenta que la terapia
cognitivo-conductual cobró mayores fuerzas en Argentina
mientras que ya venía creciendo de manera exponencial en
Europa y Estados Unidos. Pero fue a raíz de las posibilidades
de articulación entre la práctica y la investigación
clínica que erigió parte de su expansión y
crecimiento: "...la terapia cognitivo-conductual se
articula a la investigación científica reportando
indicadores altísimos de eficacia para la mayoría de
los trastornos" (Chambless y Hollon, 1998, p. 13). A partir de
la aparición del movimiento de la medicina basada en la
evidencia a mediados de la década de 1990, la psicoterapia
basada en la evidencia se apoyó en las metodologías de
psicoterapias breves cobrando un fuerte impulso tanto en Europa como
en Estados Unidos, y en mucho menor medida, en Argentina (Echeburua,
Salaberria, De Corral y Polo-López, 2010; Gupta, 2010;
Kopitowsky, 2010).
En lo relativo al desarrollo de modelos concretos y específicos
de psicoterapias breves y focalizadas, el caso argentino es diferente
al de otros países. Mientras que en el grueso de los países
la tendencia ha sido desarrollar modelos específicos de
intervención sobre la base de trastornos mentales, aunando la
planificación de servicios en salud mental con la
investigación, en Argentina la tendencia ha decantado más
en el establecimiento de métodos que se adecuaran al sistema
de salud sin precisarse especificidades en relación a métodos
que apunten a resultados concretos por cuadro psicopatológico
(Fiorini, 2015). Esta última afirmación puede
evidenciarse en un trabajo de Felipe Müller y María
Carolina Palavezzatti (2015) en el que se investiga la relación
entre orientación teórica y práctica clínica.
Dicha investigación consiste en un programa iniciado hace poco
menos de veinte años en el que intenta averiguar por las
escuelas que los psicólogos eligen como referencia de su
práctica. No obstante, el trabajo nada dice sobre metodologías
específicas o modelos de trabajo al margen de la distribución
de la adhesión a diferentes escuelas (Müller y
Palavezzatti, 2015).
Modelos de psicoterapias
breves. El rol de la investigación
Pese a que en Argentina las psicoterapias breves y focalizadas se han
implementado como una modalidad que ha respondido al sistema de APS,
existen muy pocos modelos de psicoterapias breves que hayan sido
validados. Mientras que en Estados Unidos y Europa la investigación
y validación de tratamientos es un hecho va cobrando cada vez
mayor vigor, en Argentina la investigación empírica en
psicoterapia no logra instalarse en la comunidad psi local de
la misma manera que en otros lugares del mundo, con excepción
de unos pocos casos como el de Héctor Fernández-Alvarez
en la Fundación Aiglé (1992, 2005, 2008, 2011), y las
investigaciones de Andrés Roussos (Juan, Etchebarne, Waizmann,
Leibovich de Duarte y Roussos, 2009; Roussos, Waizmann y Etchebarne,
2010; Juan, Etchebarne, Gómez Penedo y Roussos, 2010). En
relación a la implementación de sistemas de terapias
breves y focalizadas, contamos con los mencionados anteriormente de
Fiorini, Braier, Szprachman de Hubscher y Fernández-Alvarez;
los mismos constituyen propuestas con fundamento teórico y
metodológico. Por otra parte, diferentes empresas prestadoras
de servicios en salud mental han debido desarrollar esta modalidad de
trabajo a partir de la aparición del Programa Médico
Obligatorio de Emergencia (PMOE). No obstante, el criterio
sanitario indica en este decreto un número de treinta
prestaciones en salud mental anuales, a razón de no más
de cuatro por mes, cuestión que hace que muchas empresas se
ocupen más en garantizar la cobertura que en implementar
modelos de terapias breves y focalizadas. En este sentido, vale
rescatar las empresas prestadoras en salud mental que utilizan los
criterios de la APS para ofrecer un servicio acorde a las
posibilidades del PMOE.
Tratamientos psicológicos efectivos. En los siguientes
apartados haremos mención a modelos precisos de terapia breve
y focalizada, muchos de esos validados de acuerdo a estándares
de investigación científica. Echeburúa,
Salaberría, De Corral y Polo-López (2010), presentan un
listado de tratamientos psicológicos efectivos validados. El
listado por ellos presentados incluye cuatro tratamientos para los
trastornos de ansiedad, cuatro tratamientos para la depresión,
tres tratamientos para trastornos sexuales y de pareja, cuatro
modelos para trastornos adictivos, dos para trastornos psicóticos,
nueve tratamientos para trastornos mentales infantiles, y ocho
modelos para trastornos de la salud (Eçheburúa,
Salaberría, De Corral, Polo-López, 2010, pp. 249-251).
Estos autores se refieren a tratamientos psicológicos
validados sobre la base de la cultura de la medicina basada en la
evidencia. Los mismos comentan que el grueso de estos tratamientos
son de base cognitiva, destacándose las terapias
cognitivo-conductuales como tratamiento de elección y una
ausencia generalizada de terapias psicodinámicas. Más
recientemente se han desarrollado programas de diversa índole
dentro de los que se destacan el Programa de Apoyo Psicológico
en Infertilidad (PAPI) (Moreno-Rosset, Avila-Espada, De
Castro-Pita y Rodríguez-Muñoz, 2015), u otros que serán
desarrollados en el siguiente apartado en relación a
tratamientos de pacientes con trastornos mentales severos.
En Argentina no existen hasta el día de hoy desarrollos de
esta índole como en el exterior debido a que las políticas
sanitarias presentan una peculiaridad en la que la prioridad del
presupuesto se destina a acciones específicas pero sin una
planificación de trabajo e investigación de cara a la
protocolización de diversos tratamientos. Unos pocos modelos
en nuestro país con los desarrollados por Héctor
Fiorini, (1973, 2015), Eduardo Braier (1984), Héctor
Fernández-Alvarez (1992, 2005, 2008, 2011), Regina Szprachaman
de Hubscher (2003), Edith Vega (2011), Gabriel Genise (2014), este
último con un diseño de caso único. No obstante,
como se comentó anteriormente, dichos diseños distan de
consistir en modelos validados empíricamente.
Discusión y
conclusiones
En Argentina, pese a la proliferación de enfoques en
psicoterapia, la discusión sobre la brevedad o prolongación
de los tratamientos psicológicos no se ha modificado de manera
significativa en los últimos años. El surgimiento de
enfoques alternativos al psicoanálisis permitió abrir
la discusión sobre la justificación de este tipo de
dispositivo, yendo más allá del criterio sanitario como
razón jerárquica en la abreviación de los
tratamientos psicológicos. La ponderación de criterios
sanitarios, científicos y metodológicos, genera disenso
en el plano teórico pero no en el plano práctico.
Gracias al surgimiento de enfoques integrativos en psicoterapia se
han desarrollado nuevos movimientos tendientes al diálogo
conciliador, respetuoso y civilizado; esto posibilita hoy en día
una propuesta constructiva en vías de un diálogo
genuino en lugar la polémica estéril. En este sentido,
debemos reconocer que la pluralidad es saludable.
Habiendo pasado varios años de estas discusiones, podemos
pensar que lo verdaderamente cuestionado por los enfoques
no-psicoanalíticos, no era tanto la naturaleza del
psicoanálisis en sí, sino la falta de autocrítica
de muchos psicoanalistas en relación a ciertos aspectos de su
práctica: sus tiempos de trabajo y la falta de búsqueda
de eficacia en lapsos más cortos. Se les cuestionó por
qué estos no se preguntaban por aquellas cuestiones que
mantenían y sostenían un circuito funcional estable al
servicio de intereses particulares de ciertos sectores.
Si bien aún no se ha logrado la conciliación
pretendida, la actualidad de estos debates persiste hoy en un
contexto diferente. Debemos agradecer al desarrollo de la
investigación en psicoterapia (Keegan, 2008) y al crecimiento
de los enfoques tendientes a la confluencia en psicoterapia (Rocca,
2011), el hecho de haber desactivado varias polémicas
estériles, conduciéndolas a un diálogo
fructífero aunque no por ello menos dificultoso. Al margen de
los debates entre escuelas de psicoterapia, que hacen a la
justificación de la brevedad y prolongación de los
tratamientos psicológicos por criterios teóricos,
técnicos, epistemológicos o clínicos; la visión
sanitaria no ha dejado de jugar su rol decisivo en la permanencia de
esta propuesta. Si el debate sobre las necesidades sanitarias perdió
terreno a manos de las polémicas por la idoneidad profesional
para curar rápido, la democratización de la
psicoterapia continúa siendo para psicoanalistas y no
psicoanalistas el criterio esencial que justifica la implementación
de dispositivos psicoterapéuticos breves permitiendo el acceso
al mayor número posible de personas. Este fenómeno ha
polarizado las prácticas breves y prolongadas en los dos tipos
de prestación existente en toda comunidad: el ejercicio de la
psicoterapia en la práctica pública y la psicoterapia
practicada por actores privados. En este sentido, David Barlow ha
trabajado sobre la diferenciación entre lo que él ha
distinguido como tratamientos psicológicos y psicoterapias:
"...ha introducido
la distinción entre tratamientos psicológicos y
psicoterapias. Los primeros estarían destinados a la cura o
prevención de una patología específica; mientras
que las psicoterapias estarían enfocadas en la resolución
de problemas vitales, las relaciones interpersonales y el desarrollo
individual. En el primer caso el enfoque está centrado en el
síntoma y en el segundo en la personalidad. La distinción
se basa en el lugar que ocupan ambos enfoques respecto del sistema de
salud. Los tratamientos psicológicos se ajustan a los
requerimientos de un sistema de salud mientras que las psicoterapias
no necesariamente lo harían. Hay en este sentido una tendencia
a incluir los tratamientos psicológicos entre las prestaciones
obligatorias y dejar las psicoterapias en el campo de la práctica
privada" (Rocca, 2011, p. 7).
Sintetizando los puntos fundamentales que distinguen a los
tratamientos psicológicos de las psicoterapias, tal como los
concibe Barlow, podemos establecer el siguiente contrapunto: la
duración de los tratamientos psicológicos sería
breve, mientras que las psicoterapias serían más
prolongadas. El objetivo de los tratamientos psicológicos
apuntaría al alivio sintomático, mientras que las
psicoterapias al desarrollo personal. En los tratamientos
psicológicos se trabajará de manera focalizada,
mientras que las psicoterapias serán más amplias y
flexibles en relación a los contenidos de trabajo.
En relación a los resortes de cambio, en el tratamiento
psicológico hay un predominio de la técnica; en cambio,
en la psicoterapia predomina la relación entre el terapeuta y
el paciente (Rocca, 2011, p. 9). Si bien la divisoria resulta
evidente en relación a estas dos modalidades, la concepción
sobre los problemas psicológicos, trastornos mentales, etc.;
no varía, ya que la referencia sobre los modos de diagnosticar
obedecen a un mismo orden psicopatológico. Un mismo manual
diagnóstico puede ser utilizado para indicar un tipo de
tratamiento u otro. Las diferencias se hacen evidentes en relación
a la técnica de la psicoterapia, pero no necesariamente en
relación a la teoría. Otto Kernberg se ha manifestado
en relación a cómo desde una misma teoría
psicoanalítica se pueden justificar diferentes abordajes
teniendo en cuenta las características del pacientes, su
diagnóstico, el objetivo del tratamiento, motivo de consulta o
demanda y la indicación del tipo tratamiento más
conveniente por parte del psicoanalista (Kernberg, 2004).
En definitiva, pese a todas las polémicas, se puede concluir
que la opción de proponer una modalidad de psicoterapia breve
y focalizada no implica la perversión del método
psicoterapéutico, sino más bien una adecuación
del mismo para lograr una llegada mayor a una población
masiva; sea por razones netamente sanitarias o teóricas y
metodológicas. En este sentido, se debe diferenciar el
criterio argumentativo sobre la calidad de tal o cuál método
del criterio sanitario de llegar a la mayor población posible.
Si bien ambos criterios se pueden articular, deben definirse los
dominios de acción y los
planos de pertinencia en la consideración de estas
dimensiones: mientras se continúe estudiando, investigando y
trabajando sobre la mejor manera de articular nuestros esfuerzos en
una mejor calidad de implementación de los recursos en salud
mental, el resultado será el mayor beneficio colectivo. Estas
cuestiones deben ayudarnos a pensar con mayor claridad los modos de
llegada a la mayor cantidad de personas posible, cubriendo de la
mejor manera las necesidades en salud mental de la población,
independientemente del enfoque adoptado ya que: un buen enfoque, mal
implementado, resulta estéril. En este sentido, la
investigación empírica y las tendencias a la
confluencia en psicoterapia jugarán un rol vital para
articular saludablemente las propuestas de los diferentes enfoques
psi y su implementación en la comunidad.
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