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Género y política en Buenos Aires (1900-1930): Los códigos contravencionales como reguladores institucionales y de comportamiento social
 
Freijo Becchero, Fedra S.
Universidad de Buenos Aires (UBA)
 
Rossi, Lucía
Universidad de Buenos Aires (UBA)
 

 

Introducción

El análisis del contexto legal de un período resulta esencial para entender las normas colectivas que definen la función social de hombres y mujeres, la cual se sostienen sobre las normas que son promulgadas y las que se mantienen vigentes durante ese período. Siguiendo los aportes de Michel Foucault, podemos dar cuenta de que las prácticas judiciales definen tipos de subjetividad, formas de saber y relaciones entre los individuos y la verdad, ya que “El derecho trasmite y funcionaliza relaciones de dominación” (Foucault, 1979). Es en este sentido, que se analizará el comportamiento social urbano del sujeto en diversos ámbitos en la Ciudad de Buenos Aires en tres momentos entre 1900 y 1930.

Las costumbres, así como también sus maneras de nombrarlas, permite dar cuenta de grupos sociales y mostrar lo permitido, lo prohibido, lo público y lo privado. En el caso del comportamiento en la vía pública, es decir “la calle”, es regulado y controlado por los códigos contravencionales; y para cuya aplicación de control y punición se cuenta con instituciones especializadas que fijan sus funciones y alcances.

En el presente artículo nos enfocaremos principalmente en tres momentos (1910, 1920 y 1930), lo que permitirá situar la dinámica de cambios según diversos contextos políticos. Estos contextos ampliados permiten descubrir una idea de sociedad, de comportamiento social aceptado y de participación política del sujeto; y sustentada en un marco más amplio y sutil también nos permite dar cuenta de una idea de ciencia y de filosofía que les da cuerpo (Rossi, 2001).

 

Contextos, leyes y códigos: entre naturaleza y control social

Teniendo en cuenta la periodización de G. Germani (1990) y la lectura realizada según el acceso al sufragio por parte de la ciudadanía (Rossi, 2001) quedan delimitados dos períodos: un primer periodo desde 1900 hasta 1916 de corte conservador, seguido de un período de democracia de participación política ampliada que se extiende hasta 1930.

El período que se extiende desde 1900 hasta 1916, de corte conservador, es delimitado como una democracia de participación fuertemente restringida, en un contexto de gran inmigración y bajo un diseño económico agro-exportador. Este sistema electoral excluye a grupos mayoritarios como los inmigrantes y las mujeres. Estas variables contextuales desembocan en un clima de lucha por reivindicaciones sociales y políticas, siendo el sujeto político de la época conceptualizado como pasivo y manipulable. Predomina una visión positivista naturalista.

Este período se caracteriza por las grandes tensiones políticas enfocadas principalmente en lo social, con una masiva inmigración europea que llega a constituir en Buenos Aires casi el 90 % de la población; la cual, convocada para un rol agropecuario se agolpan en las ciudades en condiciones de precariedad extrema. Los conventillos muestran el hacinamiento de una familia por habitación, al mismo tiempo que crece la urgencia por la expansión del hospital público y de las comunidades; y sobre todo del rol de la escuela pública como alfabetizadora y culturizadora. Diversos idiomas y diversas culturas políticas convergen en Buenos Aires: anarquismo, socialismo.

El Estado tiene un proyecto agroexportador, invierte en ferrocarriles e infraestructura; también en educación y en la creación de grandes hospicios. En higiene pública invierte en saneamiento. Es un estado laico, la normativa vigente durante el período relevado incluye la Ley de

Matrimonio Civil (Ley 2.393 sancionada el 20 de septiembre de 1888). El marco es un enfoque positivista que incluye la universidad y todas las políticas públicas. No hay políticas sociales, los nuevos grupos deben improvisar oficios urbanos. Dos importantes leyes impulsadas por el socialismo consiguen aprobación parlamentaria durante este período: la que regula el trabajo de mujeres y niños (Ley 5291/1907) y la que los protege de la explotación sexual y laboral (Ley 9143/1913).

El control social de la masiva inmigración europea incluye su incorporación a la sociedad argentina, proceso de culturización que se da a través de la escuela pública; con el aprendizaje del idioma, las fiestas patrias, las costumbres; pero también a través de instituciones de observación y vigilancia de la vía pública. Entre estas últimas resalta el Depósito de Contraventores de la Policía Federal que llegó a albergar hasta 3000 personas por noche y desde donde se realizaban las derivaciones: al Hospicio de las Mercedes para los cuadros demenciales y alcohólicos; o al Sistema penitenciario cuando lo contravencional rozaba lo penal. Dentro de los avatares que atraviesa esta institución, es significativa la creación de una Oficina de Observación y Reconocimiento con sala de observación de contraventores varones que realiza De Veyga en 1901. Esta área se constituye como “un laboratorio para estudiar los detritus sociales”; no solo delincuentes, sino vagabundos o personas con signos de alienación o enfermedad mental. Es decir, los considerados débiles, necesitados de tutela o eran peligrosos (Elcovich y Rodríguez Sturla, 2014). Posteriormente, en 1906, se crea una Oficina de Psicología y Antropometría dentro de la Penitenciaría.

Por otro lado, en el caso de género femenino, las reglamentaciones y el control social, abarcarán áreas controvertidas y naturalizadas. El problema de la prostitución y la situación de la mujer obrera, son valorados en referencia al lugar social natural que se asigna a la mujer: ama de casa, madre, responsable de la familia, célula social fundamental. Se le confiere un lugar clave para la estructura social a la mujer que paradójicamente carece de derechos civiles. La Ley de 1907 que regula el trabajo infantil y de la mujer, muestra esa situación de “minoridad” a la que se encuentra relegada la mujer. En el caso de los niños que trabajan y no van a la escuela son considerados pequeños delincuentes. En los hombres lo punido es el vagabundeo.

El espacio público es considerado un lugar de riesgo, peligroso: frases como “mujer de la calle”, “niños de la calle”, si trabajan y hombres vagabundeando en la calle, son objeto de jurisdicción por el código contravencional del Depósito de Contraventores de la Policía Federal. Allí son retenidos y es el lugar desde donde se producen las derivaciones institucionales. El lugar natural es el conventillo o la escuela. El patio del conventillo concentra las actividades sociales y lentamente se va conquistando la vereda y conformando el sentido de “barrio”. Aparece el derecho a jugar en la vereda. Hay dos rebeliones significativas: la huelga de inquilinos de conventillos (el 1° y 2 de octubre de 1907 más de 250 conventillos de la ciudad se suman al desacato y se producen violentos enfrentamientos entre los inquilinos y la policía) y de las escobas (en agosto de 1907 ante una aumento de alquileres mujeres con sus hijos a escobazos sacaban a los abogados, escribanos, jueces, bomberos y policías que pretendían arrancar a las familias de sus casas). En esta época el conventillo se conformaba con una familia por habitación en media casa romana, con un baño y un lavadero (Suriano, 1983).

La visión positivista naturalista presente alcanza hasta en la regulación legal de las uniones civiles: el estado conservador es laico y el matrimonio civil. La falta de relaciones con la iglesia es determinante, centrándose el Estado en la higiene pública; lo que muestra un contexto político social con un horizonte decisivo de significaciones que le asigna a la “higiene” el modo de mejoramiento ambiental. En este sentido, es un antecedente significativo, la obra “Higiene Pública” de Oscar Wilde (1885) en donde testimonia las preocupaciones, después de la epidemia de fiebre amarilla, que llevaron a crear el Departamento de Higiene (1880) para control de la “salubridad” ambiental. Y que, dos años después, lleva a la creación de la Asistencia Pública (1882), instituciones oficiales para responder a la problemática de la inmigración masiva y las situaciones extremas de pauperismo urbano. Los hospitales públicos apenas alcanzaban a proveer prestaciones médicas, lo que se complementa con los hospitales de comunidades extranjeras.

El fenómeno de la gran inmigración de principios de siglo se cristaliza en una escena de pauperismo urbano según la caracterización de Susana Torrado (2003): pobres, mendigos, vagabundos, enfermos sin asistencia, niños abandonados, gran mortalidad, hacinamiento. La población de inmigrantes extranjeros con marcada predominancia masculina favorece el auge de la prostitución, a la que se considera factor de expansión de enfermedades venéreas. En este marco se analiza el impacto en la sociedad en general y especialmente en la familia, a la que se considera clave para la integración social.; ya que frente al desamparo social es la familia la que compensa la falta de leyes sociales, jubilación, asistencia médica, cuidado de niños y ancianos (Torrado, 2003).

Otra institución clave será la escuela pública y gratuita, que frente a la pobreza y a la diversidad cultural masiva cumple un rol fundamental en la integración: por un lado idiomática con una liturgia festiva aún vigente; y por otro lado de acontecimientos patrios que permiten asentar las tradiciones. De esta manera, la disfuncionalidad social es abordada por el estado con respuestas institucionales: hospitales y hospicios; asilos (ancianos), orfelinatos (beneficencia), cárceles y manicomios (indigentes inválidos laborales). Es decir, instituciones totales para corregir con aislamiento la disfuncionalidad social.

El grupo de “pobres vergonzantes” está a cargo de la asistencia confesional. Las carencias materiales y necesidades se vinculan a cuestiones morales que “son causadas” por “déficits morales”. El objetivo es la integración social y laboral “disciplinada”, que garantiza la paz social y evita el agudizamiento del conflicto social. Así, el “socorro social” es un deber moral, no considerado como “obligación del estado”. Si la pobreza es una “falta de moral”, se delega en las clases altas un rol paternalista, de tutelaje y vigilancia a las clases bajas desde una “filantropía moral” (Torrado, 2003). Como la asistencia social de sus organizaciones depende de diagnósticos sociales, la ayuda está condicionada a la normativización del comportamiento social. La competencia por el monopolio de los pobres, en especial por la atención materno-infantil, se da en el marco discursivo de un asistencialismo moralizador de la familia.

En este sentido, dos direcciones se diferencian nítidamente: la Sociedad de Beneficencia controlada por “las damas patricias y el clero” que tutelan en especial escuelas para mujeres, el patronato, los asilos (todas ellas instituciones de disciplinamiento moral); y, por otro lado, la “Asistencia Pública” que reúne a los “higienistas” quienes se consideran con autoridad en la materia: médicos, anarquistas, socialistas, de carácter laico.

Hospitales y escuelas funcionan en sintonía: la escuela alfabetiza y propaga normas sanitarias para la vida doméstica. Ambas instituciones actúan en las familias a través de las mujeres, para asegurar su función de contención social, a través de la cual se logra que los padres inmigrantes se integren al trabajo y los niños a la escuela. En el caso de los hombres, el servicio militar es también una forma de disciplinamiento masculino.

Una ciencia positiva y una filosofía positivista respaldan todas estas manifestaciones sociales, producto de decisiones políticas de control. El año 1905 será un año clave, ya que se detectan variadas formas de reacción. El movimiento anarquista está muy activo con sus protestas, huelgas y la expansión de universidades populares. A mismo tiempo que desde la Universidad surgen críticas a la pasividad resignada del naturalismo y su determinismo que exime al sujeto de toda responsabilidad del acto moral; textos como “Amoralismo subjetivo” de Coriolano Alberini y la Revista Valoraciones de Alejandro Korn, dan cuenta de un sujeto dueño y responsable de sus actos desde valoraciones afectivas psicológicas. Nuevas perspectivas de introducir enfoques axiológicos krausistas.

En este primer momento (1900-1916) política, ciencia y filosofía están implicadas funcionalmente; esto se muestra en el andamiaje de conductas y controles cotidianos. Aparece la figura de “contraventor”, que es aquel que comete infracciones de menor cuantía según lo establecen los edictos de policía y que publicados se aplican a la cotidianeidad de la vida social. Actúan a través de multas y arrestos; y mantienen hasta cierta autonomía del sistema legal. Encontramos como antecedentes, en 1876, la prohibición de ingreso al país de enfermos, dementes, mendigos, presidiarios o delincuentes. También el Código Contravencional de 1898,

llamado “Código Obarrio”, de procedimientos penales regula “usos y costumbres” y le confiere a los comisarios la prerrogativa de “la indagatoria” como si fuera un verdadero juez de contravenciones (Galeano, 2016). De esta manera se reprimen conductas carentes de lesividad que no llegan a acciones delictivas plenas y objetivas; y se identifican los grupos vulnerables y de “peligrosidad”. Así, prostitutas, homosexuales, travestis, mendigos, ebrios; todos delitos de baja intensidad son considerados” peligro para el orden público” y vigilados “para proteger valores de la sociedad”. La policía habilita a mendigar a los sin trabajo o conmina a abandonar la ciudad. La resocialización que se daba por trabajos forzados, expulsión a la campaña o confinamiento en la Casa de Convalescencia, se reemplaza por arrestos breves (de hasta 30 días) que puede dar el Jefe de Policía. A los delitos tradicionales, como vagancia, juego, fuga de menores o uso ilegítimo de armas blancas, se suman la portación de armas, la ebriedad, el desorden y el escándalo. Se prohíbe también el juego y orinar en la vía pública . En 1904 el Comisario de la Ciudad de Buenos Aires calcula 20.000 los vagos, es decir, “adultos viviendo sin ocupación conocido, viviendo de la ratería y el robo”.

La “tolerancia” es la actitud social de aceptación pasiva de la prostitución como un “mal menor y necesario” para evitar males mayores como el “adulterio, violaciones, homosexualidad”. La prostitución es aceptada como función social natural, hasta que socialistas argentinos como Julieta Lanteri, Alicia Moreau y Alfredo Palacios logran la sanción de la Ley 9143/1913 que sanciona a traficantes y proxenetas, aunque el código penal se empieza a aplicar recién en 1921. El registro de prostíbulos y de prostitutas se requería para conferir legalidad y habilitar los controles sanitarios y de la Policía. Es así que oscilan entre la clandestinidad, la legitimidad y la invisibilización que regula la distancia con otras instituciones. Aunque, los controles sanitarios recaen solo sobre las mujeres (Morcillo y Justo Von Lurzer, 2012).

En cuanto a los niños, tienen prohibición de jugar a la pelota en la calle. El juego y el ejercicio de oficios callejeros como canillita, limpiabotas, vendedor; es sancionado. Los niños que “no van la escuela carecen de nociones de higiene, son de familias indigentes y colaboran parcialmente con la economía familiar” (Ingenieros, 1904). Al mismo tiempo que la Ley de Residencia (Ley

N° 4.144/1902) permite la expulsión de inmigrantes sin juicio previo y la Ley de Defensa Social (Ley N° 7029/1910) prohíbe la entrada a anarquistas y de aquellos que atentara contra la seguridad nacional o perturben el orden público; incluyendo a los menores. Unos años después, se sanciona la Ley de Patronato de Menores (Ley N° 10.903/1919), al mismo tiempo que se le adjudica el ejercicio de la Patria Potestad al Estado cuando hay abandono moral y material de los padres (Contursi, Brescia, Costanzo, 2009).

De esta manera, el pasaje de una escena a otra, se produce sobre la base de un contexto social turbulento y que parece insostenible, que anticipa el cambio. Los conservadores filantrópicos propician un desenlace: la Ley de Sufragio Universal (1912) de voto secreto y obligatorio que permite el acceso al sufragio a la segunda generación de inmigrantes. Ese año se funda la sociedad kantiana y se produce la visita de Ortega y Gasset a Argentina con sus recomendaciones alemanas (Dilthey Kant), pero también Freud y la Gestalt. De esta manera, se socavan las bases positivistas y se exaltan los grupos krausistas (que en la Universidad de Buenos Aires habían logrado la creación de una segunda cátedra de Psicología a cargo de Félix Krueger). Se propone una nueva psicología situada entre las ciencias del espíritu, heredera de las ciencias humanas, alejándose de una psicología natural (positivismo) perteneciente a las ciencias de la naturaleza.

Así una nueva escena acontece entre 1916 y 1930, ya promulgada la Ley de Sufragio Universal (1912), se consolida una democracia de participación ampliada y los enfoques teóricos precedentes adquiere una valoración social negativa al remarcar su desatención sobre la dimensión humana, así como la intención de manipular a la población fundada en una ingeniería social. Pierde de esta manera lugar la psicología positivista de concepción naturalista que plantea un sujeto pasivo determinado biológicamente, asentándose el humanismo espiritualista de la primera postguerra. En este período la perspectiva laboral emerge principalmente, orientando la atención del sujeto sobre sus aspectos laborales y educativos (Rossi, 2001). El Humanismo espiritualista de la primera posguerra habilita la participación que culmina con la Reforma Universitaria de 1918, que le confiere el gobierno de la universidad a sus actores: profesores

graduados y estudiantes. La universidad abre el acceso a las clases medias y oficia de transformador social; se abre al mundo y a diversos enfoques y metodologías. Se plantea la “humanización de la ciencia”, entre los que el psicoanálisis es visualizado como método de investigación de las profundidades del espíritu humano y su conflictiva. El Reformismo marca una nueva tendencia en psicología, los programas académicos proponen una psicología de la personalidad axiológica, con decisiva valoración afectiva del sujeto, marco filosófico raciovitalista y enfoques sociales krausistas.

A nivel de las instituciones sanitarias, se deroga el oprobioso certificado de pobreza y el hospital público se abre a toda la población. El enfoque cambia, hacia la atención de la salud de los trabajadores activos, al mismo tiempo que aparecen nuevas opciones institucionales: consultorios externos en los hospitales públicos pero también dispensarios que se enfocan en higiene y profilaxis social (Rossi, 2006b). Emergen también nuevos actores intermedios: auxiliares, asistentes sociales y visitadores de higiene que expanden la mirada médica al barrio (Rodriguez Sturla, 2005). Por otro lado, se desfinancian los grandes Hospicios y se atiende a la población activa en general. Surgen las Ligas, entre ellas resalta la Liga Argentina de Profilaxis Social. Esta Liga funciona entre 1919 y 1931 y está liderada por los higienistas más prestigiosos (en general Directores de Hospitales Públicos); y estudia las proyecciones demográficas y la influencia de las venéreas, alcoholismo y sífilis impactando en las futuras generaciones. También emprende campañas concientizadoras preventivas de educación sexual e higiene sexual; a través de afiches, películas y conferencias. Y se difunden artículos de higienistas extranjeros y diversos materiales de difusión a través del Boletín de la Liga de Profilaxis Social.

En este período florecen instituciones que apuntan a los aspectos prospectivos activos del sujeto, de integración social a través de la educación y el trabajo. Se detecta una gran movilidad social por la dinámica laboral y el acceso a la clase media de la primera generación de inmigrantes a los sectores de servicios y el sector terciario de la economía. La movilidad social ascendente y la integración económica se muestran en el Congreso del Trabajo de Rosario en 1923; como así también en la creación del Instituto de Psicotecnia y orientación profesional en 1925. A nivel legislativo, se sancionan leyes laborales: resaltando la que regula las ocho horas de trabajo, fundada en los estudios de Fatiga a los Talleres de obras Sanitarias de la Boca del Laboratorio de Psicología Experimental.

Un documento resalta en este período: la Encuesta Feminista Argentina de 1923. Este documento muestra y releva mujeres que trabajan en fábricas, costureras, empleadas de comercio, pero ratifica la fijeza de la asignación de su rol natural social: lo doméstico y lo familiar. Sobre esta concepción sobre la mujer se presenta un consenso en que coinciden todos: conservadores socialistas, católicos, radicales. La mujer “se salva” con su matrimonio y tiene la función de administrar con escasos recursos del sueldo del marido una familia amplia, viviendo en viviendas reducidas. Las “solteronas”, las madres solteras y hasta las prostitutas, necesitan la protección de un hombre, en ese momento. Son consideradas como menores de edad en lo civil, dependen del padre, del hermano o del hijo. “Ni Dios, ni patrón, ni marido” demandan las anarquistas en algunas de sus publicaciones. La Encuesta Feminista retrata la cantidad de asociaciones feministas y el trabajo de las primeras universitarias argentinas en la “ciencia de lo doméstico” o en escuelas profesionales para mujeres: como en el caso de las enfermeras y de las parteras. Las mujeres trabajan como “maestras” y auxiliares, enfermeras sociales, asistentes. Las religiosas siguen a cargo del cuidado de pacientes en instituciones. Las mujeres recién adquirirán algunos de sus derechos civiles con la sanción de la Ley 11.357 en 1926 que equipara jurídicamente a la mujer en algunos aspectos (Rossi, 2006a).

El Golpe Nacionalista del 30 cierra en colapso la escena anterior e inaugura un período de participación política restringida; conocida como década infame o como período neoconservador. Hay persecución política de radicales y reformistas. Frente a la gran crisis económica, el nacionalismo responde con la lógica reconversión de importaciones y el cierre de la inmigración europea. Comienzan las migraciones internas de lo rural a lo urbano, a los suburbios fabriles, lo que resitúa al 70 % de la población en el cono suburbano fabril (Torrado, 2003). Se exalta el criollismo nacional, se valora el papel del gaucho y el peón rural. Novelas, como “Segundo Sombra” o los textos de Estrada retratan esta época. Con este cambio de escena

reflorece el naturalismo con su resignación social inamovible, acompañado de un control político. La política asistencial se delega a la asistencia médica: es medicina social; pero esta vez desde la biotipología. Así, el sujeto es decidido por el tipo psicológico que se deriva de su tipología corporal. Al mismo tiempo que desaparecen las grandes casas de prostitución y en 1934 se comienza a solicitar el certificado de salud prenupcial. Florece también la higiene mental abocada a la infancia, con la presencia de Carolina Tobar García en la Dirección Médica Escolar y Telma Reca con el Dispensario de Higiene Infantil en el Hospital de Clínicas (Rodriguez Sturla, 2001, Rossi, 2008). Los Anales de Biotipológica, Medicina Social y Eugenesia muestran un asistencialismo con recrudecimiento de instituciones psiquiátricas y criminológicas. Las fichas e historias clínicas de la época albergan apartados que demandan información de antecedentes familiares, políticos y religiosos (Falcone, 2004).

Se visualiza al sujeto en déficit necesitado y con necesidad de tutelaje y asistencia; al mismo tiempo que se reanudan las relaciones con el nuncio apostólico. Una filosofía espiritualista y su teoría absoluta de los valores desdibujan el lugar psicológico del sujeto y consecuentemente la psicología, en favor de una antropología filosófica propia del clima de preguerra europea, cuyos antecedentes se importan a Argentina por la Guerra Civil Española.

A medida que reflorecen las instituciones asistenciales clínicas, médicas y las sociedades criminológicas, se cierran laboratorios de psicología y se reemplazan por institutos. Se persigue a socialistas y a anarquistas. Sufre el área laboral y social; al mismo tiempo que se ejerce un fuerte control sobre el sistema educativo.

 

Conclusiones

Una mirada panóptica de estos tres momentos permite apreciar cambios y transformaciones de alcance y significación en el concepto de “higiene” y precisar su institucionalización, aplicación y su diseño discursivo. El lugar asignado a la prevención y profilaxis muestra sus grados y diversas modalidades de inserción institucional según los cambiantes contextos políticos y sociales. La “higiene pública” (1880) refiere inicialmente a la salubridad urbana y la política de Hospicios en el contexto del régimen conservador, frente a la gran inmigración caracterizada por

el pauperismo urbano y la desprotección social. Situación que va a ceder ante la sorprendente dinámica de integración económica y social de los hijos de inmigrantes a las clases medias en el período de democracia de participación ampliada de la década del 20’. Las concepciones asistenciales de la época se reorientan a la construcción del concepto de “higiene social”: la Liga Argentina de Profilaxis Social y su Boletín, el nuevo lugar asignado al hospital público y la formación universitaria de asistentes y visitadoras para extender la prevención y asistencia; dan cuenta de este cambio de orientación (Rodríguez Sturla, 2005). Es así que una política decididamente activa en el afrontamiento del problema sanitario representa la modalidad asistencial preventiva del período. Al mismo tiempo, los higienistas compiten con la Sociedad de Beneficencia y las órdenes religiosas volviendo laico el concepto de salud pública. El impacto a futuro del efecto de venéreas (PGP terminales en Hospicios) y alcoholismo en la población, los mueve a focalizar en una “profilaxis social”. Su acción preventiva es la educación sexual: a través del Boletín se difunden actividades pero también se retrata la actividad de esta institución. Las Ligas, constituyen iniciativas privadas, acotadas que no tardan en transferir sus criterios preventivos a instituciones oficiales.

El hospital público, nuevo escenario sanitario, desplaza al hospicio, por su política activa de prevención y apertura: si los consultorios externos agilizan la atención de la enfermedad en sus grados leves e iniciales, la anticipación efectiva se logra al acercar la atención sanitaria al lugar requerido a través de visitadoras de higiene y asistentes sociales, formadas en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires a partir de 1925.

Promediando la década, los criterios preventivos extienden su alcance y se aplican configurando un nuevo campo: la higiene mental. En 1928 surge la Liga Argentina de Higiene Mental en Buenos Aires y en Rosario con sus respectivas publicaciones: el Boletín del Instituto Neuropsiquiátrico (1928-1934) y la Revista de la Liga Argentina de Higiene Mental (1930-1931) exhibe el enfoque preventivo de las enfermedades mentales, propiciando enfoques funcionales psicopatológicos según grados de autonomía en donde herencia y ambiente serán los factores que engarzan con la problemática social.

En este contexto se aprecia el pasaje de la higiene pública a la higiene social. La política frente a la gran inmigración del régimen conservador, delega la atención de pobres a la Sociedad de Beneficencia; en los hospicios (De las Mercedes, Open Door, Melchor Romero) la contención e internación para casos terminales; y en cárceles los delincuentes en un engarce de criterios clínico criminológico. El análisis estadístico de la población internada en el primer período muestra que los usuarios mayoritarios de estas instituciones son inmigrantes (entre 80% y 90%), que las enfermedades prevalentes son el alcoholismo- enfermedad del inmigrante (50%) y demencias por PGP terminal (sífilis) 27%. Estos estudios muestran que la población masculina afectada corresponde a hombres en etapa productiva (20-50 años) inmigrantes y prevalentemente solteros sin red familiar de contención.

Los higienistas focalizan un nuevo tema que adquiere visibilidad: el tema del impacto social de las enfermedades venéreas. El estudio de la población de los hospicios sugiere lecturas que llevan a apreciar el efecto de las llamadas enfermedades “sociales” (tuberculosis, alcoholismo, venéreas) a nivel sanitario con proyección social y futuro poblacional: herencia y ambiente comienzan a ser parámetros visualizados desde una nueva perspectiva. Un grupo de higienistas, alertado por la presencia de demencias de enfermos en estadíos terminales de venéreas como la sífilis en los hospicios y preocupados por el impacto y la proyección de esta situación en el futuro poblacional, crea una institución con fines de prevención y profilaxis focalizada en este problema: proyección genética de enfermedades como el alcoholismo y venéreas, mueve a un cambio de enfoque que desplaza el énfasis desde estadíos terminales a los iniciales y tempranos y más aún a anticipar y prevenir a través de la difusión propaganda y educación. Promover la “salud” poniendo el énfasis en la educación, promueve la creación de nuevas instituciones privadas de alcance intermedio: las Ligas, la aparición de dispensarios de atención gratuita, campañas de propaganda concientización y difusión de preceptos higiénicos.

Toda esta acción iba dirigida a un público de origen popular inmigrante y se concibe la higiene social como mejoramiento sanitario por la educación popular. Este movimiento desplaza e

énfasis del hospicio al hospital general de atención gratuita y sin necesidad de certificado de pobreza, al mismo tiempo que se suma la apertura de consultorios externos para atención de grados leves e iniciales de la enfermedad.

Podemos caracterizar la higiene social como una actitud asistencial activa que anticipa y previene educando para la salud y evitando el contagio, y que se extiende a las clases populares (trabajadores, escolares, mujeres, soldados) en riesgo por su precaria condición social y expuestos a enfermar. Fuertemente impregnado de un carácter moral, sea quizás la condición de dos consecuencias: pensar en “forjar el carácter a través de hábitos de salud” como correlacionar las enfermedades a consecuencias en enfermedades mentales que afectaría la población futura. Si las enfermedades sociales afectan “la salud psíquica” de la población (como prueban las estadísticas de internados en hospicios entre 1900 y 1916) al decrecer estas enfermedades sociales, mejora la condición sanitaria psíquica de la población (en los hospicios descienden los números de alcoholismo y de PGP significativamente en la década del 20). Esto provee las condiciones conceptuales que tornan visible la relación entre las enfermedades sociales y la enfermedad mental. Si es tan directa la relación es esperable la transferencia de las perspectivas de higiene aplicadas a la salud mental.

Es así que la higiene social logra institucionalizarse como formación terciaria en el marco de la Facultad de Medicina, lo que significará el reconocimiento de su eficacia pero también la implementación de una política asistencial concreta. Con Ciampi en Rosario, se promueve una concepción funcional de enfermedad mental, reversible lábil curable, prevenible justamente por su estrecha relación al ambiente social (Bosch y Ciampi, 1930, Ciampi, 1938, Rossi et al., 2015b, Rossi et al., 2016, Lombardo et al., 2017, Rossi et al., 2017).

El lugar social de la mujer resulta trascendental para este proceso, apareciendo delimitado un lugar social natural que se asigna a la mujer: ama de casa, madre, responsable de la familia, es decir, una célula social fundamental para el futuro de la población. De esta manera, las instituciones actúan en las familias a través de las mujeres que cumplen con una función de

contención social; logrando que los padre inmigrantes se integren al trabajo y los niños a la escuela.

 

Referencias

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3ra Edición - Diciembre 2019
 
 
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