La
salud mental en clave de cuidados
Las
condiciones de fragilidad corporal, emocional, vincular y de
ciudadanía en las que se despliega la vida cotidiana de
quienes se encuentran en situación de calle, dan lugar a la
emergencia de narrativas sobre malestares y padecimientos en clave de
un amplio espectro de daños sociales, psíquicos y
corporales que los afecta, tales como estigmatización,
criminalización y segregación, enfermedades físicas
y padecimientos de salud mental tanto en niños, adolescentes
como adultos (Médicos del Mundo, 2012; Neiling, 2010, Lenta,
2016, Seidmann et al., 2010, Informe Censo Popular Personas en
Situación de Calle, 2017, Boy, 2010). Esos mecanismos de
segregación, estigmatización y discriminación
operan obstaculizando la exigibilidad, la justiciabilidad y la
equidad en salud. El derecho a la salud (OMS, 2008, Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, 2009) no se limita a la estar
sano, sino que es un derecho transversal que obliga a los Estados a
adoptar medidas de conformidad con el principio de realización
progresiva para generar condiciones de vida lo más saludable
posible, afirmando que la salud mental requiere especial atención
(Zaldúa et al, 2017).
La
Ley Nacional de Salud Mental (LNSM) reconoce la salud mental como "un
proceso determinado por componentes históricos,
socio-económicos, culturales, biológicos y
psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica
una dinámica de construcción social vinculada a la
concreción de los derechos humanos y sociales de toda persona"
(Art. 3 – Ley 26.657). Mientras que algunas corrientes de la
psicología reduce el campo de problemas de la salud mental a
estructuras internas y a-históricas, que anularían
aspectos centrales de la persona, desde una perspectiva crítica
se la entiende como un objeto complejo multidimensional y donde la
participación social es un aspecto central en el proceso de
salud-enfermedad-atención (Zaldúa et al 2017).
Marginaciones
Sociales en Contextos Urbanos: Personas en Situación de calle
Estar
en situación de calle, personas de la calle, habitantes de
calle, deambulantes, personas sin hogar, homeless, son algunos de los
términos que se encuentran en la literatura internacional para
hacer referencia a una problemática social compleja. Además
de déficit de vivienda y de trabajo, acumulan otro conjunto de
vulnerabilidades psicosociales entre las que se incluyen
debilitamiento de la red socio-familiar de apoyo, aislamiento social,
padecimientos físicos y de salud mental, exposición a
violencias, así como también dificultades en el acceso
a derechos sociales, culturales y políticos. La problemática
no se reduce a quienes literalmente utilizan el espacio público
como lugar de pernocte, sino que la calle constituye un escenario de
vivencia y supervivencia en un continuo proceso de
posesión/desposesión material y simbólica. La
calle, en tanto que término polisémico, implica abrigo,
es decir, el lugar donde se está alojado, y modo de vida, en
tanto que compleja red de relaciones que se torna invisible para el
conjunto de la sociedad (Di Iorio et al., 2017).
"Estar
en situación de calle" no es un estado o una cosa, sino
una relación social, donde lo efímero se convierte en
constante, emergiendo una forma de padecimiento social relacionada
con expresiones de inequidad e injusticia social, configurándose
identidades estigmatizadas. Constituye una de las formas
institucionales en las que se expresan las marginaciones sociales en
los contextos urbanos, entendida en términos de complejas
relaciones entre diferencias económicas, desigualdades
jurídicas y desafiliaciones sociales (Di Iorio et al., 2015).
En
la Ciudad de Buenos Aires, según los datos oficiales, se
estima que hay aproximadamente 1066 personas en situación de
calle {ver nota de autor 1}. Sin embargo, para las organizaciones
sociales que trabajan con la temática, el número se
cuadriplica, y no se reduce a quienes viven literalmente en el
espacio público. Según el Primer Censo Popular de
Personas en Situación de calle {ver nota de autor 2},
realizado por más de 40 organizaciones vinculadas con el tema
en mayo de 2017 {ver nota de autor 3}, estar en situación de
calle incluye a quienes habitan el espacio público, quienes se
encuentran en la red de alojamiento nocturno de la Ciudad que incluye
paradores y hogares conveniados y quienes se encuentran en situación
de calle. Según este relevamiento (Censo Popular, 2017) se
encontraron 4394 en situación de calle y hay 1478 personas
alojadas en la red de alojamiento nocturno {ver nota de autor 4}.
Quiénes
son: caracterización de la población en situación
de calle en la Ciudad de Buenos Aires
En
general, la mayoría de las personas que se encuentran en
situación de calle no nacieron en la calle, sino que fueron
llevadas a esa situación. La situación de calle
constituye una síntesis de múltiples condiciones, es
decir, no puede ser explicada a partir de un único factor,
pese a que las PSC por lo general atribuyen su situación a una
situación de crisis biográfica, que no puede ser
superada o atravesada por "dificultades personales",
haciendo que algo transitorio evolucione hacia una situación
habitual, la cronicidad. Sus historias se caracterizan por poseer
trayectorias laborales y educativas fragmentadas y, aunque no estén
insertos en el mercado laboral y educativo formal, la mayoría
realiza actividades precarias de generación de ingresos para
su subsistencia y se incluyen en distintas ofertas socio-educativas
no formales como estrategia de cuidado de sí mismo (Seidmann
et al., 2015).
La
profundización de la distancia social entre quienes se encuentran en situación de calle y el resto de la sociedad da
lugar a que sean vistos como grupos socialmente
amenazantes,
culturalmente
estigmatizados y
económicamente
marginales. Como fue
descrito en trabajos previos (Seidmann et al., 2012, 2016, Di Iorio
et al., 2016, 2017), son grupos definidos por esta condición
de privación y exclusión, producto de un proceso
continuo de posesión y desposesión material, simbólica
y afectiva, lo que los hace poseedores de atributos socialmente
desacreditadores, dando lugar a procesos de estigmatización
(Goffman, 2003).
En
el caso de las personas en situación de calle, además
del déficit
de vivienda y de trabajo, se caracterizan por el debilitamiento de la
red socio-familiar de apoyo, aislamiento social, padecimientos
físicos y de salud mental, exposición a violencias, así
como también dificultades en el acceso a derechos sociales,
culturales y políticos. Tal como expresa el Primer Censo
Popular de Personas en Situación de Calle (2017), la
problemática no se reduce a quienes literalmente utilizan el
espacio público como lugar de pernocte, sino que incluye todo
otro conjunto de personas que utilizan la red de alojamientos
nocturnos transitorios -hogares y paradores, y quienes se
encontrarían en riesgo de situación
de calle {ver nota de autor 5}. A esto se suman las diferencias por
género, por edad y por etnia. Siguiendo
a Crenshaw (1995 citado en Molina, 2013) no se trata de una suma de
desigualdades, sino que
cada una de éstas intersecciona,
se cruza, de forma diferente en cada grupo social mostrando
estructuras de poder existentes en el seno de la sociedad. Es decir,
impacta en las configuraciones subjetivas, pero también en el
modo que se definen y abordan estas desigualdades.
Frente
a la imagen de peligrosidad,
emergen discursos sociales sostenidos a partir de la criminalización
y negativización de las prácticas cotidianas de esta
forma de marginalidad urbana. Se construye una percepción de
amenaza y riesgo frente a la ocurrencia de determinados tipos de
fenómenos y las representaciones mediáticas que se
construyen en torno a ellos. Es decir, se define una condición
o un grupo en tanto amenaza a los valores e intereses de una
sociedad. Siguiendo a Thompson (2014), entre esa percepción
del riesgo y las construcciones discursivas que circulan en amplias
franjas de la sociedad se sedimentan episodios de pánico
moral,
donde se ponen en juego discursos, representaciones sociales y
prácticas regulatorias.
Ante
el "peligro" simbólico que representan como
desviación de la
norma, se organizan dinámicas sociales reguladas desde el
prejuicio, la discriminación y otras formas de violencia
simbólica, social y física. El concepto de estigma
(Goffman,
2003) hace referencia a un atributo profundamente despreciativo que
emerge de la trama del orden social vigente.
Son atributos que peyorizan a alguien y permiten confirmar, por
oposición, la normalidad de otros, posibilitando prever en qué
categoría se halla y cuál es su identidad social,
generando distanciamientos y enfrentamientos en las relaciones
sociales.
La
cronificación de esta situación de vida, genera que se
inscriban simbólicamente desde la lógica
del déficit,
y genera que las personas en situación de calle construyan una
territorialidad organizada a partir de la circulación por
diferentes dispositivos que ofrecen diversos servicios. Se entiende
por dispositivo a un conjunto heterogéneo de elementos en los
que se incluyen individuos ejerciendo distintos roles, con uno o
varios objetivos en común, que surgen para atender un problema
o una situación, desplegados en un tiempo particular, que
"se
implementan
para
una cierta población e implican la utilización de
diferentes formas de encuadre de trabajo, requisitos y normas de
funcionamiento, horarios, formas de contener, de escuchar y de
orientar"
(Pawlowicz 2011, p. 177).
Pese
a lo que pudiera considerarse desde una mirada ingenua, la
cotidianeidad de las personas que están en situación de
calle, en el sentido de la experiencia vivida (Jodelet, 2008), se
caracteriza por el despliegue de un conjunto de secuencias
preestablecidas temporal y espacialmente, que constituyen aquello que
les permite definir, comprender y actuar en el medio.
En
ese escenario de interacción, de encuentro entre quienes
ofrecen determinados servicios –operadores o referentes
institucionales- y las personas en situación de calle,
circulan significaciones y valoraciones, convirtiéndose las
personas en situación de calle en objeto de representaciones
sociales (RS). Las RS constituyen sistemas de interpretación
que rige la relación con el mundo y con los otros, orientando
y organizando las experiencias de la vida cotidiana (Jodelet, 2008)
Es decir, "se
organizan bajo la forma de un saber que dice algo sobre el estado de
la realidad, una actividad de pensamiento, de apropiación de
la actividad exterior y de elaboración psicológica y
social de esa realidad"
(Di Iorio, 2008, p. 51). Conforman categorías que permiten
clasificar, interpretar y dar sentido a la vida cotidiana, cobrando
especial relevancia en su elaboración, el contexto y la
vivencia de los actores sociales involucrados, lo cual constituye un
"saber experiencial" (Jodelet, 2013). Es decir, hay una
relación entre el modo en que determinado objeto es definido
–RS- y las prácticas o acciones que se despliegan entre
esos sujetos, existiendo entre RS y prácticas relaciones de
interdependencia y transformación recíproca. Esas
prácticas, que se configuran en formas institucionales
específicas (dispositivos) y las RS que las condicionan, están
ancladas en discursos sociales legitimados histórica y
culturalmente. Esos discursos organizan lo decible, lo narrable, lo
pensable, se establecen como valor de verdad y operan como
instrumentos ideológicos: "contribuyen
a la construcción
de identidades sociales, en tanto que ubican a los sujetos que
interactúan discursivamente en ciertas posiciones que suponen
particulares formas de ser y estar en el mundo"
(Stecher,
2010, p. 100).
La
vida cotidiana de las personas en situación de calle se
organiza en función de sus recorridos por diferentes
dispositivos socio-asistenciales, estableciéndose entre
quienes concurren y quienes brindan asistencia, y entre los propios
concurrentes, relaciones de cuidado. Se identificó el
predominio de lógicas tutelares
ancladas en representaciones sociales sobre las personas en situación
de calle basadas en el descontrol, la irresponsabilidad y la
incapacidad, que los colocan como objetos de control y como
receptores de cuidado, atribuyendo que no saben ni pueden cuidarse.
Es decir, se los infantiliza en algunas organizaciones, castigándolos
cuando transgreden las normas institucionales (Seidmann, et. al.,
2015). De acuerdo con esto, los dispositivos de intervención
se sostienen en prácticas que pretenden "recuperar
aquello perdido", invisibilizándose procesos de
reafiliación o de configuración de nuevos lazos
sociales.
Al
describir las instituciones por las que transitan en búsqueda
de satisfacer ciertas necesidades básicas, aluden a vivencias
de control, y bajo un aparente discurso de atención y cuidado,
sienten que se los estigmatiza y discrimina:
Y
mismo estos lugares como que a veces no entienden que ellos mismos
hacen que sigamos en la misma situación
porque a veces no entienden que vos estás en la calle, y que
si la bardeás es por la situación, y
entonces quieren que hagas todo bien, es como que estamos en dos
veredas diferentes" (sesión de retroalimentación
1)
"Hay
comedores donde te
re discriminan,
ya
te ven y no te dan chance para que les muestres como sos, entonces
cuando es así, ni lo intento" (sesión de
retroalimentación 2)
Frente
a esas prácticas, que se asocian con lo que fue definido como
lógica tutelar, los participantes refieren que "hay
lugares que son diferentes", "donde te hacen sentir como
persona", "donde no parece que te están
despachando"
(sesión
de retroalimentación 1).
Este sentirse considerado o reconocido, se traduce en prácticas
menos estigmatizantes, propias de lo que fue definido como lógica
restitutiva. Expresan, además que en el circuito de
asistencia "te
dan todo" -comida,
ropa, para bañarte, algún lugar donde dormir- pero "no
te escuchan, y nosotros necesitamos ser escuchados"
(sesión
de retroalimentación 1),
"te
piden que dejes el rancho {ver nota de autor 6}, que cortes con todo
para entrar algún lugar, como si no los tuviéramos más
que a ellos" (sesión
de retroalimentación 1)
Es decir, ante ese
entramado asistencialista, que promueve lugares pasivos, surgen otras
intervenciones que focalizan en la importancia de la participación
de las personas en situación de calle para la reducción
o eliminación de los efectos negativos de ciertos
padecimientos, promoviendo la construcción de otros
posicionamientos sociales. Según Montero (2006), la
participación es un proceso continuo, incluyente y libre en el
que hay variedad de actores, de actividades y de grados de
compromiso, orientado por valores y objetivos compartidos, que da
lugar a transformaciones individuales y colectivas. Como dice Sánchez
(2000), participar incluye "tener parte de" algo que
pertenece a un grupo, "tomar parte en" algo con otros y
"ser parte de" algo, es decir, involucrarse.
Tal
como refieren las personas en situación de calle, los pares,
"estar con otros" aparece como una estrategia de
subsistencia y de resistencia, que se relaciona con lo que
anteriormente se definió como dimensión inmaterial del
cuidado:
"Creo
que la forma de resistir
en la calle,
por ahí es... no sé, yo no confío por
ejemplo de las personas que están solas siempre... me
genera desconfianza eso (...) siempre
considero que hay que tener una pierna, un compañero".
(sesión
de retroalimentación 2).
"¡Claro!
Por más que vos estés tirado, te
acercás al lado de otro, y le brindás una mano..."
(sesión
de retroalimentación 1).
"... en
la misma calle,
encontré gente que jamás en mi vida pensé que me
iba a dar una mano... porque
nunca estuve en la calle, y además en otro país...
es muy loco! Incluso yo allá en mi país, veía a
los cartoneros y jamás les di bola... y bueno, y acá,
un
cartonero no sólo me dio de comer, porque cuando llegué
me habían robado todo, y no me pidió nada a cambio..."
(sesión
de retroalimentación 2).
Es
posible leer allí, en el "estar con otros", la
posibilidad de prácticas de supervivencia, y estrategias de
cuidado y autocuidado. Así cuidar significa enfrentar un
sinfín de peligros potenciales y constituye una vigilia
permanente. El encuentro con los otros, además de ofrecer un
lugar de protección y seguridad, permite el intercambio de
experiencias, aprendizajes y malestares, que se sobrellevan al tener
"una pierna, un compañero" con el cual resistir.
Asimismo,
los participantes relatan experiencias vividas en otros espacios, por
lo general no tan reconocidos o legitimados desde el circuito
socio-asistencial formal, en los cuales las personas en situación
de calle participan activamente, lo que es vivido como pasaje desde
posiciones objetualizantes, en las que no son considerados, a
posiciones activas, en lo que respecta a la gestión de sus
propios padecimientos. Son por lo general organizaciones sociales que
brindan algún tipo de asistencia para personas en situación
de calle, y que parten del supuesto de que la persona tiene un saber
sobre su situación y que el intercambio con otros,
reconociéndolo desde su diferencia, contribuye a la
construcción de autonomía.
La
inclusión de la categoría de cuidado para comprender el
entramado salud mental-personas en situación de calle,
pone en evidencia cierta tensión entre lo ofrecido por los
dispositivos socio-asistenciales, y lo percibido como necesidad por
los beneficiarios. Mientras que el circuito socio-asistencial se
organiza principalmente a partir de ofrecer cuidados materiales para
necesidades que efectivamente tienen las personas en situación
de calle (vestido, alimentación, higiene, descanso, etc.),
quienes están en situación de calle expresan necesitar
ser escuchados y generar nuevos vínculos (cuidado en su
dimensión inmaterial) (Di Iorio et al 2016).
La
valorización positiva que hacen de su inclusión en
instituciones en las que participan activamente de las propuestas,
diferenciando niveles graduales de responsabilidad y compromiso,
refuerza la importancia de lo relacional, no sólo porque
promueve que sean considerados como sujetos de derechos, sino porque
son reconocidos desde su potencialidad más que desde su
incapacidad, incluso para quienes, por la cronificación de su
situación, serán beneficiarios del sistema social de
asistencia de por vida.
Esas
otras formas de organización social heterogéneas que
describen las personas en situación de calle, permiten
satisfacer las necesidades de cuidados cotidianos, alejándose
de las formas tradicionales. Estas necesidades, tanto en términos
de lo que deben afrontarse por las fallas del circuito
socio-asistencial (fragmentación, precarización y
estigmatización), como en términos de restablecimiento
de redes primarias que funcionan como vínculos protectores,
ponen en evidencia la capacidad de las personas en la gestión
de sus propios padecimientos, y la potencialidad de la participación
como modo de producción social de salud.
La
vulnerabilidad psicosocial, tanto en sentido material como simbólico,
impacta negativamente sobre el desarrollo de alternativas de
integración social, generando un predominio de lo provisorio,
y propiciando una participación pasiva dentro de un entramado
asistencial de amplia extensión, tal como se muestra a partir
de los resultados. Pero, la perspectiva de cuidados desde los propios
beneficiarios, en términos de cuidados profanos o cuidados
legos (Haro Encinas, 2000) se podrían considerar como parte de
un proceso de empoderamiento orientado a dar respuestas a necesidades
relacionadas con la salud desde una perspectiva integral. Este tipo
de cuidados, generados en espacios intersubjetivos de interacción
social, proveen herramientas útiles para la vida cotidiana en
situaciones de vulnerabilidad social y emergen en los procesos de
encuentro y discusión colectiva, generando apoyo social y
construcción de redes sociales efectivas.
Lo
vincular, entonces, se configura como eje central de las
intervenciones psicosociales en contextos de vulnerabilidad
psicosocial. En ese sentido, frente a un entramado asistencialista,
se hace necesario construir otros posicionamientos, en los que se
focalice en la necesidad de la participación de las personas,
en el apoyo a sus cualidades positivas y en el fomento de sus
capacidades, para lograr transformaciones que mejoren su calidad de
vida y su acceso a bienes y derechos, de los que son continuamente
expulsados.
Transformaciones
subjetivas, colectivas y comunitarias
#Malabardeando:
hacemos malabares para dejar el bardo
En
lenguaje coloquial, el término "bardo" es
utilizado por las PSC para referirse a situaciones conflictivas,
problemas o excesos, que tienen consecuencias negativas para las
personas. Específicamente la expresión hacemos
malabares para dejar el bardo
habilita a las personas en situación de calle a incluirse como
sujetos activos en la gestión de riesgos y la reducción
de daños, a partir de la socialización de estrategias,
así como también en la construcción colectiva de
prácticas de cuidado y autocuidado. Por malabares
se entiende al arte de manipular y ejecutar espectáculos con
uno o más objetos a la vez volteándolos, manteniéndolos
en equilibrio o arrojándolos al aire alternativamente,
usualmente sin dejar que caigan al suelo. Los malabares se conocen
por su dificultad y por la necesidad de ciertas habilidades.
De
acuerdo con esto, cada domingo, en "la previa de la olla"
{ver nota de autor 7}, como dicen quienes participan regularmente
antes de la comida en el comedor comunitario, se juntan para "hacer
malabares para dejar el bardo". Se trabaja sobre aspectos
relacionados con la tensión entre sometimiento y emancipación,
con miras a la construcción de autonomía y cambio.
Pero, ¿cómo se evalúa el impacto que posee ese
trabajo psicosocial? ¿Qué elementos permiten observar
transformaciones subjetivas, colectivas y comunitarias?
#ElAbrigoEsElColectivo
Los
relatos de los participantes se manifestaron, en un primer momento,
diferenciando transformaciones subjetivas ("en
mi"),
colectivas ("en
el grupo")
y en lo que los participantes llamaron "afuera",
remitiendo a la relación con el barrio y con otras
instituciones {ver nota de autor 8}. Bajo la categoría
emergente "el abrigo es el colectivo", con la que las
personas en situación de calle hacen referencia al sostén
afectivo generado por la participación social y por la
posibilidad de "hacer grupo", se organizó el
material en términos de funciones psicosociales que deberían
verse fortalecidas como consecuencia de la participación como
eje de la intervención: ampliación
de la red social,
reactivación
de la afectividad
y desarrollo
de habilidades sociales.
a)
Ampliación de la red social:
el debilitamiento de la red social, así como lo provisorio del
tipo de vínculo que construyen las personas en situación
de calle producto de su situación, es parte de sus
padecimientos. Los participantes registran ampliación y
fortalecimiento de la red social desde "que
vienen a la olla":
tienen
a quien contarle cosas, tengo amigos, empecé a ir a lugares
que no me imaginé que iba a ir como la universidad, conocí
más gente que no me ve sólo como alguien que vive en la
calle, nos pasamos data [información]
de
lugares piolas para ir, esperamos encontrarnos acá los
domingos porque le ganamos horas al día.
Estas ideas dan cuenta del apoyo social (emocional e instrumental),
del acceso a recursos (simbólicos y materiales) y de la
importancia del encuentro con el otro. Se observa, además, lo
que Speck (citado en Dabas, E. y Najmanovich, D.; 1995) denomina
"efecto de red" aludiendo a lo que se produce cuando un
colectivo descubre que juntos pueden lograr algo distinto a cuando lo
intentaban por separado: "si
esto da resultado
[en referencia a como la
radio
y el malabardeando hacen que la gente que concurre se sienta mejor]:
¿por
qué no lo hacemos más seguido".
Se registran relatos de los participantes en los que refieren que
están más tiempo juntos, no sólo en la Asamblea
sino en otras instituciones a las cuales concurren.
b)
Reactivación de la afectividad:
frente a la desesperanza aprendida (Seligman, 1989) o fatalismo
latinoamericano (Martín-Baró, 1983), se observa como
gradualmente se transita de un momento que los participantes llaman
"como
dormido, anestesiado"
a "despertarse".
Mientras el primero alude al relato de situaciones de alto nivel de
padecimiento subjetivo sin que se expresen explícitamente
emociones, ni en lenguaje verbal ni en no verbal; el segundo momento
se relaciona con la conexión emocional. Ésta aparece
tanto por compartir relatos de experiencias infantiles o familiares
satisfactorias, por el anhelo de lo que tenían que ahora no
tienen, así como también enojo y malestar por las
vivencias actuales.
c)
Desarrollo
de habilidades sociales:
Las habilidades sociales, son capacidades que posee una persona para
percibir, entender, descifrar y responder a estímulos
sociales, especialmente en el vínculo de interacción
con otros (Blanco Abarca, 1983). Existen primeras habilidades
sociales, habilidades sociales avanzadas, habilidades relacionadas
con los sentimientos, habilidades alternativas a la agresión,
habilidades para hacer frente al estrés y habilidades para la
planificación. Se identificaron cambios especialmente en los
primeros cuatro tipos de habilidades sociales. Entre las primeras
habilidades sociales está
el desarrollo de la empatía:
"tengo
a quien contarle algo, y esos también me escuchan a mí,
nos registramos, y eso está buenísimo, no pasa no en
todos lados", "es loco porque es un lugar donde si no
venís una vez, te buscan", "nos encontramos en
otros comedores y nos saludamos o preguntamos si viste a fulano".
Entre las habilidades
avanzadas,
se encuentra el aumento de la participación, no sólo en
las propuestas del Malabardeando sino en otros escenarios de
interacción. Los participantes pudieron identificar en el
análisis de sus trayectorias, un aumento gradual de la propia
participación, así como de la posibilidad de expresar
las propias opiniones, lo que también es considerada una
habilidad social avanzada: "yo
antes venía sólo a comer, después empecé
a colaborar en la cocina y ahora estoy en la radio", "un
día me dieron el micrófono para que cuente algo de los
paradores, y después pregunté si me podía sumar
(...) hoy tengo un bloque de tango en la radio con otro
compañero", "es como que te sentís
incluido, te dicen que te sumes, que podés opinar, y en un
momento te animás, y acá estamos".
En relación a las habilidades relacionadas con los
sentimientos, se hace referencia a la posibilidad y capacidad gradual
de expresar emociones y afectos, así como el enfrentamiento de
sus miedos. Este tipo de habilidad es altamente valoradas por los
participantes, atribuyendo al dispositivo un potencial expresivo e
inclusivo: "tu
opinión cuenta", "es un lugar donde te podes
expresar", "está el que dice algo en el grupo o
pide el micrófono en la radio, y los que parece que no te
están escuchando, que están en cualquiera, pero que
después se acercan y te piden un tema o que hables de tal
cosa", "un día se nos ocurrió hacer un
sketch durante la radio y se pudo hacer, y al ruso le encanta hacer
magia, y vos decís que tiene que ver con la radio, y bueno
nada, pero todos pueden hacer algo", "tenés a
quien contarle las cosas, ¿sabés lo que significa eso,
que alguien te escucha?". Finalmente,
las habilidades alternativas a la agresión son puestas en
juego en este espacio, en dónde el cuidado del otro es un eje
central. Compartir, ayudarse, ejercer el autocontrol de la
agresividad, negociar, son habilidades adquiridas y aprendidas
colectivamente: "podés
decir y opinar, pero siempre con respeto, porque a veces el otro te
violenta o te lo pide mal", "la gente viene mal, todos la
pasamos mal a la noche, pero no da pudrirla acá, porque venís
a buscar un espacio de tranquilidad", "te controlás
un poco más cuando venís", "si sé
que voy a venir me cuelgo menos, no tomo tanto para poder venir
pillo", "te vas distinto, como en otra onda, y entonces
cuando te vas de acá no la bardeás
[exponerse a peleas en este caso] tanto",
"no es que agachas la cabeza, pero empezás a pensar que
no da engancharse tanto en el mambo del otro".
#PoderMutante
El
aumento de la participación y ese sentimiento creciente de
ser-en-relación-con-el-mundo, experimentado por las personas
en situación de calle, dio lugar a nuevos procesos de
intervención.
La
problematización de las trayectorias de vida y de los modos en
que habitan la ciudad, en función del modo en que se configura
una rutina de subsistencia, permitió que las personas en
situación de calle reconocieran la base normativa desde la que
se construye el espacio público. Es decir, en función
de los sentidos atribuidos se registran usos diferentes del espacio
según grupo social, los cuáles se califican como
adecuados o inadecuados en base a los criterios social y
culturalmente atribuidos. De algún modo, ese argumento es el
que legitima el control social sobre el espacio urbano, el cual
genera múltiples formas de violencia institucional de la que
las personas en situación de calle son objeto.
Una
a la que se prestó particular atención fue la
invisibilización del problema, acompañada de
"correrlos" de los lugares públicos en los que
"ranchan" o paran habitualmente, bajo el discurso de la
inseguridad y la peligrosidad.
Frente
a esto, la idea de "poder mutante" que traen los
participantes y que surge del análisis inductivo de los datos
y de la validación de los mismos por parte de los/as
participantes, alude a la mutación/transformación que
viven quienes quedan en situación de calle (padecimientos,
deterioros, no acceso a derechos) y también a la trasformación
o los cambios que pueden conseguirse de manera colectiva para mejorar
su calidad de vida. Entonces el "poder mutante" es
identificado por las personas en situación de calle como su
capacidad de generar cambios en su vida cotidiana y de incluirse
activamente en la gestión de sus padecimientos, tal como se
pone en evidencia en el dispositivo Malabardeando y en la inclusión
como parte del Censo Popular de Personas en Situación de calle
{ver nota de autor 9}.
Consideraciones
finales
A
partir de lo presentado, se registra como las personas en situación
de calle dan cuenta de un proceso de transformación que va
desde las vivencias de soledad y aislamiento hacia un creciente
sentimiento de ser en-relación-con el mundo y de
ser-con-otros.
Es
decir, se muestra como esta intervención-investigación-acción
se
traduce por un lado, en la construcción de un sentido de
comunidad -expresado en la identificación con la organización
y en la pertenencia al espacio-, y por el otro, en el empoderamiento
- expresado en el desarrollo de habilidades sociales, ampliación
de la red social, y reactivación de la afectividad.
La
promoción de esos procesos psicosociales da cuenta de una
lógica de intervención que promueve la autonomía
más que la dependencia. Podría argumentarse que las
transformaciones en el plano individual y grupal, tal como muestran
los relatos de los participantes, se traducen en un proceso de
transformaciones comunitarias, es decir, en acciones de incidencia en
lo público. El mejoramiento individual y colectivo que se
expresa en acciones paliativas centradas en mejorar la calidad de
vida de ciertos grupos sociales, producto de la participación
como estrategia de intervención, da lugar a otros procesos
incluso en quienes se encuentran en situación de sufrimiento
social.
Lo
que los participantes señalan como cambios, en términos
de nuevos aprendizajes, se manifiestan en un proceso de afiliación
producido por la inclusión activa de las personas en
actividades concretas, se producen aprendizajes particulares, que se
traducen en la posibilidad de ocupar otros lugares sociales. En este
sentido, el Malabardeando puede ser pensado como una "comunidad
de práctica".
La
producción de conocimiento científico y tecnológico,
la formación de profesionales y la construcción de la
agenda de las políticas públicas son dimensiones de la
relación Universidad-Comunidad que operan en los procesos de
reproducción-transformación social, que exigen colocar
la reflexividad como programa epistemológico. De acuerdo con
Prilleltensky & Nelson (2002), la investigación puede
generar opresión o emancipación, no sólo en
función de sus resultados sino del proceso en sí mismo.
En este sentido, la dimensión política adquiere central
relevancia, ya que el poder no es algo que afecta de tal o cual
manera a las poblaciones en condiciones de vulnerabilidad con las que
se interviene, sino que el poder es constitutivo de las prácticas
de investigación e intervención, y se introduce en la
forma en que se piensa acerca de con quienes se trabaja y en la forma
en la que se los trata. Es decir, se usa poder para investigar e
intervenir sobre el poder.
Notas
de autor
1. Según
el relevamiento anual realizado el 10 abril de 2017 por el Gobierno
de la Ciudad, tal como establece la Ley N° 3706/11 de Protección
y Garantía Integral de los Derechos de las Personas en
situación de calle y en riesgo a la situación de calle
de la Ciudad de Buenos Aires.
2. El
Censo Popular surge frente a la negativa del Gobierno de la Ciudad
de incluir a las organizaciones vinculadas al tema en el
relevamiento, tal como establece la Ley Nº ° 3706/11.
También como respuesta a la negativa de diálogo con
las organizaciones en el marco de las audiencias en la causa
judicial iniciada en abril de 2016, "DONDA PEREZ VICTORIA y
otros CONTRA GCBA SOBRE AMPARO", Juzgado en lo contencioso
administrativo Nº 4, Poder Judicial, Ciudad de Buenos Aires.
Disponible en
http://www.saij.gob.ar/gobierno-ciudad-buenos-aires-debera-realizar-relevamiento-personas-situacion-calle-nv15216-2016-08-10/123456789-0abc-612-51ti-lpssedadevon
3. El
Censo Popular se realizó del 8 al 17 de mayo de 2017 y el
informe preliminar se presentó el 20 de julio de 2017. Entre
las organizaciones participantes, se incluyó este equipo de
investigación UBACyT Programación 2014-2017 como parte
del trabajo de investigación-acción que se viene
realizando.
4. #AMiNoMeContaron:
visibilizar para Humanizar. Informe Preliminar del Primer Censo
Popular de Personas en Situación de Calle. Ciudad de Buenos
Aires, 2017. Disponible en:
https://www.facebook.com/censopopularpsc/?fref=ts
5. Según
la Ley N° 3706/11 de Protección de derechos de las
personas en situación de calle (CABA), están en riesgo
de calle: 1. personas con sentencia de desalojo, 2. personas que
viven en hoteles bajo el subsidio habitacional otorgado por el
Decreto 690/GCABA/06 y sus modificatorios o amparos, 3. quienes
duermen en estructurales temporales o asentamientos, 4. personas
institucionalizadas en cárceles, hospitales generales y
hospitales monovalentes (salud mental) con posibilidad de egreso,
jóvenes por cumplir 18 años institucionalizados en el
sistema de protección con pronto egreso.
6. Rancho
o ranchada: término utilizado por las personas en situación
de calle para referirse al espacio físico en el cual
pernoctan, pero que fundamentalmente se define por la configuración
de un patrón de vínculos que reproducen el ámbito
de lo familiar.
7. En
referencia al comedor comunitario que funciona los días
domingos en el local de la Asamblea Plaza Dorrego, en el barrio de
San Telmo, al que concurren 150 personas en situación de
calle a almorzar.
8. Los
resultados de esta sistematización fueron presentados en una
comunicación libre en el VI Congreso Regional de la Sociedad
Interamericana de Psicología, realizado en la Ciudad de
Rosario del 14 al 17 de Junio de 2016.
9. Con
el acompañamiento del equipo de investigación, un
grupo de personas en situación de calle de la Asamblea se
incluyó activamente en el diseño y ejecución
del Censo Popular de Personas en situación de calle. Algunos
aspectos del proceso, así como imágenes y el informe
preliminar están disponibles en
https://www.facebook.com/censopopularpsc/?fref=ts
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