El presente trabajo tiene por objetivo establecer las diferencias y similitudes entre el estilo de amor romántico en personas que padecen de Dependencia Afectiva Patológica y personas que no padecen de Dependencia Afectiva Patológica (DAP) (Fernández Álvarez, 1999).
Teorías del amor
Lee (1973, como se citó en Zubieta, 1997) categorizó al amor mediante la construcción de una escala que fue empíricamente validada por Hendrick y Hendrick (1986).
Se distinguen tres estilos amorosos básicos: a) eros, b) ludus y c) storge. La combinación de los mismos arroja tres estilos secundarios independientes de los primeros: d) manía, e) pragma y f) ágape.
Eros o el amor pasional se caracteriza por lo irresistible de la pasión, la intensidad de los sentimientos y de la atracción física y la actividad sexual. También por la autoconfianza y alta autoestima de quien lo practica.
Ludus o el amor lúdico presenta poca implicación emocional y carece de expectativas futuras.
Storge o el amor amistoso se caracteriza por un compromiso durable que se desarrolla lenta y prudentemente y que se basa en la intimidad, la amistad y el cariño. Busca un compromiso a largo plazo.
Manía es el amor obsesivo, con miembros muy dependientes que poseen rasgos de celos, posesividad. El compromiso trata de forzarse. Combinación de eros y ludus.
Pragma se refiere al amor pragmático, es una búsqueda racional de pareja. Estas personas buscan una serie de características específicas en el otro. Generalmente, establece condiciones antes de iniciar una relación. Combinación de ludus y storge
Ágape o el amor altruista presenta rasgos de renuncia y entrega absoluta y desinteresada. Combinación de eros y storge
Algunas investigaciones previas que resultan de especial interés son:
En Argentina: los estilos más valorados son eros, ágape y manía (Ubillos, Páez & Zubieta, 2003).
En las culturas individualistas, se da más intensamente el estilo maníaco, luego del seguro (Ubillos et al., 2003).
Tanto las mujeres como los varones asocian el enamoramiento primariamente con el deseo de estar juntos, el pensar mucho en el otro y el tener sentimientos profundos (Castro Solano, 2003).
Las culturas individualistas y las culturas femeninas intensifican la asociación existente entre inteligencia emocional personal (IEP) y el ajuste emocional (Fernández-Berrocal, Salovey, Vera, Extremera & Ramos, 2005),
En este tipo de culturas, se intensifica la expresión y vivencia de emociones negativas (Fernández, Carrera, Sánchez, Páez & Candía, 2000).
Los cónyuges ansiosos, que son cuidadores “compulsivos” que dispensan cuidados independientemente de que su pareja los desee o no (Collins & Feeney, 2000).
Hendrick y Hendrick (1986) construyeron un instrumento para evaluar a los individuos según estas categorías. Algunos resultados relevantes para esta investigación fueron la importancia otorgada por las personas a los diferentes estilos de amor, la que varía según el contexto cultural (Hofstede, 1999). Esa investigación fue replicada en Argentina, confirmando la influencia que ejercen los factores económicos, sociales y culturales en la valoración de estos tipos de amor (Ubillos & Barrientos, 2001).
Inteligencia emocional
Según la revisión de Fernández Berrocal y Extremera (2006) acerca de los últimos quince años de investigaciones sobre el concepto de inteligencia emocional (IE), se encuentra que, tras la publicación del libro de Goleman en 1995, se incrementaron las publicaciones pseudocientíficas con intenciones comerciales y de divulgación, por ejemplo las de Cooper y Sawaf, en 1997 y las de Elías, Tobías y Friedlander, en 1999. Por otra parte, hubo una serie de modelos científicos que anteceden a Goleman y que proponen una explicación teórica de los componentes de la IE. Estos modelos están basados en la revisión de literatura, en estudios empíricos controlados para validarlos, en los cuales se desarrollaron herramientas para usarlos como instrumentos de medición (Bar-On, 1997; Boyatzis, Goleman, & Rhee, 2000; Mayer & Salovey, 1997).
Todos estos enfoques despliegan líneas de investigación que tratan de clarificar cuáles son los componentes que caracterizan a la gente emocionalmente inteligente, así como los mecanismos y procesos que actúan en la vida cotidiana.
Actualmente, existen tres enfoques que predominan o sobresalen, con alta aceptación, en la comunidad científica:
- Modelo de las habilidades (Mayer & Salovey, 1997).
- Modelo de la inteligencia emocional-social (ESI) (Bar-On, 1997, 2006).
- Modelo de las competencias emocionales focales usadas en el lugar de trabajo (Goleman, 1995, 2001).
Desarrollaremos sólo el primero, ya que fue el utilizado en esta investigación.
El modelo de inteligencia emocional basado en las habilidades (Mayer & Salovey, 1997) ha generado una gran cantidad de investigaciones (Geher, 2004; Matthews, Zeidner & Roberts, 2002). Tiene una base teórica sólida y justificada, un modo novedoso de medición y ofrece muchos datos que provienen de un trabajo sistemático empírico en diferentes campos. Mayer y Salovey definen la IE como aquella que:
[…] involucra la habilidad de percibir con exactitud, evaluar y expresar emociones; la habilidad de acceder y/o generar sentimientos cuando facilitan el pensamiento; la habilidad de entender la emoción y el conocimiento emocional; y la habilidad de regular las emociones para promover crecimiento emocional e intelectual (Mayer & Salovey, 1997, p. 10).
El modelo comprende cuatro habilidades: percepción, asimilación, comprensión y regulación de las emociones. La percepción emocional consiste en la habilidad de percibir emociones en uno mismo y en los semejantes, así como también en objetos, arte, historia, música y otros estímulos. La asimilación de emociones es la habilidad de generar, usar y sentir emociones como herramienta para comunicar sentimientos o usarlas en otros procesos cognitivos. La comprensión emocional refiere a la habilidad de entender información emocional, a descifrar cómo las emociones se combinan y cambian a través del tiempo y a la habilidad de apreciar los significados emocionales. Finalmente, la regulación emocional refiere a la habilidad de permanecer abierto a los sentimientos y monitorear y regular las emociones propias y ajenas para promover la comprensión y el crecimiento personal.
Estas cuatro categorías están organizadas jerárquicamente: percibir emociones es el nivel más básico y manejarlas es el más alto y complejo en dicha jerarquía. Por ende, la regulación de emociones está construida sobre la base de las tres competencias previas. De no darse correctamente el proceso de clarificación, es decir, la atención y asimilación, el sujeto entra en un proceso de rumiación que no le permite regular correctamente.
Según Mayer y Salovey (1993), las personas que poseen alta inteligencia emocional perciben mejor sus sensaciones internas positivas y negativas, tienen más conciencia de los sentimientos propios y ajenos, regulan de manera más eficiente sus sentimientos y perciben un grado mayor de bienestar en función del manejo emocional.
La IE representa un sistema inteligente focalizado en procesar información emocional y, como tal, debe ser parte de otras inteligencias bien establecidas (Mayer, Caruso & Salovey, 1999). La metodología para evaluarla está basada en medidas de desempeño o habilidad, de acuerdo con la metodología utilizada para medir otras inteligencias. Estos desarrollos culminaron en el Mayer-Salovey-Caruso Emotional Intelligence Test (MSCEIT; Mayer, Salovey & Caruso, 2002; Mayer, Salovey, Caruso & Sitarenios, 2003). Este instrumento provee un indicador del nivel de desempeño de las personas en diferentes situaciones. Los ítems evalúan: la habilidad de asimilar caras, fotos y dibujos abstractos; la habilidad de asimilar emociones en varios procesos de pensamiento y toma de decisiones; la habilidad de comprender emociones simples y complejas, sus combinaciones y el cambio de emociones; y, finalmente, la habilidad de manejar y regular emociones propias y de los otros.
Las investigaciones sobre la IE con relación al modelo de las habilidades (Mayer & Salovey, 1997) han mostrado interesantes relaciones con respecto a medidas de bienestar, tales como la depresión, la ansiedad, la salud física y mental. Las personas con desajuste emocional presentan un perfil caracterizado por una alta atención a sus emociones, baja claridad emocional y la creencia de no poder modificar sus estados emocionales (Salovey, 2001). También hay evidencias que sugieren que la IE permite elaborar e integrar de manera correcta los pensamientos intrusivos y rumiativos que acompañan habitualmente a los sucesos altamente estresantes, así como a aquellos otros que obedecen a un estrés normal y están presentes en población no clínica (Fernández-Berrocal, Ramos & Extremera, 2001).
La cultura influye en el ajuste emocional de los individuos y en su percepción de bienestar subjetivo de diferentes maneras. Las dos grandes variables culturales que se han tenido en cuenta en su estudio han sido las dimensiones culturales propuestas por Hofstede (1999): individualismo-colectivismo y masculinidad-feminidad. Las culturas individualistas enfatizan las necesidades propias del individuo y dan por ello más importancia al mundo emocional de la persona. Algunos autores han señalado que esta relevancia de lo emocional en las culturas individualistas se conecta con la percepción de la calidad de vida. Esto es, la calidad de vida subjetiva resulta de un balance entre las emociones negativas y positivas del individuo. Las culturas individualistas exhiben niveles más elevados de percepción de bienestar subjetivo que las culturas colectivistas (Diener, Suh, Lucas & Smith, 1999; Suh, Diener, Oishi & Triandis, 1998). En cambio, en las culturas colectivistas, se observa una mayor prioridad a la cohesión con los demás, por lo que las necesidades individuales quedarían subordinadas a las prioridades del grupo. En este sentido, las culturas colectivistas prestan menos atención al mundo de las emociones personales.
Un estudio transcultural realizado por Páez y Vergara (1995), que compone diferentes países en la dimensión masculinidad-feminidad, encontró que es la dimensión individualismo-colectivismo la que mejor explica la experiencia emocional. Las naciones femeninas (Chile y España) tuvieron mayor intensidad y expresividad emocional que las naciones masculinas estudiadas (Bélgica y México). En la misma línea, otros estudios transculturales muestran que las culturas femeninas exhiben también niveles mayores de bienestar subjetivo (Basabe et al., 2000).
En otro estudio también se halló una mayor puntuación en la dimensión “Atención a las emociones” encontrada en la muestra de EEUU, lo que podría o no vincularse con el desajuste emocional y con la salud mental de forma más intensa en las culturas individualistas, pero requeriría mayor investigación, según los autores citados.
Por otra parte, en las culturas colectivistas, las redes naturales de apoyo social sirven como un amortiguador del malestar emocional, permitiendo que las situaciones estresantes y problemáticas sean menos perjudiciales para las personas (Basabe et al., 2000).
Al contrario de lo que esperaban en ese estudio, la dimensión individualismo-colectivismo no moderó la relación entre IEP y ajuste emocional. En otros estudios realizados, esta dimensión sí moderó los efectos de otras variables individuales, como la extraversión, sobre aspectos de satisfacción subjetiva (Diener et al., 1999). Los autores lo atribuyen a la falta de heterogeneidad en la muestra utilizada en la dimensión individualismo-colectivismo.
La dimensión masculinidad-feminidad sí moderó la relación entre IEP y ajuste emocional, tal como se pronosticó. Por una parte, la masculinidad cultural se asocia con mayores índices de ansiedad y depresión, lo cual coincide con otros estudios en los que la feminidad cultural se asocia a bajos niveles de neuroticismo y a una frecuencia menor de emociones negativas (Lynn & Martin, 1997). Por otra parte, en las personas de las culturas femeninas se acentuaron las relaciones entre IEP y ajuste emocional. Un efecto potenciador se relaciona con la mayor intensidad emocional asociada a las culturas femeninas (Fernández Berrocal, Ramos Díaz, Vera, Extremera Pacheco & Salovey, 2001).
Fernández Berrocal y Ramos (1999) hacen una revisión de las investigaciones relacionadas a cada una de las habilidades enunciadas por Salovey y Mayer (1990) como componentes de la IE. En la misma mencionan en relación con la percepción de las emociones una investigación realizada por Mayer, DiPaolo y Salovey (1990) en la que establecen la existencia de reglas universales para la identificación de las emociones y la correlación positiva de la capacidad de identificar estados emocionales con la empatía
En cuanto a la relación entre emoción y pensamiento, los estudios muestran que la intensidad de las emociones interfiere en la ejecución de tareas complejas (Ellis & Ashbrook, 1988; Oaksford, Morris, Grainger, Williams & Mark, 1996; Mackie &Worth, 1989). Palfait y Salovey (1993) llevaron adelante un experimento en el que lograron establecer que se debe tener en cuenta no solo la intensidad sino también la naturaleza de la emoción.
En relación con el conocimiento emocional, cuando se trata de valorar interacciones sociales complejas, el acuerdo entre las partes disminuye y correlaciona positivamente con la empatía y negativamente con la defensa emocional, ya que la variable deseabilidad social es un factor que interviene fuertemente (Mayer & Geher, 1996)
Finalmente, respecto de la regulación de las emociones, se estableció que algunas personas, cuando experimentan emociones de carácter negativo, ponen en marcha una serie de estrategias para alcanzar estados emocionales de carácter positivo (Josephson, Singer & Salovey, 1996).
Dependencia Afectiva Patológica
La Dependencia Afectiva Patológica (DAP) es definida como una forma de relación estable entre dos o más personas que provoca acciones de consecuencias dañinas o perjudiciales para sus integrantes. Definida desde el aspecto relacional y se refiere a una inadecuada composición del par dependencia-independencia, generada en la fase del reconocimiento personal. Base de una disfuncionalidad que conspira contra el logro de la autonomía y actúa como factor condicionante de cualquier trastorno de personalidad (Fernández Álvarez ,1999).
Las relaciones de pareja implican el poder relacionarse románticamente, para ello existen factores asociados al amor. Para poder relacionarse románticamente, las personas requieren de algunas condiciones o capacidades. Entre ellas, resultan de particular interés la inteligencia emocional y los estilos de apego.
Estilos de apego
Otra capacidad directamente relacionada con el amor romántico es el apego. En el desarrollo de sus ideas, Bowlby (1982) adoptó una perspectiva interdisciplinaria y evolucionista basada en Jean Piaget, Erik Erikson, las investigaciones en etología de Konrad Lorenz y Harry Harlow y Ludwig von Bertalanffy, el creador de la teoría de los sistemas (Bowlby, 1982). Esto le permitió formular un sistema motivacional y comportamental único que pone el acento en la experiencia de protección y seguridad, en la formación de las relaciones interpersonales, y contribuye a la reproducción de la especie. Es decir que, desde el nacimiento, existe en el ser humano, así como en el resto de las especies, la tendencia a responder conductual y emocionalmente con el fin de permanecer cerca de la persona que cuida y protege de toda clase de peligros. Aquellos que poseen estas tendencias tienen más probabilidades de sobrevivir y de poder traspasar dichas tendencias a generaciones posteriores.
Definimos entonces apego como: proceso por el cual, a través de las experiencias tempranas, se establecen vínculos entre el infante y su cuidador que brindan seguridad y protección. Estas experiencias son internalizadas y pueden dar lugar a modelos o prototipos de comportamiento psicosocial (Casullo & Fernández Liporace, 2002).
Tomando como parámetro la percepción de sí mismo y el mundo, podemos clasificar los estilos de apego de la siguiente manera:
Seguro: visión positiva de sí mismo y del mundo; evitativo: visión positiva de sí mismo y negativa del mundo; ansioso: visión negativa de sí mismo y positiva del mundo y temeroso: visión negativa de sí mismo y del mundo
Comportamiento en la relación de pareja
El aprendizaje por modelado hace que la persona imite aquellas conductas que percibió como exitosas. En el caso del comportamiento en relación con la pareja, tenderá a imitar o actuar de manera opuesta a aquella primera que vio, la de sus padres; esto incluye el estilo de apego de los mismos, tanto entre ellos como con sus hijos. Este comportamiento resulta útil a la hora de anticipar peligros o amenazas potenciales. Sin embargo, posiblemente no todos los niños con este estilo de apego parental padecen DAP, lo que demuestra el interjuego de otros factores además de este. Sería de interés profundizar en la investigación de este punto.
En este sentido, resulta lógico que el sujeto que padece DAP implemente en sus relaciones de pareja un estilo de apego opuesto al de sus padres para con él que es evitativo –ya que el refuerzo que recibió de niño no fue el deseado– y falle en el intento, lo que probablemente haga que entre en el circuito rumiativo.
Se realizaron dos estudios en el contexto de la Ciudad de Buenos Aires, comparando la concepción del amor romántico. El primero se realizó con personas diagnosticadas con DAP y el segundo se realizó con población general adulta no diagnosticada con DAP.
A partir del análisis de datos realizado, se encontró que, en el primer estudio, la combinación frecuente es el estilo de amor manía, estilo de apego evitativo y fallas en la regulación en la IE ocasionadas por un proceso rumiativo por falta de claridad.
En el segundo estudio, el estilo de amor más frecuente también resultó ser la manía, pero el estilo de apego es seguro y el predominio en IE es la atención.
No se encontraron diferencias significativas en cuanto a género en el estilo de amor, lo que vendría a corroborar el hallazgo de Ubillos y Barrientos (2001) acerca de que este estilo es uno de los más valorados en culturas individualistas como la de Argentina. En la misma dirección apuntan los resultados en población general en cuanto a IE y estilo de apego predominante, lo que abonaría la teoría de que las personas con DAP poseen un modo de interacción disfuncional que los lleva a entrar en un circuito rumiativo en el que permanecen atrapadas, intentando forzar una relación que, por definición, no lleva a la estabilidad en la pareja
Las creencias centrales (Beck, 2000) activan esquemas determinados que están relacionados con los factores que encontramos en este primer estudio. En este sentido, podrían equipararse con las teorías implícitas con relación al amor romántico, o al menos con una parte importante de las mismas.
Por último, resulta relevante mencionar que, entre las creencias irracionales básicas formuladas por Ellis (1979), existen tres que resultan especialmente representativas de aquellos pacientes que padecen DAP; estas son:
- Si las cosas no van por el camino que uno eligió, esto es catastrófico.
- Se debe depender de los demás y se necesita alguien más fuerte en quién confiar y es muy importante para nuestra existencia lo que hacen los demás.
- Tenemos que esforzarnos para que vayan en la dirección que queremos.
Todo esto facilitaría las conductas disfuncionales encontradas en estos pacientes.
Por lo expuesto, se establecieron las diferencias y similitudes entre aquellas personas que padecen DAP y la población general, el mismo estilo de amor; manía y diferentes estilos de apego; evitativo y seguro respectivamente, y en los pacientes DAP dificultades en el proceso de clarificación de la IE, Estas diferencias contribuyen visiblemente a sostener la DAP.
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