La
importancia de la intervención temprana en salud mental
Durante
la niñez, y la adolescencia, aparecen y se consolidan patrones
de comportamiento que impactarán en la salud durante toda la
vida (Jessor y Jessor, 1977). Gran parte de los problemas de la vida
adulta comienzan en la infancia y en la adolescencia lo que indica la
necesidad de la intervención temprana. Pero así como
estas etapas de la vida presentan una situación de riesgo para
la consolidación de dificultades en la vida adulta, también
proporcionan una excelente oportunidad de desarrollar factores
protectores.
Según
González Menéndez, Fernández Hermida y Secades
Villa (2004) habría diversas razones por las cuales sería
importante realizar una intervención preventiva en menores.
Existe abundante evidencia (Hurrelmann, 1994; Kazdin, 1993; Kazdin et
al., 1997;Takanishi, 1993) acerca de la incidencia de diferentes
tipos y número de problemas que afectan a los niños y
adolescentes, con consecuencias individuales o familiares y a veces,
comunitarios. Entre ellos: las conductas adictivas, los problemas
académicos (abandono y fracaso escolar), los problemas
afectivos y emocionales, las conductas delictivas y agresivas y el
embarazo y las conductas sexuales de riesgo.
De
acuerdo a Kazdin (1993) se llama conducta de riesgo al conjunto de
actividades que aumentan la probabilidad de que se produzcan
consecuencias negativas para la personalidad, el desarrollo funcional
o la salud biopsicosocial. Estos comportamientos covarían
entre sí, están asociados con problemas de salud física
y psicológica durante la niñez/adolescencia y tienen
graves consecuencias en la edad adulta (Kazdin, 1993).
Hay
una serie de condiciones sociales que exponen a los niños y
adolescentes a experiencias muy negativas, al mismo tiempo que
ofrecen apoyos mínimos al desarrollo sano, aumentando la
probabilidad de llevar a caboconductas de riesgo. Esta combinación
de factores aumenta el riesgo en forma sinérgica
(Webster-Strattony Taylor, 2001), y a través de sus múltiples
dimensiones suman, moderan, o mediatizan sus influencias en el
desarrollo comportamental y socioemocional (González Menéndez,
et al. 2004).
Por
su parte, los factores protectores promueven un desarrollo adaptado
disminuyendo o contrabalanceando la influencia negativa de los
factores de riesgo. Estos factores protectores también
funcionan en forma sinérgica, de manera que podrían
reducir la probabilidad de ocurrencia de consecuencias negativas en
un grupo de alto riesgo, pero tendrían menor impacto en un
grupo de menor riesgo (González Menéndez, et al.,
2004).
Tanto
estos factores de riesgo como los protectores existen en diferentes
etapas de la vida, incluso en la etapa fetal y muchos de ellos son
modificables, por lo que deberían ser objeto de medidas de
prevención y promoción. Existe una alta comorbilidad
entre los trastornos mentales y sus interrelaciones con las
enfermedades físicas y problemas sociales, por lo que son
necesarias "…políticas de salud pública
integradas, dirigidas a conjuntos de problemas relacionados,
determinantes comunes, etapas tempranas en las trayectorias de
problemas múltiples y poblaciones en diferentes riesgos. La
prevención efectiva puede reducir el riesgo de desarrollar
trastornos mentales" (Hosman, Jané-Llopis y Saxena,
2004, p.14).
Se
ha encontrado evidencia de que los programas y políticas de
intervención mejoran la salud mental positiva y contribuyen a
una mejor salud física, reduciendo los factores de riesgo y
fortaleciendo los factores de protección, lo cual a su vez
disminuye los síntomas psiquiátricos y la discapacidad,
así como la aparición de algunos trastornos mentales.
En la realización de estos programas es de la mayor
importancia que demuestren evidencia científica de su
efectividad, tanto por razones éticas como para lograr el uso
óptimo de los recursos. Por lo tanto es imprescindible la
conformación de una base de evidencia que aporte información
incremental, que sea culturalmente sensitiva y que utilice una amplia
gama de métodos investigativos (Hosman, Jané-Llopis y
Saxena, 2004).
Se
entiende por salud mental positiva el considerar la salud mental como
un recurso y como un derecho humano básico. La promoción
de la salud mental positiva se logra aumentando el bienestar
psicológico, la capacidad y la fortaleza emocional, y creando
condiciones y entornos favorables a la vida.
Se
ha hallado sólida evidencia acerca de la relación entre
los factores de riesgo y de protección y el desarrollo de los
trastornos mentales (por ej., Coie et al., 1993; Ingram y Price,
2000). Tanto los factores de riesgo como los de protección
pueden ser de carácter individual, relacionados con la
familia, sociales, económicos y ambientales. Los principales
factores de riesgo socioeconómicos y ambientales para la salud
mental se relacionan con la pobreza, la guerra y la desigualdad. En
el caso de las personas pobres, a menudo viven sin las libertades
básicas de seguridad, acción y elección que las
personas que no están en esta situación ni se
cuestionan. Con frecuencia carecen de alimento, refugio, educación
y salud adecuada, privaciones que no les permiten llevar el tipo de
vida que todos valoramos (Banco Mundial, 2001). Las poblaciones que
viven en circunstancias socioeconómicas de pobreza están
en mayor riesgo de presentar problemas de salud mental, sufrir de
depresión y gozar de un bienestar subjetivo inferior (Patel y
Jané-Llopis, 2005).
Existen
muchos estudios que demuestra que los programas de intervención
temprana representan una poderosa estrategia de prevención. La
mayoría de los programas exitosos, están dirigidos a
poblaciones infantiles en riesgo, especialmente los niños que
provienen de familias de bajos ingresos y niveles educativos (Brown y
Sturgeon, 2005; Richaud, 2013).
Se
ha demostrado que los programas realizados en la escuela influyen
sobre la salud mental positiva y reducen los factores de riesgo y los
problemas emocionales y de conducta a través de un aprendizaje
socioemocional e intervenciones ecológicas (Domitrovich et
al., 2008; Richaud, 2013). Los resultados han indicado mejor
rendimiento académico, aumento de las habilidades
socioemocionales y cognitivas, así como reducciones en
problemas de internalización y externalización, tales
como síntomas depresivos, ansiedad, intimidación de
compañeros, uso de sustancias y conducta agresiva y delictiva.
Bases
neuropsicológicas para la intervención
Diversos
factores ambientales, más allá de la desnutrición,
pueden afectar los procesos del desarrollo cerebral, pero uno de los
más relevantes es el producido por el estrés
ambiental,
que impacta fuertemente la biología del cerebro,
principalmente a través de su influencia en el funcionamiento
hormonal del organismo, ya que produce la activación de la
glándula
suprarrenal
que secreta las hormonas esferoidales corticales, entre ellas, el
cortisol.
Por
lo tanto, el estrés provoca un aumento en los niveles de
cortisol en la sangre. Los niveles excesivamente altos y permanentes
de cortisol en el cerebro impiden el crecimiento neuronal y la
formación de sinapsis en el niño. De allí al
riesgo de déficit
cognitivo y socio-emocional
hay un solo paso (Larson,
Gunnar y Hertzgaard, 1991; Lewis
y Thomas, 1990).
La
capacidad para afrontar el estrés es controlada por un
conjunto de circuitos cerebrales y sistemas hormonales altamente
interrelacionados, que han sido especialmente diseñados para
responder adaptativamente a los desafíos del entorno.
Estos
sistemas son particularmente "plásticos" durante
los períodos fetal y de la primera infancia, por lo que el
estrés tóxico durante este temprano período
puede afectar el desarrollo de los circuitos cerebrales y sistemas
hormonales, de manera que se produzcan sistemas de respuesta pobres
para controlar el estrés. Estos pueden ser demasiado activos o
demasiado lentos para desconectarse cuando se enfrentan con amenazas
a lo largo de la vida (Caldji et al., 1998; Gunnar y Donzella, 2002).
La
nutrición inadecuada, el abuso de sustancias (particularmente
la exposición prenatal) y la exposición al plomo, que
han sido tradicionalmente tomadas como factores potencialmente
causales del desarrollo cerebral disminuido, hoy se consideran
incompletos. Hay gradientes en una gran variedad de medidas de salud
física, muchas de las cuales afectan el desarrollo
neurocognitivo de los niños en pobreza a través de una
variedad de mecanismos diferentes (Adler et al., 1994). Menor
estimulación cognitiva, dificultades de los padres para
conversar (Adams, 1998), diferentes expectativas y preocupaciones de
los padres, sin contar el estrés antes descrito. Turner y
Avison (2003) comprobaron a través de diferentes medidas que
la pobreza está asociada con quince de los sucesos vitales
más estresantes.
El
área cerebral más afectada por el cortisol es el
lóbulo temporal medial relacionado con la memoria, aunque se
ven impactados también los sistemas prefrontales relacionados
con la regulación de la respuesta al estrés (Meaney et
al. 1996). Esto resalta la importancia de la estimulación
cognitiva y la nutrición socio-emocional en el niño
(Farah, Noble yHurt, 2005). La primera influye en el desarrollo del
lenguaje mientras que la segunda afecta sólo el desarrollo de
la memoria. Los niños de hogares proveedores de afecto y
sostén tienen un hipocampo más grande, la porción
del cerebro asociado a la formación y recuperación de
recuerdos.
El
desarrollo emocional se construye en la arquitectura cerebral de los
niños pequeños en respuesta a sus experiencias
individuales y de acuerdo a las influencias de los ambientes en que
ellos viven. De hecho, la emoción es un aspecto del
funcionamiento humano con una base biológica, que está
conectado a diferentes regiones del sistema nervioso central (Dawson
y Fischer, 1994; Gunnar y Davis, 2003; LeDoux, 2000; Panksepp, 1998,
2000).
A
través de los años de la niñez temprana, los
niños desarrollan capacidades crecientes para usar el
lenguaje, para comunicar cómo se sienten, para pedir ayuda
sin someterse y para inhibir la expresión de las emociones que
son inapropiadas en una situación particular. Cuando no se
sabe manejar los sentimientos, el pensamiento puede dañarse.
Estudios científicos han mostrado cómo el desarrollo
interrelacionado de emoción y cognición depende de la
emergencia, maduración e interconexión de circuitos
neurales complejos en múltiples áreas del cerebro,
incluyendo el córtex prefrontal, la corteza límbica, la
amígdala, el hipotálamo y el tronco cerebral (Davidson,
et al., 2002).
Los
circuitos que están involucrados en la regulación de la
emoción son altamente interactivos con los que están
asociados a las funciones ejecutivas (tales como planificación,
juicio y toma de decisiones), que están íntimamente
involucradas en el desarrollo de las habilidades para la resolución
de problemas durante los años del preescolar (Posner y
Rothbart, 2000). En términos del funcionamiento básico
del cerebro, las emociones sostienen a las funciones ejecutivas
cuando están bien reguladas, pero interfieren con la atención
y la toma de decisiones cuando están controladas pobremente
(Bush, Luu y Posner, 2000; Damasio, 1999; Davis, 1992; LeDoux, 1996;
Shonkoff y Phillips, 2000).
Los
niños pequeños que crecen en hogares perturbados por
problemas de salud mental de los padres, abuso de sustancia o
violencia familiar enfrentan amenazas significativas para su propio
desarrollo emocional. De hecho, la experiencia de maltrato crónico,
extremo e incontrolable produce cambios mesurables en el cerebro
inmaduro (De Bellis et al., 1999; Glaser, 2000).
Para
aprender e incorporar nueva información, ya sea en una clase
en la escuela como en una experiencia social nueva, el cerebro del
niño debe estar en un estado de "calma atenta",
estado que un niño traumatizado raramente alcanza. Es
habitual para los maestros que trabajan con este tipo de niños,
observar que son realmente inteligentes pero que no aprenden
fácilmente; con frecuencia este fenómeno se diagnostica
como dificultades de aprendizaje (Perry, 1996).
Las
malas experiencias de los niños dañan el desarrollo
pero existe la posibilidad de mejorarlo.
Los
resultados demuestran que es positivo desarrollar programas de
intervención y prevención porque claramente una buena
parte de la acción de los mismos es experiencial. Esto acentúa
el hecho de que los fenómenos observados en los niños
en vulnerabilidad social son el resultado de ambientes adversos
(Farah et al., 2006).
Por
otra parte, el desarrollo cerebral no es lineal; existen períodos
críticos o ventanas de oportunidad, de
mayor plasticidad neuronal en determinadas áreas cerebrales,
en los cuales se adquieren con mayor facilidad los distintos tipos de
conocimientos y habilidades.
Con
pocas excepciones, las ventanas de oportunidad en el cerebro humano
no se cierran tan abruptamente. La ventana más grande para el
crecimiento del cerebro, confirmada por los neurocientíficos,
se cierra alrededor de los 10 años, cuando el balance entre la
creación de sinapsis y su atrofio cambia abruptamente.
Estas
ventanas pueden ser utilizadas para tratar de contrarrestar o atenuar
los efectos del estrés ambiental, por medio de acciones
dirigidas a operar sobre las delicadas relaciones que entraman los
elementos que configuran el desarrollo del niño.
Un
programa de intervención para niños entre 4 y 12 años
en vulnerabilidad social
Dado
que los factores de riesgo asociados a la vulnerabilidad social
influyen en la maduración cerebral, expresada en el desarrollo
de los procesos socio-emocionales y cognitivos en los niños,
hemos desarrollado un programa para fortalecer, a través de
intervenciones sistemáticas y continuas, los recursos
psicológicos necesarios para un crecimiento adecuado. Existe
evidencia de que los programas de intervención externos,
esporádicos y discontinuos producen resultados que se pierden
con el tiempo (Brooks-Gunn, Berlin y Fuligni, 2000). Como tal, estos
programas deben ser intensivos, asegurando que la intervención
tenga lugar todos los días durante el período de tiempo
y duración más largos posible, y que comience tan
pronto como sea posible en el proceso de desarrollo del niño.
Aunque
quizás lo más recomendable en términos de
impacto sería trabajar con los padres y los niños en el
contexto familiar desde los primeros días de vida, sería
muy difícil, si no imposible, ingresar al entorno familiar
para intervenir de manera intensiva. Al mismo tiempo, sería
casi imposible cubrir los costos que ese trabajo implicaría.
Sin embargo, creemos que las intervenciones deben ser incorporadas al
entorno natural del niño formado por la familia y luego
también por la escuela.
Con
este fin, y dado que en Argentina existen tasas relativamente altas
de asistencia a la escuela primaria y secundaria, parece más
apropiado y menos intrusivo que este tipo de intervención
tenga lugar en el entorno escolar, donde, además, la
capacitación efectiva de los maestros permitiría que un
gran número de niños participen en intervenciones
durante varios años (Richaud, Sacchi y Moreno, 2004).
Comenzando
con las premisas de que: a) los niños que crecen y se
desarrollan en entornos de riesgo generalmente muestran
particularidades en su maduración cognitiva e importantes
necesidades sociales y emocionales, y b) los docentes que trabajan
con niños en riesgo de desarrollar vulnerabilidad social
debido a la pobreza, necesitan conocimiento, y las estrategias
pedagógicas, psicológicas y metodológicas
apropiadas para promover eficazmente la resiliencia, necesitan una
capacitación especial. Los programas con los siguientes
objetivos son, por lo tanto, necesarios: 1. Brindar capacitación
general a docentes, personal y administración escolar sobre el
marco teórico y la metodología de la intervención
propuesta; 2. Ofrecer capacitación especializada y continua en
las escuelas que participan en la intervención, desarrollando
con los maestros estrategias concretas para lograr objetivos
específicos de fortalecimiento de recursos dentro de las
actividades escolares, tanto los planeados con anticipación
como los que surgen de manera incidental; 3. Desarrollar estrategias
de modelado y realizar observaciones de la implementación de
las actividades por parte del docente (Oros, Menghi, Richaud y
Ghiglione, 2015)
Dado
que las intervenciones de resiliencia son un proceso integrador, es
necesario trabajar en diferentes entornos: familia, escuela y
vecindario, para lo cual trabajar con los padres es esencial para
fortalecer los pilares de la resiliencia en el hogar. Sin este
enfoque, los resultados logrados en las escuelas se reducirían
o se perderían cuando los niños regresaran a casa. Un
factor crítico para fomentar la resiliencia en los niños
es que los padres / cuidadores sean cálidos, ofrezcan
estabilidad y tengan la capacidad de establecer límites y ser
consistentes en su cuidado (Masten y Coatsworth, 1998). Los niños
se benefician de la rutina y del sentido del orden en sus vidas.
Desde esta base segura se les proporcionarán oportunidades y
estímulos activos para explorar y tener confianza en el mundo
de los adultos (Stein, 2005).
Para
ello, se deben realizar talleres grupales participativos, con el fin
de intentar fortalecer y desarrollar competencias para enfrentar
problemas vinculados al rol de los padres, entregando nueva
información, retroalimentación de pares (otros padres),
asignando tareas y modelando conductas apropiadas. (Gentile, Mesurado
y Vignale, 2007; Oros y Vargas Rubilar, 2012; Vargas Rubilar y Lemos,
2011; Vargas Rubilar, Lemos y Richaud, 2017).Más allá
del trabajo en las escuelas, la intervención debe dar la mayor
importancia al trabajo realizado en conjunto con los centros de salud
y las agencias de protección infantil, para atender
simultáneamente las necesidades de salud mental y física
de los niños. También debería tenerse en cuenta
el problema de la malnutrición, solicitando y obteniendo las
intervenciones nutricionales necesarias basadas en los niveles de
medición de la malnutrición. Esto significa que las
intervenciones con niños socialmente vulnerables deben ser
integrales, abarcando aspectos físicos, psicológicos y
sociales (Richaud, Sacchi y Moreno, 2004).
Diagnóstico
antes de la intervención
Es
importante comenzar con un diagnóstico específico de la
situación, dado que cada grupo de niños tiene
peculiaridades según su lugar de origen, características
familiares, tipo de escuela a la que asisten, si reciben asistencia
social del gobierno o entidades privadas, así como muchos
otros factores étnicos y culturales. Con el objetivo de
ajustar la intervención de manera adecuada a las
características de cada grupo, no solo se deben evaluar las
capacidades cognitivas, sino también la madurez emocional y
social. Para este propósito, se desarrollaron y adaptaron
pruebas para evaluar las capacidades emocionales (apego, calidad de
las relaciones con padres o cuidadores, emociones positivas y
negativas), funcionamiento ejecutivo (control de impulsos, atención,
planificación), habilidades sociales, personalidad,
afrontamiento y capacidades lingüísticas (Ghiglione y
Richaud, 2009; Lemos yRichaud, 2010; Richaud, 2002, 2006, 2007a).
Desarrollo
del programa de intervención
Con
base en el diagnóstico, se determinan cuáles de los
siguientes procesos psicológicos deben ser fortalecidos, entre
otros: habilidades sociales, apego, funcionamiento ejecutivo (control
de impulsos, establecimiento de normas, acción de
planificación, instrucciones de comprensión, atención),
estilo de atribución positivo y emociones positivas,
incorporándolos en el currículo escolar para que los
recursos se fortalezcan continuamente mientras los niños hacen
lectura, escritura, ejercicios de comprensión matemática,
etc. Estas actividades deben llevarse a cabo involucrando procesos
emocionales, tendientes a asegurar que los niños logren un
apego seguro y confianza en otros, un estilo de atribución que
asegure sentimientos de control y competencia social, así como
la capacidad de relacionarse adecuadamente con compañeros y
adultos (Ghiglione, Arán, Manucci yApaz, 2011; Musso, 2010;
Richaud, 2010).
Debido
a los altos niveles de impulsividad y los bajos niveles de control
inhibitorio, planificación y reflexividad, entre las
actividades llevadas a cabo para fortalecer los recursos cognitivos,
es necesario desarrollar estrategias para aumentar la capacidad de
reflexión y planificación, proponer reglas simples y
explícitas, modelar y enseñar estrategias reflexivas
(Arán Filippetti y Richaud, 2009, 2010, 2011a, 2011b, 2016,
2018; Richaud y Arán Filippetti, 2015).
Debido
a que las emociones positivas serían útiles para
construir recursos personales importantes, como la capacidad de
recuperación frente a circunstancias negativas (Tugade y
Fredrikson, 2006), se incluyeron estrategias tendientes a aumentar
las emociones positivas, como el refuerzo positivo, la relajación
mental y muscular, análisis de costo-beneficio, narración,
búsqueda de soluciones alternativas, técnicas
autorreferenciales, música, dibujo y juegos planeados (Oros y
Richaud, 2011; Oros, Richaud y Manucci, 2011, 2017).
Para
desarrollar habilidades sociales, se debe trabajar con los niños
siguiendo la progresión esperada según la edad,
comenzando con las normas sociales, seguido de acciones asertivas
fortalecidas, para finalmente dedicarse a la resolución de
conflictos interpersonales a través de la negociación
social (Iglesia y López, 2009; Iglesia, López y
Richaud, 2013; López, Iglesia y Richaud, 2013). La empatía
y la prosocialidad también deben ser estimuladas (Lemos, 2009;
Lemos y Richaud, 2014).
Resultados
del programa
En
primer lugar, se han establecido importantes efectos del programa de
intervención con niños durante aproximadamente 8 años
(niños de 4 a 12 años) sobre diferentes recursos
abordados (Richaud,
2007c, 2010; 2016):
emociones positivas (Oros, 2008, 2009, Oros, Richaud y Manucci,
2017), control inhibitorio, planificación (Arán
Filipetti y Richaud, 2011b, 2012), habilidades sociales (Musso, López
e Iglesia, 2007; Iglesia y López, 2009), prosocialidad
(Lemos, 2009;
2010; 2011; Lemos y Richaud de Minzi, 2014)
y afrontamiento (Richaud, 2007b, 2007c, 2010, 2011, 2012b; Richaud y
Lemos, 2008).
Un
hallazgo importante de los resultados de las actividades de
intervención es que la interrupción de las
intervenciones generalmente produce retrocesos en los logros
(Richaud, 2007c, 2012a).
Finalmente,
hemos observado la importancia de la edad a la que se inicia la
intervención, mostrando que cuanto antes comienza la
intervención, mejores son los resultados (Richaud, 2012b).
Resumiendo,
las intervenciones que refuerzan los recursos de los niños
socialmente vulnerables tendrían un efecto importante cuando
los niños se enfrentan a problemas y dificultades amenazantes.
Pero para que los efectos de la intervención sobre los
recursos se mantengan o mejoren, la intervención debe ser
intensa y continuarse a lo largo del tiempo. La edad del niño
cuando comienza la intervención también es un factor
importante ya que se ha determinado que cuanto antes comience la
intervención, mejores serán los resultados obtenidos
(Richaud, 2013).
Un
recorte de la intervención general: El fortalecimiento de la
experiencia emocional positiva
Debido
a su importancia para el desenvolvimiento saludable, desde hace
algunas décadas se viene incentivando la implementación
y evaluación de programas para fortalecer las emociones
positivas en diferentes etapas de la vida, con especial énfasis
en la niñez.
Aunque
el incremento de las emociones positivas está de algún
modo limitado por factores hereditarios, la ejecución de los
programas de intervención se sustenta en la premisa de que,
mediante la implementación sistemática de estrategias
adecuadas, es posible cultivar y fortalecer las emociones positivas
hasta el potencial máximo que cada individuo posee
(Fredrickson, 2000;Lyubomirsky, 2007; Watson, 2005). De esta manera,
todos los niños tienen la posibilidad de mejorar su
experiencia afectiva e incrementar su bienestar.
Durante
la niñez, el hogar y la escuela emergen como los principales
entornos de cuidado, contención y aprendizaje. Por ello, las
características de ambos ambientes y las experiencias que en
ellos se viven pueden ser utilizadas como un vehículo ideal
para la promoción de la salud emocional y la prevención
del malestar desde edades tempranas.
En
comparación con las intervenciones para el desarrollo de
habilidades cognitivas, que en general requieren la actuación
de profesionales calificados para el entrenamiento progresivo de
diferentes capacidades ejecutivas, la estimulación afectiva
puede requerir de una menor formación técnica por parte
de los adultos intervinientes. Padres y maestros sin formación
especializada en desarrollo psicológico pueden, con la
asistencia y el apoyo adecuado, no sólo ejecutar sino también
proponer y diseñar acciones originales para promover la
experiencia de emociones positivas en los niños. Esto es así,
porque el fortalecimiento de la experiencia emocional positiva no
sólo depende de la puesta en práctica de ejercicios y
actividades de estimulación, sino también y
fundamentalmente, del tipo de vínculo que el niño
desarrolla con sus figuras significativas.
En
vista de lo señalado, cobran gran importancia los programas de
apoyo a la familia entendiendo
por tales a aquellos que proporcionan sostén emocional,
instrumental e informacional, con el objetivo de promover el
desarrollo humano, fortalecer los recursos psicosociales de los
adultos en su rol de padres o cuidadores y prevenir problemas
infantiles (Gómez, Muñoz y Haz, 2008). Estos programas
cobran relevancia principalmente para aquellas familias que necesitan
de mayor apoyo en su tarea de crianza, como son, entre otras, las que
viven en contextos socialmente vulnerables (Vargas, 2015).
Por
otra parte, también es importante prestar atención al
papel que desempeñan otros recursos sociales fuera del núcleo
familiar, como es el caso de los maestros (Gómez, Muñoz
y Haz, 2007, Walsh, 2004). Por esta razón la integración
escuela-familia se vuelve una pieza clave para conseguir una
educación efectiva. Los padres y los maestros pueden formar un
fuerte equipo para la nutrición emocional de los niños
y para apoyarlos en el progreso de sus conocimientos y destrezas.
Además
de fortalecer los vínculos y generar ambientes emocionalmente
nutricios, los padres y maestros pueden diseñar e implementar
sistemáticamente estrategias puntuales de carácter
lúdico-didácticas para fomentar la experiencia
emocional positiva de los menores. Estas estrategias deberían
estar orientadas a conseguir que los niños:
1.
Reconozcan y discriminen las emociones propias y ajenas,
2.
Incrementen la frecuencia del humor y las situaciones de disfrute,
3.
Utilicen la re-significación para puntualizar lo positivo
dentro de situaciones desagradables,
4.
Reconozcan, valoren y agradezcan los favores ajenos y los beneficios
circunstanciales,
5.
Se ejerciten en el reconocimiento de sus logros y cualidades
positivas,
6.
Simpaticen con las emociones de los demás y desarrollen
interés por sus necesidades,
7.
Apliquen estrategias para reducir la tensión y el nerviosismo
de una forma funcional y socialmente aceptada.
Algunos
dispositivos para estimular las emociones positivas en la infancia
{ver nota de autor 1}
El
juego planificado
"El
tablero de las emociones" (Oros, Manucci y Richaud de Minzi,
2011) es un ejemplo de juego planificado para promover la simpatía.
Ésta comprende la dimensión afectiva de la empatía
e implica la capacidad de sintonizar con el estado emocional de otro,
al mismo tiempo que involucra sentimientos de interés y deseos
de que ese otro se sienta bien. En este juego pueden participar desde
dos jugadores hasta cuatro grupos de aproximadamente cuatro niños
cada uno y existen variantes para las distintas etapas de
escolarización (nivel inicial, primero, segundo y tercer
grado).
Se
trata de un juego de mesa en el que los participantes deben avanzar
por las casillas de un tablero, por turnos y mediante la utilización
de un dado hasta llegar a la meta. A medida que los niños se
adelantan en el recorrido, el juego plantea diferentes
acontecimientos hipotéticos, comúnmente vinculados a la
etapa escolar (ej. "A Mariana se le aflojó un diente";
"Juan fue abanderado", etc.), capaces de suscitar
emociones específicas (miedo, sorpresa, vergüenza,
alegría, orgullo, etc.) que los niños deben identificar
y asociar con la expresión facial que le corresponde,
descartando las que no aplican. Esta práctica ejercita el
reconocimiento del estado emocional del otro a partir de diferentes
indicadores situacionales (ya que se plantea el contexto en el que
surge la emoción) y gestuales (ya que se ofrece soporte visual
de diferentes expresiones faciales de niños y niñas).
El
juego también permite ejercitar la identificación de
respuestas afectivas apropiadas frente al éxito o al
infortunio ajeno. Los niños suman puntos cuando escogen, de
entre doce posibles opciones, aquellas respuestas sociales que
desencadenan resultados positivos y reflejan interés,
proximidad y deseos de que el otro se sienta bien. Entre las posibles
opciones se incluyen reacciones orientadas por motivos egoístas
(ej. "lo/la dejo solo/a porque hoy no tengo tiempo para estar
con él/ella"), actitudes de desprecio ("Que se
jorobe, algo habrá hecho") o respuestas simpáticas
(ej. "me quedo con él/ella hasta que se sienta mejor").
A través de este juego no sólo se estimulan emociones
positivas, como la simpatía, sino también
comportamientos prosociales, como el altruismo, y valores, tales como
la solidaridad y la responsabilidad social.
El
registro diario
Se
ha demostrado que el registro diario es una excelente herramienta
para promover la gratitud en diferentes grupos de edad (Fredrickson,
2009). Por ello se propone la elaboración de una libreta de
agradecimiento en la cual los niños deben registrar
diariamente o periódicamente, situaciones por las cuales se
han sentido agradecidos.
Estudios
previos en los que se ha comprobado experimentalmente la utilidad de
esta técnica han concluido que llevar un registro de las
circunstancias cotidianas por las cuales los participantes sienten
gratitud influye positivamente sobre su bienestar y disminuye la
probabilidad de experimentar síntomas físicos
desagradables (Emmons y Shelton, 2007).
La
misma técnica se puede utilizar para registrar los momentos
más felices del día o de la semana. En este caso,
sugerimos solicitar a los niños que indiquen con la mayor
precisión posible: (a) una situación placentera de la
que hayan participado durante ese día; (b) cuán alegres
o felices se sintieron en esa ocasión; (c) qué hicieron
ellos para disfrutar de ese momento y (d) qué podrían
hacer para provocar nuevamente ese acontecimiento o uno similar. Para
la identificación del punto (b) proponemos utilizar la escala
de expresiones faciales (Oros, 2005), ya que Friedberg y McClure
(2005) advierten que a algunos niños les cuesta especificar
con qué intensidad experimentan una determinada emoción
si no tienen un soporte visual.
Esta
actividad de dirigir la atención a las situaciones placenteras
en el momento en que ocurren, está ligada a dos procesos
fundamentales para la psicología positiva: el savoring
y el mindfulness,
a través de los cuales se busca atender, hacer consciente y
prestar atención plena a las experiencias placenteras, estados
emocionales y sensaciones corporales que surgen frente a eventos que
han generado satisfacción (Castro Solano, 2010). Agudizar la
percepción de los estímulos y estados placenteros,
ayuda a configurar una especie de arsenal o depósito donde
pueden conservarse experiencias positivas pasadas a las que se puede
llegar mediante el recuerdo cuando se necesita aumentar la
emocionalidad positiva en el presente (Fredrickson, 2009).
El
cuento
En
el contexto de una intervención en emociones positivas, puede
resultar conveniente el cuento "Una historia con dos finales"
(Oros y Richaud de Minzi, 2011). Se trata de dos versiones de un
mismo relato para fomentar la serenidad y la autorregulación
emocional. La primera versión narra la experiencia de un niño
que es agredido por un compañero durante el recreo, ante lo
cual reacciona de manera impulsiva y violenta. Los incidentes que se
desencadenan a partir de esta respuesta terminan cerrando el relato
con un final desagradable.
La
segunda versión mantiene inalterables los primeros episodios,
incluido el del agravio, pero marca una diferencia radical en el nudo
del relato. La respuesta impulsiva del personaje principal es
reemplazada por la aplicación de una serie de técnicas
de relajación, de control del impulso y de manejo
interpersonal. La sucesión de los siguientes hechos pone en
evidencia los beneficios que se obtienen al experimentar el descenso
de la tensión y al exhibir una respuesta socialmente más
apropiada. A partir de este relato, se discuten los costos y
beneficios de las acciones de los personajes, se estudian otras
opciones alternativas, y se indican tareas para la casa.
Existen
otros cuentos que se han desarrollado específicamente para la
promoción de emociones positivas en niños argentinos
(Oros y Esparcia, 2010); entre ellos se destacan: (a) "Simpatiquísimo
en acción", que promueve la simpatía y la
serenidad; (b) "Todos por la oruga", que promueve la
simpatía y la alegría; (c) "El país de
color verde", que estimula la satisfacción personal, la
gratitud y la simpatía; (d) "Lucilén la
luciérnaga", que fomenta la satisfacción
personal; (e) "Un minuto para respirar", que promueve la
serenidad; (f) "El vaso que quería brillar", que
estimula la satisfacción personal, y (g) "La palabra
perdida", que promueve la gratitud. Todos estos relatos
incluyen preguntas de reflexión y sugerencias prácticas
para aplicar en la vida cotidiana.
Los
cuentos tradicionales, como el de "Caperucita Roja", "La
Cenicienta" o "El patito feo", también
constituyen un preciado material para el trabajo de las emociones.
Específicamente, se recomienda reflexionar sobre los estados
emocionales de los personajes, las posibles causas de estos afectos,
las ventajas y desventajas de las distintas actitudes y reacciones
asociadas, y la similitud o diferencia de estas emociones, actitudes
y conductas con las que experimentan habitualmente los niños
(Friedberg y McClure, 2005).
Resultados
Luego
de un año de intervención en niños y niñas
del nivel preescolar y primario se produjo un enriquecimiento
significativo de la alegría, la satisfacción personal,
la simpatía, la gratitud y la serenidad de los niños,
confirmándose la idea de que es posible cultivar y potenciar
los recursos emocionales desde la infancia, incluso en medios dealta
vulnerabilidad social, mediante la implementación sistemática
de estrategias adecuadas.
Estos
resultados fueron respaldados por el testimonio de los docentes y
directivos quienes informaron que los niños incluidos en la
intervención mostraron: (a) mayor respeto por los demás,
(b) mayor cooperación, (c) mayor valoración personal,
(d) mayor facilidad para percibir sus logros y habilidades, (e) mayor
seguridad en sí mismos, (f) mayor autocontrol y (g) mayor
capacidad de reírse y disfrutar.
También
los padres de estos niños realizaron, en el marco de los
talleres para padres del programa general, comentarios positivos
acerca de cómo sus hijos aplicaban e incluso transmitían
a los adultos estrategias para relajarse y manejar adecuadamente
situaciones de estrés, se mostraban más disponibles a
ayudar en las tareas de la casa, compartían de mejor modo sus
juguetes y otras pertenencias con sus hermanos y mejoraban en el
trato interpersonal.
Los
cambios también se evidenciaron en los docentes que
participaron de la intervención, quienes relataron libremente
y de forma anónima, su opinión sobre la experiencia
desarrollada. Dos maestras de nivel inicial y dos de nivel primario,
con experiencia laboral previa en el mismo cargo y en la misma
institución, escribieron textualmente los siguientes extractos
(Oros, Manucci y Richaud de Minzi, 2011):
"Le
perdí el miedo a expresar mis propias emociones frente a los
alumnos y también a que ellos me expresen las suyas".
"…en
cuanto a la relación con los niños, me siento más
preparada para guiarlos y, sobre todo, para comprenderlos y poder
apoyarlos ayudándolos a superarse y valorarse".
"…encontré
otra manera de ver mi tarea docente, de tener en claro para qué
y qué esperaba de mis alumnos, respetar sus tiempos, aceptar
sus limitaciones, relacionarme desde el lugar del afecto, reconocer
sus logros, incentivar a la superación personal y grupal".
"Aprendí
a disfrutar más de los procesos de aprendizaje de los niños…a
reforzar los aspectos positivos de mis alumnos".
Estos
resultados ponen de manifiesto que no sólo es posible sino
también necesario desde el punto de vista de la prevención
y la promoción de la salud, cultivar la experiencia emocional
positiva durante la niñez. Además, trabajando desde un
enfoque ecológico que incluya a los padres y maestros, los
resultados favorables pueden extenderse en el tiempo y multiplicarse
a otros niños y adultos dentro de sus círculos de
influencia, generando impactos a largo plazo difíciles de
estimar. La pobreza marca la vida de los niños en múltiples
sentidos, pero las intervenciones tempranas para fortalecer los
recursos resilientes, cuando son sostenidas y rigurosas, pueden
cambiar notablemente el curso de los resultados y potenciar el
bienestar y la salud de los niños y sus entornos.
Notas
de autor
1.
La transcripción de estos dispositivos fue extraída de
Oros (2011).
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